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jueves, 25 de octubre de 2018
NOVEDADES DE PONENT MON PARA NOVIEMBRE Y DICIEMBRE DE 2018
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lunes, 20 de agosto de 2018
NOVEDADES DE PONENT MON PARA AGOSTO-SEPTIEMBRE DE 2018
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lunes, 17 de octubre de 2016
NOVEDADES DE PONENT MON PARA NOVIEMBRE Y DICIEMBRE DE 2016
CARGADITA viene la bolsa de novedades de la editorial leridana para los próximos meses de noviembre y diciembre:
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sábado, 17 de septiembre de 2016
martes, 12 de julio de 2016
NOVEDADES DE PONENT MON PARA EL ÚLTIMO CUATRIMESTRE DE 2016
LA editorial de Amiram Reuveni —que tantas alegrías viene dándonos a los aficionados desde hace un tiempo— ha decidido acabar fuerte el año y presenta en sociedad un catálogo de novedades para este último cuatrimestre de 2016 que nos hace temblar de puro placer. No es sólo que sigan adelante las series que viene sacando con regularidad —Barbarroja, El Mercenario, El Gavilán, Tanguy & Laverdure, etc.—, sino que, además, ha logrado concluir con éxito la edición integral de Mac Coy —se anuncia el último volumen en este mismo catálogo, con lo que al fin veremos reeditado este célebre western clásico del tebeo europeo— y nos avisa sobre la publicación de verdaderas joyas que algunos estábamos deseando tener en nuestras manos desde hace muuuuuucho tiempo. Entre ellas, por ejemplo, un libro con relatos cortos de Sergio Toppi —titulado Pribiloff 1898 y otras historias septentrionales— que, con toda seguridad, será el primero de muchos más y abrirá el camino a la presencia, de nuevo en España, de otros grandes autores clásicos italianos.
Pero hay algo que me ha llamado la atención especialmente en este catálogo de novedades y que cualquier buen aficionado no debería pasar por alto. Me refiero, claro está, a lo que parece ser el afianzamiento de la colaboración entre Ponent Mon y Graphiclassic, que puede proporcionarnos momentos de enorme felicidad y que va a dar como resultado, ya mismo, la publicación de dos nuevos libros: en primer lugar, el segundo volumen que Graphiclassic dedica a la obra de Julio Verne —recordemos que el primero de ellos, también hecho en coedición (y que reseñamos brevemente aquí), se ocupaba de la vida del célebre literato francés— y, sobre todo, el primer estudio monográfico sobre Antonio Hernández Palacios que se publica en el mundo —titulado Antonio Hernández Palacios. Épica y corazón—, que da inicio a lo que será una nueva colección de la firma, titulada "Graphicómics. Grandes Maestros".
Recordemos, por si algún despistado aún no lo sabe, que tras el proyecto Graphiclassic se encuentra el ubicuo y casi omnipotente Carlos Uriondo —el Charles Caum de las redes que, junto al dibujante e ilustrador Horacio Díez, estuvo al frente del popular blog Cómics. Historietas. Tebeos, y editó la efímera (aunque magnífica) revista teórica del mismo nombre. Y junto a él, un impresionante plantel de amigos y colaboradores, entre los que destacan muy activamente Luis Conde y Vital García Tardón. Todos ellos están llevando a cabo una titánica labor recuperadora y promocional de los grandes clásicos de la literatura de aventuras —hasta el momento han centrado su atención en Stevenson, Melville y el citado Verne, pero los objetivos son mucho más ambiciosos (me consta)— y es un motivo de alegría el saber que la colaboración entre ellos y Amiram Reuveni sigue adelante y se profundiza. Seguro que todos nosotros acabaremos beneficiándonos de ello.
Muy de celebrar es, también, la recuperación de una serie española clásica, que se mueve a caballo entre el género negro puro y la ciencia ficción: Bogey, de Sánchez y Segura. Un título fundamental de nuestra tebeografía que ahora podremos volver a disfrutar en toda su integridad (y con alguna sorpresa extra).
Esta es la suculenta lista de novedades que nos esperan en los próximos cuatro meses, gracias a Ponent Mon. ¡A disfrutarlas...!
Pero hay algo que me ha llamado la atención especialmente en este catálogo de novedades y que cualquier buen aficionado no debería pasar por alto. Me refiero, claro está, a lo que parece ser el afianzamiento de la colaboración entre Ponent Mon y Graphiclassic, que puede proporcionarnos momentos de enorme felicidad y que va a dar como resultado, ya mismo, la publicación de dos nuevos libros: en primer lugar, el segundo volumen que Graphiclassic dedica a la obra de Julio Verne —recordemos que el primero de ellos, también hecho en coedición (y que reseñamos brevemente aquí), se ocupaba de la vida del célebre literato francés— y, sobre todo, el primer estudio monográfico sobre Antonio Hernández Palacios que se publica en el mundo —titulado Antonio Hernández Palacios. Épica y corazón—, que da inicio a lo que será una nueva colección de la firma, titulada "Graphicómics. Grandes Maestros".
Recordemos, por si algún despistado aún no lo sabe, que tras el proyecto Graphiclassic se encuentra el ubicuo y casi omnipotente Carlos Uriondo —el Charles Caum de las redes que, junto al dibujante e ilustrador Horacio Díez, estuvo al frente del popular blog Cómics. Historietas. Tebeos, y editó la efímera (aunque magnífica) revista teórica del mismo nombre. Y junto a él, un impresionante plantel de amigos y colaboradores, entre los que destacan muy activamente Luis Conde y Vital García Tardón. Todos ellos están llevando a cabo una titánica labor recuperadora y promocional de los grandes clásicos de la literatura de aventuras —hasta el momento han centrado su atención en Stevenson, Melville y el citado Verne, pero los objetivos son mucho más ambiciosos (me consta)— y es un motivo de alegría el saber que la colaboración entre ellos y Amiram Reuveni sigue adelante y se profundiza. Seguro que todos nosotros acabaremos beneficiándonos de ello.
Muy de celebrar es, también, la recuperación de una serie española clásica, que se mueve a caballo entre el género negro puro y la ciencia ficción: Bogey, de Sánchez y Segura. Un título fundamental de nuestra tebeografía que ahora podremos volver a disfrutar en toda su integridad (y con alguna sorpresa extra).
Esta es la suculenta lista de novedades que nos esperan en los próximos cuatro meses, gracias a Ponent Mon. ¡A disfrutarlas...!
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jueves, 21 de abril de 2016
NOVEDADES DE PONENT MON PARA EL MES DE MAYO DE 2016
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sábado, 7 de noviembre de 2015
NOVEDAD EDITORIAL: "JUSTIN HIRIART", DE FRUCTUOSO Y HARRIET
BUENO, en realidad tampoco es una novedad, stricto sensu, pues se trata de una serie que apareció publicada, por vez primera, a principios de los años 80 del pasado siglo. En una época que fue magnífica para el cómic de autor en nuestro país. Y aunque en España pasó algo desapercibida ―ya se sabe: nadie es profeta en su tierra―, lo cierto es que en Francia llegó a colocarse en una buena posición (como lo demuestra el hecho de haberse realizado hasta cinco álbumes de la misma).
Pues bien, a continuación tengo el gusto (y el honor) de presentarles el prólogo que he redactado para este reedición de Justin Hiriart. Se trata de la versión "extensa" ―versión del director o Director's Cut, que podríamos decir, emulando las reediciones que se hacen ahora de películas ya conocidas―, que no hubo ocasión de incluir en el libro por cuestiones técnicas y de espacio. Con ello me quito una espinita y aprovecho para publicitar una buena edición. Que lo disfruten...
