¿ES la manifestación de una voluntad popular? ¿O será, por ventura, una consecuencia del impacto que la telegenia puede ejercer sobre los ciudadanos en esta sociedad de la imagen? Quizá sólo sea el resultado del hastío y el desencanto del paisanaje... Lo cierto es que en los medios de comunicación y a nivel de la calle, a estas alturas del año 2015 —cuando aún faltan más de siete meses para las próximas elecciones generales (si Rajoy no las adelanta)— parece transmitirse la idea de que los dos únicos candidatos que compiten para hacerse con la presidencia del gobierno de esta nación de naciones son Albert Rivera (C's) y Pablo Iglesias (Podemos). Jóvenes, buenos oradores, aceptables fajadores —con algo más de simpatía Rivera que Iglesias, al que no le gusta mucho que le contradigan— de aspecto cercano y sencillo, en las antípodas de la imagen del político a que nos hemos ido acostumbrando (desde que Felipe González y Alfonso Guerra cambiaran la chaqueta de pana por el sobrio traje de gobernantes, porque fueron ellos los primeros en romper con la formalidad del político de toda la vida, todo hay que decirlo). En definitiva, pareciera que no hay otros candidatos en liza. Es, sin duda, la devastadora consecuencia del "efecto desencanto", que ya ha subsumido al conjunto de los ciudadanos —hartos, como están, de un sistema podrido hasta los tuétanos por la corrupción y el compadreo—, y que tiene a una buena parte de los mismos entregada a las promesas de regeneración y al populismo. A lo que sea, pero siempre que se ofrezca como nuevo (aunque prometa incluso lo irrealizable). Y tal es la impresión que parece confirmarse después de la cita electoral desarrollada el pasado domingo día 22 en Andalucía: los grandes triunfadores de la misma han sido, precisamente, Albert Rivera y Pablo Iglesias. Las nuevas promesas. Porque no vamos a engañarnos: es a ellos, y no a los respectivos candidatos de sus partidos en dicha comunidad autónoma, a quienes votaron los andaluces (y andaluzas, claro). Como pasaba con Adolfo Suárez, con Felipe González e incluso con Kabir Bedi. ¿Se acuerdan? "¡¡Queremos un hijo tuyo, Sandokán!!". Pues algo parecido en este caso. ¿Estamos ante una premonición de lo que va a ocurrir en las próximas elecciones generales? Difícil responder a eso, pues siempre es complicado extrapolar los resultados de unas elecciones para aplicarlos a otras. Aunque a mí no me parece imposible que lo ocurrido en Andalucía —con las modificaciones lógicas impuestas por las diferencias de cada territorio y situación— sea un termómetro bastante fiable para ir intuyendo lo que ocurrirá a nivel nacional dentro de unos meses (primero en las municipales y luego, finalmente, en las generales).
En todo caso, lo que ha quedado claro tras las elecciones del domingo es: 1º) que los andaluces no parecen desear el cambio (deben considerar que están bien como están); 2º) que el bipartidismo no se encuentra tan agostado como nos quieren hacer creer quienes buscan la tabla rasa con el sistema que nos trajo la democracia; 3º) que Podemos no es el partido político que viene a llenar el hueco del PSOE (aunque ya digo que la costumbre de leer resultados electorales autonómicos a nivel nacional y extrapolándolos es arriesgada y puede llevarnos a equivocaciones de bulto); 4º) que la estrategia de Rajoy y sus muchachos —¡ay Arriola, Arriola!— está completamente equivocada: ya no basta (al menos no sólo) con presentar programas o dar el coñazo con el tema de la recuperación económica (que será cierta a nivel macroeconómico o empresarial, no digo que no, pero que la gente, sin embargo, no percibe a nivel personal o familiar); 5º) que Rivera es un magnífico líder que ha sabido ganarse la voluntad de los ciudadanos (y ciudadanas, claro), con los que conecta en grado proporcionalmente inverso a como parece hacerlo Rosa Díez; y 6º) que UPyD —un partido que despertó grandes esperanzas hace siete años— debe reflexionar sobre su estrategia, porque las cuentas no le salen (de hecho, cada vez son peores).
