ANDO estos últimos días trajinando con la Escuela de Bruguera y sus autores —a propósito de una compra de originales que me traigo entre manos de este tipo de material— y, para ponerme un poco al día, decidí sumergirme en la relectura de los dos gruesos y completos volúmenes que Antonio Guiral dedicó al tema y que publicó El Jueves Ediciones. Pues bien, no había empezado a expurgar, aún, el segundo de los tomos —correspondiente a la historia de Bruguera desde mediados de los años 60 a nuestros días—, cuando me enteré, por la siempre bieninformada Entrecómics, que uno de los creadores que formó parte de dicha escuela historietística durante ese preciso período falleció, a la venerable edad de 82 años, el pasado día 21 en Sitges, la ciudad en la que residía desde hace años. Me refiero, claro está, a José Luis Beltrán, más conocido por el sobrenombre de "Tran".
No era nuestro hombre uno de los autores más célebres de la factoría brugueril, ciertamente, pero la verdad es que fue el responsable de algunos personajes de los que conservo un recuerdo nítido y agradable. Sobre todo de Plurilópez (Constancio Plurilópez) —del que siempre me atrajo el dibujo— y, en menor medida, de Purita y su agencia matrimonial. De otros caracteres, que los hubo y muchos, por cierto, la verdad es que ya no me acordaba.
Tran (*) inició su carrera artística a principios de los años 50, haciendo sus pinitos en la prensa local de Barbastro, ciudad a la que sus padres se habían trasladado con la familia desde Zaragoza, cuando él todavía era un niño. Allí, en el diario El Cruzado Aragonés, el joven Beltrán empezó a publicar chistes, caricaturas y pequeñas colaboraciones que acabarían dando sus frutos, pues con parte de este material organizó una exposición en 1954 en la que consiguió vender toda la obra expuesta. Quizá fuera a raíz de esta experiencia "galerista" primeriza cuando a Tran se le despertó su enorme afición a la pintura. Lo cierto es que desde bien pronto empezó a compaginarla con el trabajo historietístico y de humorismo gráfico, de modo que ya no la abandonaría nunca y terminaría dedicándose a ella por completo a partir de la segunda mitad de su carrera y hasta el final de su vida. De hecho, ahora mismo y hasta el próximo 4 de noviembre, hay organizada en la ciudad de Sitges (donde vivía) una exposición en la que puede admirarse una parte de su obra pictórica.
A principios de los años 60, y después de diversas tentativas artísticas —llegó a tomar, incluso, los trastos de la Música, aunque no de modo profesional—, Tran empezó a trabajar para Bruguera. Allí se hizo cargo de un variado número de series —La familia Repanocha, Don Renato, Ringo, Cándido Palmatoria—, la mayoría de las cuales eran encargos de la propia editorial. No así la primera de ellas, que fue una idea propia de Tran, el cual realizó varias páginas que entregó a Peñarroya —con quien le unía una buena amistad— para que las presentara en la redacción. Posteriormente, ya en los años 70, daría inicio a sus series más conocidas: los citados Plurilópez (1977), Purita, agencia matrimonial (1977) y Tete Gutapercha (en una fecha que desconozco. ¿Lo sabes tú, querido lector?).
