lunes, 31 de enero de 2011

"LA DOLCISSIMA EFFIGIE"




BUCEANDO por el impagable Youtube me he topado con el vídeo que da pie a esta entrada. Se trata de una versión de la conocida romanza que el personaje de Maurizio di Sassonia le canta en el primer acto a la protagonista de la ópera —la actriz Adriana Lecouvreur—, y que actúa como vehículo de presentación de ambos personajes en este hermoso dramma lirico en cuatro actos, compuesto por Francesco Cilea.

Estamos ante una breve pieza, muy melódica y agradecida, que constituye uno de los pasajes más populares de la obra y de toda la música escrita para la cuerda de tenor, habiendo pasado a formar parte habitual del repertorio en los conciertos.

La mayoría de los cantantes suele interpretarla de un modo bastante plano, con poca variedad expresiva y reducido juego de dinámicas. Es decir: acostumbran a presentarnos un personaje de Maurizio juvenil, franco, alegre y muy apasionado, todo lo cual, por cierto, está de acuerdo con lo que se exige del rol.

Por el contrario, la versión que nos ofrece Jonas Kaufmann resulta bastante sugerente y no es habitual, razón por la que he decidido traerla aquí. Y es que, el atractivo y mediático tenor muniqués se decanta por una lectura elegíaca, pausada, llena de recogimiento, variada en las dinámicas, que se va expandiendo a medida que avanza y que, por todo ello, destaca de manera muy positiva al contrastarla con esas otras versiones, cuyas características acabo de expresar más arriba. Además, y para rematar, se cierra con una efectiva messa di voce que da mayor valor a la interpretación y le pone un broche de oro. Una lectura de muchos quilates, ciertamente, realizada por uno de los mejores Maurizios que hay en la actualidad. Escúchenla y disfruten...


domingo, 30 de enero de 2011

UCRONÍAS MUSICALES


ANDO enfrascado, desde ayer, en la lectura de la correspondencia Wagner-Liszt —según la modesta pero cómoda selección que publicó la editorial Espasa Calpe, allá por 1947, dentro de su clásica y nunca suficientemente ponderada colección Austral—, y en una epístola de Franz a Richard, fechada en Weimar el 25 de marzo de 1856 (la quincuagésimo quinta de la selección referida), me he dado de bruces con un jugoso párrafo que ha llamado poderosamente mi atención, motivo por el cual he decidido redactar esta nota. Hélo aquí:

«Desde hace varios años, es decir, desde que tomé seriamente el partido de satisfacer las exigencias de mi profesión de artista, no puedo ya contar con un suplemento debido a los editores de música. Mis poemas sinfónicos [...] no me producen ni un céntimo de derechos de autor; incluso me cuestan una suma bastante considerable que estoy obligado a desembolsar por la compra de los ejemplares que he de distribuir entre mis amigos. Mi misa, mi sinfonía de Fausto, etcétera, son igualmente trabajos absolutamente improductivos y durante algunos años todavía no tengo ninguna esperanza de ganar dinero. Felizmente llego a lo suficiente, pero es preciso que viva muy estrechamente y que trate de evitar contrariedades que pudieran ser enfadosas para mi posición».(1)

¡Ay, el parné! ¡El sucio y maldito parné!

Siempre se ha sabido —de hecho constituye un tópico recurrente— que Richard Wagner no conoció durante la mayor parte de su vida sino penalidades y sobresaltos sin cuento por causa del dinero. Que siempre estuvo acuciado y perseguido por acreedores y que nunca jamás, sólo en los últimos años de su existencia, pudo quitárselos de encima, por obra y gracia de mecenas tan munificentes como el caprichoso y nostálgico Luis II de Baviera. Ahora bien, también hay que decir, en descargo de sus numerosos deudores —quienes llegaron a ser legión—, que Wagner vivió muy por encima de sus posibilidades, y que nunca dejó de gastar generosamente lo que no era suyo, pues consideraba que el mundo se lo debía por su genio:

«Soy otra clase de organismo —decía el músico de Leipzig—, mis nervios son hipersensibles. ¡Debo rodearme de belleza, esplendor y luz! ¡El mundo me debe lo que necesito! ¡No puedo vivir la miserable existencia de un organista de pueblo como [...] Bach! ¿Tan sorprendente es que crea merecer un poco de lujo que me da placer? ¿Yo, que tengo tanta satisfacción que dar al mundo y a miles de personas?».(2)

Pero dejemos a Wagner con sus perennes quejas contra lo mal que le trataba el mundo y volvamos a Liszt, pues hay dos cosas en el pasaje de su texto citado que me gustaría destacar.

En primer lugar, resulta bastante curioso comprobar que también él atravesara dificultades económicas y financieras tan acuciantes acaso como las de, quien andando el tiempo, acabaría convirtiéndose en su yerno. Es un tanto sorprendente que el hombre cosmopolita, el músico reconocido, el pianista admirado, el atractivo conquistador, que este Don Juan de la música —apelativo que, en absoluto, le viene pequeño, merced a sus numerosas conquistas femeninas— anduviera oprimido por tales estrecheces económicas. Él, que siempre estuvo en contacto con la nobleza y que yació, incluso, con algunos de sus representantes femeninos más conspicuos, como lo demuestran sus relaciones con la condesa Marie d'Agoult, la princesa Olga Janina, la baronesa Olga Meyendorff y la princesa Carolyne de Sayn-Wittgenstein, entre otras (todas amantes suyas, siendo la primera de ellas madre de los tres hijos ilegítimos de Liszt, entre los que estaba la famosa Cósima, que acabaría desposándose con Richard Wagner).

El segundo aspecto curioso del texto —más llamativo aún que el primero— es que unos creadores tan enormes y geniales, unos artistas que tanto han aportado a la Humanidad y que han contribuido, como pocos, a nuestra felicidad pasaran por tales estrecheces, y apuros. ¡Qué diferencia con lo que ocurre hoy día, verdad? Donde hasta el más mediocre de los afina-pitos cree tener derecho a vivir de su "arte" —muchas veces subvencionado—, y no se para en barras a la hora de conseguirlo. ¡Pero es que lo tiene tan fácil! Le basta con asociarse a una entidad privada en la que el Estado ha descargado sus competencias para alcanzar ese objetivo. Y lo que es peor: duerme con la conciencia bien tranquila, aun sabiendo que parte de lo que ingresa en concepto de "derechos" de autor le ha sido robado previamente a los ciudadanos por medio de una exacción llamada eufemísticamente "canon digital" (que no por legal deja de ser completamente injusto).


 El atractivo Liszt de la juventud, junto al retrato de sus dos principales amantes:
Marie d'Agoult (centro) y Carolyne Wittgenstein (derecha)

Pues bien, pongámonos ucrónicos: ¿se imaginan lo que habría llegado a ocurrir si aquellos grandes artistas del pasado se hubieran empeñado en cobrar de acuerdo a la trascendencia y grandeza de sus creaciones? ¿Qué efectos para la popularización de la cultura habría tenido el hecho de que músicos como Monteverdi, Bach, Beethoven, Liszt, Wagner, Verdi y otros muchos maestros hubieran presionado a los gobernantes de su época para exigir cobrar en proporción a su inmenso potencial creativo? Menos mal que cuando vivieron aquéllos no existía aún la SGAE ni la Ley González Sinde. Menos mal, digo; pero no por el hecho de escabullirles sus derechos de autor, sino porque la mayoría de nosotros no hubiéramos podido disfrutar de sus maravillosas creaciones, al ser incapaces de pagar los correspondientes "cánones".

