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miércoles, 18 de julio de 2012

"DRÁCULA", CON "D" DE DRUILLET, Y OTROS VAMPIROS...



TODO el mundo conoce ya, a estas alturas de la película, la significancia cultural y política que el año 1968 tuvo en la mayor parte del mundo occidental. El año de "haz el amor y no la guerra", "bajo los adoquines, la playa", "prohibido prohibir", "seamos realistas, pidamos lo imposible" y "la imaginación toma el poder" trajo consigo no sólo una auténtica convulsión de carácter político-social —derivada de todo un conjunto de importantes acontecimientos mundiales (Guerra Fría, revolución cubana, guerras coloniales de Indochina, Argelia y Vietnam, procesos descolonizadores de la mayoría de países africanos, revolución cultural china, revueltas estudiantiles en Europa y Norteamérica, lucha por la igualdad racial en EE. UU., etc.)—, sino que actuó sobre la conciencia de numerosos intelectuales y artistas, favoreciendo el despliegue de una serie de corrientes, opiniones, tendencias, doctrinas y reivindicaciones surgidas en los años inmediatamente anteriores al estallido sesentayochista y que habían permanecido más o menos larvados, pero cuyos efectos sólo se hicieron verdaderamente visibles en ese año tan icónico: movimiento underground norteamericano, corrientes hippie y beatnik, Movimiento Letrista, Situacionismo, revisionismo filosófico, político e ideológico llegado de la mano (o de la obra) de pensadores como Reich, Marcusse, Adorno, Vaneigem, Althusser, Sartre, Touraine, etc.



Concretamente, en el mundo de las artes plásticas, el desarrollo del Pop Art —cuyo origen debe buscarse en la década anterior— y la consiguiente revalorización que, a través de él, se produjo de la historieta y de otras manifestaciones culturales populares hizo que una serie de artistas europeos tomaran conciencia de su labor y la reivindicaran afanosamente, exigiendo el reconocimiento de los tebeos como medio de expresión autónomo y (en su caso) adulto, así como una mayor libertad a la hora de crear. Este hecho tuvo un reflejo inmediato y muy sonado —bien conocido por todos— en el célebre "caso Pilote", donde una serie de dibujantes que colaboraban en este famoso semanario juvenil francés dirigido por René Goscinny empezaron a sentirse incómodos por la línea editorial conservadora e infantil llevada a cabo por aquél, reivindicando una mayor receptividad de las nuevas corrientes estéticas y la publicación de trabajos dirigidos a un público más adulto. El continuismo editorial y las disputas con Goscinny —editor-jefe de la revista— propiciaron, a la postre, una escisión en su staff creativo y la marcha de varios autores. Los primeros en salir fueron Gébé, Cabu y Reiser (que iban a continuar con su trabajo en Hara-Kiri y Charlie Hebdo). Tras ellos marcharon Gotlib, Mandryka y Bretécher que en 1972 iban a fundar la revista L'echo des savannes. Por último, al año siguiente, se produjo la "deserción" de Giraud, Druillet y Dionnet, quienes junto a Bernard Farkas crearían en diciembre de 1974 el grupo de Les Humanoïdes Associés y la célebre revista que iba a actuar como órgano de expresión de sus inquietudes artísticas: Metal Hurlant. Se dio, así, el pistoletazo de salida a una etapta de creación historietística verdaderamente revulsiva y fundamental para el posterior desarrollo del cómic de autor.


Arriba una imagen de Les Humanoïdes, en 1976. Abajo, la presentación del grupo en España,
realizada en el número 1 de la extraordinaria revista Totem (año 1977)


Pues bien, en este contexto de renovación cultural y de reivindicaciones artísticas, precisamente en el simbólico año de 1968, la editorial francesa OPTA (Office de Publicité Téchnique et Artistique) —especializada en títulos de novela policíaca y de ciencia ficción— publicó una elegante y sobria traducción de la novela Dracula de Bram Stoker, que ahora alcanza precios de venta realmente prohibitivos en los mercados de segunda mano (como puede verse aquí o aquí), habiéndose convertido en una auténtica pieza de coleccionismo. Al texto de la novela seguía el del breve relato del propio Stoker, titulado El invitado de Drácula. OPTA hizo una tirada de 3.700 ejemplares numerados y encargó las ilustraciones al joven artista francés Philippe Druillet, que contaba entonces con 24 años y llevaba sólo tres de profesión como dibujante, pues entre 1960 y 1965 se había desempeñado básicamente como fotógrafo.

