martes, 15 de febrero de 2011

MATTHIAS GOERNE, O LA FRIALDAD GERMÁNICA



EXTRAÑO recital el que ofreció anoche el barítono alemán Matthias Goerne en el Teatro madrileño de la Zarzuela, dentro del XVII Ciclo de Lied que se viene celebrando desde hace años en la capital del reino. Extraño, al menos, para quien esto escribe. Pero más por cuestión de formas que de canto. Y me explico: el intérprete se mostró correctísimo y agradecido con el público, pero tan frío como un cubito de hielo, casi glacial. Y es algo que sorprende, teniendo en cuenta la relación —continua y exitosa— que mantiene desde hace tiempo con el público de la Villa y Corte.

Cantante y pianista empezaron retrasándose bastante al comienzo —desde las butacas hubo, incluso, quien pensó que se estaban haciendo de rogar—, justo antes de que una voz por la megafonía del teatro anunciara que Goerne no iba a cantar una de las piezas previstas en el programa: el bello lied schubertiano Der Schmetterling (La mariposa). Estupor; sorpresa; dudas... Empezaron a correr, entonces, las especulaciones: ¿estaría enfermo el cantante y no deseaba enfrentarse al animoso tempo de la pieza? ¿Acaso no le gustaba? ¿Quizá el pianista Deutsch no llevaba preparada la canción? ¿Se le habría olvidado la partitura en su casa? Lo cierto es que, por deferencia con el público, tendría que haberse especificado la causa de esta repentina decisión, pero no se hizo.

Y tras esta primera supresión vinieron muchas más, pues Goerne y Deutsch cercenaron buena parte de los textos de un recital dedicado íntegramente a Schubert. De Die Wehmut (Tristeza), 3 estrofas de 5; de Ins Stille Land (Hacia la tierra silenciosa), 1 estrofa de tres; de Der Herbstabend (La tarde de otoño), 3 estrofas de 5; de Der Sänger am Felsen (El bardo en la roca), 3 estrofas de 5 y de Abschied von der Harfe (Despedida del arpa), 2 estrofas de 5.

En lo musical la velada transcurrió dentro de lo previsto: un programa redondo y estilísticamente homogéneo, que dio pie a que Goerne desplegara esa musicalidad que le ha hecho célebre. Savoir faire, expresividad suma y aplicación de un canto dúctil, camerístico y variado que es el requerido en este difícil género del lied (donde lo que se dice es igual de importante, o incluso más, que el cómo se dice). Y todo ello servido con esa voz tan reconocible que luce el barítono de Weimar, caracterizada por un engolamiento que afea todas sus interpretaciones, pero que en absoluto desluce el conjunto desde el punto de vista expresivo. Del inicial Der Jüngling und der Tod —donde el barítono matizó perfectamente la diferenciación vocal de los dos personajes que intervienen en la pieza—, hasta el teatral Liedesend —con numerosas variaciones melódicas adaptadas a la acción descrita en el texto—, pasando por el épico, aventurero e iniciático Drang in die Ferne, o por el hermosísimo Du bist die Ruh —que cantó en un verdadero hilo de voz y con un recogimiento casi monacal—, Goerne derrochó musicalidad y dio sobradas muestras del absoluto dominio que ejerce sobre este hermoso y complejo repertorio.

El recital, no obstante, concluyó tan extrañamente como había comenzado, pues a pesar de los continuos aplausos, de las ovaciones y de algunos bravos —hasta cuatro veces salieron a saludar Goerne y Deutsch— no hubo ni un solo bis. Muy cicatero y distante se mostró el barítono alemán. ¿Estaría enfermo? En cualquier caso, si así era deberían haberlo advertido al comienzo del concierto.

Añado, a continuación, un vídeo en el que se puede oír a Goerne interpretar el citado lied Du bist die Ruh. Aunque en el recital de la Zarzuela lo cantó, si cabe, aún con mayor delicadeza que aquí, no obstante servirá para hacerse una idea de cuál es su lectura del mismo.


jueves, 3 de febrero de 2011

LA OBRA DE ANTONIO HERNÁNDEZ PALACIOS: ALGUNOS RECUERDOS



LOS originales de Antonio Hernández Palacios son, sencillamente, magníficos e impresionantes, desde cualquier punto de vista que se vean: por trabajo de abocetado (el lápiz suele estar muy presente en sus planchas originales, pues tampoco cuidaba mucho su borrado, y muestra que el autor era rápido, preciso y esquemático al bosquejar), por detallismo gráfico (casi barroquismo), por coloreado, por montaje...