Querido lector: deseo iniciar este artículo introductorio confesando que recibí muy ilusionado la invitación de Gregorio Muro Harriet para prologar la edición integral de Justin Hiriart que ahora tienes entre tus manos. Y es que la serie me trae numerosos y buenos recuerdos, alguno de los cuales me gustaría compartir contigo. Supe de su existencia, por vez primera, al poco tiempo de su gestación ―que se produjo en la segunda mitad del año 1981―, cuando el proyecto ya se encontraba en pleno desarrollo y disfrutaba, incluso, de reconocimiento internacional (aunque luego explicaré con algo más de detalle cómo se llegó a tal situación). Y fue así porque, precisamente, en aquella misma época conocí y traté con bastante asiduidad a uno de sus dos autores: el dibujante Francisco Fructuoso Esparza.
Paco y yo mantuvimos una buena y constante relación durante algún tiempo. Frecuenté su casa y en el estudio que allí había montado pude ver cómo creaba algunas de las páginas que aparecen en este álbum integral. Charlábamos (de lo divino y de lo humano), fumábamos (cuando esto aún no estaba tan mal visto como ahora) y, por encima de todo, discutíamos sobre las bondades de nuestros historietistas favoritos; principalmente Antonio Hernández Palacios (que era el mío) y François Bourgeon, por el que Paco sentía verdadera predilección (como podrá comprobar quien lea la obra y vea sus dibujos).
A Gregorio Muro, por el contrario, no he llegado a verlo nunca en persona. No le conozco. Mi relación con él se inició de la manera más fortuita, informal y peregrina que imaginarse pueda: navegando por Facebook y al hilo de ciertos comentarios que hice sobre viñetas de algunos de los tebeos que él había guionizado y que publicó en su perfil. ¡Ya ven ustedes! Y luego dicen que las redes sociales no sirven para nada...
Bueno, lo cierto es que he tenido el placer de acabar siendo el prologuista de esta obra integral, que ahora recupera para España ―casi 35 años después de su primera presentación al público― una serie que los aficionados conocimos a medias en su momento, puesto que aquí sólo llegaron a publicarse tres de los cinco álbumes que la integran. ¿Pero cómo surgió la idea de crear Justin Hiriart —una historia sobre balleneros vascos en el siglo XVII—, y cómo llegó a materializarse? Veámoslo.
Navegar de bolina, o ciñendo trapo, es la forma de navegar a vela contra la dirección del viento en el menor ángulo posible. En tales condiciones, el barco recibe el viento por la amura. Este es el tipo de navegación que nos acerca más al ángulo muerto o de navegación imposible. Y es, también, una metáfora perfecta para referirnos a la forma en que han tenido que maniobrar habitualmente los autores de cómic en nuestro país, avanzando siempre en zigzag y hacia barlovento ―es decir, contra viento y marea― para intentar salvar todo tipo de obstáculos. Es, en todo caso, la imagen marinera que más le conviene a esta serie de Justin Hiriart (aunque podríamos aplicarla a otros muchos proyectos de la historieta española): una idea que se gestó en la mente de dos autores españoles, pero que terminó siendo acogida, financiada y publicada por un editor extranjero (en este caso francés), para terminar siendo editada luego también en España. El pan nuestro de cada día, podríamos decir, hablando de tebeos en nuestro país. Incluso en la actualidad, cuando parece haberse experimentado un importante auge de la historieta —a juzgar por todo lo que se publica—, a muchos de nuestros creadores aún les sigue resultando imposible salir adelante y tienen que buscarse la vida dedicando sus esfuerzos a otra cosa, o bien trabajando para el mercado exterior.
No era el panorama mucho más halagüeño a mediados de los años 70, aunque el boom del cómic de autor ya empezaba a tomar verdadero impulso, gracias a la realización de historias más comprometidas y adultas, su publicación en nuevas cabeceras orientadas hacia un lector distinto del infantil y la aparición de revistas teóricas que dotaron al medio de los primeros instrumentos de reflexión y análisis. Es en este contexto de efervescencia cultural, social y política ―no olvidemos que dicho boom se produjo al mismo tiempo que la transición de la dictadura a la democracia en nuestro país―, donde Gregorio Muro y Paco Fructuoso comenzaron a trabajar profesionalmente.
En 1977, y mientras el proceso autonómico y de reivindicación identitaria en diferentes regiones de España iba tomando auge, la editorial Erein de San Sebastián empezó a publicar una revista mensual en eusquera titulada iPurbeltz (que podríamos traducir como “Culo negro”). Iba dirigida principalmente al público infantil y juvenil de las ikastolas, que comenzaban a proliferar por entonces, y tenía como objetivo difundir dicha lengua a través del cómic y la literatura. Clausurada en 2008, después de 30 años en activo y 362 números publicados, iPurbeltz habría de jugar en aquellos primeros tiempos de andadura un papel de primer orden como trampolín de lanzamiento y vehículo de proyección para la cantera de guionistas, dibujantes e ilustradores vascos de la época.
Al año siguiente, en 1978, Gregorio Muro empezó a colaborar en dicha cabecera como autor completo. Pero poco tiempo después, y por sugerencia de los editores, abandonó el dibujo para dedicarse en exclusiva a los guiones. Fue entonces cuando volvió a ponerse en contacto con su amigo Paco y le propuso la realización de diferentes series e historias cortas, que terminarían publicándose en la revista. Surgieron, así, Txo, Sandra, Lanzasteroides, Hugh Glass…
Y así hasta llegar al año 1981, que fue el de la primera edición del “Salón del Cómic de Barcelona”. Muro y Fructuoso marchan en el mes de mayo a la Ciudad Condal con la idea de vender allí, a los editores españoles, sus historias aparecidas en iPurbeltz. Pero la tentativa no llega a cuajar. Se fijan, sin embargo, en el stand de Jacques Glénat ―donde Juan Giménez ha logrado vender una historia realizada con Ricardo Barreiro y titulada La estrella negra (la primera en color realizada por el dibujante argentino)― y piensan en la posibilidad de dar también ellos el “salto” internacional a Francia, ya que en España no parece haber nadie interesado. Ese mismo día, en el hotel donde ambos se alojan, deciden preparar un álbum de 46 páginas para llevarlo al Festival de Angulema (o Angoulême), que ha de celebrarse ocho meses después (en enero de 1982). Es una ciudad que está relativamente cerca de San Sebastián ―la base de operaciones que utilizará Harriet― y acoge uno de los certámenes comiqueros más importantes del mundo.
La primera idea que éste maneja es de una historia de ciencia ficción ―¿si a Giménez y Barreiro les funcionó, por qué no también a nosotros?, debió pensar el guionista donostiarra―, pero Paco, al que ya por entonces le encantaba Bourgeon y gustaba de dibujar barcos y aviones (pues siempre ha sido un gran aficionado a las maquetas), propone algo en esa línea. Gregorio, que tenía en el horno varios guiones para otros dibujantes de iPurbeltz, elige una serie integrada por historias cortas sobre balleneros vascos, pues piensa que el tema puede interesar a su compañero de aventura. La idea había surgido, al parecer, porque una hermana de nuestro guionista (que es historiadora) se hallaba investigando el árbol genealógico de su apellido materno (de origen vasco-francés) y había encontrado la huella de cierto antepasado que fue capitán de un buque ballenero y se llamaba Justin Harriet ("Arrieta" en vasco-español). La familia, como se ve, acudía en auxilio del creador. Así es que dicho y hecho: Gregorio ya tenía el nombre de su personaje, aunque para alejarlo un poco de la realidad y renunciar a lo que podría parecer algo personalista, decide cambiarle el apellido por otro que sonara de manera parecida y quedase igual de bien. Surgió así la idea de llamarlo Hiriart (que no es sino nuestro "Iriarte").