Es indudable que tras los últimos diez u once años —tras los salvajes atentados de Atocha, el gobierno de Rodríguez Zapatero y el remate de la crisis— el país ha quedado para el arrastre: tanto desde el punto de vista anímico como material. La sociedad se ha polarizado, extremando posiciones y volviendo a retomar ideas, frases y consignas que ya parecían olvidadas gracias a la vacuna democrática que nos llegó con la Transición (que algunos no hacen más que negar por activa y por pasiva). Desencanto absoluto, desilusión total, cabreo constante y miseria creciente dentro de un panorama de corrupción política generalizada y transversal (o casi: no seamos injustos con algunos partidos). Un caldo de cultivo inmejorable, en todo caso, para que los populismos, las demagogias y las telegenias hagan su agosto. Y es lo que está ocurriendo, ni más ni menos. Da igual lo que uno haya hecho en este tiempo, las iniciativas que se hayan adoptado o los pasos que se hayan dado en pro de una regeneración política efectiva. Eso no tiene la menor importancia cuando de lo que se trata es de luchar contra algo tan a flor de piel como el desencanto o el hastío.
Yo no sé ustedes qué piensan al respecto, pero un servidor tiene claro tres cosas: 1ª) que en todas las elecciones venideras no va a votar a uno solo de los partidos que han tenido responsabilidades de gobierno en este período de democracia que llevamos (es decir, pienso en PP, PSOE o IU); 2ª) que pese a mi enorme deseo de regenerar la vida política de España —no menor al de otros muchos ciudadanos, puedo asegurarlo— no quiero al frente de las instituciones a un grupo de líderes políticos que se mean encima de gusto cada vez que hablan de Hugo Chávez; y 3º) que no es justo que casi todo el trabajo político de acoso y derribo a la corrupción (asunto de Bankia-Cajamadrid, escándalo de las tarjetas "black", impulso del discurso para la regeneración democrática, etc.) lo haya espoleado y perseguido en los tribunales un partido concreto —cuyos líderes, además, han hecho una magnífica labor de oposición en el Congreso durante la legislatura— y, sin embargo, ahora sea Ciudadanos —que no tenía representación más allá del parlamento catalán— el que se vaya a llevar el gato al agua, rentabilizando todo eso. Pero ya sabemos que la política no es justa, sino veleidosa, cruel y egoísta, aunque necesaria. Y sólo útil cuando se puede hacer algo con ella (o gracias a ella). Así es que ha llegado el momento, creo yo, de que ciertos partidos políticos tomen algunas graves decisiones. Otros ya lo hicieron antes, bien optando por suavizar su discurso primigenio y maquillando sus verdaderas intenciones ideológico-programáticas con la idea de ampliar su espectro electoral, bien haciendo de tripas corazón y sacrificando algunos principios que teóricamente defendían para lograr extenderse por todo el territorio nacional. Entre la incorruptibilidad de Robespierre y el posibilismo pragmático de nuestro Cánovas del Castillo creo yo que se encuentra colocado ahora el tablero de juego. Y es ahí donde debería mover ficha cierta agrupación política, de cuyo nombre no quiero acordarme, si quiere seguir siendo algo en la vida pública española. Porque en mi modesta opinión aún tiene muchas cosas interesantes que aportar. A buen entendedor, pocas palabras bastan...
PD: por favor, no dejen de leer este interesantísimo artículo (que pueden ver también aquí, con comentarios incluidos), pues azota (con buenos argumentos) las tesis posibilistas sobre el pacto UPyD-C's y no coincide con parte de lo que defendemos en esta entrada...
En todo caso, lo que ha quedado claro tras las elecciones del domingo es: 1º) que los andaluces no parecen desear el cambio (deben considerar que están bien como están); 2º) que el bipartidismo no se encuentra tan agostado como nos quieren hacer creer quienes buscan la tabla rasa con el sistema que nos trajo la democracia; 3º) que Podemos no es el partido político que viene a llenar el hueco del PSOE (aunque ya digo que la costumbre de leer resultados electorales autonómicos a nivel nacional y extrapolándolos es arriesgada y puede llevarnos a equivocaciones de bulto); 4º) que la estrategia de Rajoy y sus muchachos —¡ay Arriola, Arriola!— está completamente equivocada: ya no basta (al menos no sólo) con presentar programas o dar el coñazo con el tema de la recuperación económica (que será cierta a nivel macroeconómico o empresarial, no digo que no, pero que la gente, sin embargo, no percibe a nivel personal o familiar); 5º) que Rivera es un magnífico líder que ha sabido ganarse la voluntad de los ciudadanos (y ciudadanas, claro), con los que conecta en grado proporcionalmente inverso a como parece hacerlo Rosa Díez; y 6º) que UPyD —un partido que despertó grandes esperanzas hace siete años— debe reflexionar sobre su estrategia, porque las cuentas no le salen (de hecho, cada vez son peores).
