lunes, 7 de noviembre de 2022

EN LAS ORILLAS DEL NILO: AIDA VUELVE AL TEATRO REAL DE MADRID (SEGUNDO REPARTO)

 
Aida, opera en cuatro actos, con música de Giuseppe Verdi y libreto de Antonio Ghislanzoni, basado en un guion (1869) de Auguste Mariette y Camille du Locle. Estrenada en la Opera de El Cairo el 24 de diciembre de 1871 y en el Teatro Real de Madrid el 12 de diciembre de 1874.— Director musical: Nicola Luisotti.— Director de escena, escenografía y vestuario: Hugo de Ana.— Iluminador: Vinicio Cheli.— Coreógrafa: Leda Lojodice.— Vídeo: Sergio Metalli.— Director del coro: Andrés Máspero.— Intérpretes: Anna Netrebko (Aida), Yusif Eyvazov (Radamés), Ketevan Kemoklidze (Amneris), Artur Ruciński (Amonasro), Jongmin Park (Ramfis), Deyan Vatchkov (El rey), Marta Bauzá (Gran sacerdotisa), Fabián Lara (Mensajero).— Coro y Orquesta titulares del Teatro Real (Coro Intermezzo / Orquesta Sinfónica de Madrid).— Teatro Real de Madrid.— Miércoles, 2 de noviembre de 2022, 19:30 horas.

Había una enorme expectación en el público por ver a la gran diva operística de nuestro tiempo en uno de los grandes roles que lleva paseando con enorme éxito por todo el mundo, desde que lo debutara en Salzburgo, allá por 2017, de la mano de Riccardo Muti. Y no es que Netrebko —pues a la soprano rusa me refiero, claro está— haya estado ausente del coliseo lírico madrileño, pero sí es cierto que hemos tenido pocas ocasiones de escucharla aquí cantando un primerísimo rol en escena, pues las dos ocasiones previas en que estuvo con nosotros fue en el ya lejanísimo 2001 —cantando la parte de Natasha en la monumental Guerra y paz de Prokofiev— y la Tosca del postpandémico año 2021 (en la que no tuve la ocasión de verla). De modo que la ocasión la pintaban calva, como suele decirse popularmente, para disfrutar de la diva en un papel que le va como anillo al dedo, según sus actuales condiciones vocales.
 