En fin, Serafín. Mi intención al redactar la entrada no ha sido, ni mucho menos, poner en solfa el derecho que todo creador tiene a ser retribuido por su obra y por el uso que se haga de ella. Pero a ver si conseguimos, de una vez por todas, que la creación artística sea algo más que un puro mercadeo de dinero, de modo que entre la escandalosa situación que vivieron en el pasado geniales artistas como Liszt, Wagner y otros y lo que defienden quienes se muestran partidarios de la voracidad recaudadora de la actual SGAE, encontramos un punto medio (y justo) que beneficie por igual a los "creadores" y a los ciudadanos. Vamos, que no sean estos últimos los únicos en pagar el pato (y por doble partida, además).

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(1) Carlos Bosch (ed.), Wagner-Liszt. Correspondencia, Madrid, 1947 (2ª ed.), pp. 99-100 (las negritas son mías).
(2) Citado en Howard Gray, Wagner, Barcelona, 2002, p. 134.

sábado, 29 de enero de 2011

BATTAGLIA Y POE (2): LA CAÍDA DE LA CASA USHER




COMO ya les comenté, Mime y yo estuvimos de viaje. Marchamos a ver la exposición que il Comune o Ayuntamiento de la ciudad italiana de Reggio Emilia organizó en torno a la obra del gran dibujante italiano Dino Battaglia. Fue una expedición ciertamente fugaz, aunque suculenta. Un raid más que un viaje. Una razzia, si así lo prefieren, en la que nos hicimos con un botín espiritual inolvidable: la sensación de ver, en vivo y en directo, las hermosísimas páginas que el maestro veneciano cinceló a base de plumilla, pincel, tinta china, cuchillas de afeitar, plantillas de papel y algodón hidrófilo.

Porque Battaglia, como viejo maestro, no supo de ordenadores, ni de tabletas gráficas, ni de softwares de edición de imágenes... Y aunque los hubiera conocido, creemos que no los habría utilizado, a juzgar por su nostálgico temperamento y su "artesanal" y particularísimo estilo —de trazo sutil y evanescente— cuya materialización sólo parece posible con los viejos utensilios de toda la vida... Pero veamos lo que decía el mismo Battaglia hablando de su propio trabajo:

«Técnicamente, cuando realizo un dibujo, lo que busco ante todo es "difuminarlo". En cierto modo, esto se ha convertido en un defecto. Por lo demás, al envejecerlo, lo que era un defecto acaba convirtiéndose en un estilo [...]. La técnica no me interesa demasiado y le presto poca atención. Ni siquiera conozco la marca del papel sobre el que dibujo. Trabajo con lápiz y tinta china. En los años 50, mientras trabajaba para Il Vittorioso, fue cuando comencé a encontrar un modo personal de dibujar, trabajando a la pluma como los ilustradores ingleses a los que adoro. Tengo una gran debilidad por Ronald Searle. ¡Eso es el dibujo auténtico! Dibujo para mí mismo y todo lo que yo pueda decir se encuentra en mis páginas en blanco y negro. No me gusta el color; me indispone. Cuando me lo piden es mi mujer quien lo realiza, pero enseguida los dibujos son un poco menos míos [...]. He utilizado mucho el gris. Lo he hecho, sobre todo, por influencia de los periódicos franceses y alemanes de comienzos del siglo XX, en los que aparecían dibujos ejecutados con lápiz litográfico. El gris estaba igualmente justificado desde el punto de vista técnico, pues como no había tramas mecánicas todo descansaba en el empleo artesanal de los instrumentos de dibujo. Cuando dibujo, imagino a la vez las zonas que pondré en gris. Después, tomo un trozo de papel-calco, delimito la zona con lápiz, la recorto y con un bastoncillo de algodón* mojado en tinta trabajo la parte en cuestión hasta que obtengo la tonalidad de gris que me interesa y que necesito. Una vez que está seco, la mayor parte de las veces tengo que retocar con la cuchilla de afeitar. En todos los casos hay un componente de azar y de paciencia de benedictino»**.


Hasta el momento en que podamos concluir ese informe o reportaje que nos gustaría publicar a propósito de la exposición, les dejamos con un pequeño aperitivo. En esta ocasión se trata, nuevamente, de Poe. Y, más concretamente, de su terrorífica historia sobre la familia Usher.

Por cierto: como ya ocurrió con la entrada que dedicamos a Lady Ligeia, todo el mérito es de Shivabel.



¡Que lo disfruten!

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* He traducido así la expresión francesa "coton-tige" que se encuentra en la entrevista. Desconozco las palabras originales italianas.
** Estas opiniones de Battaglia sobre su obra y estilo pertenecen a una entrevista imaginaria —realizada a partir de recortes de prensa y recuerdos de su mujer— que apareció publicada en el libro Battaglia. Une monographie, Éditions Mosquito, St Egrève, 2006, pp. 11-31 (en concreto pp. 20-22).


(Publicado originalmente el 7 de enero de 2011 en Desde el Nibelheim)

viernes, 28 de enero de 2011

CONFESIONES


DESPUÉS de haber renunciado al amor para siempre, paso mi vida amargando la existencia de los nibelungos que me sirven acumulando oro para mí. También aguardo el momento de mi venganza contra el mundo, por haberme hecho como soy, e intervengo de vez en cuando en diferentes blogs. Y todo transcurría con esa relativa tranquilidad —para mí, claro, más que para los nibelungos— hasta que un día recibí la visita sorpresa del poderoso Wotan, padre de los antiguos dioses, que iba acompañado del taimado Loge. Wotan me preguntó de qué podía servirme en el Nibelheim —la tierra de la niebla— el tesoro que forjan para mí los nibelungos, si aquí no había diversión en qué gastárselo. Cometí, entonces, el error de confesarle mis más íntimos pensamientos (¡bien que me arrepiento de ello!) y esto me costó muy caro, pues fui engañado por el heroico dios, quien me robó el oro y me dejó desconsolado, ya que con él pretendía ganar por la fuerza y con el chantaje el amor que la naturaleza me había negado. Sin percatarme de que me estaban engañando con artimañas propias de esclavos confesé a ambos dioses lo siguiente:

“La noche de Nibelheim / me sirve para crear tesoros / y cuando tenga / un buen montón / acumulado en la cueva / entonces haré milagros… / ¡Me apoderaré del mundo / y no lo compartiré con nadie…! ¡Id con cuidado, id con cuidado! / Porque cuando vosotros los hombres / estéis al servicio de mi poder, / el enano obligará / a vuestras hermosas mujeres, / que ahora rechazan que las corteje, / a aceptar mis deseos, / aunque el amor no le sonría… ¡Ja, ja, ja, ja, ja! / ¿Me habéis oído? / ¡Id con cuidado! / ¡Guardaos del nocturno ejército / si el tesoro del nibelungo, sale a la / luz desde las oscuras profundidades!”.*

