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lunes, 8 de junio de 2015

DE NUEVO SOBRE TINTÍN (SIEMPRE ACTUAL E IMPERECEDERO)



MENUDO sorpresón el que nos ha dado la pasada semana un tribunal de apelación de La Haya en el pleito que la Sociedad Moulinsart —poseedora de los derechos de autor sobre Tintín— mantenía contra un grupo de tintinófilos holandeses... ¡Pura dinamita! Al parecer, la Association Hergé Genootschap —que así se denomina dicho grupo, creado en 1999 e integrado por 680 socios— venía publicando una revista de distribución interna dedicada a su personaje fetiche, en la que aparecían incluidas imágenes del famoso reportero belga creado por Hergé. Pues bien, de acuerdo con su rapaz política de defensa de los derechos de utilización del personaje —y miren ustedes que estamos hablando de una asociación de fans sin ánimo de lucro—, Moulinsart demandó al grupo y le exigió el pago de daños y perjuicios por el empleo de ese material gráfico sin previa solicitud de permiso. Hasta aquí todo como siempre, con esa política tan agresiva que los herederos de Hergé vienen desplegando desde hace unos años.

Pero hete aquí que el abogado de la citada Association presentó ante el juez un documento de 1942 —aportado por un anónimo especialista en la obra de Hergé— que no es sino la copia del contrato que el dibujante belga firmó con Casterman. Y resulta que en él Hergé se muestra conforme con ceder explícitamente los derechos sobre textos y dibujos de todos sus álbumes a dicha editorial. A ello se añadiría el agravante de que Fanny Rodwell —viuda de Hergé y legataria universal de todos sus bienes— nunca llegó a impugnar, anular o negociar la modificación de este contrato, de modo que seguiría en vigor.

Partiendo de estos datos, la corte de La Haya ha concluido que Moulinsart no tiene ningún derecho que reclamar puesto que, en función del documento señalado, no los ostenta desde que Hergé los cedió. Así pues, ajustándonos a la lógica de los datos conocidos —y aunque en Derecho las cosas nunca son tan claras como parecen— nos podríamos preguntar, con toda razón, si acaso los responsables de Moulinsart no habrán iniciado un camino sin retorno que puede acabar costándoles la pérdida de ciertos derechos que, hasta el momento, venían gestionando con su conocido celo. Y a partir de ahí también podríamos concluir si no habría sido mejor dejar un poco de manga ancha, en lugar de ser tan codiciosos y "solícitos" a la hora de velar por la herencia de Hergé. Tanta demanda, tanto tribunal, tanto movimiento de papeles que, al final, han terminado haciendo saltar la liebre. Y por donde menos se esperaba, todo sea dicho...

Lo cierto es que el problema de los derechos de autor y Moulinsart tenía que explotar por algún lado, tarde o temprano. Desde luego nadie pensaba que pudiera hacerlo así —aunque habrá que esperar a saber cuál es el verdadero alcance de la sentencia, porque los abogados de los Rodwell no van a quedarse de brazos cruzados y recurrirán—, pero tenía que terminar produciendo problemas, dado el modo tan tiránico en que se están ejerciendo tales derechos desde hace años y ese deseo (inconfesado pero permanente) de querer convertir en "perpetuos" algo que ha de tener una caducidad. Y ello, por más triquiñuelas legales que los herederos de Hergé vayan inventándose para alargar la posesion de los mismos (como, por ejemplo, la de sacar un nuevo álbum justo antes de que caduquen los 70 años de plazo tras la muerte de Hergé, que se cumplen en 2053), circunstancia sobre la que ya reflexionamos aquí, y que supuestamente abriría un nuevo período de disfrute de los codiciados derechos.