Y, en efecto, no defraudó Anna Netrebko en la piel de la esclava etíope desde el mismo instante en que abrió la boca y emitió las primeras notas. Tras unos primeros minutos en los que se apreció un vibrato que afeó algo las primeras frases, el instrumento enseguida se fue templando y surgió todo lo que la soprano rusa podía ofrecer: voz caudalosa, empastada, de timbre muy personal, con un registro inferior de graves sonoros y bien apoyados (impresionante "Io tremo! Io tremo!"), y unos agudos rotundos, carnosos, timbrados, impactantes y perfectamente proyectados (de hecho, fue la única solista a la que se escuchó siempre sobreponiéndosea a la orquesta y el coro en los diferentes números de conjunto). Lo mejor, con todo, fue su caracterización del personaje, la expresividad en el acento, la emotividad en el canto, el uso inteligente del rubato y de todo tipo de dinámicas (piani, messe di voci, filati) en numerosos pasajes, así como la facilidad para ligar frases, creando bellísimos arcos sonoros que dieron lugar a momentos realmente electrizantes. Por no hablar del temperamento dramático y del fraseo que, sin ser de manual, resultó excelente para caracterizar a una Aida llena de matices y complejidad psicológica, por momentos tierna, elegíaca y dulce —como la que ya disfruté con la más ortodoxa Stoyanova—, pero también sufriente y lastimera (con Amneris o Amonasro), o altiva, sensual y arrolladora cuando hizo falta. En todo caso, una Aida de mayor enjundia dramática y acentos mas ricos que las de sus dos compañeras de personaje que he tenido la ocasión de escuchar en estas funciones. Y todo ello con una facilidad pasmosa, sin aparente esfuerzo, y con una implicación dramática y actoral de primera. Si tuviera que destacar algunos momentos de esta actuación de Netrebko yo elegiría el "Ritorna vincitor!" —que estuvo repleto de momentos felices y una sensibilidad a flor de piel—, el poderoso e impresionante dúo con Amonasro —donde se marcó una frase ("A costoro schiava non sono!") que me puso los pelos de punta, por la expresividad y la fuerza, y un "Oh, patria, quanto mi costi!", perfectamente dicho y de rotundos graves—, el dúo con Amneris —donde Netrebko se comió a su rival, incluso en los graves (por ejemplo en "Tu sei felice, tu sei potente"), y el dúo del último acto con Radamés, durante el cual volvió a dar una nueva lección de canto legato, variedad de dinámicas y expresividad (que fue aún más evidente al contrastar con lo plano del canto de su partenaire masculino). Aunque, lógicamente, donde la rusa echó el resto fue en su número principal ("O patria mia") que, por razones obvias, fue el más aplaudido de toda la velada. Comenzó con un recitativo lleno de matices expresivos y cambio de dinámicas —que ni siquiera ensombreció un marcado vibrato—, e inició el cantabile con un filado creciente que se expandió sin problemas por toda la sala. El canto, ligado y rubato, lleno de variedad y matices discurrió soprendente hasta llegar al remate del aria, con un penúltimo "O patria mia" que la soprano emitió rotundo, en piano y mantenido en el tiempo, y otro final que resolvió con una hermosa messa di voce y un sobreagudo de cierre al que se encaramó de un solo aliento y en piano. Hubo presión del público, con sus aplausos, para que se produjera un bis —algo que parece haberse convertido en una especie de formalismo folclórico en muchos teatros, y especialmente en el Real—, pero tanto la soprano como el director decidieron (con buen criterio a mi entender) ignorar la tácita petición y seguir adelante. Espectacular. Merecida matrícula de honor.


Frente a lo muchísimo que ofreció su compañera (de reparto y de vida), lo que pudo hacer el tenor argelino-azerí Yusif Eyvazov fue comparativamente poco: todas las notas estuvieron ahí, es cierto, y el cantante mostró entrega, arrojo e intención, pero la voz no es la que necesita Radamès —un lírico spinto o dramático—, pues nos hallamos ante un instrumento modesto, carente de homogeneidad, de timbre poco agraciado, escasos armónicos y agudos algo apretados, además de sonar como si no estuviera bien impostada, bien coperta. Pese a todo, la proyección fue suficiente (por ejemplo en su vibrante y enérgico "Sacerdote, io resto a te!") y se pudo escuchar perfectamente al tenor durante toda la velada. En cuanto al estilo, si bien no se le puede negar la entrega, resultó bastante ayuno de imaginación, con una línea de canto casi siempre en forte, un legato inexistente y escasa adecuación estilística, lo que hizo que su prestación contrastara vívidamente (y para peor, claro) con la de su partenaire femenina protagonista. Si acaso destacar, como lo más significativo el valiente conato de rematar su aria de lucimento intentando el piano y morendo prescrito por Verdi en la partitura, pero que se quedó en un tímido smorzando (que, no obstante, ha de agradecerse, pues Eyvazov fue el único tenor, de los tres contratados para estas funciones, que lo hizo). Aprobado alto.
 
