AYER tuve ocasión de ver, por fin, The Witch, la celebrada película del debutante Robert Eggers que tantos parabienes ha ido recabando en los últimos meses, desde que su director recibiera el premio a la mejor dirección en la categoría de Drama Estadounidense, en el Festival de Cine de Sundance. Pues bien, tras el visionado de la cinta he quedado tan perplejo que sólo tengo fuerzas para preguntarme: ¿cómo es posible que se haya dicho de ella que es una de las mejores películas de terror que se han hecho? ¿Cómo se puede acumular sobre un film así todos los halagos y parabienes que yo he leído en las críticas, cuando sólo se trata de una producción curiosa e interesante, como mucho, con cierto regusto a documental etnográfico y folclórico? Y todo ello con una historia que utiliza la idea del terror —más bien una de las múltiples caras que éste ofrece en la tradición occidental: la de la brujería y el diablo— para profundizar en una serie de temas —la familia, la sexualidad, la represión, la religiosidad, la intolerancia, la superstición, la soledad— que poco o nada tienen que ver con el terror, propiamente dicho.
¿Acaso nos hemos vuelto locos? Siguiendo el principio de proporcionalidad, y si se ha dicho todo eso de esta película, ¿dónde tendríamos que situar, entonces, títulos como Häxan, The Rosemary's Baby o The Believers (por citar sólo tres de temática brujeril), estos sí, auténticas obras maestras del género? ¿Tan poco exigentes nos hemos vuelto con el cine actual que colocamos sobre un pedestal lo que no es sino una película estimable (con hallazgos visuales interesantes y alguna que otra idea aprovechable)? Debe ser el resultado, sin duda, de lo que podríamos denominar el "efecto erial", según el cual, dada la escasa calidad (generalizada) del cine de hoy día, cuando aparece una película algo más interesante que las demás, nos parece que ésta, por contraste con la mayoría, se acerca a la categoría de obra maestra. Porque de otro modo no me lo puedo explicar.
Ya digo que visualmente The Witch es estupenda; la fotografía de Jarin Blaschke —que es lo mejor de la película— da como resultado un ambiente onírico y sobrecogedor que consigue crear atmósfera (mucha atmósfera). Hay referencias y guiños constantes a la pintura holandesa y, más en concreto, a la pintura de género o costumbrista —tanto en su vertiente lumínica, como en la temática propiamente dicha—; el sublimado esteticismo de las imágenes da como resultado un goce visual indiscutible para el espectador. Hay también numerosas ideas buenas (que, sin embargo, no terminan de estar suficientemente desarrolladas) y la película no aburre en absoluto, pese a lo moroso del tempo empleado por el director. Pero le falta algo... Y, desde luego, está a años luz de otras películas de terror psicológico que se han hecho (especialmente de El resplandor, que es con la que más se la ha comparado). ¡Ni de coña, vamos...! Con la película de Kubrik te cagas las patas abajo de miedo y, sin embargo, The Witch se podría emitir perfectamente durante una sobremesa por La 2, en lugar de los documentales sobre ñúes y cocodrilos a que nos tienen acostumbrados...
Sabor agridulce, pues, el que le ha quedado a este servidor suyo después de ver la celebrada película de Eggers. Habrá que esperar a mejor ocasión para conocer esa obra maestra del terror que todos los aficionados llevamos aguardando, como agua de mayo desde hace muuuuuuuuuucho tiempo.
¿Acaso nos hemos vuelto locos? Siguiendo el principio de proporcionalidad, y si se ha dicho todo eso de esta película, ¿dónde tendríamos que situar, entonces, títulos como Häxan, The Rosemary's Baby o The Believers (por citar sólo tres de temática brujeril), estos sí, auténticas obras maestras del género? ¿Tan poco exigentes nos hemos vuelto con el cine actual que colocamos sobre un pedestal lo que no es sino una película estimable (con hallazgos visuales interesantes y alguna que otra idea aprovechable)? Debe ser el resultado, sin duda, de lo que podríamos denominar el "efecto erial", según el cual, dada la escasa calidad (generalizada) del cine de hoy día, cuando aparece una película algo más interesante que las demás, nos parece que ésta, por contraste con la mayoría, se acerca a la categoría de obra maestra. Porque de otro modo no me lo puedo explicar.
Ya digo que visualmente The Witch es estupenda; la fotografía de Jarin Blaschke —que es lo mejor de la película— da como resultado un ambiente onírico y sobrecogedor que consigue crear atmósfera (mucha atmósfera). Hay referencias y guiños constantes a la pintura holandesa y, más en concreto, a la pintura de género o costumbrista —tanto en su vertiente lumínica, como en la temática propiamente dicha—; el sublimado esteticismo de las imágenes da como resultado un goce visual indiscutible para el espectador. Hay también numerosas ideas buenas (que, sin embargo, no terminan de estar suficientemente desarrolladas) y la película no aburre en absoluto, pese a lo moroso del tempo empleado por el director. Pero le falta algo... Y, desde luego, está a años luz de otras películas de terror psicológico que se han hecho (especialmente de El resplandor, que es con la que más se la ha comparado). ¡Ni de coña, vamos...! Con la película de Kubrik te cagas las patas abajo de miedo y, sin embargo, The Witch se podría emitir perfectamente durante una sobremesa por La 2, en lugar de los documentales sobre ñúes y cocodrilos a que nos tienen acostumbrados...
Sabor agridulce, pues, el que le ha quedado a este servidor suyo después de ver la celebrada película de Eggers. Habrá que esperar a mejor ocasión para conocer esa obra maestra del terror que todos los aficionados llevamos aguardando, como agua de mayo desde hace muuuuuuuuuucho tiempo.
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