Una vez acabado el guión del primer álbum (Mar de sangre), Gregorio lo ofreció a sus editores de Erein, que aceptaron la propuesta. Pero en una nueva vuelta de tuerca, el proyecto dio otro paso hacia adelante cuando unos amigos aficionados al cómic vieron el trabajo que Paco estaba realizando y decidieron apostar por la obra y buscar financiación para fundar la editorial Ttarttalo, que sería la que publicaría en España los tres álbumes que conocemos. Pero sólo en español, puesto que los derechos en eusquera ya estaban comprometidos con Erein.
Entretanto llegó el momento de acudir a Angoulême, y allí marcharon ambos autores llevando consigo varias planchas del primer álbum de Justin Hiriart, su conocida portada en la que aparece representada una ballena sumergiéndose en el mar y ese álbum de ciencia ficción que Gregorio propusiera a Paco como primera alternativa, pero que terminó dibujando Daniel Redondo y que conocemos con el título de Las aventuras de Ion y Mirka. El resultado ya sabemos todos cuál fue: Jacques Glénat compró ambos trabajos y estos pasaron a formar parte de la historia del tebeo europeo.
Decía Mariano Ayuso ―en un artículo que dedicó a Harriet y Fructuoso en su conocida revista Sunday (y con el que iniciaba una nueva sección en la misma para promocionar a jóvenes promesas de la historieta)― que los españoles: «tenemos un largo pasado detrás que permite tocar todos los géneros sin tener que recurrir a argumentos foráneos. Tenemos piratas como Blas de Lezo, bandidos generosos como José María el Tempranillo o Joaquín Murrieta, malos integrales como Lope de Aguirre, aventureros increíbles como Aviraneta o agentes especiales […] como el coronel Casinello (sic) o el “cisne”. En fin —concluía el teórico bilbaíno—, que tenemos de todo y a uno le alegra que algunos dibujantes y guionistas vuelvan a lo nuestro. Y lo nuestro es darle palos al inglés… siempre que se pueda» (1).
No es, seguramente, lo más destacable de una serie clásica de aventuras como Justin Hiriart que los corsarios ingleses salgan vapuleados y con el rabo entre las piernas (lo que, efectivamente, ocurre ya en el primer álbum) tras su encuentro con los aguerridos marineros vascos que nos presentan Fructuoso y Harriet. O que los franceses pierdan igualmente en sus encontronazos con ellos, aunque estén caracterizados con rasgos algo más amables que los habitantes de la pérfida Albión. Pero sí podríamos llegar a considerar ambas situaciones imaginarias como exorcismo o acto de justicia reivindicativa, que viene a equilibrar la balanza por todas aquellas veces que —en el cine sobre todo—, hemos sido los españoles los malos de la película. Con todo, lo que de verdad importa en Justin Hiriart es el espíritu de aventura en estado puro que se respira en cada una de sus páginas y viñetas. Porque lo cierto es que nos hallamos ante una historia muy tradicional —y utilizo el término sin ninguna intención peyorativa—, al estilo de la más pura y genuina bande dessinée de las de toda la vida; sin grandes trascendencias, ni excesivas alharacas filosóficas. La aventura por la aventura, vamos. Lo cual es muy de agradecer, por otro lado, teniendo en cuenta que, desde hace unos años, a buena parte de los autores de historieta le ha dado por contarnos su vida y sus neuras a través de las denominadas "novelas gráficas", tan en boga hoy día.
Ello no significa, sin embargo, que el guionista renuncie a plantear algunos temas que le preocupaban —al menos por la época en que escribió la obra—, y sobre los que deseaba llamar la atención. Entre ellos podríamos mencionar, por ejemplo, los relativos a la Naturaleza y su explotación por el hombre, o el respeto hacia las culturas minoritarias, rasgos que, en opinión de Mariano Ayuso, dan al protagonista de la serie «un toque "verde" [...] que presagia a los futuros ecologistas pacifistas, y que viene muy bien para recordar a los lectores que la Naturaleza se acaba y que si de verdad quedan héroes en estos tiempos, esos son los chicos de "Green Peace"» (2).
El trabajo de Harriet y Fructuoso poco tiene que ver, como digo, con la "novela gráfica" actual. Antes bien, se nutre directamente de la tradición literaria aventurera más clásica. Aquella en la que los grandes espacios salvajes, la Naturaleza, la odisea por la supervivencia, el arrostrar todo tipo de peligros y la acción a raudales juegan un papel decisivo. La misma que aparece representada por nombres tan ilustres y conocidos como Daniel Defoe, James Fenimore Cooper, Walter Scott, Nathaniel Hatworne, Hermann Melville, Robert Louis Stevenson, Howard Pyle, Joseph Conrad, Jack London y otros. Pero aún podríamos precisar más, señalando que bebe de dos manantiales específicos (o subgéneros) dentro de la novela de aventuras: la que tiene a los piratas, los navegantes y al mar en general como protagonistas, y la que representa el mundo de la frontera y del encuentro (¿quizá deberíamos decir "choque"?) con las poblaciones autóctonas (en el caso que nos interesa concretamente los indígenas norteamericanos, indios y esquimales). En este sentido, y tras leer las peripecias de Justin Hiriart y su tripulación de aguerridos marineros —sobre todo en el primer volumen—, resulta imposible no pensar inmediatamente en dos obras inmortales y de referencia de la literatura de aventuras, como son El último mohicano, de Fenimore Cooper (The Last of the Mohicans: A Narrative of 1757, Filadelfia, 1826) y Moby Dick, de Hermann Melville (Moby Dick, Nueva York, 1851).
La acción de Justin Hiriart se desarrolla a comienzos del siglo XVII y tiene como protagonista a un capitán ballenero vasco, que da nombre a la serie y va siempre acompañado de su fiel contramaestre, Martín. Gracias a su profesión y a las peculiaridades de la misma —entre ellas, la necesidad de recorrer grandes distancias siguiendo a los cetáceos—, Justin y sus hombres navegarán por las aguas del Noreste de América, en busca de ballenas, de bacalao, de pieles y de otros productos con los que comerciar, visitando lugares tan pintorescos y evocadores como la desembocadura del río San Lorenzo, Terranova, o la Península del Labrador y cruzando su destino con corsarios ingleses, aventureros franceses, tribus de indios y esquimales, etc., en un entorno donde los paisajes y el mar adquieren una importancia de primer orden.