Muchos aficionados (por no decir la mayoría) estarán disfrutando como enanos ante este varapalo judicial y les parecerá de perilla que empiecen a surgir como setas sentencias similares, pues se la tienen jurada al "maridísimo" de Fanny, por su modo rapaz de actuar a la hora de defender la herencia de Hergé. Ahora bien, a quien de verdad se le abre ahora un universo de oportunidades inimaginadas para maniobrar es a Casterman, cuyos responsables ya deben estar frotándose las manos al pensar en el beneficio que puede obtener su editorial si el proceso de demandas sigue adelante y se va reconociendo en otros tribunales esa pèrdida efectiva de Moulinsart respecto de los derechos de reproducción y utilización de imágenes de Tintín. Aunque por otro lado, me imagino que la todopoderosa editorial belga ya tendría controlada tal cuestión desde la muerte de Hergé (o incluso antes), y si nunca ha reclamado nada en concreto es porque no debe ser tan fácil (o porque no tiene derechos en los que apoyarse). En fin, no sé.

En cualquier caso, resulta admirable comprobar cómo Tintín, al igual que otros grandes personajes del Noveno Arte, siempre dará que hablar y permanecerá vivo, por más que se intente prohibir su difusión y acosar a la serie a través de denuncias oportunistas (como las de Mbutu Mondondo, de las que ya hablamos aquí y aquí), o de ridículos manifiestos conspiratorios (como el que en 1984 firmaron algunos dibujantes e intelectuales para evitar que se celebrara una exposición tintinesca en Barcelona, organizada por la "Fundación Miró", porque Tintín resultaba «peligroso para el reconocimiento adulto del noveno arte» y lo consideraban «una obra con destinatarios infantiles y sin el rango estético suficiente»...).

La pelota, en todo caso, ahora mismo está en el tejado de Casterman: ¡que hable, o que calle para siempre! Pero, sobre todo, que respete la voluntad de Hergé y no saque más álbumes del personaje...

Más datos aquí (que ha sido de donde surgió la noticia), aquí, aquí y aquí.

* * *

Añadido el 09/06/2015, a las 13:23 h.: en el siguiente enlace (en francés), el lector interesado encontrará un análisis preciso y bastante atinado del problema. Allí los hechos aparecen más contextualizados y, con ello, se contribuye a aclarar un poco más lo que pueda ocurrir en un futuro próximo. De todo el artículo destacaría el siguiente párrafo (que traduzco), pues en él aparece precisado lo que a partir de ahora, y tras la sentencia de La Haya, puede estar dilucidándose en el tablero de juego de los tribunales: «el problema [se refiere a la situación planteada tras la sentencia] pivota en torno a dos cuestiones: el de la legitimidad de citar una imagen de Tintín —es decir, de publicarla sin pagar derechos—, por una parte, y el de la gestión comercial de estos derechos, por otra».

A continuación añado la imagen con las dos hojas del contrato que, en 1942, Hergé suscribió con Casterman, y que ha sido decisivo para la sentencia contraria a Moulinsart (es una gentileza de Actua Bd, en el artículo que ya he citado antes).



lunes, 11 de noviembre de 2013

REFLEXIONES SOBRE LOS DERECHOS DE AUTOR: A PROPÓSITO DEL TINTIN DE HERGÉ

© MacDiego


ESTÁ claro: el negocio es el negocio y la pela es la pela (que, en el fondo, viene a ser lo mismo). Y cuando se trata de dinero, ni Arte, ni cultura, ni leches. Lo que importa es el maldito parné... ¿Y por qué digo todo esto? Pues porque a través del diario El País pude saber hace unas semanas que, mediante una triquiñuela legal, los herederos de Hergé tienen pensado evitar que los derechos sobre Tintín y sus aventuras caduquen y pasen a ser de dominio público. Una situación que ha debido parecer intolerable —una verdadera herejía— en Moulinsart, sociedad gestora que controla (férreamente) y explota con gran aprovechamiento los suculentos droits d'auteur surgidos al amparo de la obra creada por el gran dibujante belga. ¿Y cómo piensan conseguir su objetivo? Pues quebrantando, nada menos, que la voluntad de Hergé y sacando, un año antes de 2053 —fecha en la que se cumple el septuagésimo aniversario de la desaparición de Georges Remi (fallecido el 3 de marzo de 1983)— una obra que vuelva a poner en marcha el contador de la propiedad intelectual. ¡Por intentarlo que no quede...! La noticia saltó a los medios de comunicación el pasado día 21, merced a las declaraciones conjuntas que representantes de la editorial Casterman y de la sociedad Moulinsart hicieron ese mismo día por la mañana, en una entrevista concedida a los periódicos Le Soir y Le Monde.

