SIEMPRE con la intención de hacer cosas que parecieran más modernas y novedosas —mostrando, así, que se estaba intentanto alejar al Teatro Real del "provincianismo" decimonónico en que, al parecer, se hallaba inmerso antes de que Gérard Mortier(*) se hiciera cargo de la dirección artística del mismo—, los responsables del coliseo madrileño decidieron poner en marcha un nuevo servicio consistente en la expedición de una tarjeta parecida a las de crédito, que vendría a sustituir el tradicional sistema de las viejas entradas en papel para los abonos. La idea era que entrase en vigor esta temporada, como así ha sido.
Cuando se anunció el experimento nos lo vendieron desde el Teatro como si fuera la repanocha en todos los sentidos: nos ahorrábamos incomodidades (no se especificaban cuáles, pero bueno), podíamos acumular puntos en nuestra nueva tarjetita «por otros consumos o adquisiones de productos del Teatro Real», etc. Se veía claro que la intención era fidelizar, aún más si cabe, a unos abonados cuyo número ha ido descendiendo progresiva e inexorablemente desde que Mortier llegara al Teatro y se hiciera cargo de sus temporadas.
Posteriormente —no voy a detenerme a relatar aquí todas las chapucerías que algunos sufridos abonados han tenido que soportar a lo largo de las pasadas primavera y verano (a algunos les llegaron a cobrar, incluso, el abono hasta tres veces, como puede leerse aquí)—, al enviar las nuevas tarjetas una extensa y cordial carta fechada el pasado mes de junio y firmada por Ignacio García-Belenguer —actual Director General del Teatro— nos recordaba que este nuevo sistema era mucho mejor (y más cómodo) que las viejas entradas en papel.
Perfecto, maravilloso. Pero había un problema: ¿qué ocurriría si un abonado con la tarjeta nominal decidía no acudir a uno de los espectáculos incluidos en su abono y decidía poner la entrada correspondiente a la venta? Si la persona destinataria era un conocido, no había problemas, pues se le dejaba la tarjeta y listo. ¿Pero y si no era ése el caso (lo cual podía resultar bastante probable)? ¿Qué hacer? Antaño abría uno el paquetito de cartón con todas las entradas del abono, sacaba la corespondiente y se la entregaba al comprador sin problemas. Ahora, sin embargo, no era posible hacer eso. Se dijo en su momento —y la carta referida de García-Belenguer así lo explicitaba— que en el mes de septiembre en que ahora nos encontramos se pondría en marcha la posibilidad de imprimir las localidades desde el propio domicilio a través de la página web del Teatro Real. Se habló también de conseguir el mismo resultado usando las máquinas expendedoras que pueden encontrarse en el hall del edificio.
Lo cierto es que un servidor, en cuanto tuvo conocimiento de cuáles serían los dos repartos de Il barbiere di Siviglia con que se iba a abrir esta temporada —cosa que ocurrió ayer— decidió que no tenía la menor intención de acudir a este primer espectáculo de su carísimo abono. La verdad, algo tan anodino despertaba en mí menos interés que un konzept de Dmitri Tcherniakov. Así pues, desde el principio supe que deseaba vender mis dos entradas y recuperar el dinerito de las mismas, que no era moco de pavo. Lo primero que tenía que hacer, obviamente, era imprimir ambas para evitar que las tarjetas de abonado anduvieran viajando de mano en mano (aunque fuera de gente conocida). Me puse a ello, pues, pero fui incapaz de encontrar en la página web del Real esa opción que se había anunciado. Así que contacté directamente con el servicio de información del Teatro, pero allí me dijeron (¡¡la semana pasada, ojo!!) que dicha opción aún no se había activado, ni en la página web, ni en las máquinas expendedoras que pueden encontrarse en el hall del recinto. ¡Faltaba sólo una semana para que comenzara la temporada y aún no se podía hacer nada! Volví a preguntarles cuándo estaría en marcha la utilidad y me dijeron que lo intentara a finales de esa misma semana. Llegado el momento, y como no aparecía nada en la web, mi media naranja nibelunga pasó por el Teatro para hacer la gestión y se encontró con la sorpresa de que todo seguía igual. Era imposible hacer la gestión. Preguntó en las taquillas —con la intención de que allí se las imprimieran en papel—, pero le dijeron que ellos no estaban autorizados para imprimir entradas de un solo espectáculo, sino del abono completo. Aunque en el caso de hacerlo, perderíamos todas las ventajas como abonados que teníamos (entre otras, la posibilidad de devolver entradas de hasta dos espectáculos a lo largo de la temporada). Estupefacta, y ante la disyuntiva, mi nibelunga optó por irse sin hacer nada y decidimos intentar, hasta el último momento, colocar las dos localidades a conocidos y amigos interesados, pues no podíamos entregar nuestras tarjetas a personas que no fueran de nuestra absoluta confianza. Y así hasta hoy mismo, que ha sido cuando he podido leer, por vez primera, en la página web del Teatro el siguiente mensaje: «A partir del 24 de septiembre los abonados con Tarjeta de Abono podrán imprimir las localidades que deseen desde el Área de Abonados de esta página web». La temporada comenzó el día 14, pero no será hasta diez días después (¡¡diez días!!) es cuando se pone en marcha la utilidad. Inconcebible, vergonzoso. Una verdadera tomadura de pelo.