 Primera viñeta del álbum Roncesvalles, cuyo original tuve la oportunidad de ver en la
exposición madrileña del año 2002. El abocetado a lápiz era perfectamente
visible (aunque, por desgracia, no se aprecie en esta imagen)


Viñeta de la serie Mac Coy, en la que se aprecia perfectamente el trabajo
de entintado de Palacios y los trazos de lápiz sin borrar


Boceto del maestro, con una interpretación personal y muy
"guerrillera" de su propia esposa, Carmen Ochoa


Diversos bocetos, entre los que se encuentran algunos para las series
Manos Kelly y El Libertador (dedicado a Simón Bolívar)


Quienes tuvimos la suerte de ver sus originales con cierto detenimiento hemos quedado impactados para siempre jamás. Creo que fue el mismo día de 1984 en que conocí a Antonio —había quedado con él, por mediación de Ernesto Santolaya (que me proporcionó su teléfono), en la desaparecida Totem Cómics, la tienda que dirigía Mariano Ayuso— cuando tomé contacto, por vez primera, con uno de sus originales: se trataba de una lámina del portafolios El viejo Oeste, en concreto aquélla en la que aparece representado "Mangas Coloradas", jefe de los apaches mimbreños, que Antonio había coloreado y puesto a la venta por 25.000 pesetas. "Una minucia", pensarán ustedes ahora. Pero para un adolescente que no disponía de capital propio, el objetivo de comprarla se hizo inalcanzable. Y bien que lo siento. Siempre me arrepentiré de no haber pedido ese dinero a mis padres. En todo caso, aún recuerdo con nitidez el color rosa pálido que Antonio había utilizado para la camisa del indómito jefe indio.


La lámina de "Mangas Coloradas", para el portafolios El viejo Oeste


La siguiente experiencia con sus soberbios trabajos —en esta ocasión ya se trataba de páginas de historieta— se produjo en la 2ª Semana de la Historieta de Madrid, celebrada en mayo de 1985, donde se organizaron dos sendas exposiciones dedicadas al propio Antonio y al maestro argentino José Luis Salinas.




Entre las planchas que más huella dejaron en mi memoria recuerdo ahora varias de La toma de Coímbra —en mi opinión, uno de los mejores trabajos gráficos de toda la historia de los cómics— y de La tumba de oro, concretamente el episodio donde se resume la tarea evangelizadora llevada a cabo por fray Junípero Serra, que Antonio supo narrar de modo maravilloso y con gran habilidad, coloreando con un sola tonalidad todas las escenas que transcurrían en el pasado para lograr, de este modo, una efectiva elipsis narrativa. A quien conozca un poco la obra de Palacios sabrá que ésta es una técnica que el autor utilizó también en otros pasajes, por ejemplo cuando “Manos” narra los luctuosos hechos de El Álamo.


 
 
 

Ocho soberbias páginas de La toma de Coímbra (la penúltima es un original)


Y otras seis páginas, no menos estupendas, de Manos Kelly (las dos de arriba
con el episodio de El Álamo, y las cuatro de abajo, con el de Junípero Serra)


Recuerdo, también, que me llamaron mucho la atención algunas planchas de su magnífica adaptación de Les chants de Maldoror, y de modo muy especial la ilustración a toda página que abre dicha historia. En ella verificamos una de las características del trabajo de Hernández Palacios: el recurso a la fotografía como técnica documental e inspiradora. Además, presenta referencias escultóricas y cinematográficas evidentes y muy conocidas, como el caso de ese largo y fantasmal cortejo fúnebre, que está sacado directamente del film mudo El tesoro de Arne (Herr Arnes pengar, 1919), del director sueco Mauritz Stiller.

Primera plancha de la adaptación de Los cantos de Maldoror


Muchos años después, en 2002, se organizó aquí, en Madrid, una soberbia exposición en el Centro Cultural "Conde Duque", con una amplísima y variada muestra de la producción "palaciega". Tuve la ocasión de visitarla tres o cuatro veces.

Allí volví a babear de lo lindo y me dejé hechizar por páginas que ya conocía bien, y por otras que no había visto nunca. Por ejemplo, las del relato corto y sin título de Manos Kelly que se había publicado en las revistas Metal Hurlant y Saloon, narrando la juventud del protagonista. En concreto era impactante la plancha original en que aparece la estampida de los bisontes: me dejó sin palabras. ¡Qué prodigio de entintado! ¡Qué manera de manejar el pincel y de resolver texturas! ¡Madre mía!

