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martes, 25 de enero de 2011

INTELECTUALES




LA actriz Nuria Espert, que fue honrada el pasado verano con el doctorado honoris causa por la Universidad Internacional Menéndez Pelayo, declaró poco antes de la ceremonia que todos los intelectuales tienen que ser progresistas. Para justificar una afirmación tan categórica como falsa y poco matizada, nuestra perenne Medea utilizó un curioso razonamiento, que privaría del palmito de la intelectualidad a una buena parte de las personalidades que lo han lucido con justicia durante siglos:

«Es imposible —dijo— conocer y saber, y querer que nada cambie, que es lo que significa ser conservador, en vez de querer cambiar las cosas».

Dejando a un lado el confuso y un tanto culteranista modo de expresar su pensamiento, podríamos empezar destacando que en la afirmación de Espert se esconden un par de premisas que son, cuando menos, discutibles:

1ª) Un mayor conocimiento de las cosas —una mayor cultura, en definitiva (que es lo que quiere decir Espert, aunque se líe)— no implica, necesariamente, el deseo irrefrenable de cambiarlas. De hecho, puede ocurrir todo lo contrario por muy variadas razones.

2ª) Los espíritus conservadores se oponen "siempre" a que exista "cualquier" tipo de cambio (así es como deberíamos entender la expresión "querer que nada cambie").


Eso para empezar. Luego, también podríamos preguntarnos por qué diablos el hecho de "cambiar" siempre es visto como algo positivo per se. En todo caso deberíamos preguntarnos previamente: ¿cambiar para qué y a cambio de qué? Porque antes de sufrir la metamorfosis personal que terminó convirtiéndolo en el líder fanatizado y mesiánico que llegó a ser, Hitler no había sido tan peligroso para la Humanidad. ¿En su caso, fue positivo el cambio?

Sí, sí, de acuerdo. Ya sé que el ejemplo está un poco pillado por los pelos. Y sé, también, que la Espert no estaba pensando precisamente en la personalidad de Hitler cuando hablaba de "cambiar". ¿Pero acaso ha sido para mejor el "cambio" llevado a cabo por Zapatero en estos siete años de legislatura? ¿Es mejor o peor la nueva Ley del aborto? Para el nasciturus, desde luego, no. Y tampoco para una buena (¿mayoritaria?) parte de la sociedad española. ¿Y la situación de España tras la aprobación-recorte del Estatuto de Cataluña? Para la minoría de los separatistas y, por extensión, para los catalanes todos es indudable que la ocasión se la han pintado calva. Pero no puede afirmarse que sea beneficiosa también para el resto de ciudadanos españoles, que desde ya mismo tienen menos derechos que los catalanes, por la nueva situación de privilegio que el Estatuto favorece en las relaciones entre Cataluña y el Estado Central. Así pues, a la hora de pedir cambios también deberíamos tomar en consideración las ventajas que se extraen de los mismos, y si de ellas resulta beneficiada una mayoría de la sociedad. Pero cambiar por cambiar...

Quizá sea yo muy mal pensado, pero de manera inconsciente, o con total conocimiento de causa, Espert utiliza un argumento tramposo que, me parece, lleva implícita una connotación apriorística de alcance político y moral de la que podríamos extraer el siguiente razonamiento: como sólo la gente de izquierdas suele definirse como progresista —bueno, y algunas veces también Esperanza Aguirre y Ruiz Gallardón, pero ése es otro tema—, y como sólo los progresistas se preocupan, según Espert, de que las cosas cambien —lo cual estaría por ver, todo sea dicho—, entonces se deduce que sólo puede ser intelectual quien es de izquierdas.

Que la actriz está pensando en la dialéctica izquierda (progresista)/derecha (conservador) es algo obvio, toda vez que utiliza este último término para oponerlo a quien sí desea "cambiar las cosas". Además, y por si no conociéramos su orientación política, en la entrevista donde dice lo que comentamos, Espert también se mostraba favorable a la "Ley de memoria histórica", contraria a la Guerra de Iraq y dejaba claro que el malvado capitalismo «sólo podía ser devorado por sus propios hijos». ¡Muy propio del trágico y melodramático temperamento de la actriz catalana!



¿Pero si aceptamos el aserto dicotómico (y maniqueo) espertiano, entonces qué deberíamos hacer con individuos como Marcial, Séneca, Isidoro de Sevilla, Julián de Toledo, Beato de Liébana, Rodrigo Jiménez de Rada, el infante don Juan Manuel, Garcilaso de la Vega, Jerónimo Zurita, Ambrosio de Morales, Fray Luis de León, el padre Mariana, Francisco Suárez, Quevedo, Calderón, Baltasar Gracián, Nicolás Antonio, el padre Feijoo, los padres Flórez y Risco, Jovellanos, Cánovas del Castillo, Menéndez Pelayo, Ramiro de Maeztu, Laín Entralgo y tantos otros, por sólo citar personalidades españolas que, con toda seguridad, no eran de izquierdas?