La cubierta del libro: sobria y un tanto hermética (como corresponde al contenido)


En esa etapa de efervescencia cultural y política, el artista desempeñó diversos trabajos relacionados con el cine y la ciencia ficción, colaborando en la revista Midi-Minuit Fantastique y como corresponsal francés en los famosos magacines norteamericanos Famous Monster y Filmland. Perfeccionó su técnica fotográfica y cinematográfica y consiguió que sus trabajos fueran publicados en numerosas obras internacionales dedicadas al cine y lo fantástico.  Pero lo que me gustaría destacar ahora es que fue una época en la que, a través de diversos trabajos, Druillet dedicó gran atención al mito de los vampiros, un tema por el que siempre ha sentido gran fascinación como veremos después. Ya en 1959 —un poco antes, por tanto, del período que estamos analizando— nuestro hombre había hecho algún "homenaje" gráfico al Drácula stokeriano. En la página web del artista, por ejemplo, puede verse la imagen de una ilustración que muestra su temprano interés por el dibujo y en la que aparece ejemplificado lo que él mismo denomina sus "comienzos caóticos" (pues, en efecto, se aprecia que aún estamos ante un autor del todo inmaduro y que busca su camino expresivo).

 Druillet a los 15 años


Mucho más importante aún —por la relación estética que mantiene con el libro de OPTA al que estamos dedicando esta entrada— es otro proyecto en el que Druillet participó, en 1963, junto a Jean Boullet, escritor, crítico de cine, dibujante, ilustrador y precursor de la temática homosexual explícita en la ilustración. Me refiero al cortometraje Dracula, filmado en 16 mm. y en el que se utilizó la técnica de la animación de siluetas —que algunos denominan también de "sombras chinescas"—, propia del teatro de sombras. Se trata de una especialidad teatral que Boullet había venido utilizando desde los años 40, aplicándola casi siempre a espectáculos con temáticas de su preferencia: lo fantástico, el terror, lo monstruoso, la ciencia ficción, etc.

Tres interesantes fotografías: Boullet en su librería Le Kiosque, primera tienda especializada de cómics y lugar
de encuentro del Club des Bandes Dessinées. Arriba, a la derecha, el joven Druillet, a los 20 años.
Abajo, Druillet y Boullet en Le Kiosque, durante una exposición de originales del primero


 Arriba, sesión de teatro de siluetas en la Cinémathèque Française (año 1949).
Boullet es el primero en la imagen. Abajo, fotograma del cortometraje
Le Sabbat, de Lise Deharne y Boullet


He tenido ocasión de ver alguna fotografía dispersa de dicha película, así como cerca de un minuto y medio de la misma, y debo decir que los diseños conceptuales empleados para la realización de decorados, la recreación de ambiente y la caracterización de personajes son muy respetuosos con las descripciones de la novela original. Empezando por el propio Drácula, que aparece representado como una persona de edad, elevada estatura, rostro perfectamente rasurado, nariz aquilina, mentón ancho, larguísimos bigotes caídos, orejas picudas, mirada intensa e imponente y ceremoniosa presencia, tal como nos lo describe Stoker en su novela. Tampoco me parecen casuales las grandes similitudes estilísticas entre estos dibujos cinematográficos y el estilo de las ilustraciones que cinco años más tarde realizaría Druillet para la edición de OPTA, empezando, claro está, por el uso de un color negro omnipresente, que es forzoso en el caso de las sombras chinas, pero que en las segundas parece deberse a una decisión consciente del autor. Al parecer, el trabajo realizado por Druillet para el cortometraje consistió sólo en la elaboración de los decorados (¿no participaría también en el proceso de diseño y elaboración de las marionetas?). Sea como fuere, lo cierto es que este Dracula tan curioso y bien realizado parece un antecedente claro del futuro trabajo realizado para OPTA, y que en ambos se da la presencia de estilemas que Druillet utilizará luego de manera habitual en sus obras posteriores más maduras (estilización de las figuras, barroquismo en la composición, suntuosidad de las formas, etc.), aunque aquí sólo aparecen apuntados.