Bien. Lo cierto es que en el momento en que escribo estas líneas ya hace más de dos horas que comenzó el anodino Barbiere que Mortier y su equipo programaron para iniciar esta temporada (quebrantando, al parecer, una norma que yo desconocía, pero que se estableció por la época en que Antonio Moral dirigia artísticamente el coliseo: no iniciar la temporada con ninguna producción repetida)(**). A mi nibelunga y a mí nos resultaba imposible acudir hoy a tan aburrido espectáculo, pero por más que lo hemos intentado nos ha sido imposible deshacernos de las entradas, sencillamente porque no las teníamos en nuestro poder, a pesar de haberlas pagado. El sistema de abono con tarjeta impuesto por los responsables del Teatro nos ha dejado con las manos atadas y ha supuesto para nosotros la pérdida de una importante cantidad de euros (más de 150,00 en concreto). ¿A quién dicen que puedo pedirle responsabilidades por lo ocurrido?
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(*) A quien, desde aquí, le deseamos sinceramente todo lo mejor en la lucha que actualmente mantiene contra la enfermedad que le ha retirado de la primera línea de combate.
(**) Así lo cuenta Gonzalo Alonso en su articulito sobre la función de ayer, que fue la del estreno de la temporada.
Cuando se anunció el experimento nos lo vendieron desde el Teatro como si fuera la repanocha en todos los sentidos: nos ahorrábamos incomodidades (no se especificaban cuáles, pero bueno), podíamos acumular puntos en nuestra nueva tarjetita «por otros consumos o adquisiones de productos del Teatro Real», etc. Se veía claro que la intención era fidelizar, aún más si cabe, a unos abonados cuyo número ha ido descendiendo progresiva e inexorablemente desde que Mortier llegara al Teatro y se hiciera cargo de sus temporadas.
Posteriormente —no voy a detenerme a relatar aquí todas las chapucerías que algunos sufridos abonados han tenido que soportar a lo largo de las pasadas primavera y verano (a algunos les llegaron a cobrar, incluso, el abono hasta tres veces, como puede leerse aquí)—, al enviar las nuevas tarjetas una extensa y cordial carta fechada el pasado mes de junio y firmada por Ignacio García-Belenguer —actual Director General del Teatro— nos recordaba que este nuevo sistema era mucho mejor (y más cómodo) que las viejas entradas en papel.
Perfecto, maravilloso. Pero había un problema: ¿qué ocurriría si un abonado con la tarjeta nominal decidía no acudir a uno de los espectáculos incluidos en su abono y decidía poner la entrada correspondiente a la venta? Si la persona destinataria era un conocido, no había problemas, pues se le dejaba la tarjeta y listo. ¿Pero y si no era ése el caso (lo cual podía resultar bastante probable)? ¿Qué hacer? Antaño abría uno el paquetito de cartón con todas las entradas del abono, sacaba la corespondiente y se la entregaba al comprador sin problemas. Ahora, sin embargo, no era posible hacer eso. Se dijo en su momento —y la carta referida de García-Belenguer así lo explicitaba— que en el mes de septiembre en que ahora nos encontramos se pondría en marcha la posibilidad de imprimir las localidades desde el propio domicilio a través de la página web del Teatro Real. Se habló también de conseguir el mismo resultado usando las máquinas expendedoras que pueden encontrarse en el hall del edificio.