Plancha 5 de la historia sin título de Manos Kelly de la que se habla más arriba.
Servidor la vio en blanco y negro y era tan impactante como coloreada


Tampoco le andaba a la zaga el impresionante trabajo con que Antonio colaboró en la obra colectiva Los derechos humanos, de Ikusager, ilustrando el artículo 10, sobre el derecho de los ciudadanos a un juicio justo. La historia se titula El proceso, y en ella se narra nada menos que el juicio contra Jesucristo. No recuerdo bien cuántas páginas de esta obra se expusieron en la muestra del 2002, pero sí quedaron grabadas como a fuego en mi memoria dos de ellas: las soberbias planchas de la presentación de Cristo ante Pilato, donde el reo es dibujado semidesnudo y a todo lo largo del centro de las páginas, actuando como eje divisorio de la acción. De este modo, se obtiene una brillante composición que no sólo pone el foco en la persona de Jesús —personaje central de la historia—, sino que además crea dos campos diferenciados —ocupado cada uno de ellos por las dos partes encausadoras: Pilato y los sacerdotes del Sanedrín alternándose—, que contribuyen a agilizar el ritmo narrativo y a crear una mayor tensión. En fin, fue una experiencia artística y espiritual impagable.

Los derechos humanos: las dos páginas de El proceso que recuerdo bien


Desafortunadamente, nadie fue capaz en Madrid de editar un catálogo en condiciones (buen papel, gran tamaño), aunque hubiera costado su dinero. Lo único que se publicó fue un librito minúsculo y recoleto (con buen papel, eso sí) en el que resultaba imposible hacer justicia al trabajo del gran maestro (entre otras razones porque apenas aparecen ilustraciones). En fin, Serafín...


 Portada del "cataloguito" publicado con ocasión de la muestra
organizada en el Cuartel del Conde-Duque


Menos mal que el Ayuntamiento de Palma del Condado había hecho, años atrás, la tarea que no realizó el de Madrid, editando un catálogo para la exposición que, en torno a la obra de Hernández Palacios, se organizó allí en abril de 1996 (todo ello gracias a los buenos oficios de Pedro Tabernero, amigo y editor del artista madrileño, y a quien debemos la publicación de muchas de sus obras que, sin su empeño, nunca habrían visto la luz). Catálogo que, sin ser una maravilla —resulta demasiado breve y uno se queda con ganas de más texto e imágenes—, está a años luz del que se publicó en el Cuartel del Conde Duque pues, entre otras cosas, presenta mucho material gráfico a un tamaño magnífico. Cualquier interesado en el tema, y no digamos ya si se trata de aficionados a la vida y obra de Hernández Palacios, debería hacerse con un ejemplar cuanto antes, porque verdaderamente merece la pena.


El catálogo editado en La Palma del Condado


En cuanto al tema de los guiones, creo que en el caso de “Manos” y de El Cid nos hallamos ante dos buenas historias, muy originales en su planteamiento (sobre todo en el primer caso), bien narradas, poco maniqueas y nada patrioteras. Lo de “Un español en el Oeste”, con que se anunciaba la primera de las dos series, quizá pudiera encerrar un mensaje subliminal de parte del régimen franquista. Pero, más bien, creo que se trataba de un gancho publicitario y, sobre todo, de algo que destacaba pintiparadamente la idea motriz o genésica que había empujado a Antonio a realizar dicha historia: dar a conocer al lector (sobre todo al patrio, claro está) el importante papel que España había jugado en el nacimiento de los Estados Unidos de Norteamérica y en su posterior desarrollo como nación (realidad que ha sido ignorada, a menudo, no sólo por EE.UU, sino incluso —y es lo peor— por las propias autoridades españolas). En todo caso, para quien esté interesado en el tema y no tenga ganas de echar mano de los libros especializados que existen, le aconsejo que escuche el muy curioso programa de la magnífica serie Documentos RNE —que emite RNE 1— titulado España en el nacimiento de una nación (está en la página web de RNE y puede bajarse en formato mp3 y grabarse).