Dos imágenes del cortometraje Dracula (1963)


Pero la relación de Druillet con el mundo de lo vampírico no se iba a agotar, ni mucho menos, en su colaboración junto a Boullet. Así, en 1967 participó muy activamente en el film de Jean Rollin Le viol du vampire (La violación del vampiro), primer largometraje de terror de este director, obsesionado también con el tema del vampirismo (como puede verse en el siguiente enlace). Se trata de una película fuertemente inspirada en las novelas folletinescas y en la que Rollin da rienda suelta a todo tipo de experimentaciones técnicas y formales: planos invertidos, cámara girando alrededor de los personajes en algunas escenas, innovadores raccords, etc. A nivel de estructura, fusiona escenas ligadas entre sí por numerosas acciones simultáneas y ofrece una acción dividida en dos partes (dos cortos o medio metrajes), cuyos escenarios e intrigas son básicamente distintas. Todos estos elementos otorgan a la película un carácter muy experimental y psicodélico que contribuyó a su sonoro fracaso de crítica y de público en el momento del estreno y posteriormente. Por otro lado, su guión provocador, los abundantes desnudos y el planteamiento de ciertos temas considerados de mal gusto (en España la película se tradujo con el menos explícito título de La reina de las vampiras) ocasionaron un gran escándalo. En esta ocasión —y volvería a hacerlo otras veces para nuevos trabajos de Rollin (por ejemplo en La vampire nue, de 1970)—, Druillet diseñó el cartel original de la película (cuya imagen puede verse abajo), así como diversos accesorios y decorados, Además, incluso hizo un cameo como actor, interpretando uno de los papeles.





El interés de Druillet por el tema de los vampiros ha persistido a lo largo del tiempo, como no podía ser de otra forma. Todavía en el año 2002 nuestro artista volvió a ello realizando una nueva película de dibujos animados dedicada, esta vez, a un personaje que surgió a partir del que había creado Stoker: Nosferatu. En este caso se trataba de un proyecto de animación en 3D, para una serie con 26 capítulos de 26 minutos cada uno, que se basaba en la historieta homónima de Druillet, dibujada en 1978 y publicada en diferentes editoriales (Dargaud, Albin Michel, Dark Horse, Grifo, etc.) y en distintos idiomas. El dibujante francés, que yo sepa, sólo guionizó y dibujó el capítulo piloto.


Arriba, portada de la edición de Nosferatu por Dargaud (1989). Abajo, ilustración promocional
realizada con motivo de la anterior publicación



Dos fotogramas del proyecto 3D en torno a Nosferatu


Pero volvamos al tema principal de nuestra entrada: las ilustraciones para OPTA. En el momento de realizarlas Druillet sólo había publicado una obra historietística: el primer libro de la serie Lone Sloane (Le Mystère des Abîmes), en las Éditions Eric Losfeld, que tanta fama habría de darle en años posteriores. Se trataba, por tanto, de un artista que daba sus primeros pasos en este campo y aún buscaba su verdadero camino expresivo. Ello explica que, por razones obvias, el trabajo de Druillet en esta obra no alcance el virtuosismo filigranesco que llegaría a desarrollar posteriormente y a convertir en marca de la casa. No obstante, y pese a todo, hay que reconocer que las ilustraciones están bastante cuidadas, son muy atmosféricas y cumplen de manera perfecta con la función para la que fueron realizadas.



La primera característica que podríamos destacar de ellas es lo acertado de su selección temática, pues ilustran algunos de los momentos claves de la novela de Stoker. ¿Hizo la elección el propio Druillet? ¿Le vino impuesta por el editor? Lo ignoro. En todo caso, resultan muy adecuadas y son bastante significativas: la llegada de Jonathan Harker al castillo del Conde; la famosa escena en que éste es descubierto por su huesped mientras repta, cabeza abajo, por la fachada del castillo (una imagen que raras veces ha sido llevada a la pantalla por el cine, pero que refleja, mejor que muchas otras, la naturaleza malvada, repugnante y antinatural del personaje); la visita de las novias de Drácula al indefenso Jonathan; el agitado y tormentoso viaje de la Démeter a Inglaterra, llevando a bordo al vampiro; el dominio incontrolable de Drácula sobre la pobre Lucy Westenra; las "escapadas" de esta última bajo la forma de una "dama de blanco" que se lleva a los niños; la llegada a Transilvania de van Helsing y sus amigos en persecucion de Drácula; o la ejecución de las novias del vampiro a manos del profesor.