© Paco Roca


No obstante, desde ambas entidades —gestoras y beneficiarias únicas, hasta el momento, de tales derechos de autor— la maniobra ha sido presentada como un plan encaminado a mantener la calidad de la creación hergeiana y el buen nombre de éste y de sus personajes (de "proteger y promover" su legado, han hablado en la entrevista citada). El objetivo —según ha dicho Nick Rodwell, segundo marido de la viuda de Hergé (Fanny Vlamynck, luego Remi y ahora Rodwell), y quien controla con mano de hierro el tema de los derechos desde Moulinsart— es impedir que cualquiera pueda ponerse a hacer aventuras de Tintín libremente: «nuestra misión es proteger la obra. En 2052 se publicará una novedad, si no todo el mundo se pondrá a hacer Tintín de cualquier forma». No se ha precisado el formato que adoptará este nuevo e inesperado lanzamiento (álbum de historieta, película de dibujos animados, novela...), pero parece que el objetivo es claro: neutralizar cualquier intento de reinterpretación sobre el personaje y la serie.

© Aitana Carrasco Inglés


Por nuestra parte, recomendamos a Moulinsart y Casterman que busquen otras vías para poder seguir manteniendo el negocio que tienen montado con los derechos de autor, sin necesidad de quebrantar tan violentamente el deseo expreso de Hergé, quien manifestó que no quería perpetuar la vida de su criatura tras su muerte. En este sentido, pensamos que podrían lanzar una línea de cosméticos y productos de belleza —llamada Castafiore Volume Redux, o Tintin Hard Brillantine por ejemplo—, o bien una marca de comida basura al estilo McDonald o Burguer —cuyo nombre podría ser Sanzot Fast Food—, con los que seguro que obtenían un gran éxito y enormes beneficios económicos, además de diversificar considerablemente su potencial mercado y de respetar así, mucho mejor, la citada voluntad de Hergé. Total, como sólo se trata de que Tintín no caiga en manos de cualquier mindundi desaprensivo...

© Álvaro Nofuentes


De todas formas, y dejando aparte las bromas, yo me pregunto: ¿quién lo es más (desaprensivo, quiero decir)? ¿El que, desde el respeto y la admiración por la obra de Hergé la reinterpreta —incluso en clave paródica, burlona o, incluso, erótico-pornográfica (como hicieron, por ejemplo, el irreverente Jan Bucquoy en la irregular, desilusionante y previsible La vida sexual de Tintín, o Antonio Altarriba en ese evocador libro lleno de entusiasmo que es El loto rosa)—, o quien, con el único objetivo de no perder la gallina de los huevos de oro, está dispuesto a traicionar la última voluntad de Hergé, haciendo vivir a su personaje después de muerto el autor, o a dar una vuelta de tuerca más para intentar orillar con triquiñuelas legales dicho problema?

© Esteban Hernández


Hay otro aspecto que llama poderosamente la atención en todo este asunto y da un poco de repelús, y es la enorme previsión que han demostrado quienes, como el británico Rodwell, controlan —al igual que Cerbero las puertas del Hades— los derechos de autor, tomando medidas casi cuatro décadas antes de que el plazo de vencimiento legal llegue. Ya lo ha dicho la viuda de Hergé (actual Señora de Rodwell) en la entrevista citada al principio: «Tenemos 40 años para pensar lo que hacemos». ¡Eso es tomarse las cosas en serio y ser previsor! ¡Ya lo creo que sí...! ¡Pensando en lectores que todavía no han nacido...!