Constancio Plurilópez —el personaje de Tran que más llegó a calar en la cultura popular y en el imaginario de los lectores españoles de tebeos (como puede verse aquí)— era un joven voluntarioso y un tanto gafe que representaba al sector más humilde de la emergente clase media española, que empezaba a afianzarse como una realidad en nuestro país por aquellos años. Con el objeto de poder salir adelante económicamente, Constancio se veía obligado a contratarse para los más diversos y peregrinos empleos, llegando a reunir hasta cinco ocupaciones en alguna historia, como bien recuerda Guiral en el estudio citado (p. 272). Así, en cada una de sus aventuras le veíamos correr de un lado para otro, saliendo de un trabajo y entrando en otro sin apenas tiempo para dormir. Con su permanente cara de cansancio —ojos entreabiertos, espalda encorvada, cigarrillo colgando del labio inferior, pelo un poco despeinado—, y su buena voluntad, Plurilópez pasaba la vida trabajando y a la espera de reunir el dinero suficiente para poder casarse con su novia Pepita. Todas las historias estaban presididas por un permanente y aplastante halo fatalista, de modo que la mayoría de las veces se producía algún desastre o perjuicio que terminaba afectando a su desdichado y estoico protagonista, siempre agotado de cansancio a causa de la hiperactividad laboral derivada de sus diferentes y numerosos empleos. La mayoría de las veces los guiones corrieron a cargo del propio Tran, aunque en ocasiones se vio auxiliado en ese ámbito por Leonardo Díaz, Matías Guiu, F. Serrano o Julio Fernández.
El personaje de Purita estaba pensado para ser publicado en las revistas femeninas de Bruguera. Efectivamente, su primera aparición se produjo en Christie y en Esther, dos publicaciones destinadas a las jóvenes de la época. La historia presentaba a una bella muchacha que estaba al frente de una agencia matrimonial y a la cual ayudaba un joven botones que, pese a ser un personaje secundario, era utilizado como motor para crear muchas situaciones. Purita se movía en un mundo con cierto glamour, en ambientes donde la moda o el interiorismo jugaban un importante papel. El look con que Tran perfiló a su personaje intentaba sintonizar con la estética, un poco hippi y popera, que se llevaba en la época, presentando a una muchacha rubia, de grandes ojos oscuros muy maquillados, esbelta figura y pechos redondos y firmes como dos melocotones. Creada en una época de mayor relajación censora, Purita lucía biquinis y sugestivas minifaldas con botas de caña sin inmutarse, desplegando un desparpajo y un savoir faire que rompía bastante con la imagen tradicional y sumisa que de la mujer se había venido dando en años anteriores.
Con Tete Gutapercha Tran creó una parodia de la figura del decorador de interiores, un mundo que conocía bien, puesto que también se había dedicado profesionalmente a él. En buena medida la serie seguía una estructura parecida a la de Purita, sólo que aquí el protagonista era un hombre (Tete) y estaba auxiliado por una mujer: su secretaria Irma. Todas las aventuras giraban en torno a los diferentes encargos que el protagonista recibía por parte de clientes del más variado pelaje. Y todas acababan como solía ser habitual en los personajes de Bruguera: con los protagonistas escaldados e intentando salvar como podían los trastos y su integridad física.
Nuestro homenajeado fue un autor muy prolífico —según declaraciones propias, su jornada de trabajo habitual era de doce horas— y publicó en numerosas cabeceras de Bruguera (Tío Vivo, DDT, Can Can, Mortadelo Gigante, Lily, Pulgarcito, Bruguelandia, Esther, etc.) y de otras editoriales como Mateu (Pepe Cola), Ferma (Tele-Cómico), Íbero Mundial de Ediciones (Mata Ratos), Zeta (Emmanuelle), Fundación Cavall Fort (Cavall Fort), etc.
El estilo de Tran se caracterizaba por su limpieza, inmediatez y eficacia. Un dibujo agradable y muy correcto daba cobertura gráfica a unas historias caracterizadas por el humor amable y costumbrista, aunque no exento de cierta crítica social (como era habitual en la mayoria de las series que fueron publicadas por Bruguera). En el caso concreto de su serie más popular —y como bien indica el propio título de la misma— se ponía el foco en la extendida práctica del pluriempleo, que fue bastante habitual en la España del desarrollismo. Una práctica muy frecuente de Tran consistía en caricaturizarse y ponerse como personaje dentro de sus historias, donde le encontramos en bastantes ocasiones, llegando al extremo de convertirse en verdadero demiurgo de la acción de la página ante los ojos de los lectores.