Finalmente, y por lo que se refiere al color de los originales palaciegos, a su brillantez y a su perennidad, puedo asegurar que los que yo ví en el año 1985 y disfruté luego en el 2002 se encontraban en magníficas condiciones. De manera que podría llevarse a cabo una reedición con la opera omnia del maestro —o, al menos, con sus trabajos más destacables— verdaderamente de lujo. ¿Habrá alguien que acepte el reto? C’est un mystère.

martes, 1 de febrero de 2011

ANTONIO HERNÁNDEZ PALACIOS (1921-2000): BIOICONOGRAFÍA

HOY pocas palabras. Sobre todo imágenes que ilustran una vida. La de un gran creador que, en la actualidad, anda bastante olvidado. ¿Se adoptarán, alguna vez, medidas para evitar esto, de modo que la obra de Hernández Palacios pueda ser conocida y visitada de manera permanente (por ejemplo, bajo la forma de un pequeño museo)? Ojala fuera así, pero no sé yo...

Pienso que una gran oportunidad para reivindicar la figura de este gran artista español nacido en Madrid —ya que el gobierno regional de esta Comunidad Autónoma no hace nada al respecto— vendría dada con el futuro Museu del Còmic i la Il·lustraciò de Catalunya, que se está montando actualmente en la ciudad de Badalona. Pero ya su propia denominación oficial —con ese ambito geográfico restrictivo— y el plan director que se hizo público en su momento, invitan a sospechar que los intereses políticos y nacionalistas terminarán pesando más que los puramente artísticos. Y conste que no soy yo el único en maliciarme eso. Y es que, tal y como han ido las cosas en los últimos años (¿últimas décadas?) no sería extraño que Hernández Palacios apareciera ubicado —en caso de que lo seleccionasen— entre los dibujantes "estatales", para diferenciarlos de los estrictamente "catalanes". Pero bueno, mantengamos la esperanza...

De todas formas, conviene tener presente que estamos en España —el país par excellence del "nadie es profeta en su tierra"— y que, para más inri, hablamos de un dibujante de tebeos... Eso lo dice todo y nos da una pista de por dónde pueden ir las cosas.

Pero dejémonos de lamentos, cerremos la boca (¡anda que... menos mal que no iba a hablar!) y demos paso a las imágenes...


Dos imágenes de Antonio durante su estancia profesional en Cuba (1959)


Compartiendo momentos de tertulia con Salvador Dalí y unos amigos
(Antonio es el primero por la derecha, en la foto de arriba,
y el primero por la izquierda, de espaldas, en la de abajo)


Tres imágenes de Antonio en su domicilio madrileño, durante los momentos gloriosos de su
etapa en Trinca (principios de los años 70). Además del estudio que tenía en casa, durante
años mantuvo otro en la Plaza de Colón (cuyo abandono había empezado a considerar
hacia mediados de los años 80, cuando un servidor le conoció y trató). En la última
imagen, Antonio posa delante de dos soberbias reproducciones de su
segundo álbum de El Cid, titulado Las Cortes de León


 Imagen promocional de Antonio para el grupo editor francés Dargaud
(finales años 70-principios 80)


 Antonio y Jean-Pierre Gourmelen, dibujante y guionista, respectivamente,
de la serie Mac Coy (finales años 70-principios 80)


 Antonio en una imagen de los años 80


Jesús Blasco, patriarca de los historietistas españoles, bromeando con Antonio


Antonio y Carlos Giménez en Totem Cómics, la tienda que Mariano Ayuso
dirigía en la madrileña calle de Gaztambide (donde tuve la fortuna de conocer al maestro)


Antonio y el tabaco (negro): compañeros inseparables y cómplices de innúmeras creaciones


Antonio (en el centro) bromeando con su mujer, Carmen Ochoa, mientras el grandísimo
dibujante Alberto Breccia escucha con atención (fotografía tomada, seguramente, en
la II Semana de la Historieta de Madrid, celebrada del 7 al 12 de mayo de 1985)


Antonio, ya muy mayor y con aspecto bastante demacrado, en el Expocómic de 1999,
poco antes de su fallecimiento (acaecido en enero de 2000)

En el impagable Youtube he hallado un vídeo donde pueden verse unas imágenes (muy breves) de Antonio sentado, muy posiblemente como participante en una de las habituales conferencias con autores que suelen organizarse en este tipo de celebraciones. Aparece, sonriente, escuchando con mucha atención y acompañado por su inseparable cigarrillo, entre el minuto 2:09 y 2:13. Es bien poco, cierto, pero menos da una piedra.


Sirva esta entrada como sentido testimonio de admiración y recuerdo al gran maestro que fue Antonio Hernández Palacios, así como de reivindicación para que su figura sea recuperada cuanto antes.