A pesar de todo lo dicho hasta ahora, quiero dejar clara una cosa: personalmente, no soy un defensor beligerante de la libertad absoluta de acceso a la creación intelectual, ni considero que la Cultura se aborte o se obstaculice porque existan derechos de autor moderados y lógicos. En la mayoría de los casos, quienes defienden una postura tan maximalista son, precisamente, aquellos que no han creado nunca nada y ven bien poder utilizar con total libertad y desparpajo lo que han hecho los demás con su esfuerzo y tesón. En este sentido, pienso que ha de haber algún tipo de control sobre la propiedad intelectual. Ahora bien, esto no quiere decir tampoco que sea partidario de la propiedad intelectual perpetua —que es la dirección hacia la que parece derivar la norma y la costumbre en muchos lugares (y la que, al parecer, le gustaría que rigiera a Moulinsart y Casterman)—, al menos aplicada en todos los casos y a cualquier tipo de creación. Y me explico: no veo mal, por ejemplo, que la perpetuidad en la protección se mantenga sobre aquellas obras cuyos autores cedieron sus derechos sobre ellas con una finalidad filantrópica. Por ejemplo: la cesión de los derechos sobre todas sus óperas que Giuseppe Verdi hizo para el sostenimiento de su Casa del Riposo o Casa per Musicisti, esto es la residencia para músicos que el genial compositor mandó construir y dotar económicamente a sus expensas. O el régimen de perpetuidad excepcional que el gobierno británico aplicó a los derechos de autor sobre el Peter Pan de J. M. Barrie, que el escritor había cedido para el mantenimiento del colegio para niños enfermos de Great Ormond Street, en Londres. Sin embargo, tampoco termina de gustarme la idea de que alguien pueda controlar los derechos de autor sobre una obra determinada de manera indefinida. Ante todo si pensamos que se trata fundamentalmente de ideas, pues tales son, a la postre, cualesquiera de las creaciones intelectuales que se pretenden bunkerizar tras las leyes del copyright. ¿Y hasta qué punto es lícito que una idea sea controlada por sólo un grupo específico de personas durante tiempo indefinido o perpetuo? ¿Qué habría sido del saber humano, de la Cultura, de la tecnología (en el caso de las patentes) si este veto inflexible sobre la creación se hubiera impuesto desde el principio de los tiempos, aplicando la idea —defendida por algunos teóricos— de que el derecho de propiedad intelectual forma parte inalienable del Derecho Natural y, por ende, ha de ser protegido de manera perpetua? ¿Qué habría ocurrido si tal cosa se hubiera hecho con La Ilíada, El Quijote, la Quinta Sinfonía de Beethoven, el Rigoletto de Verdi o Die Walküre de Wagner, Las Meninas de Velázquez, la Capilla Sixtina y tantas otras obras creadas por el ser humano?

© Nic Baró


En resumen: ciertamente pienso que la actividad de todo creador ha de estar protegida por las leyes para que se le reconozca, moral y materialmente, el derecho de autoría sobre su obra y la propiedad de la misma, así como el poder disfrutar de los beneficios (directos o indirectos) obtenidos y derivados de ella. Incluso, si me apuran, hasta podría comprender que tales beneficios y derechos alcancen a los herederos más directos del creador. Pero entonces llega el momento de plantearse la pregunta del millón: ¿y a partir de ellos (cónyuges e hijos) cuál debería ser el plazo en que tales derechos permanecieran vigentes? ¿Ha de haber necesariamente un plazo? ¿Debería ser indefinido? ¿Debería existir siquiera? Yo creo que los setenta años posteriores al fallecimiento del autor (o el último de ellos, en caso de haber más de uno) que contempla la mayor parte de la legislación europea y mundial es un plazo más que aceptable. Estaría dispuesto, incluso, a revisarlo al alza otorgando unos años más. Pero por encima de eso...

© Xavi Selles


En el caso concreto de Tintín y Moulinsart (también Casterman, podríamos añadir), lo que molesta a gran parte de los aficionados y seguidores del personaje es el modo, un tanto estricto, beligerante, agresivo y matonil con que los actuales detentadores de los derechos —y muy especialmente el antipático Rodwell— han afrontado la cuestión. El británico, incluso, hace unos años llegó a enfrentarse públicamente y de malas maneras contra estudiosos y periodistas que le criticaban por el exceso de celo y el mercantilismo con que ha venido gestionando todo lo relativo a la creación de su antecesor. También es recordado por el malestar que causó a toda la prensa europea, convocada para cubrir la inauguración del Musée Hergé de Lovaina la Nueva en mayo de 2009, cuando prohibió a los reporteros hacer fotografías o tomar imágenes de cualquier tipo. Todo esto ha hecho que Rodwell goce de muy mala fama entre los aficionados y seguidores de Tintín en todo el mundo, que ven en él a un individuo siempre dispuesto a coartar la libertad de expresión, espoleado por el exceso de celo y por un desaforado deseo de hacer caja a toda costa con la creación de Hergé.