Se me dirá: es que muchos de los que mencionas no fueron "intelectuales", en el sentido estricto del término. Bueno, bien, vale. Acepto la enmienda por lo que explicaré a continuación. Pero a ver si vamos a considerar que Jerónimo Zurita no fue un intelectual y Nuria Espert sí. O Ramoncín, o Pedro Almodóvar, o Pilar Bardem. A lo mejor es que antes de bautizar con un calificativo tan honroso a alguien, o de afirmar que quien lo porta siempre es "progresista", deberíamos ponernos de acuerdo sobre qué entendemos por "intelectual". Seguramente será eso.

Como bien estudió en su momento el hispanista Edward Inman Fox,* el término "intelectual" —entendido en su acepción más correcta y ajustada a la realidad, esto es refiriéndose "al cultivador de cualquier género literario o científico con voluntad de influir sobre la opinión pública"— hizo su aparición a raíz del famoso "Affaire Dreyfus", para definir la actitud que personalidades como Émile Zola mantuvieron a lo largo del mismo, agitando conciencias y oponiéndose al orden sociopolítico del momento. La palabra entró a formar parte de la lengua española, por mediación de los autores del 98, casi a la vez que de la francesa y, según Fox, aparece atestiguada, por vez primera, con ese significado en un artículo de Miguel de Unamuno —a propósito de los "procesos de Montjuic" (1896)— y en otros de Ramiro de Maeztu, fechados en 1897, 1898 y 1899. Y concluye Fox:

«Es muy apropiado que sea Maeztu el que más se aproveche de la nueva palabra, porque más que en ningún pensador de su tiempo —con la posible excepción de Costa— el concepto de intelectual como persona responsable e influyente está en el mismo centro de sus ideas sobre la "otra España" [...]. Todo su pensamiento prepara el terreno para la actividad de los intelectuales de la generación de Ortega».**

Ramiro de Maeztu y Whitney (1875-1936)


Pues bien, conviene insistir sobre la circunstancia de que Ramiro de Maeztu no fue, precisamente, de izquierdas. De hecho, terminó siendo asesinado por los republicanos frente a la tapia del cementerio de Aravaca, el 29 de octubre de 1936, tras un largo cautiverio en la prisión de Ventas que comenzó el 30 de julio de ese mismo año. ¿Y no fue, por ello, el famoso ensayista un verdadero intelectual, en el sentido más descarnado, comprometido y preciso del término?

Lo que quizá convendría ir revisando es la excesiva generosidad y amplitud con que se ha venido utilizando el término "intelectual" desde un tiempo a esta parte. Ya he dicho cuál podría ser la definición adecuada del mismo. Pues bien, aunque mucha gente del mundillo artístico y con ascendiente comprobado sobre la sociedad —actores de cine y teatro, directores de lo mismo, cantantes, deportistas, periodistas, políticos— aparece definida habitualmente bajo la categoría de "intelectual", creo que la mayoría de ellos no merecen tal honor, pues no cumplen con la otra condición que a mí me parece sine qua non para hablar de "intelectualidad": cultivar una actividad literaria o científica. Con cierta asiduidad, claro.

Pero aún hay una tercera peculiaridad que, en mi opinión, debería formar parte de cualquier intelectual que se precie de tal: un claro nivel de compromiso con la sociedad y de oposición al orden sociopolítico establecido, sea cual sea en cada momento. Característica que, como bien sabe el lector objetivo, la mayoría de las veces brilla por su ausencia en la pseudo intelligentsia de nuestros días. ¿Porque es posible que resista la más mínima comparación una actitud como la de Zola ante las autoridades políticas y militares francesas, o la de Miguel de Unamuno —primero frente Alfonso XIII y Miguel Primo de Rivera y, en el momento postrero de su existencia, ante las autoridades militares golpistas de 1936 (el bilbaíno sí que sabía oponerse a todo el mundo como nadie)— con esa intelectualidad postmoderna, denunciada ya en alguna ocasión, cuyos integrantes alimentaron el movimiento Nunca mais o la Plataforma de Apoyo a Zapatero (PAZ), por ejemplo?

Por cierto: ya en otro orden de cosas, y puestos a pedir, también sería necesario replantearse la alegría con que, desde hace unos años, nuestras universidades conceden doctorados honoris causa.

En todo caso, me temo que personajes como Nuria Espert no entran en la categoría de "intelectual", según mi concepción del término ya expuesta. Y lo mismo puedo afirmar de cualquier otro individuo que pudiéramos vincular a posiciones "conservadoras" y que no cumpla con las tres condiciones enumeradas. Pero claro, a lo mejor es que soy demasiado exigente y, además, estoy equivocado. A saber...

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* FOX, E. I., «El año de 1898 y el origen de los "intelectuales"», en idem, Ideología y política en las letras de fin de siglo (1898), Madrid, 1988, pp. 13-23.

** Idem, p. 20.


(Publicado originalmente el 26 de julio de 2010 en Desde el Nibelheim)