Netrebko y Eyvazov en un momento de la escena final
 
La Amneris prevista para esta función del día 2 iba a ser, en principio, la italiana Sonia Ganassi. Pero cayó del cartel en el último momento —lo que se anunció en las pantallas que el propio teatro tiene repartidas por el foyer, los salones de planta y la sala general—, siendo sustituida por la mezzo georgiana Ketevan Kemoklidze. Su Amneris tuvo gran presencia escénica —la cantante es muy atractiva y sabe moverse en el escenario—, pero resultó limitada en lo vocal, pues si bien se mostró muy desahogada por arriba y sensual en el centro, carece de registro inferior sólido con el que hacer frente a la exigente particella que Verdi pide, en esa franja de la tesitura, a las intérpretes de la altiva y señorial principessa egizia. De hecho, en todos los dúos con Netrebko sonaron mucho más contundentes, sólidos y apoyados los graves de la soprano que los de la mezzo. Pese a ello, cinceló momentos de gran interés en escenas de especial intensidad dramática —más por la garra escénica y por su entrega en la interpretación que por adecuación vocal y fraseo—, como el duetto con Aida del acto II ("Fu la sorte dell'armi"), el que tiene con Radamés en el acto IV("Già i Sacerdoti adunansi"), y la efectista escena del juicio en este mismo acto. Un notable, en cualquier caso, por su entrega y prestación.
 
Aida y Amneris enfrentadas por el mismo hombre: ¡quién fuera Radamés!
 
Pese a no disponer de unos medios especialmente oscuros y dramáticos, el barítono polaco Artur Ruciński fue un Amonasro más que interesante. Se mostró, en todo momento, muy musical, estupendo fraseador y desplegó un canto lleno de intención dramática, recreando un rey etíope al que faltó nobleza, pero sobró estilo, ardor y cierta fogosidad juvenil. Aun con las limitaciones de timbre y caudal seañaldas, me gustó mucho en los dos momentos de mayor lucimiento que tiene el personaje: su aria de presentación ("Suo padre! Anch'io pugnai") —donde lució un canto legato de muy buena factura e hizo un adecuado despliegue de matices y dinámicas— y el duetto con Aida, en el que cantó con arrojo y fiereza, pero sin perder nunca la compostura, ni caer en excesos veristas o de sobreactuación, rematando con un muy buen "Non sei mia figlia". Actuación que podemos calificar de notable.

Ruciński y Netrebko en su electrizante dúo del acto III

El Ramfis de Jongmin Park sonó rotundo, autoritario, poderoso y solemne. La voz, densa, homogénea, rocosa, contundente, de agudos timbrados y graves sonoros y profundos, en principio resultaba muy adecuada para caracterizar al personaje, pero me pareció que la emisión era demasiado cupa y cavernosa. Cantó con estilo, fraseó bien y me llamó la atención especialmente el hermoso piano con que inició su parte en "Nume, custode e vindice"). Notable prestación la suya.

El bajo surcoreano Jongmin Park, rocoso Ramfis de esta función

Sorprendentemente, el rey de Deyan Vatchkov me pareció muy distinto al que tuve la ocasión de escuchar en la función del día 28 (y al que, según otras cosas, cantó también el 26): la voz sonó menos destemplada e irregular, e incluso tuvo una primera intervención realtivamente interesante. Un instrumento que sin ser para tirar cohetes, sonó timbrado y a bajo (lo que no había ocurrido durante la velada en que le pude escuchar antes). Digamos que, en esta función, pasó con aprobado.

El bajo búlgaro Deyan Vatchkov, que ha sorprendido en estas funciones por su mejorable Rey egipcio

Fabián Lara volvió a brillar como mensajero en su breve pero lucida intervención, y también cumplió de nuevo Marta Bauzá, en la piel de la Gran Sacerdotisa. Magnífico el coro, mucho más empastado y homogéneo que en las funciones anteriores, y de nuevo acertado Luisotti en la concertación de la orquesta y la atención a los solitas. Las maderas volvieron a brillar en algunos pasajes, especialmente el oboe en el evocador diálogo que mantiene con la soprano en la escena del templo de Isis a orillas del Nilo ("O patria mia").


Si hubiera que elegir un reparto "ideal" con los tres que he tenido ocasión de ver, no cabe duda de que Netrebko entraría en él de cabeza. Los demás intérpretes principales serían: Piotr Beczala, Jamie Barton y Carlos Álvarez, seguidos de Alexander Vinogradov. Fabián Lara siempre (no sólo porque estuvo magnífico en las tres ocasiones que le he visto, sino porque era el único tenor para interpretar el mensajero) y Marta Bauzá como Gran Sacerdotisa.
 

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