Es una lástima que la serie no tuviera continuidad, pues el tema elegido se prestaba a las mil maravillas para desarrollar nuevas aventuras. La actividad de los balleneros vascos —que se remonta a tiempos muy antiguos (el primer testimonio data de la primera mitad del siglo VII, nada menos)— se inició en las aguas del Mar Cantábrico. Pero pronto, la desaparición de cetáceos en la zona hizo que sus captores tuvieran que extender el área de acción. Y así vemos cómo los antecesores de Justin Hiriart navegaron rumbo al Mar del Norte, primero, y a Islandia, después, hasta terminar alcanzando —al menos desde 1517— las costas septentrionales de América (Terranova y Labrador), que es el marco geográfico en el que veremos actuar a los personajes de la serie. En todos estos lugares dejaron los balleneros vascos (vizcaínos y guipuzcoanos, sobre todo) una profunda huella, como se echa de ver al comprobar la gran cantidad de topónimos que pueden encontrarse hoy día en el área de Red Bay, en la presencia de símbolos vascos (como la ikurriña) en el escudo de la isla de San Pedro y Miquelón, o incluso en el recuerdo de acontecimientos históricos tan luctuosos como el de la denominada "Matanza de los españoles" (o Spánverjavígin), que se produjo en Islandia en el invierno de 1615 —es decir, poco tiempo después de los años en que tienen lugar las peripecias de Justin Hiriart y sus hombres—, cuando los habitantes de la isla —instigados por las autoridades locales— asesinaron a 32 marineros vascos, integrantes de una expedición ballenera que se había visto obligada a pasar el invierno allí por causa de un temporal, y cuya estancia despertó la hostilidad y los recelos de los habitantes del lugar. Un trágico incidente del que, hasta hace poco, quedaban incluso vestigios en la legislación islandesa, como lo demuestra el hecho de que sólo el pasado mes de abril del presente año fuera derogada por las autoridades de la isla una ley que permitía dar muerte a los vascos.
Porque no pensemos que nuestros balleneros eran inocentes turistas en busca de aventuras. No. Se trataba de hombres rudos y curtidos, acostumbrados a unas duras condiciones de vida, y en cuya actividad no quedaba del todo claro dónde estaba la línea fronteriza entre el comercio y la abierta piratería (de hecho, en la serie encontramos algún ejemplo de ello, como podrá ver el lector en su momento). Así, pese a ser los protagonistas, los "buenos" de las aventuras como entidad colectiva, como grupo, cuando ello es necesario para la progresión dramática de la historia, Harriet no duda en presentarnos a algunos de estos balleneros vascos como auténticos delincuentes y tipos faltos de escrúpulo. Y es que, como ocurre en la vida misma —que rehúye, por sistema, el maniqueísmo tan propio de la mala literatura—, en Justin Hiriart encontramos un poco de todo.
Del primer álbum —Mar de sangre, cuyo guión se destaca por la simplicidad argumental, la linealidad narrativa y la presencia de numerosos topoi o lugares comunes bien característicos del relato de aventuras—, pasamos en los siguientes libros a una mayor complejidad de la trama. Hay, además, una cierta preocupación por ofrecer retratos algo más complejos de todos los personajes desde el punto de vista psicológico, al margen de los prototipos de siempre, aunque sin llegar nunca a lo patológico, ni a obstaculizar con ello el desarrollo de la acción: los buenos no lo son del todo —excepto, quizá, el propio Justin (que, de todas formas, es un individuo algo atormentado)— y los malos también tienen algo redimible en su forma de ser y actuar. Pero dado que la serie quedó truncada, no podemos saber cómo habría evolucionado ésta (y sus personajes) en futuros títulos.
Otra característica del trabajo de Harriet se refiere al interés por la documentación y la veracidad histórica. Al margen de todo lo relativo al argot propio de la náutica —imprescindible en este tipo de relatos y que está presente en cada uno de los cinco álbumes—, encontramos en Justin Hiriart referencias a la realidad cotidiana de los balleneros vascos —por ejemplo, expresiones y frases que eran habituales en ellos—, la utilización de conocidas anécdotas históricas que han llegado hasta nosotros y que Harriet incorpora hábilmente al guión —recuerdo, entre otras, la costumbre de saludar irónicamente burlándose de los sacerdotes (y no digo más, para no destripar la sorpresa)—. Todo ello son elementos que contribuyen a dar verosimilitud a lo que ocurre y a ambientar el relato, pero sin caer tampoco en el excesivo didactismo, riesgo principal de cualquier cómic con marcada ambientación histórica, como es éste.
Para recrear todo el universo de ficción imaginado por Harriet, Paco Fructuoso desplegó un estilo que entronca con esa corriente historietística deudora de la escuela denominada de "línea clara", en su vertiente "seria" o "realista" (3); esto es, aquella por la que han transitado —con sus peculiaridades y diferencias lógicas— autores como Edgard Pierre Jacobs, Jacques Martin, Gilles Chaillet, Michel Blanc-Dumont, André Juillard, Vittorio Giardino, Yves Swolfs, Patrice Pellerin y otros. Artistas, todos ellos, cuya máxima preocupación es la definición precisa de la línea, a través de un dibujo limpio, sobrio, depurado y generalmente bastante canónico, que suele renunciar a los tonos intermedios (esto es, al tramado), a las manchas de negro, o a los fuertes efectos de contraste entre sombra y luz a través de la tinta, confiando el acabado de los mismos al color. Por supuesto, todas estas características no siempre están presentes, con absoluta pureza, en el trabajo de Fructuoso, pues el dibujante murciano tiene su particular modo de solucionar cada problema que se le presenta, de modo que no renuncia, por ejemplo, al empleo de tramados y negros para reforzar determinadas viñetas, o lograr volúmenes en ciertos objetos. Y lo mismo ocurre con el color que, a diferencia de la escuela de "línea clara" más clásica —en la que los colores suelen ser planos y poco expresivos—, es aplicado por Fructuoso de modo muy pictórico; esto es, modelando con él formas y volúmenes —a través de aguadas y gradaciones de tonalidad (aplicadas, si no recuerdo mal, con acuarelas líquidas y tintas de color)—, lo que otorga buena parte de su potencial expresivo al dibujo y sirve para completarlo. En este sentido, a mi entender, Paco se muestra mucho más próximo a artistas como Juillard, Giardino, Swolfs o Pellerin, que a Martin, Jacobs y otros.
Aunque la mayor influencia que podemos detectar en su trabajo —reconocida por él mismo— es la ejercida por el parisino François Bourgeon, maestro de maestros y auténtico puntal en el auge que el cómic histórico y de aventuras experimentó durante la década de los pasados años 80. Autor a quien debemos dos obras maestras como son Los pasajeros del viento (Les Passagers du vent, 1979-1984 y 2009-2010) y Los compañeros del crepúsculo (Les Compagnons du crépuscule, 1984-1990). De ambientación bajomedieval esta última, es a la primera a la que Fructuoso debe buena parte de su inspiración en Justin Hiriart, pues en ella los paisajes y, sobre todo, el mar adquieren una importancia superlativa, hasta el punto de convertirse en un personaje más de la historia (tal y como ocurre con nuestra serie). Aún recuerdo perfectamente la admiración con que, en nuestras charlas conjuntas, Paco me hablaba del tratamiento tan prodigioso que Bourgeon dio al mar en Los pasajeros del viento: su oleaje, el agua en permanente movimiento, la espuma borboteante en la cresta de las olas, las salpicaduras, la estela dejada por la quilla de las embarcaciones durante la navegación, sus distintos colores—del azul al verde esmeralda, pasando por los anaranjados y los rojos de los atardeceres— en función de la luz de cada momento... Pero la verdad es que, tras haber vuelto a repasar las viñetas de Justin Hiriart para redactar este prólogo, puedo afirmar con absoluta convicción y certeza que bien poco tiene que envidiar nuestro murciano al maestro galo a la hora de representar el mar, pues lo hace con una maestría, una perfección y una credibilidad tales que el resultado final raya, casi, en lo fotográfico. ¡Ah, y para los más despistados diré que el propio Fructuoso optó por autorretratarse en la figura del propio Justin (como percibirán quienes le conozcan en persona o hayan visto, alguna vez, una fotografía de él).
