La traviata, ópera en tres actos, con música de Giuseppe Verdi y libreto de Francesco Maria Piave, basada en la novela y la obra de teatro La Dame aux camélias, de Alexandre Dumas hijo. Estrenada en el Teatro La Fenice de Venecia, el 6 de marzo de 1853, y en el Teatro Real el 1 de febrero de 1855.— Director musical: Henrik Nánási.— Dirección del coro: José Luis Basso.— Dirección de escena: Willy Decker.— Escenografía y vestuario: Wolfgang Gussmann.— Iluminación: Hans Toelstede.— Coreografía: Athol John Farmer.— Intérpretes: Nadine Sierra (Violetta Valéry), Xabier Anduaga (Alfredo Germont), Luca Salsi (Giorgio Germont), Karina Demurova (Flora Bervoix), Gemma Coma-Alabert (Annina), Albert Casals (Gastone, vizconde de Létorières), Tomeu Bibiloni (el barón Douphol), Giacomo Prestia (el doctor Grenvil), Joan Laínez (Giuseppe, criado de Violetta), Ihor Voievodin (un caballero), Athol Farmer (un invitado), Javier González (un mensajero), Koba Sardalashvili (un criado de Flora), Martín Asian, Jose Carpe, Ismael de la Hoz, Joaquín Fernández, Antonio Gomiz, Hannibal González, Ilona Juchinskaya, Antonio Laguna, Javier López, Javier Martínez, Gonzalo Moreno, Germán Parreño, Julen Pazos, Víctor Ramos, Nacho Rodríguez, Beppe Romano, Miguel Ángel Some, Israel Trujillo, Alexandro Valeiras, Blas Valverde, Raquel Villarejo Hervás (actores).— Coro y Orquesta titulares del Teatro Real (Coro Intermezzo / Orquesta Sinfónica de Madrid).— Teatro Real de Madrid.— Miércoles, 2 de julio de 2025, 19:30 horas.
En el apartado estrictamente musical, la dirección de Henrik Nánási me pareció rutinaria y sin nada destacable que reseñar. Si acaso, agradecerle el cuidado que prestó en todo momento para ayudar a los cantantes, algo que se percibió especialmente en el caso de la protagonista, a la que acompañó con unos tempi tan morosos que, en algunos momentos (por ejemplo en sus dos grandes monólogos de lucimiento: È strano! ... Sempre libera y È tardi... Addio del passato), llegaron a resultar algo irritantes por la lentitud (aunque fuera un placer escuchar a la soprano explayándose en ambos pasajes).
No digo nada nuevo si señalo que la verdadera protagonista de la función —la dueña absoluta y centro de toda la velada— fue Nadine Sierra. Si obviamos algunos excesos de expresión —sollozos, o grititos para dar mayor dramatismo al personaje, pero también algo más controlados que en la función liceística que he podido escuchar—, lo suyo me pareció un auténtico festival canoro, desde el comienzo hasta el fin (pese a que todo lo que iba sucediendo sobre el escenario contribuía, como ya he dicho, a depreciar lo que estábamos escuchando). No es sólo la belleza de su voz (carnosa, cálida, con un punto de oscuridad y un peso que ya la van alejando de lo ligero, riquísima de armónicos, con proyección y mordente, el vibrato justo), la precisión técnica, el dominio de todos los resortes del canto (inteligente uso del rubato, magnífico legato, fiato espectacular) y la implicación dramática (absolutamente total) de la soprano norteamericana, sino la facilidad, la suficiencia, casi la insolencia, con que afronta un rol tan complejo y difícil como éste, haciendo que todo parezca fácil y fluya sin obstáculo alguno. Escuchar cantar así es un verdadero deleite, además de una experiencia realmente placentera. ¡Ojalá viviéramos más ocasiones parecidas! Si a todo ello le añadimos, además, la belleza física —algo de lo que Sierra también va sobrada— obtenemos un cóctel perfecto que se agradece. En definitiva: la soprano de Fort Lauderdale fue la absoluta triunfadora de la velada, y demostró por qué viene siendo reconocida en todo el mundo como una de las más prometedoras e interesantes. Es joven aún, ha mostrado inteligencia y tiene mucho camino por delante que recorrer. Si las cosas siguen así, auguro que tendremos una cantante histórica. Una Matrícula de honor para ella.
En la piel de Alfredo disfrutamos al tenor español Xabier Anduaga (que a mí, personalmente, me gustó menos ayer que cuando lo escuché en La sonnambula). La voz es de calidad (hermoso timbre, excelente proyección, potencia, buena técnica, facilidad para el agudo), pero a nivel de expresión me pareció demasiado monótono y poco imaginativo, con una línea de canto en la que no abundaron, precisamente, la variedad de dinámicas, el matiz, cierto recogimiento en las partes más íntimas. Salvo momentos excepcionales, lo cantó todo en forte, con mucha entrega, cierto, pero escasa matización. En lo actoral también estuvo lejos de lo ofrecido por su compañera protagonista, mostrándose bastante envarado y poco natural, defecto que vino a acentuarse por causa de la raquítica propuesta escénica, que apenas ofrece "asideros" a los cantantes. Por todo ello, le puntúo sólo con un sobresaliente.
El papel de Germont padre estuvo encomendado al barítono italiano Luca Salsi, cantante de consolidada trayectoria, que nos ofreció una lectura no carente de intención a la hora de expresar, pero que se quedó muy lejos del ideal que servidor tiene de este rol, pues debe mostrar severidad e intransigencia en el II acto, pero también dulzura, comprensión y cariño hacia Violetta a medida que avanza la acción. Y en todo momento una nobleza (especialmente en sus conocidas arias) que yo no percibí. Por otra parte, me pareció que la voz corría con dificultad y presentaba desajustes, que no sé si atribuir a un posible vibrato o, más bien, a problemas de afinación, que a mí me resultaron bastante evidentes. Si alguien pudiera confirmarme tal extremo, le quedaría agradecido, porque me sorprendió mucho. Del trío protagonista, a mí fue, con diferencia, el que menos me gustó. Con un notable, creo, va que chuta.
Veremos el próximo reparto que tengo pendiente.
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En la página 27 del programa de mano de estas funciones.