Es indudable que tras los últimos diez u once años —tras los salvajes atentados de Atocha, el gobierno de Rodríguez Zapatero y el remate de la crisis— el país ha quedado para el arrastre: tanto desde el punto de vista anímico como material. La sociedad se ha polarizado, extremando posiciones y volviendo a retomar ideas, frases y consignas que ya parecían olvidadas gracias a la vacuna democrática que nos llegó con la Transición (que algunos no hacen más que negar por activa y por pasiva). Desencanto absoluto, desilusión total, cabreo constante y miseria creciente dentro de un panorama de corrupción política generalizada y transversal (o casi: no seamos injustos con algunos partidos). Un caldo de cultivo inmejorable, en todo caso, para que los populismos, las demagogias y las telegenias hagan su agosto. Y es lo que está ocurriendo, ni más ni menos. Da igual lo que uno haya hecho en este tiempo, las iniciativas que se hayan adoptado o los pasos que se hayan dado en pro de una regeneración política efectiva. Eso no tiene la menor importancia cuando de lo que se trata es de luchar contra algo tan a flor de piel como el desencanto o el hastío.
Yo no sé ustedes qué piensan al respecto, pero un servidor tiene claro tres cosas: 1ª) que en todas las elecciones venideras no va a votar a uno solo de los partidos que han tenido responsabilidades de gobierno en este período de democracia que llevamos (es decir, pienso en PP, PSOE o IU); 2ª) que pese a mi enorme deseo de regenerar la vida política de España —no menor al de otros muchos ciudadanos, puedo asegurarlo— no quiero al frente de las instituciones a un grupo de líderes políticos que se mean encima de gusto cada vez que hablan de Hugo Chávez; y 3º) que no es justo que casi todo el trabajo político de acoso y derribo a la corrupción (asunto de Bankia-Cajamadrid, escándalo de las tarjetas "black", impulso del discurso para la regeneración democrática, etc.) lo haya espoleado y perseguido en los tribunales un partido concreto —cuyos líderes, además, han hecho una magnífica labor de oposición en el Congreso durante la legislatura— y, sin embargo, ahora sea Ciudadanos —que no tenía representación más allá del parlamento catalán— el que se vaya a llevar el gato al agua, rentabilizando todo eso. Pero ya sabemos que la política no es justa, sino veleidosa, cruel y egoísta, aunque necesaria. Y sólo útil cuando se puede hacer algo con ella (o gracias a ella). Así es que ha llegado el momento, creo yo, de que ciertos partidos políticos tomen algunas graves decisiones. Otros ya lo hicieron antes, bien optando por suavizar su discurso primigenio y maquillando sus verdaderas intenciones ideológico-programáticas con la idea de ampliar su espectro electoral, bien haciendo de tripas corazón y sacrificando algunos principios que teóricamente defendían para lograr extenderse por todo el territorio nacional. Entre la incorruptibilidad de Robespierre y el posibilismo pragmático de nuestro Cánovas del Castillo creo yo que se encuentra colocado ahora el tablero de juego. Y es ahí donde debería mover ficha cierta agrupación política, de cuyo nombre no quiero acordarme, si quiere seguir siendo algo en la vida pública española. Porque en mi modesta opinión aún tiene muchas cosas interesantes que aportar. A buen entendedor, pocas palabras bastan...
PD: por favor, no dejen de leer este interesantísimo artículo (que pueden ver también aquí, con comentarios incluidos), pues azota (con buenos argumentos) las tesis posibilistas sobre el pacto UPyD-C's y no coincide con parte de lo que defendemos en esta entrada...