De entre todas las series que el prolífico Muro Harriet guionizó para dibujantes como Paco Fructuoso, Daniel Redondo, Miguel Berzosa, José Manuel Mata o Luis Astrain, ésta que ahora te dispones a leer, intrépido lector, es, seguramente, la que más éxito y renombre alcanzó, hasta el punto de que uno de los cinco álbumes que integran la obra (en concreto el cuarto) fue nominado en 1988 al Prix Alfred ―actualmente conocido como Fauve d’or―, una de las categorías que se conceden en el Festival Internacional de Angoulême desde el año 1976 para recompensar un álbum publicado en francés el año anterior. Justin Hiriart fue realizada entre 1981 y 1988, siendo Glénat la editorial que publicó todos los libros, cuyos títulos originales son Ecume du sang (1984), Le voyage maudit (1985), Le secret (1985), Le brûlot (1987) y Le navire de Satan (1988). En España, tal como dije antes, gracias a la editorial donostiarra Ttarttalo al menos pudimos conocer los tres primeros volúmenes: Mar de sangre (1983), Viaje maldito (1984) y El secreto (1985). Ahora, gracias a esta nueva edición integral, por fin podremos descubrir qué nos deparaban los dos títulos restantes y cómo proseguían las aventuras de estos intrépidos balleneros vascos que vivieron a principios del siglo XVII.
Toma asiento pues, querido lector, acomódate (si es posible) en un buen sillón orejero y dispón tu espíritu para sumergirte en una historia trepidante, cuyos verdaderos protagonistas son la aventura en estado puro, el mar y los amplios espacios salvajes. La única obligación que tienes es la de disfrutar.
Al menos es lo que desean los autores y éste que suscribe (tu seguro servidor), Alberich el Negro.
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(1) Mariano AYUSO, «Los que empiezan. Fructuoso y Harriet con Mar de Sangre», en Sunday, nº 15-16 (Madrid, 1984), p. 36. Los personajes citados en último lugar son Andrés Cassinello Pérez ―militar que formó parte de los servicios secretos españoles y estuvo implicado en la lucha antiterrorista y en la crea-ción de los GAL― y el espía Luis Manuel González-Mata Lledó, que sirvió a diferentes gobiernos ―incluido el de Franco― en los años 50-70 del pasado siglo.
(2) Mariano AYUSO, ibid.
(3) No hace falta precisar —aunque lo hago, por si acaso— que utilizó aquí el término "línea clara" en un sentido estético muy amplio, alejándome por completo de conceptualizaciones tan restrictivas como las que propuso, por vez primera, Juan E. D'Ors en su «Manifiesto del Nuevo Renacentismo, o qué diablos es eso de la Línea Clara», La Luna de Madrid, nº 6 (abril 1984), pp. 34-35, y que luego volvió a reiterar en su ensayo Tintín, Hergé... y los demás, Ediciones Libertarias, Madrid, (2)2006 (1ª edición de 1988).
Si desean ampliar un poco la información y conocer mejor al guionista de esta serie, pueden escuchar el siguiente programa de radio, que incluye una amplia entrevista con Gregorio Muro:
Pues bien, a continuación tengo el gusto (y el honor) de presentarles el prólogo que he redactado para este reedición de Justin Hiriart. Se trata de la versión "extensa" ―versión del director o Director's Cut, que podríamos decir, emulando las reediciones que se hacen ahora de películas ya conocidas―, que no hubo ocasión de incluir en el libro por cuestiones técnicas y de espacio. Con ello me quito una espinita y aprovecho para publicitar una buena edición. Que lo disfruten...
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PALABRAS PREVIAS
Querido lector: deseo iniciar este artículo introductorio confesando que recibí muy ilusionado la invitación de Gregorio Muro Harriet para prologar la edición integral de Justin Hiriart que ahora tienes entre tus manos. Y es que la serie me trae numerosos y buenos recuerdos, alguno de los cuales me gustaría compartir contigo. Supe de su existencia, por vez primera, al poco tiempo de su gestación ―que se produjo en la segunda mitad del año 1981―, cuando el proyecto ya se encontraba en pleno desarrollo y disfrutaba, incluso, de reconocimiento internacional (aunque luego explicaré con algo más de detalle cómo se llegó a tal situación). Y fue así porque, precisamente, en aquella misma época conocí y traté con bastante asiduidad a uno de sus dos autores: el dibujante Francisco Fructuoso Esparza.
Los autores en sus años mozos, por la época en que se inició la serie (© Ttartalo)
Paco y yo mantuvimos una buena y constante relación durante algún tiempo. Frecuenté su casa y en el estudio que allí había montado pude ver cómo creaba algunas de las páginas que aparecen en este álbum integral. Charlábamos (de lo divino y de lo humano), fumábamos (cuando esto aún no estaba tan mal visto como ahora) y, por encima de todo, discutíamos sobre las bondades de nuestros historietistas favoritos; principalmente Antonio Hernández Palacios (que era el mío) y François Bourgeon, por el que Paco sentía verdadera predilección (como podrá comprobar quien lea la obra y vea sus dibujos).
A Gregorio Muro, por el contrario, no he llegado a verlo nunca en persona. No le conozco. Mi relación con él se inició de la manera más fortuita, informal y peregrina que imaginarse pueda: navegando por Facebook y al hilo de ciertos comentarios que hice sobre viñetas de algunos de los tebeos que él había guionizado y que publicó en su perfil. ¡Ya ven ustedes! Y luego dicen que las redes sociales no sirven para nada...
Bueno, lo cierto es que he tenido el placer de acabar siendo el prologuista de esta obra integral, que ahora recupera para España ―casi 35 años después de su primera presentación al público― una serie que los aficionados conocimos a medias en su momento, puesto que aquí sólo llegaron a publicarse tres de los cinco álbumes que la integran. ¿Pero cómo surgió la idea de crear Justin Hiriart —una historia sobre balleneros vascos en el siglo XVII—, y cómo llegó a materializarse? Veámoslo.
LA INTRAHISTORIA DE UN PROYECTO
Navegar de bolina, o ciñendo trapo, es la forma de navegar a vela contra la dirección del viento en el menor ángulo posible. En tales condiciones, el barco recibe el viento por la amura. Este es el tipo de navegación que nos acerca más al ángulo muerto o de navegación imposible. Y es, también, una metáfora perfecta para referirnos a la forma en que han tenido que maniobrar habitualmente los autores de cómic en nuestro país, avanzando siempre en zigzag y hacia barlovento ―es decir, contra viento y marea― para intentar salvar todo tipo de obstáculos. Es, en todo caso, la imagen marinera que más le conviene a esta serie de Justin Hiriart (aunque podríamos aplicarla a otros muchos proyectos de la historieta española): una idea que se gestó en la mente de dos autores españoles, pero que terminó siendo acogida, financiada y publicada por un editor extranjero (en este caso francés), para terminar siendo editada luego también en España. El pan nuestro de cada día, podríamos decir, hablando de tebeos en nuestro país. Incluso en la actualidad, cuando parece haberse experimentado un importante auge de la historieta —a juzgar por todo lo que se publica—, a muchos de nuestros creadores aún les sigue resultando imposible salir adelante y tienen que buscarse la vida dedicando sus esfuerzos a otra cosa, o bien trabajando para el mercado exterior.
No era el panorama mucho más halagüeño a mediados de los años 70, aunque el boom del cómic de autor ya empezaba a tomar verdadero impulso, gracias a la realización de historias más comprometidas y adultas, su publicación en nuevas cabeceras orientadas hacia un lector distinto del infantil y la aparición de revistas teóricas que dotaron al medio de los primeros instrumentos de reflexión y análisis. Es en este contexto de efervescencia cultural, social y política ―no olvidemos que dicho boom se produjo al mismo tiempo que la transición de la dictadura a la democracia en nuestro país―, donde Gregorio Muro y Paco Fructuoso comenzaron a trabajar profesionalmente.