No era nuestro hombre uno de los autores más célebres de la factoría brugueril, ciertamente, pero la verdad es que fue el responsable de algunos personajes de los que conservo un recuerdo nítido y agradable. Sobre todo de Plurilópez (Constancio Plurilópez) —del que siempre me atrajo el dibujo— y, en menor medida, de Purita y su agencia matrimonial. De otros caracteres, que los hubo y muchos, por cierto, la verdad es que ya no me acordaba.
La redacción de Bruguera en el año 1980, según una caricatura de Jaume Rovira.
Tran aparece en el centro, vestido con una chaqueta de color rojo
Tran (*) inició su carrera artística a principios de los años 50, haciendo sus pinitos en la prensa local de Barbastro, ciudad a la que sus padres se habían trasladado con la familia desde Zaragoza, cuando él todavía era un niño. Allí, en el diario El Cruzado Aragonés, el joven Beltrán empezó a publicar chistes, caricaturas y pequeñas colaboraciones que acabarían dando sus frutos, pues con parte de este material organizó una exposición en 1954 en la que consiguió vender toda la obra expuesta. Quizá fuera a raíz de esta experiencia "galerista" primeriza cuando a Tran se le despertó su enorme afición a la pintura. Lo cierto es que desde bien pronto empezó a compaginarla con el trabajo historietístico y de humorismo gráfico, de modo que ya no la abandonaría nunca y terminaría dedicándose a ella por completo a partir de la segunda mitad de su carrera y hasta el final de su vida. De hecho, ahora mismo y hasta el próximo 4 de noviembre, hay organizada en la ciudad de Sitges (donde vivía) una exposición en la que puede admirarse una parte de su obra pictórica.
El joven Tran
A principios de los años 60, y después de diversas tentativas artísticas —llegó a tomar, incluso, los trastos de la Música, aunque no de modo profesional—, Tran empezó a trabajar para Bruguera. Allí se hizo cargo de un variado número de series —La familia Repanocha, Don Renato, Ringo, Cándido Palmatoria—, la mayoría de las cuales eran encargos de la propia editorial. No así la primera de ellas, que fue una idea propia de Tran, el cual realizó varias páginas que entregó a Peñarroya —con quien le unía una buena amistad— para que las presentara en la redacción. Posteriormente, ya en los años 70, daría inicio a sus series más conocidas: los citados Plurilópez (1977), Purita, agencia matrimonial (1977) y Tete Gutapercha (en una fecha que desconozco. ¿Lo sabes tú, querido lector?).
Uno de los muchos trabajos realizados por nuestro hombre a lo largo de su dilatada carrera.
Estas tiras publicitarias aparecieron en los números 209 y 210 de Hazañas Bélicas (1965)
Constancio Plurilópez —el personaje de Tran que más llegó a calar en la cultura popular y en el imaginario de los lectores españoles de tebeos (como puede verse aquí)— era un joven voluntarioso y un tanto gafe que representaba al sector más humilde de la emergente clase media española, que empezaba a afianzarse como una realidad en nuestro país por aquellos años. Con el objeto de poder salir adelante económicamente, Constancio se veía obligado a contratarse para los más diversos y peregrinos empleos, llegando a reunir hasta cinco ocupaciones en alguna historia, como bien recuerda Guiral en el estudio citado (p. 272). Así, en cada una de sus aventuras le veíamos correr de un lado para otro, saliendo de un trabajo y entrando en otro sin apenas tiempo para dormir. Con su permanente cara de cansancio —ojos entreabiertos, espalda encorvada, cigarrillo colgando del labio inferior, pelo un poco despeinado—, y su buena voluntad, Plurilópez pasaba la vida trabajando y a la espera de reunir el dinero suficiente para poder casarse con su novia Pepita. Todas las historias estaban presididas por un permanente y aplastante halo fatalista, de modo que la mayoría de las veces se producía algún desastre o perjuicio que terminaba afectando a su desdichado y estoico protagonista, siempre agotado de cansancio a causa de la hiperactividad laboral derivada de sus diferentes y numerosos empleos. La mayoría de las veces los guiones corrieron a cargo del propio Tran, aunque en ocasiones se vio auxiliado en ese ámbito por Leonardo Díaz, Matías Guiu, F. Serrano o Julio Fernández.