Pero aunque alguna vez llegue ese momento de venganza que he deseado durante una eternidad —y para alcanzarlo he puesto a trabajar en ello a mi hijo Hagen, al que engendré para tal objetivo—, amanecerá un día en que todo será destruido (incluido ese maldito de Wotan) con el advenimiento del Ragnarok** o batalla del fin del mundo. Después de eso, todo se acabará. Y tenemos claro, incluso lo saben los dioses, que poco se puede hacer, porque es el destino. Sin embargo, ello sólo será el preludio de una nueva era eterna, en la que el mundo volverá a renacer mucho mejor de lo que ahora es: los campos se llenarán a rebosar de cereal; el sol brillará siempre y la tierra será verde y justa para todos. Una nueva generación de dioses, presidida por el renacido Baldur gobernará sobre la tierra y convivirá en paz con los hombres. En cuanto a mí, ya veremos si soy lo suficientemente hábil como para librarme de ir a una nueva morada oscura —más terrible que el Nibelheim— que se formará en el inframundo y que será tan vil como extensa: el Nastrond (o “filamento de cadáver”). Ninguna luz del sol llegará hasta allí. Todas sus puertas mirarán hacia el Norte. Todo él estará hecho de serpientes entrelazadas con sus cabezas mirando hacia adentro y arrojando tanto veneno que correrá como ríos en los que nadarán aterrorizados los asesinos, los perjuros y los incestuosos.

Como pueden ver ustedes, queridos lectores hijos de los hombres, mi futuro quizá no sea tan halagueño como yo desearía… Pero ya se verá. Aguardemos al Ragnarok…

CODA FINAL: Confío en que el maestro Richard Wagner —uno de los mayores genios que ha dado el mundo del arte— allá donde pueda encontrarse sabrá perdonarme las libertades que me he tomado con algunos textos de su ópera Das Rheingold —prólogo a su descomunal Tetralogía—, pues lo he hecho con el único objetivo de sacar adelante este breve divertimento que dedico a todo aquel que se detenga a visitarnos, a Mime y a mí, en este Nibelheim.

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* ”Schätze zu schaffen / und Schätze zu bergen, / nützt mir Nibelheims Nacht. / Doch mit dem Hort, / in der Höhle gehäuft, / denk' ich dann Wunder zu wirken: / die ganze Welt… / Habt acht! Habt acht! / Denn dient ihr Männer / erst meiner Macht, / eure schmucken Frau'n, / die mein Frei'n verschmäht, / sie zwingt zur Lust sich der Zwerg, / lacht Liebe ihm nicht! Hahahaha! / Habt ihr’s gehört? / Habt acht / vor dem nächtlichen Heer, / entsteignt des Niblungen Hort / aus stummer Tiefe zu Tag!„.

** Literalmente, “destino de los dioses”.

(Publicado originalmente el 23 de junio de 2010 en Desde el Nibelheim)

jueves, 27 de enero de 2011

DINO BATTAGLIA: LE IMMAGINI PARLANTI



LA ciudad italiana de Reggio Emilia organizó recientemente una magna exposición dedicada a Dino Battaglia, grandísimo autor de fumetti y uno de los dibujantes por los que, como ya sabrán ustedes, sentimos mayor estima en el Nibelheim.

La muestra se inauguró el 27 de noviembre y estuvo abierta (sólo en fin de semana) hasta el pasado domingo 9 de enero. Durante ese tiempo, se ofreció a la curiosidad del visitante una amplia muestra del trabajo de Battaglia, representada por 163 planchas originales y aproximadamente una decena de ilustraciones y bocetos del maestro veneciano, que se articularon en tres salas organizadas con criterio temático.

«En la primera —y traduzco literalmente del comunicado oficial de la exposición (que incluyo abajo)— encuentran acomodo las historias con una composición gráfica y un desarrollo narrativo más clásico, como El canto de Navidad (1978), de Charles Dickens —en el que el dibujo sabiamente hace referencia al del gran ilustrador Arthur Rackham—, y El extraño caso del doctor Jekyll y del señor Hyde (1974), de Robert Louis Stevenson, en el que el fuerte contraste de claroscuros reproduce gráficamente la lucha entre Jekyll y Hyde, mostrando una visión "fotográfica" de la plancha por parte de Battaglia, con la utilización de imágenes "en negativo". Las planchas de El Golem (1971), homenaje a la pasión por el cine mudo, cierran este primer núcleo y nos introducen, con su carga misteriosa y esotérica, en la segunda sala, dedicada a las historias de género gótico y fantástico publicadas en [la revista] Linus entre 1969 y 1974, cuyo núcleo más importante está representado por cuatro trabajos inspirados en Poe. El blanco y negro son los verdaderos protagonistas de estas planchas, caracterizadas por un dibujo muy refinado, lleno de símbolos y con fuertes referencias artísticas y literarias. La tercera sala acoge las planchas —también aparecidas en Linus entre 1976 y 1977— inspiradas en los cuentos de Guy de Maupassant, ambientados durante la guerra franco-prusiana de 1870. Los fuertes contrastes de las planchas precedentes dejan su lugar al gris utilizado en todas sus tonalidades y a un dibujo inspirado en los cuadros de Giovanni Fattori y en el impresionismo.

»Completan el recorrido expositivo algunos originales e ilustraciones entre las que figura un inédito propiedad de Gino Gavioli».


En definitiva, una magnífica exposición que contribuirá a divulgar un poco más la obra de Battaglia y que sirvió para mostrar, a quien no la conocía, la labor realizada por uno de los más grandes dibujantes italianos de todos los tiempos. Una exposición a la que, como anuncié en su momento, tuvimos la fortuna de poder asistir mi hermano Mime y yo mismo, y sobre la que intentaré ofrecer una crónica extensa y detallada de nuestra visita y de lo que allí vimos.

Y a continuación, algunas imágenes del evento* (para dar una idea de cómo fue la cosa e ir abriendo boca):


Vistas generales de la exposición


Sergio Toppi (a la izquierda), gran amigo de Dino Battaglia,
junto a la viuda de éste: Laura







Buscando más datos sobre tan interesante evento, encontré en su momento el detallado comentario de un visitante a la exposición en el siguiente enlace.

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* Todas las fotografías pertenecen a sus autores y serán retiradas si así lo solicitan.


(Publicado originalmente el 4 de enero de 2011 en Desde el Nibelheim)

miércoles, 26 de enero de 2011

BATTAGLIA Y POE (1): LADY LIGEIA

HERMOSO vídeo, dedicado al grandísimo Dino Battaglia (uno de los dibujantes e ilustradores que más admiramos en este oscuro Nibelheim).

El nostálgico Chopin y el melancólico artista italiano unidos, en una amalgama perfecta, para sumergirnos en el alucinado ambiente que Edgar Allan Poe recreó en su conocido relato. Disfrútenlo, porque merece la pena.



Y, si lo desean, pasen por Youtube y feliciten a su autor. Al fin y al cabo, se lo debemos a él.