Ya he señalado antes que el estilo de Druillet en estas ilustraciones ofrece bastantes semejanzas con los diseños que se utilizaron en la película de sombras de 1963. Me atrevería a decir, incluso, que estos eran, si cabe, aún más fieles a las descripciones de la novela original y que, a este respecto, no hacían ninguna concesión a la hora de interpretarlas. Así, mientras que en el citado cortometraje se nos ofrece un retrato fidelísimo del siniestro conde, en las ilustraciones para OPTA Druillet se aleja bastante del mismo y prefiere inspirarse en la iconografía cinematográfica, presentándonos a un Drácula más joven y también más cercano a la aristocrática imagen que de él nos transmitieron Bela Lugosi, Christopher Lee y otros intérpretes posteriores. Por lo demás, las similitudes entre ambas obras son considerables. Para empezar, el negro omnipresente otorga a los dibujos un alto contenido atmosférico y cuadra, a la perfección, con la sobria encuadernación entelada (y negra del todo) que utilizó OPTA. Los rasgos y estilemas barroquizantes, tan propios del Druillet maduro, ya están presentes aquí —bien que apuntados y sin la perfección de obras posteriores—, proporcionando al trabajo un plus de suntuosidad ambiental que le va muy bien a la temática tratada. Asimismo hallamos un punto de onirismo —muy característico también del autor francés—, aunque aparece mitigado un tanto por el mayor convencionalismo de las imágenes. Druillet, el futuro Druillet, está aquí en potencia —eso no puede negarse—, pero aún no ha desarrollado plenamente el lenguaje gráfico que le iba a hacer famoso pocos años después. Todos estos rasgos, enriquecidos con cierto psicodelismo muy típico del autor, los podemos encontrar, sobre todo, en el diseño de las letras de presentación, o en los elementos decorativos que acompañan a las ilustraciones fuera de texto. Están, por ejemplo, en la alegoría que vemos junto al nombre de Stoker y el título de la obra, o en el recargado escudo heráldico que incluye la inicial de Drácula, compuesto a base de retorcidos motivos vegetales llenos de trama y con todo tipo de macabras alegorías (cráneos, extraños seres monstruosos, un poco de sangre goteando...). En todos los casos —tanto en estas ilustraciones que pretenden imitar la técnica del grabado, como en las que acompañan al texto— Druillet parece haberse dejado llevar por el principio del horror vacui y por una estética barroca que representa todo tipo de formas y de elementos (telas, cabellos, velas, ramas, etc.) retorciéndose y como agitadas por el viento, dándonos así una imagen recargada, sobrecogedora, atormentada y desasosegante del universo en el que se mueven los personajes que conviven con Drácula y tienen que luchar contra él. No he tenido ocasión de ver los originales de estas interesantes ilustraciones, pero apostaría a que fueron realizadas con gouache y abundantes toques de témpera blanca para obtener luces, brillos y todo tipo de efectos (nubes, vapor, niebla, etc.).

Bueno, y esto era todo lo que deseaba decirles. Ya va siendo hora de ceder la palabra y dejar que las imágenes tomen las riendas. Aquí tienen ustedes las evocadoras ilustraciones que un joven Druillet realizó en el lejano 1968 para ilustrar la vieja historia del conde vampiro. He decidido presentarlas acompañadas por aquellos fragmentos de la novela a los que hacen referencia (2). Pasen, admírenlas libremente, por su propia voluntad y cuando decidan marcharse dejen en este blog un poco de la felicidad que traían consigo. ¡A disfrutarlas!