El personaje de Purita estaba pensado para ser publicado en las revistas femeninas de Bruguera. Efectivamente, su primera aparición se produjo en Christie y en Esther, dos publicaciones destinadas a las jóvenes de la época. La historia presentaba a una bella muchacha que estaba al frente de una agencia matrimonial y a la cual ayudaba un joven botones que, pese a ser un personaje secundario, era utilizado como motor para crear muchas situaciones. Purita se movía en un mundo con cierto glamour, en ambientes donde la moda o el interiorismo jugaban un importante papel. El look con que Tran perfiló a su personaje intentaba sintonizar con la estética, un poco hippi y popera, que se llevaba en la época, presentando a una muchacha rubia, de grandes ojos oscuros muy maquillados, esbelta figura y pechos redondos y firmes como dos melocotones. Creada en una época de mayor relajación censora, Purita lucía biquinis y sugestivas minifaldas con botas de caña sin inmutarse, desplegando un desparpajo y un savoir faire que rompía bastante con la imagen tradicional y sumisa que de la mujer se había venido dando en años anteriores.
Con Tete Gutapercha Tran creó una parodia de la figura del decorador de interiores, un mundo que conocía bien, puesto que también se había dedicado profesionalmente a él. En buena medida la serie seguía una estructura parecida a la de Purita, sólo que aquí el protagonista era un hombre (Tete) y estaba auxiliado por una mujer: su secretaria Irma. Todas las aventuras giraban en torno a los diferentes encargos que el protagonista recibía por parte de clientes del más variado pelaje. Y todas acababan como solía ser habitual en los personajes de Bruguera: con los protagonistas escaldados e intentando salvar como podían los trastos y su integridad física.
Nuestro homenajeado fue un autor muy prolífico —según declaraciones propias, su jornada de trabajo habitual era de doce horas— y publicó en numerosas cabeceras de Bruguera (Tío Vivo, DDT, Can Can, Mortadelo Gigante, Lily, Pulgarcito, Bruguelandia, Esther, etc.) y de otras editoriales como Mateu (Pepe Cola), Ferma (Tele-Cómico), Íbero Mundial de Ediciones (Mata Ratos), Zeta (Emmanuelle), Fundación Cavall Fort (Cavall Fort), etc.
El estilo de Tran se caracterizaba por su limpieza, inmediatez y eficacia. Un dibujo agradable y muy correcto daba cobertura gráfica a unas historias caracterizadas por el humor amable y costumbrista, aunque no exento de cierta crítica social (como era habitual en la mayoria de las series que fueron publicadas por Bruguera). En el caso concreto de su serie más popular —y como bien indica el propio título de la misma— se ponía el foco en la extendida práctica del pluriempleo, que fue bastante habitual en la España del desarrollismo. Una práctica muy frecuente de Tran consistía en caricaturizarse y ponerse como personaje dentro de sus historias, donde le encontramos en bastantes ocasiones, llegando al extremo de convertirse en verdadero demiurgo de la acción de la página ante los ojos de los lectores.
Ejemplos de autorretrato en tres historias distintas de Cándido Palmatoria
A la vez que su actividad historietística en Bruguera —por la que le estamos homenajeando aquí—, Tran realizó diversos trabajos en el campo de la publicidad, la animación y la decoración, haciendo también encargos para el extranjero a través de
la agencia Bardon Art, para la que colaboraron asimismo otros
prestigiosos artistas de Bruguera (por ejemplo, ahora mismo me acuerdo de Raf). Bajo el nombre de Humberto Tran, tampoco dejó de practicar la pintura, a la que se dedicó de llenó a partir de los años 80, después de la quiebra y cierre de Bruguera, desarrollando un estilo propio y abstracto al que denominó "neoformismo", muy ligado al mundo del diseño y de la decoración, y al que llegó desde la pintura figurativa, para seguir evolucionando hasta la post-neoforma. Toda esta maduración teorética tuvo, asimismo, su aplicación en la escultura, a la que también dedicó su atención Tran. Un personaje, por tanto, inquieto como pocos y siempre ligado a la creación artística.