(Publicado originalmente el 3 de enero de 2011 en Desde el Nibelheim)

martes, 25 de enero de 2011

INTELECTUALES




LA actriz Nuria Espert, que fue honrada el pasado verano con el doctorado honoris causa por la Universidad Internacional Menéndez Pelayo, declaró poco antes de la ceremonia que todos los intelectuales tienen que ser progresistas. Para justificar una afirmación tan categórica como falsa y poco matizada, nuestra perenne Medea utilizó un curioso razonamiento, que privaría del palmito de la intelectualidad a una buena parte de las personalidades que lo han lucido con justicia durante siglos:

«Es imposible —dijo— conocer y saber, y querer que nada cambie, que es lo que significa ser conservador, en vez de querer cambiar las cosas».

Dejando a un lado el confuso y un tanto culteranista modo de expresar su pensamiento, podríamos empezar destacando que en la afirmación de Espert se esconden un par de premisas que son, cuando menos, discutibles:

1ª) Un mayor conocimiento de las cosas —una mayor cultura, en definitiva (que es lo que quiere decir Espert, aunque se líe)— no implica, necesariamente, el deseo irrefrenable de cambiarlas. De hecho, puede ocurrir todo lo contrario por muy variadas razones.

2ª) Los espíritus conservadores se oponen "siempre" a que exista "cualquier" tipo de cambio (así es como deberíamos entender la expresión "querer que nada cambie").


Eso para empezar. Luego, también podríamos preguntarnos por qué diablos el hecho de "cambiar" siempre es visto como algo positivo per se. En todo caso deberíamos preguntarnos previamente: ¿cambiar para qué y a cambio de qué? Porque antes de sufrir la metamorfosis personal que terminó convirtiéndolo en el líder fanatizado y mesiánico que llegó a ser, Hitler no había sido tan peligroso para la Humanidad. ¿En su caso, fue positivo el cambio?

Sí, sí, de acuerdo. Ya sé que el ejemplo está un poco pillado por los pelos. Y sé, también, que la Espert no estaba pensando precisamente en la personalidad de Hitler cuando hablaba de "cambiar". ¿Pero acaso ha sido para mejor el "cambio" llevado a cabo por Zapatero en estos siete años de legislatura? ¿Es mejor o peor la nueva Ley del aborto? Para el nasciturus, desde luego, no. Y tampoco para una buena (¿mayoritaria?) parte de la sociedad española. ¿Y la situación de España tras la aprobación-recorte del Estatuto de Cataluña? Para la minoría de los separatistas y, por extensión, para los catalanes todos es indudable que la ocasión se la han pintado calva. Pero no puede afirmarse que sea beneficiosa también para el resto de ciudadanos españoles, que desde ya mismo tienen menos derechos que los catalanes, por la nueva situación de privilegio que el Estatuto favorece en las relaciones entre Cataluña y el Estado Central. Así pues, a la hora de pedir cambios también deberíamos tomar en consideración las ventajas que se extraen de los mismos, y si de ellas resulta beneficiada una mayoría de la sociedad. Pero cambiar por cambiar...

Quizá sea yo muy mal pensado, pero de manera inconsciente, o con total conocimiento de causa, Espert utiliza un argumento tramposo que, me parece, lleva implícita una connotación apriorística de alcance político y moral de la que podríamos extraer el siguiente razonamiento: como sólo la gente de izquierdas suele definirse como progresista —bueno, y algunas veces también Esperanza Aguirre y Ruiz Gallardón, pero ése es otro tema—, y como sólo los progresistas se preocupan, según Espert, de que las cosas cambien —lo cual estaría por ver, todo sea dicho—, entonces se deduce que sólo puede ser intelectual quien es de izquierdas.

Que la actriz está pensando en la dialéctica izquierda (progresista)/derecha (conservador) es algo obvio, toda vez que utiliza este último término para oponerlo a quien sí desea "cambiar las cosas". Además, y por si no conociéramos su orientación política, en la entrevista donde dice lo que comentamos, Espert también se mostraba favorable a la "Ley de memoria histórica", contraria a la Guerra de Iraq y dejaba claro que el malvado capitalismo «sólo podía ser devorado por sus propios hijos». ¡Muy propio del trágico y melodramático temperamento de la actriz catalana!



¿Pero si aceptamos el aserto dicotómico (y maniqueo) espertiano, entonces qué deberíamos hacer con individuos como Marcial, Séneca, Isidoro de Sevilla, Julián de Toledo, Beato de Liébana, Rodrigo Jiménez de Rada, el infante don Juan Manuel, Garcilaso de la Vega, Jerónimo Zurita, Ambrosio de Morales, Fray Luis de León, el padre Mariana, Francisco Suárez, Quevedo, Calderón, Baltasar Gracián, Nicolás Antonio, el padre Feijoo, los padres Flórez y Risco, Jovellanos, Cánovas del Castillo, Menéndez Pelayo, Ramiro de Maeztu, Laín Entralgo y tantos otros, por sólo citar personalidades españolas que, con toda seguridad, no eran de izquierdas?

Se me dirá: es que muchos de los que mencionas no fueron "intelectuales", en el sentido estricto del término. Bueno, bien, vale. Acepto la enmienda por lo que explicaré a continuación. Pero a ver si vamos a considerar que Jerónimo Zurita no fue un intelectual y Nuria Espert sí. O Ramoncín, o Pedro Almodóvar, o Pilar Bardem. A lo mejor es que antes de bautizar con un calificativo tan honroso a alguien, o de afirmar que quien lo porta siempre es "progresista", deberíamos ponernos de acuerdo sobre qué entendemos por "intelectual". Seguramente será eso.

Como bien estudió en su momento el hispanista Edward Inman Fox,* el término "intelectual" —entendido en su acepción más correcta y ajustada a la realidad, esto es refiriéndose "al cultivador de cualquier género literario o científico con voluntad de influir sobre la opinión pública"— hizo su aparición a raíz del famoso "Affaire Dreyfus", para definir la actitud que personalidades como Émile Zola mantuvieron a lo largo del mismo, agitando conciencias y oponiéndose al orden sociopolítico del momento. La palabra entró a formar parte de la lengua española, por mediación de los autores del 98, casi a la vez que de la francesa y, según Fox, aparece atestiguada, por vez primera, con ese significado en un artículo de Miguel de Unamuno —a propósito de los "procesos de Montjuic" (1896)— y en otros de Ramiro de Maeztu, fechados en 1897, 1898 y 1899. Y concluye Fox:

«Es muy apropiado que sea Maeztu el que más se aproveche de la nueva palabra, porque más que en ningún pensador de su tiempo —con la posible excepción de Costa— el concepto de intelectual como persona responsable e influyente está en el mismo centro de sus ideas sobre la "otra España" [...]. Todo su pensamiento prepara el terreno para la actividad de los intelectuales de la generación de Ortega».**

Ramiro de Maeztu y Whitney (1875-1936)


Pues bien, conviene insistir sobre la circunstancia de que Ramiro de Maeztu no fue, precisamente, de izquierdas. De hecho, terminó siendo asesinado por los republicanos frente a la tapia del cementerio de Aravaca, el 29 de octubre de 1936, tras un largo cautiverio en la prisión de Ventas que comenzó el 30 de julio de ese mismo año. ¿Y no fue, por ello, el famoso ensayista un verdadero intelectual, en el sentido más descarnado, comprometido y preciso del término?