«Ante mí apareció un anciano de elevada estatura, pulcramente afeitado a excepción de un bigote cano, y vestido completamente de negro, sin una sola nota de color [...]. Su rostro era marcadamente aguileño, de nariz delgada con el puente muy alto y las aletas arqueadas de una forma muy peculiar; la frente era alta y abombada y los cabellos, escasos en las sienes, eran abundantes en el resto de la cabeza. Sus cejas, muy pobladas, casi se unían por encima de la nariz y eran tan espesas que parecían rizarse por su misma abundancia. La boca, a juzgar por lo que se podía ver bajo el grueso bigote, era firme y más bien cruel, y sus dientes, particularmente finos y afilados, sobresalían de los labios, cuya rubicundez denotaba una vitalidad asombrosa para un hombre de su edad. Por lo demás, sus orejas eran pálidas y extremadamente puntiagudas; el mentón era ancho y fuerte, y las mejillas firmes, aunque hundidas. La impresión general que daba era de una palidez extraordinaria» (Drácula, capítulo II, pp. 116 y 120).

«Pronto nos vimos rodeados de árboles, que en algunos lugares formaban una especie de bóveda por encima de nosotros, como si atravesáramos un túnel [...]. Aunque estábamos a cubierto, podíamos oír el viento que se estaba levantandom que gemía y silbaba entre las rocas, y veíamos quebrarse a nuestro paso las ramas de los árboles. El frío fue haciéndose cada vez más intenso, y empezó a caer una nieve fina, en forma de polvvo, que no tardó en cubrirlo todo con un manto blanco. El intenso viento seguía trayéndonos los ladridos de los perros, que iban debilitándose a medida que avanzábamos. Los aullidos de los lobos cada vez parecían más cercanos, como si nos estuvieran rodeando por todas partes. Yo estaba cada vez más asustado, y los caballos compartían mi miedo. El cochero, sin embargo, no estaba preocupado en lo más mínimo. Seguía mirando a derecha e izquierda, aunque yo no podía ver nada en medio de aquella oscuridad [...]. Mas entonces, entre unas nubes negras, apareció la luna por detrás de la cresta dentada de un peñasco poblado de pinos que sobresalían amenazadoramente. Y a su luz pude ver que estábamos rodeados de lobos, de miembros largos y vigorosos y cuerpo peludo, que nos mostraban sus blancos colmillos y sus colgantes lenguas rojas» (Drácula, capítulo I, pp. 113-114).


«Lo que vi fue la cabeza del conde saliendo de la ventana. No le vi el rostro, pero lo reconocí por su cuello y los movimientos de su espalda y sus brazos. En cualquier caso, no podían engañarme sus manos, que tantas ocasiones había tenido de examinar. Al principio la cosa me interesó y me divirtió un poco [...]. Pero mis sentimientos se trocaron en repugnancia y terror cuando vi que el conde salía lentamente por la ventana y empezaba a reptar, cabeza abajo, por el muro del castillo hacia aquel espantoso abismo, con la capa extendida en torno suyo como unas grandes alas. Al principio no podía dar crédito a mis ojos. Pensé que sería un efecto óptico del claro de luna, algún extraño juego de luces y sombras. Mas seguí mirando y comprendí que no podía tratarse de una ilusión. Vi cómo los dedos de sus manos y de sus pies se aferraban a los cantos de las piedras, desprovistos ya de mortero por el paso del tiempo, utilizando así los salientes y desigualdades para descender a velocidad considerable, al igual que un largato se desliza a lo largo de un muro» (Drácula, capítulo III, pp. 145-146).

«Frente a mí, bañadas por la luz de la luna, había tres mujeres jóvenes, que a juzgar por su vestimenta y sus modales parecían damas. Al verlas creí estar soñando, ya que, aunque tenían la luna a sus espaldas, no proyectaban ninguna sombra en el suelo. Se aproximaron a mí y, tras examinarme durante un rato, se pusieron a cuchichear entre ellas [...]. Las tres tenían los dientes blancos y relucientes, que brillaban como perlas sobre el rubí de sus labios voluptuosos. Había algo en ellas que me inquietaba, haciéndome sentir al mismo tiempo anhelante y mortalmente asustado» (Drácula, capitulo III, p. 150).