En 1977, y mientras el proceso autonómico y de reivindicación identitaria en diferentes regiones de España iba tomando auge, la editorial Erein de San Sebastián empezó a publicar una revista mensual en eusquera titulada iPurbeltz (que podríamos traducir como “Culo negro”). Iba dirigida principalmente al público infantil y juvenil de las ikastolas, que comenzaban a proliferar por entonces, y tenía como objetivo difundir dicha lengua a través del cómic y la literatura. Clausurada en 2008, después de 30 años en activo y 362 números publicados, iPurbeltz habría de jugar en aquellos primeros tiempos de andadura un papel de primer orden como trampolín de lanzamiento y vehículo de proyección para la cantera de guionistas, dibujantes e ilustradores vascos de la época.
Cubierta del número 1 de la revista iPurbeltz
Al año siguiente, en 1978, Gregorio Muro empezó a colaborar en dicha cabecera como autor completo. Pero poco tiempo después, y por sugerencia de los editores, abandonó el dibujo para dedicarse en exclusiva a los guiones. Fue entonces cuando volvió a ponerse en contacto con su amigo Paco y le propuso la realización de diferentes series e historias cortas, que terminarían publicándose en la revista. Surgieron, así, Txo, Sandra, Lanzasteroides, Hugh Glass…
Y así hasta llegar al año 1981, que fue el de la primera edición del “Salón del Cómic de Barcelona”. Muro y Fructuoso marchan en el mes de mayo a la Ciudad Condal con la idea de vender allí, a los editores españoles, sus historias aparecidas en iPurbeltz. Pero la tentativa no llega a cuajar. Se fijan, sin embargo, en el stand de Jacques Glénat ―donde Juan Giménez ha logrado vender una historia realizada con Ricardo Barreiro y titulada La estrella negra (la primera en color realizada por el dibujante argentino)― y piensan en la posibilidad de dar también ellos el “salto” internacional a Francia, ya que en España no parece haber nadie interesado. Ese mismo día, en el hotel donde ambos se alojan, deciden preparar un álbum de 46 páginas para llevarlo al Festival de Angulema (o Angoulême), que ha de celebrarse ocho meses después (en enero de 1982). Es una ciudad que está relativamente cerca de San Sebastián ―la base de operaciones que utilizará Harriet― y acoge uno de los certámenes comiqueros más importantes del mundo.
La primera idea que éste maneja es de una historia de ciencia ficción ―¿si a Giménez y Barreiro les funcionó, por qué no también a nosotros?, debió pensar el guionista donostiarra―, pero Paco, al que ya por entonces le encantaba Bourgeon y gustaba de dibujar barcos y aviones (pues siempre ha sido un gran aficionado a las maquetas), propone algo en esa línea. Gregorio, que tenía en el horno varios guiones para otros dibujantes de iPurbeltz, elige una serie integrada por historias cortas sobre balleneros vascos, pues piensa que el tema puede interesar a su compañero de aventura. La idea había surgido, al parecer, porque una hermana de nuestro guionista (que es historiadora) se hallaba investigando el árbol genealógico de su apellido materno (de origen vasco-francés) y había encontrado la huella de cierto antepasado que fue capitán de un buque ballenero y se llamaba Justin Harriet ("Arrieta" en vasco-español). La familia, como se ve, acudía en auxilio del creador. Así es que dicho y hecho: Gregorio ya tenía el nombre de su personaje, aunque para alejarlo un poco de la realidad y renunciar a lo que podría parecer algo personalista, decide cambiarle el apellido por otro que sonara de manera parecida y quedase igual de bien. Surgió así la idea de llamarlo Hiriart (que no es sino nuestro "Iriarte").
Una vez acabado el guión del primer álbum (Mar de sangre), Gregorio lo ofreció a sus editores de Erein, que aceptaron la propuesta. Pero en una nueva vuelta de tuerca, el proyecto dio otro paso hacia adelante cuando unos amigos aficionados al cómic vieron el trabajo que Paco estaba realizando y decidieron apostar por la obra y buscar financiación para fundar la editorial Ttarttalo, que sería la que publicaría en España los tres álbumes que conocemos. Pero sólo en español, puesto que los derechos en eusquera ya estaban comprometidos con Erein.
Entretanto llegó el momento de acudir a Angoulême, y allí marcharon ambos autores llevando consigo varias planchas del primer álbum de Justin Hiriart, su conocida portada en la que aparece representada una ballena sumergiéndose en el mar y ese álbum de ciencia ficción que Gregorio propusiera a Paco como primera alternativa, pero que terminó dibujando Daniel Redondo y que conocemos con el título de Las aventuras de Ion y Mirka. El resultado ya sabemos todos cuál fue: Jacques Glénat compró ambos trabajos y estos pasaron a formar parte de la historia del tebeo europeo.
JUSTIN HIRIART: LA AVENTURA POR LA AVENTURA... Y EL MAR DE FONDO
Decía Mariano Ayuso ―en un artículo que dedicó a Harriet y Fructuoso en su conocida revista Sunday (y con el que iniciaba una nueva sección en la misma para promocionar a jóvenes promesas de la historieta)― que los españoles: «tenemos un largo pasado detrás que permite tocar todos los géneros sin tener que recurrir a argumentos foráneos. Tenemos piratas como Blas de Lezo, bandidos generosos como José María el Tempranillo o Joaquín Murrieta, malos integrales como Lope de Aguirre, aventureros increíbles como Aviraneta o agentes especiales […] como el coronel Casinello (sic) o el “cisne”. En fin —concluía el teórico bilbaíno—, que tenemos de todo y a uno le alegra que algunos dibujantes y guionistas vuelvan a lo nuestro. Y lo nuestro es darle palos al inglés… siempre que se pueda» (1).
No es, seguramente, lo más destacable de una serie clásica de aventuras como Justin Hiriart que los corsarios ingleses salgan vapuleados y con el rabo entre las piernas (lo que, efectivamente, ocurre ya en el primer álbum) tras su encuentro con los aguerridos marineros vascos que nos presentan Fructuoso y Harriet. O que los franceses pierdan igualmente en sus encontronazos con ellos, aunque estén caracterizados con rasgos algo más amables que los habitantes de la pérfida Albión. Pero sí podríamos llegar a considerar ambas situaciones imaginarias como exorcismo o acto de justicia reivindicativa, que viene a equilibrar la balanza por todas aquellas veces que —en el cine sobre todo—, hemos sido los españoles los malos de la película. Con todo, lo que de verdad importa en Justin Hiriart es el espíritu de aventura en estado puro que se respira en cada una de sus páginas y viñetas. Porque lo cierto es que nos hallamos ante una historia muy tradicional —y utilizo el término sin ninguna intención peyorativa—, al estilo de la más pura y genuina bande dessinée de las de toda la vida; sin grandes trascendencias, ni excesivas alharacas filosóficas. La aventura por la aventura, vamos. Lo cual es muy de agradecer, por otro lado, teniendo en cuenta que, desde hace unos años, a buena parte de los autores de historieta le ha dado por contarnos su vida y sus neuras a través de las denominadas "novelas gráficas", tan en boga hoy día.