Lo que quizá convendría ir revisando es la excesiva generosidad y amplitud con que se ha venido utilizando el término "intelectual" desde un tiempo a esta parte. Ya he dicho cuál podría ser la definición adecuada del mismo. Pues bien, aunque mucha gente del mundillo artístico y con ascendiente comprobado sobre la sociedad —actores de cine y teatro, directores de lo mismo, cantantes, deportistas, periodistas, políticos— aparece definida habitualmente bajo la categoría de "intelectual", creo que la mayoría de ellos no merecen tal honor, pues no cumplen con la otra condición que a mí me parece sine qua non para hablar de "intelectualidad": cultivar una actividad literaria o científica. Con cierta asiduidad, claro.

Pero aún hay una tercera peculiaridad que, en mi opinión, debería formar parte de cualquier intelectual que se precie de tal: un claro nivel de compromiso con la sociedad y de oposición al orden sociopolítico establecido, sea cual sea en cada momento. Característica que, como bien sabe el lector objetivo, la mayoría de las veces brilla por su ausencia en la pseudo intelligentsia de nuestros días. ¿Porque es posible que resista la más mínima comparación una actitud como la de Zola ante las autoridades políticas y militares francesas, o la de Miguel de Unamuno —primero frente Alfonso XIII y Miguel Primo de Rivera y, en el momento postrero de su existencia, ante las autoridades militares golpistas de 1936 (el bilbaíno sí que sabía oponerse a todo el mundo como nadie)— con esa intelectualidad postmoderna, denunciada ya en alguna ocasión, cuyos integrantes alimentaron el movimiento Nunca mais o la Plataforma de Apoyo a Zapatero (PAZ), por ejemplo?

Por cierto: ya en otro orden de cosas, y puestos a pedir, también sería necesario replantearse la alegría con que, desde hace unos años, nuestras universidades conceden doctorados honoris causa.

En todo caso, me temo que personajes como Nuria Espert no entran en la categoría de "intelectual", según mi concepción del término ya expuesta. Y lo mismo puedo afirmar de cualquier otro individuo que pudiéramos vincular a posiciones "conservadoras" y que no cumpla con las tres condiciones enumeradas. Pero claro, a lo mejor es que soy demasiado exigente y, además, estoy equivocado. A saber...

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* FOX, E. I., «El año de 1898 y el origen de los "intelectuales"», en idem, Ideología y política en las letras de fin de siglo (1898), Madrid, 1988, pp. 13-23.

** Idem, p. 20.


(Publicado originalmente el 26 de julio de 2010 en Desde el Nibelheim)

lunes, 24 de enero de 2011

FETICHISMOS

 (Pinchar en la imagen para verla ampliada)

AÚN recuerdo el fortísimo impacto que me causó este póster, cuando lo saqué del fascículo de la Historia de los cómics de Toutain, en el que venía incluido: lo desplegué sobre la cama nerviosamente, pero con un cuidado exquisito para que no se doblara lo más mínimo, y lo estudié con detenimiento durante días y días... Siempre la misma ceremonia: abría el fascículo, sacaba el tesoro, lo extendía sobre la cama, con la colcha pulcramente extendida para evitar que cualquier arruga traidora estropeara el mágico papel couché, y me tumbaba al lado analizando con detalle sus viñetas. Nunca se me olvidará la frase de la primera cartela, que tanto me impactó: "Todo el ejército de Fernando desplegaba frente a Coímbra. Y al frente del ejército, el propio emperador...", o algo así.

Luego (en el año 1984) llegó la oportunidad de conocer personalmente a Antonio, y de compartir con él y con otros maestros (Breccia, Chiqui de la Fuente, Giménez, etc.) momentos maravillosos en la tienda que Mariano Ayuso tenía en la calle Gaztambide de Madrid y en una cervecería (cuyo nombre ya no recuerdo) que también había allí. Yo, la mayoría de las veces, me limitaba a escuchar arrobado sus conversaciones y anécdotas, mientras saboreaba un refresco o, como mucho, un vinito. ¡Y es que era tan joven...!

Coda final: este precioso póster, incluido como obsequio en el fascículo nº 9 de la Historia de los cómics, de Josep Toutain Editor, reproduce una página de la obra El Cid, 3. La toma de Coímbra, dibujada por Antonio Hernández Palacios y publicada por la Editorial Ikusager en 1982. Sus dimensiones son de 45x58 cm. Las justas para que un joven adolescente lo considere un auténtico tesoro.

(Publicado originalmente el 25 de septiembre de 2010 en Desde el Nibelheim)

domingo, 23 de enero de 2011

"DOVE SONO I BEI MOMENTI?"




¿POR qué será que en las actuales funciones de ópera —hablo de aquellas a las que uno asiste habitualmente— casi todo suele estar en su sitio, pero en ellas acostumbran a brillar por su ausencia el nervio, la pasión, la espontaneidad o la emotividad a flor de piel? ¡Qué envidia de aquellas gloriosas veladas en las que, al decir de las críticas, levantaban auténticas pasiones cantantes míticos como Malibrán, Duprez, Nourrit, Patti, Penco, Tamberlik, Battistini, Valero, Constantino, Betz, Maurel, Tamagno, Lilli Lehmann, Stolz, etc.! O, para no irnos tan lejos, aquellas otras en las que arrollaban intérpretes como Caruso, Gigli, Schipa, Caniglia, Galli-Curci, Anderson, Ponselle, Melchior, Ruffo, Chaliapin, Flagstad y tantos y tantos otros. Uno lee las antiguas crónicas —las de Carmena y Millán, por ejemplo, o las recogidas por José Subirá a propósito del viejo Teatro Real de Madrid—, y aquellas otras que no lo son tanto —dedicadas a cantantes mucho más recientes pero igualmente míticos, como Callas, Nilsson, Corelli, Hotter, del Monaco, Tebaldi, Windgassen, Vinay y otros— y se pregunta, con envidia, incredulidad y un poquito de desdén, por qué esas veladas mágicas, esas voces maravillosas y esas interpretaciones que hicieron época en el pasado no se repiten en nuestros días. ¿Exageraban sus autores al ensalzarlas hasta las nubes o, por el contrario, eran simples y fieles transmisores de verdaderas tardes de éxtasis musical y de gloria artística? Porque hoy día, repito, todo es demasiado aséptico: es cierto que los cantantes se ajustan siempre (o casi siempre) a lo escrito en el pentagrama y rara vez fallan. Pero tampoco transmiten demasiado, y se hace difícil asistir a una representación en la que uno vibre de emoción en su butaca. Los minimalistas montajes —verdadero cáncer de la escena lírica de nuestro tiempo— funcionan como un perfecto engranaje, todo está listo a tiempo, nada se cae, nadie se tropieza, a nadie se le escapa un gallo... En definitiva: las funciones suelen ser precisas en su conjunto como un reloj suizo, pero generalmente resultan demasiado frías y distantes. Todo está en su sitio, pero muy pocas veces hay "ángel".