Hay ocasiones, demasiadas quizá, en que el esfuerzo realizado a lo largo de toda la vida en una actividad concreta no da los frutos que uno habría esperado. Tal parece ser lo que ha ocurrido con Tran y la historieta: un autor que trabajó mucho y durantes muchos años produciendo tebeos, pero que ha sido preterido a un rincón oscuro de nuestra memoria artística. Digo esto, porque al buscar algo de información para redactar la entrada que acaban de leer me topé con un documento bastante revelador, en el que el hijo de Tran —Luis José Beltrán Estop— denunciaba, el 23 de septiembre de 2010 en carta abierta a El periódico de Cataluña, la ausencia del nombre de su padre en un reportaje que dicho diario dedicó a la Escuela Bruguera. Ignoro si este reproche iba dirigido contra el único texto al que he tenido acceso —un breve artículo firmado por Anna Abella y titulado Bruguera cumple 100 años, demasiado sucinto como para reclamar la mención de Tran en él—, o si se refería a un dossier más completo en el que se mencionara a diferentes autores de Bruguera y se silenciara el nombre de su padre. En cualquier caso, este desprecio hacia nuestro patrimonio historietístico es algo que conocemos bien los aficionados a la historieta y que no debería haber sorprendido demasiado a la familia de Tran, dado el analfabetismo y menosprecio generalizados que ha habido siempre en nuestro país en torno a los tebeos. Por fortuna, están los blogs, los aficionados de toda la vida y la red en general, de modo que Beltrán Estop habrá tenido la ocasión de ver ahora —aunque haya sido a raíz de un hecho tan luctuoso como el de la muerte de su padre— que su obra y su figura no estaban tan olvidadas como él creyó en su momento al redactar aquella nota reivindicativa y aclaratoria.
Por los buenos ratos que nos hizo pasar cuando fuimos chicos... vaya esta entrada en recuerdo y homenaje a la memoria de Tran.
Sit tibi terra leuis.
--------------------
(*) Para redactar este perfil biográfico he seguido, básicamente, lo que se dice de Tran en el trabajo de Guiral sobre la Escuela Bruguera (Los tebeos de nuestra infancia. La Escuela Bruguera, 1964-1986, Barcelona, 2008, 2ª ed.), un conciso pero muy detallado comentario de Jesús Cuadrado en el maravilloso blog Lady Filstrup (que también puede verse aquí), así como un largo artículo de la blogosfera al que remiten en Entrecómics y donde el propio hijo del artista confirmó el fallecimiento de éste en los mismos comentarios.
Hay ocasiones, demasiadas quizá, en que el esfuerzo realizado a lo largo de toda la vida en una actividad concreta no da los frutos que uno habría esperado. Tal parece ser lo que ha ocurrido con Tran y la historieta: un autor que trabajó mucho y durantes muchos años produciendo tebeos, pero que ha sido preterido a un rincón oscuro de nuestra memoria artística. Digo esto, porque al buscar algo de información para redactar la entrada que acaban de leer me topé con un documento bastante revelador, en el que el hijo de Tran —Luis José Beltrán Estop— denunciaba, el 23 de septiembre de 2010 en carta abierta a El periódico de Cataluña, la ausencia del nombre de su padre en un reportaje que dicho diario dedicó a la Escuela Bruguera. Ignoro si este reproche iba dirigido contra el único texto al que he tenido acceso —un breve artículo firmado por Anna Abella y titulado Bruguera cumple 100 años, demasiado sucinto como para reclamar la mención de Tran en él—, o si se refería a un dossier más completo en el que se mencionara a diferentes autores de Bruguera y se silenciara el nombre de su padre. En cualquier caso, este desprecio hacia nuestro patrimonio historietístico es algo que conocemos bien los aficionados a la historieta y que no debería haber sorprendido demasiado a la familia de Tran, dado el analfabetismo y menosprecio generalizados que ha habido siempre en nuestro país en torno a los tebeos. Por fortuna, están los blogs, los aficionados de toda la vida y la red en general, de modo que Beltrán Estop habrá tenido la ocasión de ver ahora —aunque haya sido a raíz de un hecho tan luctuoso como el de la muerte de su padre— que su obra y su figura no estaban tan olvidadas como él creyó en su momento al redactar aquella nota reivindicativa y aclaratoria.