Ello no significa, sin embargo, que el guionista renuncie a plantear algunos temas que le preocupaban —al menos por la época en que escribió la obra—, y sobre los que deseaba llamar la atención. Entre ellos podríamos mencionar, por ejemplo, los relativos a la Naturaleza y su explotación por el hombre, o el respeto hacia las culturas minoritarias, rasgos que, en opinión de Mariano Ayuso, dan al protagonista de la serie «un toque "verde" [...] que presagia a los futuros ecologistas pacifistas, y que viene muy bien para recordar a los lectores que la Naturaleza se acaba y que si de verdad quedan héroes en estos tiempos, esos son los chicos de "Green Peace"» (2).
El trabajo de Harriet y Fructuoso poco tiene que ver, como digo, con la "novela gráfica" actual. Antes bien, se nutre directamente de la tradición literaria aventurera más clásica. Aquella en la que los grandes espacios salvajes, la Naturaleza, la odisea por la supervivencia, el arrostrar todo tipo de peligros y la acción a raudales juegan un papel decisivo. La misma que aparece representada por nombres tan ilustres y conocidos como Daniel Defoe, James Fenimore Cooper, Walter Scott, Nathaniel Hatworne, Hermann Melville, Robert Louis Stevenson, Howard Pyle, Joseph Conrad, Jack London y otros. Pero aún podríamos precisar más, señalando que bebe de dos manantiales específicos (o subgéneros) dentro de la novela de aventuras: la que tiene a los piratas, los navegantes y al mar en general como protagonistas, y la que representa el mundo de la frontera y del encuentro (¿quizá deberíamos decir "choque"?) con las poblaciones autóctonas (en el caso que nos interesa concretamente los indígenas norteamericanos, indios y esquimales). En este sentido, y tras leer las peripecias de Justin Hiriart y su tripulación de aguerridos marineros —sobre todo en el primer volumen—, resulta imposible no pensar inmediatamente en dos obras inmortales y de referencia de la literatura de aventuras, como son El último mohicano, de Fenimore Cooper (The Last of the Mohicans: A Narrative of 1757, Filadelfia, 1826) y Moby Dick, de Hermann Melville (Moby Dick, Nueva York, 1851).
La acción de Justin Hiriart se desarrolla a comienzos del siglo XVII y tiene como protagonista a un capitán ballenero vasco, que da nombre a la serie y va siempre acompañado de su fiel contramaestre, Martín. Gracias a su profesión y a las peculiaridades de la misma —entre ellas, la necesidad de recorrer grandes distancias siguiendo a los cetáceos—, Justin y sus hombres navegarán por las aguas del Noreste de América, en busca de ballenas, de bacalao, de pieles y de otros productos con los que comerciar, visitando lugares tan pintorescos y evocadores como la desembocadura del río San Lorenzo, Terranova, o la Península del Labrador y cruzando su destino con corsarios ingleses, aventureros franceses, tribus de indios y esquimales, etc., en un entorno donde los paisajes y el mar adquieren una importancia de primer orden.
Es una lástima que la serie no tuviera continuidad, pues el tema elegido se prestaba a las mil maravillas para desarrollar nuevas aventuras. La actividad de los balleneros vascos —que se remonta a tiempos muy antiguos (el primer testimonio data de la primera mitad del siglo VII, nada menos)— se inició en las aguas del Mar Cantábrico. Pero pronto, la desaparición de cetáceos en la zona hizo que sus captores tuvieran que extender el área de acción. Y así vemos cómo los antecesores de Justin Hiriart navegaron rumbo al Mar del Norte, primero, y a Islandia, después, hasta terminar alcanzando —al menos desde 1517— las costas septentrionales de América (Terranova y Labrador), que es el marco geográfico en el que veremos actuar a los personajes de la serie. En todos estos lugares dejaron los balleneros vascos (vizcaínos y guipuzcoanos, sobre todo) una profunda huella, como se echa de ver al comprobar la gran cantidad de topónimos que pueden encontrarse hoy día en el área de Red Bay, en la presencia de símbolos vascos (como la ikurriña) en el escudo de la isla de San Pedro y Miquelón, o incluso en el recuerdo de acontecimientos históricos tan luctuosos como el de la denominada "Matanza de los españoles" (o Spánverjavígin), que se produjo en Islandia en el invierno de 1615 —es decir, poco tiempo después de los años en que tienen lugar las peripecias de Justin Hiriart y sus hombres—, cuando los habitantes de la isla —instigados por las autoridades locales— asesinaron a 32 marineros vascos, integrantes de una expedición ballenera que se había visto obligada a pasar el invierno allí por causa de un temporal, y cuya estancia despertó la hostilidad y los recelos de los habitantes del lugar. Un trágico incidente del que, hasta hace poco, quedaban incluso vestigios en la legislación islandesa, como lo demuestra el hecho de que sólo el pasado mes de abril del presente año fuera derogada por las autoridades de la isla una ley que permitía dar muerte a los vascos.
Porque no pensemos que nuestros balleneros eran inocentes turistas en busca de aventuras. No. Se trataba de hombres rudos y curtidos, acostumbrados a unas duras condiciones de vida, y en cuya actividad no quedaba del todo claro dónde estaba la línea fronteriza entre el comercio y la abierta piratería (de hecho, en la serie encontramos algún ejemplo de ello, como podrá ver el lector en su momento). Así, pese a ser los protagonistas, los "buenos" de las aventuras como entidad colectiva, como grupo, cuando ello es necesario para la progresión dramática de la historia, Harriet no duda en presentarnos a algunos de estos balleneros vascos como auténticos delincuentes y tipos faltos de escrúpulo. Y es que, como ocurre en la vida misma —que rehúye, por sistema, el maniqueísmo tan propio de la mala literatura—, en Justin Hiriart encontramos un poco de todo.
Del primer álbum —Mar de sangre, cuyo guión se destaca por la simplicidad argumental, la linealidad narrativa y la presencia de numerosos topoi o lugares comunes bien característicos del relato de aventuras—, pasamos en los siguientes libros a una mayor complejidad de la trama. Hay, además, una cierta preocupación por ofrecer retratos algo más complejos de todos los personajes desde el punto de vista psicológico, al margen de los prototipos de siempre, aunque sin llegar nunca a lo patológico, ni a obstaculizar con ello el desarrollo de la acción: los buenos no lo son del todo —excepto, quizá, el propio Justin (que, de todas formas, es un individuo algo atormentado)— y los malos también tienen algo redimible en su forma de ser y actuar. Pero dado que la serie quedó truncada, no podemos saber cómo habría evolucionado ésta (y sus personajes) en futuros títulos.
Otra característica del trabajo de Harriet se refiere al interés por la documentación y la veracidad histórica. Al margen de todo lo relativo al argot propio de la náutica —imprescindible en este tipo de relatos y que está presente en cada uno de los cinco álbumes—, encontramos en Justin Hiriart referencias a la realidad cotidiana de los balleneros vascos —por ejemplo, expresiones y frases que eran habituales en ellos—, la utilización de conocidas anécdotas históricas que han llegado hasta nosotros y que Harriet incorpora hábilmente al guión —recuerdo, entre otras, la costumbre de saludar irónicamente burlándose de los sacerdotes (y no digo más, para no destripar la sorpresa)—. Todo ello son elementos que contribuyen a dar verosimilitud a lo que ocurre y a ambientar el relato, pero sin caer tampoco en el excesivo didactismo, riesgo principal de cualquier cómic con marcada ambientación histórica, como es éste.
