HABRÁ, seguramente, alguno más —no lo niego, porque el universo operístico es inmenso—, pero creo que el malo más malo de todos los malos en la historia de la Ópera, el malo que concentra en su persona la esencia de la maldad más perversa y gratuita, el malo por antonomasia es el Jago del Otello verdiano, pues se mueve exclusivamente por el mero placer de arruinarle la vida a todo el que le rodea (especialmente a las personas que le muestran afecto y le tratan bien), sin ninguna finalidad concreta.
Y es que si vamos repasando mentalmente el proceder de otros malvados operísticos, comprobaremos que todos ellos persiguen con sus acciones algún objetivo para salir beneficiados de una u otra forma: Scarpia es un lujurioso y quiere trajinarse a la hermosa Floria; el Conde de Luna es un anticuado lleno de prejuicios racistas que (¡paradojas de la vida!) quiere vengar la muerte de su hermano... ¡¡matándole!!; los señores de Macbeth —otros que también son de armas tomar— en el fondo lo hacen todo por ambición; el siniestro y felón Hagen comete todo tipo de tropelías porque busca el poder del anillo, al igual que su padre Alberich (un frustrado sexual) y que su tío Mime (un mezquino pusilánime de armas tomar); Peter Quint y Miss Jessel pretenden seguir viviendo a través de Flora y Miles...
En resumen: sólo el "bueno" de Jago —que, además, no tiene ninguna tara física especial (es, incluso, agradable a la vista y transmite confianza)— hace el mal por el único placer de hacerlo: no le mueve la ambición, pues lo de querer ser capitán en lugar de Cassio es sólo una excusa que se da a sí mismo para lograr la ruina de éste; tampoco está espoleado por la lujuria, pues en ningún momento da a entender que quiera perder a Otello para conseguir los favores de la rubicundia y un tanto ñoña mujer del africano; no es codicioso, pues renuncia a las posibles ventajas económicas y de poder que podrían derivarse de su cercanía como lugarteniente o alférez del moro tras la caída de Cassio; ni siquiera le estimula la violencia, pues aunque es verdad que se muestra amenazante con su mujer Emilia en el acto II, sin embargo no sabemos que llegue a ponerle la mano encima (o sea, que tampoco es un machista maltratador).
Por el contrario, ¡hay que ver cómo se burla de un desfondado Cassio, diciéndole que busque la protección de Desdémona para recobrar el favor de Otello, al tiempo que utiliza dicha maniobra para despertar los celos del general! ¡Hay que ver cuánto disfruta viendo sufrir a personas tan inocentes (y simplonas) como la propia Desdémona (y el mismo Otello, ¿por qué no decirlo?), a medida que los rodea con su bien tejida telaraña de infamias y mentiras! ¡Hay que ver la habilidad que despliega el tipejo para manipular a quienes le rodean y hacerse querer por ellos! ¡Cómo los conoce y con qué sutileza certera sabe pulsar donde más duele para causarles dolor! ¡¡Y encima el tío se lo pasa pipa, como declara en ese alegato al nihilismo que es el Credo. Por no mencionar lo de "io non sono che un critico" (frase que le define a la perfección).
¡Un prodigio de la maldad, el Jago éste...! Un perfecto hijo de puta, capaz de sonreírte amigablemente mientras te hunde un hierro candente en la barriga retorciéndolo... ¡¡Y todo ello sin dejar de mirarte con candor a los ojos!!
No me extraña que Verdi estuviera encantado con el personaje y que lo hubiera imaginado, al principio, como protagonista para su genial ópera (que, precisamente y no por casualidad, se habría titulado Jago...).
El barítono francés Victor Maurel (izquierda) y el tenor italiano Francesco Tamagno, creadores
de los papeles de Jago y Otello, respectivamente, en el memorable estreno milanés de 1887
de los papeles de Jago y Otello, respectivamente, en el memorable estreno milanés de 1887
Y es que si vamos repasando mentalmente el proceder de otros malvados operísticos, comprobaremos que todos ellos persiguen con sus acciones algún objetivo para salir beneficiados de una u otra forma: Scarpia es un lujurioso y quiere trajinarse a la hermosa Floria; el Conde de Luna es un anticuado lleno de prejuicios racistas que (¡paradojas de la vida!) quiere vengar la muerte de su hermano... ¡¡matándole!!; los señores de Macbeth —otros que también son de armas tomar— en el fondo lo hacen todo por ambición; el siniestro y felón Hagen comete todo tipo de tropelías porque busca el poder del anillo, al igual que su padre Alberich (un frustrado sexual) y que su tío Mime (un mezquino pusilánime de armas tomar); Peter Quint y Miss Jessel pretenden seguir viviendo a través de Flora y Miles...
Verdi, junto a Maurel, dándole las últimas instrucciones en el camerino (París, 1894)
En resumen: sólo el "bueno" de Jago —que, además, no tiene ninguna tara física especial (es, incluso, agradable a la vista y transmite confianza)— hace el mal por el único placer de hacerlo: no le mueve la ambición, pues lo de querer ser capitán en lugar de Cassio es sólo una excusa que se da a sí mismo para lograr la ruina de éste; tampoco está espoleado por la lujuria, pues en ningún momento da a entender que quiera perder a Otello para conseguir los favores de la rubicundia y un tanto ñoña mujer del africano; no es codicioso, pues renuncia a las posibles ventajas económicas y de poder que podrían derivarse de su cercanía como lugarteniente o alférez del moro tras la caída de Cassio; ni siquiera le estimula la violencia, pues aunque es verdad que se muestra amenazante con su mujer Emilia en el acto II, sin embargo no sabemos que llegue a ponerle la mano encima (o sea, que tampoco es un machista maltratador).
El Otello de Domingo sufriendo hasta lo indecible por causa del malvadísimo Jago de Justino Díaz
(en la hermosa, pero mutilada, versión cinematográfica de Franco Zeffirelli)
Por el contrario, ¡hay que ver cómo se burla de un desfondado Cassio, diciéndole que busque la protección de Desdémona para recobrar el favor de Otello, al tiempo que utiliza dicha maniobra para despertar los celos del general! ¡Hay que ver cuánto disfruta viendo sufrir a personas tan inocentes (y simplonas) como la propia Desdémona (y el mismo Otello, ¿por qué no decirlo?), a medida que los rodea con su bien tejida telaraña de infamias y mentiras! ¡Hay que ver la habilidad que despliega el tipejo para manipular a quienes le rodean y hacerse querer por ellos! ¡Cómo los conoce y con qué sutileza certera sabe pulsar donde más duele para causarles dolor! ¡¡Y encima el tío se lo pasa pipa, como declara en ese alegato al nihilismo que es el Credo. Por no mencionar lo de "io non sono che un critico" (frase que le define a la perfección).
Verdi y Boito trabajando en el Otello en Sant'Agata (la villa propiedad del músico)
¡Un prodigio de la maldad, el Jago éste...! Un perfecto hijo de puta, capaz de sonreírte amigablemente mientras te hunde un hierro candente en la barriga retorciéndolo... ¡¡Y todo ello sin dejar de mirarte con candor a los ojos!!
Otra imagen de Maurel en los camerinos, durante las representaciones parisinas de 1894
No me extraña que Verdi estuviera encantado con el personaje y que lo hubiera imaginado, al principio, como protagonista para su genial ópera (que, precisamente y no por casualidad, se habría titulado Jago...).