Amigos, siempre amigos... Mortier, Marañón (que escapa siempre de las quemas,
como se ha visto en la última y gravísima crisis que padece el Real) y García-Belenguer
Lo cierto es que un servidor, en cuanto tuvo conocimiento de cuáles serían los dos repartos de Il barbiere di Siviglia con que se iba a abrir esta temporada —cosa que ocurrió ayer— decidió que no tenía la menor intención de acudir a este primer espectáculo de su carísimo abono. La verdad, algo tan anodino despertaba en mí menos interés que un konzept de Dmitri Tcherniakov. Así pues, desde el principio supe que deseaba vender mis dos entradas y recuperar el dinerito de las mismas, que no era moco de pavo. Lo primero que tenía que hacer, obviamente, era imprimir ambas para evitar que las tarjetas de abonado anduvieran viajando de mano en mano (aunque fuera de gente conocida). Me puse a ello, pues, pero fui incapaz de encontrar en la página web del Real esa opción que se había anunciado. Así que contacté directamente con el servicio de información del Teatro, pero allí me dijeron (¡¡la semana pasada, ojo!!) que dicha opción aún no se había activado, ni en la página web, ni en las máquinas expendedoras que pueden encontrarse en el hall del recinto. ¡Faltaba sólo una semana para que comenzara la temporada y aún no se podía hacer nada! Volví a preguntarles cuándo estaría en marcha la utilidad y me dijeron que lo intentara a finales de esa misma semana. Llegado el momento, y como no aparecía nada en la web, mi media naranja nibelunga pasó por el Teatro para hacer la gestión y se encontró con la sorpresa de que todo seguía igual. Era imposible hacer la gestión. Preguntó en las taquillas —con la intención de que allí se las imprimieran en papel—, pero le dijeron que ellos no estaban autorizados para imprimir entradas de un solo espectáculo, sino del abono completo. Aunque en el caso de hacerlo, perderíamos todas las ventajas como abonados que teníamos (entre otras, la posibilidad de devolver entradas de hasta dos espectáculos a lo largo de la temporada). Estupefacta, y ante la disyuntiva, mi nibelunga optó por irse sin hacer nada y decidimos intentar, hasta el último momento, colocar las dos localidades a conocidos y amigos interesados, pues no podíamos entregar nuestras tarjetas a personas que no fueran de nuestra absoluta confianza. Y así hasta hoy mismo, que ha sido cuando he podido leer, por vez primera, en la página web del Teatro el siguiente mensaje: «A partir del 24 de septiembre los abonados con Tarjeta de Abono podrán imprimir las localidades que deseen desde el Área de Abonados de esta página web». La temporada comenzó el día 14, pero no será hasta diez días después (¡¡diez días!!) es cuando se pone en marcha la utilidad. Inconcebible, vergonzoso. Una verdadera tomadura de pelo.
Bien. Lo cierto es que en el momento en que escribo estas líneas ya hace más de dos horas que comenzó el anodino Barbiere que Mortier y su equipo programaron para iniciar esta temporada (quebrantando, al parecer, una norma que yo desconocía, pero que se estableció por la época en que Antonio Moral dirigia artísticamente el coliseo: no iniciar la temporada con ninguna producción repetida)(**). A mi nibelunga y a mí nos resultaba imposible acudir hoy a tan aburrido espectáculo, pero por más que lo hemos intentado nos ha sido imposible deshacernos de las entradas, sencillamente porque no las teníamos en nuestro poder, a pesar de haberlas pagado. El sistema de abono con tarjeta impuesto por los responsables del Teatro nos ha dejado con las manos atadas y ha supuesto para nosotros la pérdida de una importante cantidad de euros (más de 150,00 en concreto). ¿A quién dicen que puedo pedirle responsabilidades por lo ocurrido?
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(*) A quien, desde aquí, le deseamos sinceramente todo lo mejor en la lucha que actualmente mantiene contra la enfermedad que le ha retirado de la primera línea de combate.
(**) Así lo cuenta Gonzalo Alonso en su articulito sobre la función de ayer, que fue la del estreno de la temporada.
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