Estoy de acuerdo con el principio de que en la mesura y en el buen gusto, además de en el dominio de la técnica y en la variedad de los recursos expresivos, se encuentra el camino acertado para el éxito de toda interpretación operística. Pero aun reconociendo el valor de todo ello, creo también que la ópera ha de implicar una buena dosis de sacudida emocional, de ejercicio circense, de malabarismo canoro, de pirotecnia vocal, de exhibición de facultades para mantener ese grado de suspense que caracteriza a una actividad tan compleja y dificultosa como el bel canto. Particularmente busco en la ópera emoción y belleza, antes que pura perfección técnica canora o exquisitez interpretativa: es decir, lo que más me interesa cuando asisto a una función operística es que los cantantes me transmitan algo, más que el modo en que lo hagan. Aunque, lógicamente, prefiero una perfecta fusión de ambos elementos. Y si a lo emotivo se añade la perfección técnica, pues mejor que mejor.

Por desgracia he podido comprobar que el "ángel" de un momento especialmente mágico no siempre se consigue acudiendo sólo a la mesura, al buen gusto y a la contención. De hecho, todo aficionado sabe de representaciones donde han primado estos últimos valores, por encima de cualesquiera otros, y el resultado ha sido bastante aburrido y monótono. Ello me lleva a pensar, a menudo, si el exceso de pathos en una interpretación, por muy fuera de lugar que pueda parecernos a primera vista como recurso expresivo, no será la vía más adecuada y directa —¿quizá también la más facilona?— para activar ese mecanismo generador de emociones que todos llevamos dentro, más o menos adormecido, y que suele activarse ante estímulos artísticos de honda y marcada intensidad. Pero será mejor que les ponga un ejemplo para que vean lo que quiero decir.

En el año 1972 una pléyade de celebérrimos cantantes líricos se reunió sobre el escenario de la MET para rendir homenaje, con una gala de lujo, a su todopoderoso intendente (General Manager) Rudolph Bing (9 enero 1902 - 2 septiembre 1997), que iba a jubilarse después de un largo período de veintidós años al frente del mítico coliseo neoyorquino. Por fortuna, el evento quedó registrado en disco para la posteridad, y podemos seguir disfrutando de él actualmente y con facilidad. Además es accesible también a través del canal Youtube.

Los espectadores allí congregados pudieron oír a unos jovencísimos Montserrat Caballé, Plácido Domingo o Luciano Pavarotti, y a otros no tan retoños como Franco Corelli, Leontyne Price, Martina Arroyo, Birgit Nilsson, Regina Resnik, o Joan Sutherland.

De todas las actuaciones que se vieron sobre el escenario de la MET aquella velada les traigo al Nibelheim la correspondiente a la de dos colosos norteamericanos del canto lírico: Robert Merrill (4 de junio de 1917 – 23 de octubre de 2004) y Richard Tucker (28 de agosto de 1913 – 8 de enero de 1975), que por entonces ya eran bastante talluditos (como puede verse en la foto de la izquierda, correspondiente a esta gala). Sin embargo, al oír ahora su versión del célebre dúo "Invanno Alvaro... Le minaccie, i fieri accenti", de La forza del destino, de Verdi, a uno se le sigue erizando el vello ante la grandeza dramática, lo sincero del canto y lo electrizante de la interpretación. Es cierto que los cantantes lo confían todo al torrente vocal y que la versión —sobre todo por parte del temperamental Tucker, que abusa de los sollozos, de los golpes de glotis y de un canto declamato extremo— peca de un tono excesivamente verista y melodramático, que cuadra mal con el estilo verdiano e incluso se aleja un tanto del mismo. ¡Pero, madre mía, qué pedazo de voces! ¡Y qué temperamentos! Vean ustedes, por ejemplo, cómo, pese a la enorme experiencia teatral que Merrill atesoraba por entonces, no puede disimular su emoción y vibra con Tucker cuando éste declama, casi gritando, la frase "Un brando, uscite!". Y fíjense también en el posterior "finalmente" que proyecta sobre el anonadado público ese prodigioso torrente vocal que fue Merrill: sencillamente impresionante. Pleno, rotundo, ancho, viril, autoritario, vengativo... Puro exceso melodramático, ya digo. ¡Pero qué maravilla!

Añado el texto original del libreto y su correspondiente traducción española, por si quieren apreciar, aún mejor, la interpretación de ambos cantantes (si pinchan encima de cada imagen y la abren en una pestaña aparte podrán ver más grande la imagen). ¡Que lo disfruten!




(Pubicado originalmente el 21 de junio de 2010 en Desde el Nibelheim)

sábado, 22 de enero de 2011

ANTONIO HERNÁNDEZ PALACIOS Y LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA



Antonio Hernández Palacios (1921-2000) fotografiado en 1974,
con el recién ganado premio Yellow Kid en la mano


ENTRE los recuerdos más gratos que guardo de mi adolescencia se encuentra el de la tertulia que Antonio Hernández Palacios y Mariano Ayuso congregaban todos los sábados por la mañana en una cervecería de la calle madrileña de Gaztambide, cuyo nombre no recuerdo ahora, y a la que tuve el honor de asistir durante un par de años (1984-1985). Allí se reunían habitualmente estos dos admirados amigos con viejos conocidos que habían combatido en la Guerra Civil —especialmente del bando republicano (me acuerdo concretamente del piloto de cazas José María Bravo)—, y con otros que pertenecían al mundillo comiquero, para hablar de los más diversos temas, incluido, desde luego, el de dicha contienda, que ahora está siendo groseramente manoseada.

Mariano Ayuso (1928-?)*


Recuerdo que, en cierta ocasión incluso, y coincidiendo con la celebración de la II Semana de la Historieta de Madrid, celebrada en 1985, tuve el honor de estar toda una mañana a solas hablando con el propio Antonio y con Alberto Breccia; o, más bien, escuchando con atención y arrobo a ambos maestros, que no dejaban de relatar jugosas anécdotas de su profesion y de la vida en general. No les confieso, por pudor, la edad que tenía yo entonces. Sólo puedo decirles que todavía hoy me acuerdo vívidamente de aquellos venturosos días, en que todo fueron ilusiones y esperanzas. ¡Qué de tiempo ha transcurrido desde entonces, y cuánta agua ha pasado bajo el puente!

Alberto Breccia (1919-1993), maestro de maestros, junto a una
plancha de
Mort Cinder, su obra más conocida y realizada
en colaboración con el guionista Oesterheld



Les cuento todo esto, aún a riesgo de parecer el abuelito de la familia Cebolleta, porque algunas de las cosas que allí se dijeron entonces estaban directamente relacionadas con la obra de que pienso hablar a continuación para hacerle mi particular homenaje a ese gran maestro del cómic que fue Antonio Hernández Palacios.

Su tetralogía sobre la Guerra Civil —que, en principio, estaba pensada como una serie de gran envergadura que habría narrado las vicisitudes de los combatientes republicanos entre el año 1936 y el final de la II Guerra Mundial— fue una de las obras más queridas por Antonio; se lo oí decir personalmente más de una vez, en aquellas tertulias a las que me he referido, y se colige también de sus palabras en la introducción que él mismo escribió en 1979 para el primer volumen de la serie. Pero el implacable tiempo, las cambiantes condiciones editoriales y los vaivenes sufridos por el mundo del cómic en nuestra España le impidieron concluirla (al igual que ocurrió con sus demás proyectos). Es una verdadera lástima.