© Juan G. Oller (Milimbo)


Yo, por si acaso y como pueden ver, he ilustrado la mayor parte de esta entrada con imágenes que no son estrictamente de Hergé (aunque tengan relación con Tintín) (*). No vaya a ser que, al tratarse de una crítica, los de Moulinsart —con el padrastro de Tintín al frente— quieran meterme un paquete, como ya intentaron con Altarriba y Ediciones de Ponent (por citar sólo dos de los casos más recientes y conocidos por estos lares). ¡¡Mil rayos!!

© Marisa Gallén


Para finalizar les pongo una imagen con la página de la entrevista origen de la noticia. Pertenece a Le Soir y la he encontrado aquí:


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(*) Todas ellas pertenecen al homenaje que un grupo de artistas realizó en marzo de este año, para conmemorar el trigésimo aniversario de la muerte de Hergé. Apareció publicado en el suplemento cultural Quadern de la edición valenciana de El País, acompañando un artículo de Carlos Gámez y puede verse pinchando en el siguiente enlace.

domingo, 30 de enero de 2011

UCRONÍAS MUSICALES


ANDO enfrascado, desde ayer, en la lectura de la correspondencia Wagner-Liszt —según la modesta pero cómoda selección que publicó la editorial Espasa Calpe, allá por 1947, dentro de su clásica y nunca suficientemente ponderada colección Austral—, y en una epístola de Franz a Richard, fechada en Weimar el 25 de marzo de 1856 (la quincuagésimo quinta de la selección referida), me he dado de bruces con un jugoso párrafo que ha llamado poderosamente mi atención, motivo por el cual he decidido redactar esta nota. Hélo aquí:

«Desde hace varios años, es decir, desde que tomé seriamente el partido de satisfacer las exigencias de mi profesión de artista, no puedo ya contar con un suplemento debido a los editores de música. Mis poemas sinfónicos [...] no me producen ni un céntimo de derechos de autor; incluso me cuestan una suma bastante considerable que estoy obligado a desembolsar por la compra de los ejemplares que he de distribuir entre mis amigos. Mi misa, mi sinfonía de Fausto, etcétera, son igualmente trabajos absolutamente improductivos y durante algunos años todavía no tengo ninguna esperanza de ganar dinero. Felizmente llego a lo suficiente, pero es preciso que viva muy estrechamente y que trate de evitar contrariedades que pudieran ser enfadosas para mi posición».(1)

¡Ay, el parné! ¡El sucio y maldito parné!

Siempre se ha sabido —de hecho constituye un tópico recurrente— que Richard Wagner no conoció durante la mayor parte de su vida sino penalidades y sobresaltos sin cuento por causa del dinero. Que siempre estuvo acuciado y perseguido por acreedores y que nunca jamás, sólo en los últimos años de su existencia, pudo quitárselos de encima, por obra y gracia de mecenas tan munificentes como el caprichoso y nostálgico Luis II de Baviera. Ahora bien, también hay que decir, en descargo de sus numerosos deudores —quienes llegaron a ser legión—, que Wagner vivió muy por encima de sus posibilidades, y que nunca dejó de gastar generosamente lo que no era suyo, pues consideraba que el mundo se lo debía por su genio:

«Soy otra clase de organismo —decía el músico de Leipzig—, mis nervios son hipersensibles. ¡Debo rodearme de belleza, esplendor y luz! ¡El mundo me debe lo que necesito! ¡No puedo vivir la miserable existencia de un organista de pueblo como [...] Bach! ¿Tan sorprendente es que crea merecer un poco de lujo que me da placer? ¿Yo, que tengo tanta satisfacción que dar al mundo y a miles de personas?».(2)

Pero dejemos a Wagner con sus perennes quejas contra lo mal que le trataba el mundo y volvamos a Liszt, pues hay dos cosas en el pasaje de su texto citado que me gustaría destacar.