Por los buenos ratos que nos hizo pasar cuando fuimos chicos... vaya esta entrada en recuerdo y homenaje a la memoria de Tran.
Sit tibi terra leuis.
--------------------
(*) Para redactar este perfil biográfico he seguido, básicamente, lo que se dice de Tran en el trabajo de Guiral sobre la Escuela Bruguera (Los tebeos de nuestra infancia. La Escuela Bruguera, 1964-1986, Barcelona, 2008, 2ª ed.), un conciso pero muy detallado comentario de Jesús Cuadrado en el maravilloso blog Lady Filstrup (que también puede verse aquí), así como un largo artículo de la blogosfera al que remiten en Entrecómics y donde el propio hijo del artista confirmó el fallecimiento de éste en los mismos comentarios.
Al leer el artículo, he recordado al personaje de Constancio Plurilópez. Ignoraba quién era el dibujante, pues no me preocupaba de eso entonces, pero me gustaba mucho su tipo de dibujo, así que ha sido un placer leer el artículo y saber quién era Tran. Espero que adquieras esos originales para poder verlos pronto en tu página de CAF.
ResponderEliminarUn saludo.
Hola Rafa, buenas...
EliminarPues sí, como ya digo en la entrada fue Plurilópez el personaje más recordado de los muchos que creó Tran. Otro artista de la Escuela Bruguera que se nos va. ¡Cómo pasa el tiempo y qué triste me dejan estas cosas (pues son síntoma de que uno mismo va, también, haciéndose mayor). En fin...
Un saludete.
Hola, Alberich.
ResponderEliminarPues sí, es inevitable hacerse mayor. Pero para mí hacerse mayores conlleva también la alegría de haber sido uno de esos niños que disfrutó del trabajo de todos estos maravillosos señores. Como ocurre con los viejos pícaros del final de "Campanadas a medianoche", cuando rememoran todo lo que han visto, me reconforta todo lo que he vivido gracias a ellos, a Coll, Pardo, Figueras, Fuentes Man, el propio Tran y tantos otros. Hace algo más de dos años, contemplaba, muy en mi papel de padre serio y formal, cómo Francisco Ibáñez les ilustraba y dedicaba unos Mortadelos a mis hijos en El Corte Inglés. Pero, por dentro, yo disfrutaba como en un sueño: allí, delante de mí, estaba Ibáñez, al que tantas veces había visto caricaturizado en sus propios tebeos, y mis hijos estaban hablando con él. En ese momento, mereció la pena hacerse mayor. Y si le has dedicado un artículo tan largo y detallado a Tran es, obviamente, porque no te has hecho tan mayor como pudieras pensar.
Un saludo.
Gracias Rafa, por tus reparadoras palabras... Pero soy difícil de consolar, pues mi personalidad tiende, por naturaleza, a la nostalgia, la pesadumbre y el pesimismo. ¿Y cómo podría ser de otra manera, tratándose de un negro nibelungo como yo? Je, je, je...
EliminarUn saludete.
Excelente artículo, Alberich.
ResponderEliminarE inolvidable Tran y sus dibujos cargados de simpatía.
Un abrazo
Gracias Jesús, por tus amables palabras. Me alegra seguir publicando cosas que te agradan.
EliminarUn abrazo.