Portadas de los cuatro álbumes dedicados a la Guerra Civil
y publicados por la editorial Ikusager


Con todo, he de confesarles a ustedes que no es la de la Guerra Civil la obra del artista madrileño que más me gusta. Personalmente prefiero El Cid o Manos Kelly —de los que, quizá, hable en el futuro—, sobre todo los primeros tres volúmenes de cada una de estas dos series, realizados en el momento de mayor esplendor artístico de nuestro protagonista (que coincidió con los años 70 y muy primeros 80) y publicados, en buena medida, en la famosa revista juvenil Trinca, que marcó toda una época de la adolescentes españoles (y de los que no lo eran tanto).

A pesar de ello, en los cuatro libros sobre nuestra contienda fratricida nos encontramos de nuevo con el mismo poderoso y eficaz artista que nos impacta desde el principio por su inconfundible dibujo y su personal uso del color. Estilo gráfico que se amolda de manera inmejorable a una historia plagada de ruinas, de humo y de feroces combates, en los que las elaboradas y complejas tramas del dibujo de Palacios resultan especialmente densas y expresivas. Hay que decir, a este respecto, que el barroquismo del estilo llega a unas cotas tan elevadas en los tres primeros volúmenes de la obra —favorecido por el propio caos resultante del hecho histórico que se está narrando en las viñetas— que el visionado en blanco y negro de estas planchas —tal como se publicaron, por ejemplo, en un dominical del diario El País— puede producir en el espectador poco acostumbrado a la obra de Palacios, una primera y desagradable sensación de abigarramiento y confusión. Sin embargo, cuando la vista se va deteniendo con atención en los detalles y el espíritu se sosiega un tanto después del violento shock producido tras la primera visión de la obra, se empiezan a percibir aspectos que en un principio pasaron desapercibidos y la admiración hacia la tarea desarrollada por Antonio en estas planchas comienza a crecer. Con todo, es una obra que debe verse en color, como casi todas las realizadas por el gran artista madrileño.

Como en sus demás trabajos, la tarea de reconstrucción histórica que el autor realiza en estos libros es de un detallismo minucioso. Pero al existir mucha más documentación que, por ejemplo, para el período medieval —época tratada por Antonio en su El Cid— el resultado obtenido roza ya casi el valor de lo documental. Ello se ve no sólo en las recreaciones ambientales y paisajísticas que el dibujante logra trasladar al papel de manera soberbia e impresionante —pienso, por ejemplo, en la plancha 23 del volumen I, en la célebre viñeta a toda página de la plancha 45 del volumen II, o en la similar de la página 42 del volumen III—, sino también en lo que se refiere a la plasmación de personajes históricos que conocemos a través de otros medios como el cine o la fotografía (Durruti, Líster, La Pasionaria, Miaja, etc.).

Planchas 45 (del volumen 2) y 42 (del volumen 3):
lo documental como base de la narración


Esta característica —el excesivo documentalismo—, que algunos han censurado como un defecto propio de Antonio para otras de sus creaciones, cobra aquí un valor especial por razones obvias, y no desaparece ni siquiera en el último de los álbumes, Gorka Gudari, donde, sin embargo, el autor —que ya se encontraba en otra etapa de su desarrollo artístico— hizo un profundo ejercicio de depuración estilística que los amantes del dibujo límpido agradecerán especialmente, pues se tradujo en una nueva maniera consistente en el empleo de menos trama, en la reducción drástica de las masas de negro y en un uso más pictórico del color, que adquiere una gran importancia no tanto como soporte de iluminación sino como elemento que ayuda a perfilar el propio dibujo (como puede verse con claridad en el ejemplo de la plancha 41 de este álbum).

Planchas 41 y 46, respectivamente, del álbum Gorka Gudari
(último de los publicados)


¡Ah, por cierto! Las escenas de lluvia que aparecen en los volúmenes 3 y 4 son impresionantes, como ocurría siempre con el maestro en estos casos.

Mas también hay "peros" en este impresionante fresco histórico trazado por Hernández Palacios. Y es que si en un cómic de ambientación histórica el guión puede llegar a resultar plúmbeo cuando no se maneja con cuidado, este hándicap se multiplica por cien (o incluso por más) cuando la obra nace ya con una ineludible voluntad histórica y documental. Y tal fue el caso de la que ahora nos ocupa. En tales circunstancias, difícilmente logra el autor alejarse del didactismo y del puntillismo documental, por fácil que le resulte contar historias y por muy bien dotado que esté para lo literario. Algo similar ocurre en casi todas las Historia de… —póngase aquí el topónimo preferido: Andalucía, Navarra, Valencia, Madrid, Cataluña, etc.— que se hicieron durante nuestro boom de los cómics a finales de los años 70 y principios de los 80: son generalmente un tostón. En el caso de la tetralogía palaciega sobre la Guerra Civil Española podríamos decir que nos hallamos ante un conjunto de documentos gráficos que han sido literaturizados por medio de cartelas y bocadillos, o de un libro de historia que ha sido aligerado por medio de ilustraciones que adoptan una forma narrativa concreta. Por este motivo, he insistido antes en el aspecto visual de la obra (que es, de lejos, lo mejor de la misma). No obstante, en descargo del maestro madrileño hay que recordar aquí que como nos hallamos ante una obra inacabada carecemos de la visión de conjunto necesaria para hacer una crítica objetiva en el ámbito de lo literario, sencillamente porque ignoramos cómo habría llevado adelante su historia Antonio. Quizá en los volúmenes posteriores habría abandonado un tanto ese pesante tono didáctico que encontramos en los cuatro álbumes que llegó a terminar. Lo ignoro porque nunca tuve la oportunidad de oírle hablar de ello (o, al menos, ya no lo recuerdo).

En cuanto al protagonismo de los dos personajes principales de la tetralogía, Eloy y Gorka —que también lo iban a ser de la saga completa—, resulta evidente que Antonio lo redujo tanto como creyó conveniente para hacernos ver que las verdaderas estrellas de ese trágico episodio que fue nuestra Guerra Civil habían sido el conjunto de los españoles y la propia Historia. Una historia que él vivió con intensidad en primera persona, y cuyos recuerdos guardaba vívidamente en su memoria (como tuve ocasión de comprobar en más de una ocasión).

Para finalizar, si tuviera que elegir entre los cuatro álbumes que pudo terminar —Eloy, uno entre muchos, Río Manzanares, 1936, Euskadi en llamas y el citado Gorka Gudari—, personalmente me quedaría con los dos primeros de la serie, centrados en el frente de Madrid (por aquello, quizá, de ser la ciudad donde uno ha vivido, crecido y, al parecer, va a terminar muriendo si el tiempo y las circunstancias no dicen otra cosa). Sin embargo, en cuanto a color, posiblemente elegiría el tercero, 1936. Euskadi en llamas, quizá porque la acción que allí se narra invita al empleo de gamas mucho más suaves y empastadas que las estridentes y chillonas (propios de bombazos y explosiones) que vemos en los dos primeros álbumes. O seguramente, porque frente a la aridez de las tierras castellanas que me han visto nacer, en el fondo prefiero el verdor de las montañas y caseríos vascongados (aunque hoy, como ayer, sigan teñidos de sangre y fuego).