Para recrear todo el universo de ficción imaginado por Harriet, Paco Fructuoso desplegó un estilo que entronca con esa corriente historietística deudora de la escuela denominada de "línea clara", en su vertiente "seria" o "realista" (3); esto es, aquella por la que han transitado —con sus peculiaridades y diferencias lógicas— autores como Edgard Pierre Jacobs, Jacques Martin, Gilles Chaillet, Michel Blanc-Dumont, André Juillard, Vittorio Giardino, Yves Swolfs, Patrice Pellerin y otros. Artistas, todos ellos, cuya máxima preocupación es la definición precisa de la línea, a través de un dibujo limpio, sobrio, depurado y generalmente bastante canónico, que suele renunciar a los tonos intermedios (esto es, al tramado), a las manchas de negro, o a los fuertes efectos de contraste entre sombra y luz a través de la tinta, confiando el acabado de los mismos al color. Por supuesto, todas estas características no siempre están presentes, con absoluta pureza, en el trabajo de Fructuoso, pues el dibujante murciano tiene su particular modo de solucionar cada problema que se le presenta, de modo que no renuncia, por ejemplo, al empleo de tramados y negros para reforzar determinadas viñetas, o lograr volúmenes en ciertos objetos. Y lo mismo ocurre con el color que, a diferencia de la escuela de "línea clara" más clásica —en la que los colores suelen ser planos y poco expresivos—, es aplicado por Fructuoso de modo muy pictórico; esto es, modelando con él formas y volúmenes —a través de aguadas y gradaciones de tonalidad (aplicadas, si no recuerdo mal, con acuarelas líquidas y tintas de color)—, lo que otorga buena parte de su potencial expresivo al dibujo y sirve para completarlo. En este sentido, a mi entender, Paco se muestra mucho más próximo a artistas como Juillard, Giardino, Swolfs o Pellerin, que a Martin, Jacobs y otros.
Aunque la mayor influencia que podemos detectar en su trabajo —reconocida por él mismo— es la ejercida por el parisino François Bourgeon, maestro de maestros y auténtico puntal en el auge que el cómic histórico y de aventuras experimentó durante la década de los pasados años 80. Autor a quien debemos dos obras maestras como son Los pasajeros del viento (Les Passagers du vent, 1979-1984 y 2009-2010) y Los compañeros del crepúsculo (Les Compagnons du crépuscule, 1984-1990). De ambientación bajomedieval esta última, es a la primera a la que Fructuoso debe buena parte de su inspiración en Justin Hiriart, pues en ella los paisajes y, sobre todo, el mar adquieren una importancia superlativa, hasta el punto de convertirse en un personaje más de la historia (tal y como ocurre con nuestra serie). Aún recuerdo perfectamente la admiración con que, en nuestras charlas conjuntas, Paco me hablaba del tratamiento tan prodigioso que Bourgeon dio al mar en Los pasajeros del viento: su oleaje, el agua en permanente movimiento, la espuma borboteante en la cresta de las olas, las salpicaduras, la estela dejada por la quilla de las embarcaciones durante la navegación, sus distintos colores—del azul al verde esmeralda, pasando por los anaranjados y los rojos de los atardeceres— en función de la luz de cada momento... Pero la verdad es que, tras haber vuelto a repasar las viñetas de Justin Hiriart para redactar este prólogo, puedo afirmar con absoluta convicción y certeza que bien poco tiene que envidiar nuestro murciano al maestro galo a la hora de representar el mar, pues lo hace con una maestría, una perfección y una credibilidad tales que el resultado final raya, casi, en lo fotográfico. ¡Ah, y para los más despistados diré que el propio Fructuoso optó por autorretratarse en la figura del propio Justin (como percibirán quienes le conozcan en persona o hayan visto, alguna vez, una fotografía de él).
De entre todas las series que el prolífico Muro Harriet guionizó para dibujantes como Paco Fructuoso, Daniel Redondo, Miguel Berzosa, José Manuel Mata o Luis Astrain, ésta que ahora te dispones a leer, intrépido lector, es, seguramente, la que más éxito y renombre alcanzó, hasta el punto de que uno de los cinco álbumes que integran la obra (en concreto el cuarto) fue nominado en 1988 al Prix Alfred ―actualmente conocido como Fauve d’or―, una de las categorías que se conceden en el Festival Internacional de Angoulême desde el año 1976 para recompensar un álbum publicado en francés el año anterior. Justin Hiriart fue realizada entre 1981 y 1988, siendo Glénat la editorial que publicó todos los libros, cuyos títulos originales son Ecume du sang (1984), Le voyage maudit (1985), Le secret (1985), Le brûlot (1987) y Le navire de Satan (1988). En España, tal como dije antes, gracias a la editorial donostiarra Ttarttalo al menos pudimos conocer los tres primeros volúmenes: Mar de sangre (1983), Viaje maldito (1984) y El secreto (1985). Ahora, gracias a esta nueva edición integral, por fin podremos descubrir qué nos deparaban los dos títulos restantes y cómo proseguían las aventuras de estos intrépidos balleneros vascos que vivieron a principios del siglo XVII.
Toma asiento pues, querido lector, acomódate (si es posible) en un buen sillón orejero y dispón tu espíritu para sumergirte en una historia trepidante, cuyos verdaderos protagonistas son la aventura en estado puro, el mar y los amplios espacios salvajes. La única obligación que tienes es la de disfrutar.
Al menos es lo que desean los autores y éste que suscribe (tu seguro servidor), Alberich el Negro.
Madrid, agosto de 2015
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(1) Mariano AYUSO, «Los que empiezan. Fructuoso y Harriet con Mar de Sangre», en Sunday, nº 15-16 (Madrid, 1984), p. 36. Los personajes citados en último lugar son Andrés Cassinello Pérez ―militar que formó parte de los servicios secretos españoles y estuvo implicado en la lucha antiterrorista y en la crea-ción de los GAL― y el espía Luis Manuel González-Mata Lledó, que sirvió a diferentes gobiernos ―incluido el de Franco― en los años 50-70 del pasado siglo.
(2) Mariano AYUSO, ibid.
(3) No hace falta precisar —aunque lo hago, por si acaso— que utilizó aquí el término "línea clara" en un sentido estético muy amplio, alejándome por completo de conceptualizaciones tan restrictivas como las que propuso, por vez primera, Juan E. D'Ors en su «Manifiesto del Nuevo Renacentismo, o qué diablos es eso de la Línea Clara», La Luna de Madrid, nº 6 (abril 1984), pp. 34-35, y que luego volvió a reiterar en su ensayo Tintín, Hergé... y los demás, Ediciones Libertarias, Madrid, (2)2006 (1ª edición de 1988).
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Si desean ampliar un poco la información y conocer mejor al guionista de esta serie, pueden escuchar el siguiente programa de radio, que incluye una amplia entrevista con Gregorio Muro:
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martes, 15 de septiembre de 2015
NOVEDADES DE PONENT MON PARA OCTUBRE DE 2015
PUES eso: Ponent Mon también llega pegando fuerte con sus novedades para el próximo mes. Material nuevo del que se publica en Europa, clásicos de toda la vida y el inevitable tebeo japonés. Un poco para todos los gustos...
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lunes, 14 de septiembre de 2015
NOVEDADES DE YERMO EDICIONES PARA OCTUBRE DE 2015
MUCHO tebeo histórico (o de envoltura histórica) el que nos ofrece esta editorial en su boletín de novedades para el mes que viene...Y claro, no puede faltar tampoco el "toque" japonés...
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sábado, 12 de septiembre de 2015
NOVEDADES DE NORMA PARA SEPTIEMBRE de 2015
A la venta desde el pasado 28 de agosto (para los más impacientes)...
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