En primer lugar, resulta bastante curioso comprobar que también él atravesara dificultades económicas y financieras tan acuciantes acaso como las de, quien andando el tiempo, acabaría convirtiéndose en su yerno. Es un tanto sorprendente que el hombre cosmopolita, el músico reconocido, el pianista admirado, el atractivo conquistador, que este Don Juan de la música —apelativo que, en absoluto, le viene pequeño, merced a sus numerosas conquistas femeninas— anduviera oprimido por tales estrecheces económicas. Él, que siempre estuvo en contacto con la nobleza y que yació, incluso, con algunos de sus representantes femeninos más conspicuos, como lo demuestran sus relaciones con la condesa Marie d'Agoult, la princesa Olga Janina, la baronesa Olga Meyendorff y la princesa Carolyne de Sayn-Wittgenstein, entre otras (todas amantes suyas, siendo la primera de ellas madre de los tres hijos ilegítimos de Liszt, entre los que estaba la famosa Cósima, que acabaría desposándose con Richard Wagner).

El segundo aspecto curioso del texto —más llamativo aún que el primero— es que unos creadores tan enormes y geniales, unos artistas que tanto han aportado a la Humanidad y que han contribuido, como pocos, a nuestra felicidad pasaran por tales estrecheces, y apuros. ¡Qué diferencia con lo que ocurre hoy día, verdad? Donde hasta el más mediocre de los afina-pitos cree tener derecho a vivir de su "arte" —muchas veces subvencionado—, y no se para en barras a la hora de conseguirlo. ¡Pero es que lo tiene tan fácil! Le basta con asociarse a una entidad privada en la que el Estado ha descargado sus competencias para alcanzar ese objetivo. Y lo que es peor: duerme con la conciencia bien tranquila, aun sabiendo que parte de lo que ingresa en concepto de "derechos" de autor le ha sido robado previamente a los ciudadanos por medio de una exacción llamada eufemísticamente "canon digital" (que no por legal deja de ser completamente injusto).


 El atractivo Liszt de la juventud, junto al retrato de sus dos principales amantes:
Marie d'Agoult (centro) y Carolyne Wittgenstein (derecha)

Pues bien, pongámonos ucrónicos: ¿se imaginan lo que habría llegado a ocurrir si aquellos grandes artistas del pasado se hubieran empeñado en cobrar de acuerdo a la trascendencia y grandeza de sus creaciones? ¿Qué efectos para la popularización de la cultura habría tenido el hecho de que músicos como Monteverdi, Bach, Beethoven, Liszt, Wagner, Verdi y otros muchos maestros hubieran presionado a los gobernantes de su época para exigir cobrar en proporción a su inmenso potencial creativo? Menos mal que cuando vivieron aquéllos no existía aún la SGAE ni la Ley González Sinde. Menos mal, digo; pero no por el hecho de escabullirles sus derechos de autor, sino porque la mayoría de nosotros no hubiéramos podido disfrutar de sus maravillosas creaciones, al ser incapaces de pagar los correspondientes "cánones".

En fin, Serafín. Mi intención al redactar la entrada no ha sido, ni mucho menos, poner en solfa el derecho que todo creador tiene a ser retribuido por su obra y por el uso que se haga de ella. Pero a ver si conseguimos, de una vez por todas, que la creación artística sea algo más que un puro mercadeo de dinero, de modo que entre la escandalosa situación que vivieron en el pasado geniales artistas como Liszt, Wagner y otros y lo que defienden quienes se muestran partidarios de la voracidad recaudadora de la actual SGAE, encontramos un punto medio (y justo) que beneficie por igual a los "creadores" y a los ciudadanos. Vamos, que no sean estos últimos los únicos en pagar el pato (y por doble partida, además).

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(1) Carlos Bosch (ed.), Wagner-Liszt. Correspondencia, Madrid, 1947 (2ª ed.), pp. 99-100 (las negritas son mías).
(2) Citado en Howard Gray, Wagner, Barcelona, 2002, p. 134.