Desearía concluir estas líneas llamando la atención sobre el hecho de cómo en 1983 —es decir, con la Transición todavía bien reciente y la emoción de la esperanza a flor de piel—, dos personas en principio tan contrarias como Antonio Hernández Palacios —combatiente republicano— y el general Ramón Salas Larrazábal —luchador en el bando rebelde y prologuista a la segunda edición del primer álbum de la serie— pudieron estar el uno junto al otro para hablar de algo que, en el pasado, les había enfrentado cruelmente.

Por eso, nada mejor para finalizar mi comentario —en estos aciagos días de revisionismo revanchista que vivimos y que están volviendo a abrir viejas heridas— que las palabras con que el citado general concluía su introducción a esta gran obra artística hecha por un republicano imbuido también por el deseo de la reconciliación: «La obra de Palacios —decía Larrazábal— ha hecho bueno aquello de que una imagen vale más que mil palabras, y estoy seguro de que su narración, sustentada firmemente en su fabuloso dominio de las artes plásticas y en el buen uso que hace de él, ha ayudado más que los libros que sobre la contienda hemos escrito los historiadores para que los españoles de entonces y de ahora, al recordar aquellos acontecimientos, afirmemos nuestra voluntad colectiva de no volver a dirimir nuestras diferencias por medios violentos».

* * *

Coda final: el lector que desee profundizar en este tema puede consultar dos magníficos blogs del amigo Emilio Aurelio Gil: Cómics en extinción y Tangencias. Ambos son un deleite para la vista y en ellos podrá encontrar abundante documentación gráfica sobre toda la obra de Hernández Palacios que aquí no podemos colgar.

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* Famoso editor (responsable de la revista Sunday), crítico de cómics y propietario de la conocida tienda Totem, que ya se ha mencionado en esta breve crónica.

Nota (incluida el 25/09/2010): en el momento de redactar esta entrada mis noticias eran que Mariano Ayuso había fallecido. Posteriormente, sin embargo, me han comunicado que todavía vive, pero es algo que no puedo confirmar en una dirección u otra. En cualquier caso, mi deseo es que, esté donde esté, el bueno de Mariano Ayuso se encuentre bien y sea feliz.

(Publicado originalmente el 2 de julio de 2010 en Desde el Nibelheim)

viernes, 21 de enero de 2011

BATTAGLIA, O EL GRAFISMO MELANCÓLICO


¿QUÉ puedo decir de Dino Battaglia (1923-1983) que no haya escrito ya en otros foros y blogs de Internet? Pues que junto con su compatriota y amigo Sergio Toppi (1932), es uno de mis dibujantes favoritos. Y como él igual de maltratado por nuestra industria editorial. Bueno, incluso quizá más: desde los años 80 del pasado siglo, y con la honrosa excepción de un libro publicado por Astiberri, nada editado en España. Una lástima (y una vergüenza, claro).

Toppi en el año 2007 y en un autorretrato de los años 70


Al hablar de Battaglia siempre me gusta repetir eso de que le llamaron el “Visconti” de los cómics, por su elegancia en el dibujo y sus puestas en escena únicas, o el "Durero italiano", por la meticulosidad de su grafismo.

Extraordinario, finísimo y sutil adaptador de relatos literarios, Battaglia defendió siempre que no había tenido nunca la necesidad de escribir nuevas historias, dado que había tanta buena literatura por ilustrar. Sintió especial predilección por los autores del primer Romanticismo (Hugo, Hoffmann, von Chamiso …) y por los decimonónicos en general (Poe, Dickens, Stevenson, Maupassant, Gogol), aunque no renunció a otros más clásicos, como Rabelais (memorable su adaptación de Gargantúa y Pantagruel).

Adaptando a los clásicos: páginas de Canción de Navidad, de Dickens, de El rey Peste,
de Poe y portada del volumen recopilatorio de los cuentos de Maupassant
(en una edición española de los años 80)


Dos imágenes de la adaptación de Gargantúa y Pantagruel


A todos ellos los ilustró de manera portentosa, merced a su muy personal y depurado estilo gráfico (resultante de muchos años de pruebas, dudas y titubeos). Estilo que se caracteriza por la originalidad compositiva de la página —donde el uso del blanco juega un papel predominante, así como las frecuentes alteraciones de la tradicional viñeta—, por el trazo anguloso, quebrado e irregular, la delicadeza de la línea, el predominio de la plumilla sobre el pincel, de los raspados con cuchilla sobre la tinta china, el uso de pincel seco, el empleo de máscara o productos grasos (como hace Toppi) y, ante todo, una omnipresencia absoluta de los tonos grises y los difuminados —característica esencial del estilo “Battaglia”—, que el autor trabajaba a base de aplicar sobre el papel algodón hidrófilo empapado en tinta china diluida, en un proceso que era controlado por medio de plantillas cuidadosamente preparadas sobre la marcha. En definitiva: un estilo en el que no tenía cabida el color —el dibujante afirmó que él siempre concebía sus historias en blanco y negro (incluidos los grises)—, que siempre fue aplicado con similar delicadeza, mesura y buen gusto por Laura Battaglia, mujer, cómplice y ayudante del dibujante veneciano.

Viñeta de la adaptación de Till Ulenspiegel: el blanco como elemento compositivo de la viñeta


Olimpia: adaptación de El hombre de la arena, de E. T. A. Hoffmann.
A la derecha, adaptación del relato de Poe Ligeia


Dos muestras más del trabajo gráfico de Battaglia, a partir de relatos de Meyrinck/Borges y Poe


Dino con su esposa Laura: fiel compañera, colaboradora
y custodio de su legado artístico


Conviene recordar, también, el soberbio trabajó que Battaglia realizó en el campo de la temática religiosa (especialmente para la revista Il giornalino), dando a la imprenta una serie de extraordinarias, sensibles y delicadas obras que no por ser encargo de un comitente poseían menor calidad. Entre ellos debo mencionar sus biografías de Francisco de Asís y de Antonio de Padua, así como las no menos preciosas páginas dedicadas a los patriarcas y los profetas del Antiguo Testamento. Obras todas que, por fortuna, se encuentran bien editadas en Italia.

Página de Frate Francesco y recopilación de relatos sobre el Antiguo Testamento,
titulada I patriarchi


Y no hablemos de su trabajo en historias de temática militar —Battaglia era un apasionado de las maquetas y de los soldaditos (que él mismo fabricaba artesanalmente)—, o ilustrando relatos infantiles como El gigante egoísta o Topo Gigio.

 Dos planchas de su relato "Waterloo" (recopilado en el libro Caricaa!)


En fin. Creo que se nota la admiración que siento por Battaglia. Un autor casi olvidado que debería ser recuperado cuanto antes para España.



Si quieren saber más sobre Battaglia, les recomiendo muy encarecidamente que visiten el blog Cómic, historietas, tebeos, donde han dedicado varias entradas (bellísimas) al autor veneciano.

(Publicado originalmente el 28 de septiembre de 2010 en Desde el Nibelheim).