«Diario de navegación de la Démeter (travesía de Varna a Whitby). Escrito el 18 de julio: están sucediendo cosas tan extrañas, que de ahora en adelante y hasta que atraquemos voy a anotarlo todo minuciosamente» (Drácula, capítulo VII, p. 213).


«El cuerpo de la joven había experimentado un cambio. La muerte le había devuelto parte de su antigua belleza, ya que tanto la frente como las mejillas habían recuperado su suavidad de líneas, e incluso los labios habían perdido su palidez cadavérica. Era como si la sangre, que ahora su corazón ya no necesitaba, hubiera acudido a su rostro para dulcificar lo más posible el rigor de la muerte [...]. Me acerqué a van Helsing y le dije: —¡Pobre chica, por fin ha encontrado la paz! ¡Es el fin! —¡No es así —dijo el profesor con grave solemnidad, volviéndose hacia mí—. ¡Desgraciadamente, no es así! ¡Es sólo el comienzo! Al preguntarle qué quería decir, se limitó a menear la cabeza y contestó: — No podemos hacer nada todavía. Hay que esperar a ver qué pasa» (Drácula, capítulo XII, pp. 322-323).
«Hubo un largo rato de silencio, un vacío profundo y doloroso. Luego el profesor siseó, señalándonos una figura blanca e imprecisa que, apretando contra el pecho un bulto oscuro, avanzaba hacia nosotros por la avenida de los tejos. La figura se detuvo y de pronto asomó la luna entre las masas de nubes a la deriva, rebelando con sobrecogedora claridad una mujer de cabello oscuro, envuelta en un sudario. No podía verle la cara, ya que estaba inclinada mirando lo que llevaba en sus brazos que identificamos com un niño rubio [...]. La figura blanca avanzó de nuevo hacia nosotros. Pronto estuvo lo bastante cerca para poder verla claramente, ya que todavía la iluminaba la luna. Sentí que se me helaba la sangre en las venas, al tiempo que escuché el grito de asombro de Arthur al reconocer las facciones de Lucy Westenra. Sí, era ella, ¡pero qué cambiada estaba!» (Drácula, capítulo XVI, p. 391).


«Las amenazadoras montañas parecían lejanas, y nos aproximábamos a la cima de una empinada colina, coronada por un castillo como el que Jonathan describe en su diario. Me regocijé y al mismo tiempo tuve miedo, pues ahora, para bien o para mal, el desenlace estaba más cerca que nunca» (Drácula, capítulo XXVII, p. 609).


«Sabía que tenía que localizar al menos tres tumbas... tumbas habitadas. Busqué y busqué, y encontré una. En ella yacía una de las mujeres, durmiendo su sueño de vampiro, tan llena de vida y de voluptuosa belleza, que me estremecí como si hubiese ido allí a cometer un asesinato [...]. Tras arrancar las tapas de varios sepulcros, encontré a otra de las hermanas, la otra morena. No me atreví a detenerme a mirarla, como hice con su hermana, temiendo ser cautivado una vez más; sino que seguí buscando hasta que al poco rato encontré en un magnífico sepulcro, que parecía hecho para algún ser muy querido, a la hermana rubia, a la que, al igual que Jonathan, había visto materializarse a partir de los átomos de la niebla [...]. Había un sepulcro más grande y señorial que los demás; aunque enorme estaba muy bien proporcionado. En él sólo había una palabra: DRÁCULA [...]. Entonces comencé mi terrible tarea, que tanto temía. De no haber sido más que unam hubiese sido relativamente fácil. ¡Pero tres!» (Drácula, capítulo XXVII, pp. 614-616).


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(1) Esta circunstancia de trasladar cualquier problema o conflicto de trabajo al terreno de lo personal debía ser un rasgo muy peculiar del carácter de Goscinny, y así fue percibido, en su momento, por otros colaboradores suyos. Ahora mismo recuerdo el caso de Auclair que, en la entrevista concedida en 1984  a Thierry Groensteen para Les Cahiers de la Bande Dessinée (publicada aquí hace un par de meses), señalaba, precisamente, dicha característica.

(2) Citados a partir de la excelente versión española debida a Juan Antonio Molina Foix, Drácula, Cátedra, Madrid, 1993 (4ª ed.), que incluye una introducción muy completa y jugosa al texto de Stoker.

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