domingo, 15 de mayo de 2011

"DRAKO DE GADES", UNA JOYA POR (RE)DESCUBRIR



ENTRE los extraordinarios tebeos que Antonio Hernández Palacios realizó a lo largo de su dilatada, admirable y fecunda trayectoria profesional como historietista —trayectoria que, todo sea dicho, hoy día se encuentra bastante olvidada—, quizá no haya otro más extraño, peculiar y sorprendente que su desconocido y poco divulgado Drako de Gades. Prueba de esto último —su escasa difusión— es el hecho de que la única referencia con enjundia que he encontrado al explorar la red en busca de datos sea la entrada que se dedicó a la obra en el blog Deskartes Mil. Apenas una minucia para lo que merecería un trabajo que, sin ser de lo mejor que hizo el autor, brilla a una gran altura artística. En cuanto al resto de peculiaridades mencionadas, enseguida pasaré a comentarlas.



Drako de Gades es una serie que el artista madrileño dibujó por encargo del inquieto editor sevillano Pedro Tabernero, factotum en gran número de iniciativas editoriales españolas, y al que debemos la publicación de una buena parte de la obra media y tardía de Hernández Palacios. Así, además del trabajo que comentamos, podríamos recordar el volumen tercero de la Historia de Andalucía, los tres álbumes que dibujó para la serie Relatos del Nuevo Mundo —aparecida con motivo de las celebraciones del V Centenario del descubrimiento de América—, los dos tomos dedicados a Carlos V y Felipe II realizados con ocasión del centenario de ambos monarcas, así como una serie de trabajos divulgativos hechos para la Caja de Ahorros de Sevilla en fechas y ocasiones diversas (Los derechos del niño, El hombre de los mil personajes, La oreja de Lucifer, ilustraciones de la tesis doctoral Imágenes para una leyenda, etc.).

Pues bien. Entre los años 1984 y 1991, Tabernero estuvo al frente de un interesante pero efímero proyecto, que se materializó bajo la forma de una hermosa revista titulada Rumbo Sur, de la que sólo salieron al mercado ocho números. Se trataba de una soberbia y elegante publicación —cuyos ejemplares son muy difíciles de conseguir hoy en día en los mercados de segunda mano— caracterizada por su gran prestancia formal (buen papel, enorme formato, cuidada impresión...) y por la sorprendente calidad de sus contenidos, al contar con un plantel de colaboradores realmente interesante: José Ortiz, Jan, Ventura y Nieto, Calatayud, Enrique Breccia, Bielsa, Bermejo, etc.

Entre dichos colaboradores —y podemos afirmar que ocupando un lugar preeminente, dada la admiración que Tabernero ha sentido siempre por su obra— se hallaba, claro está, Antonio Hernández Palacios. Éste decidió participar en el proyecto precisamente con la historia de Drako de Gades, que se publicaría por capítulos (como todas las series "mayores" de la revista). Para ello realizó seis entregas con desigual número de páginas (7 en los números 1, 2, 3 y 5 de Rumbo Sur; 11 en el nº 6 y 9 en el nº 7), sumando en total las 48 planchas necesarias para componer un álbum de formato europeo tradicional que, por desgracia, nunca llegó a publicarse como tal (y que, por ende, carece de título oficial, aunque podría titularse, sencillamente, Drako de Gades). Por cierto: sirva esta referencia como admonición a los editores patrios, para que se animen a recopilar este material y publicarlo cuanto antes, porque realmente merece la pena).

Posteriormente, en 1991, Antonio realizaría un segundo álbum del personaje, titulado Los Gazules de Sevilla. Pero llegó demasiado tarde para ver la luz en la revista que le había visto nacer pues, como ya he dicho antes, ese mismo año Rumbo Sur dejaba de publicarse. Pese a todo, Pedro Tabernero hizo lo imposible en la década siguiente para conseguir que una editorial se interesara por la historia. Así, por ejemplo, en mayo del año 2000 —cuando Antonio ya habia fallecido— el incansable editor sevillano seguía, pertinaz como las sequías franquistas, "dando la matraca" y llamando a diferentes puertas para conseguir su objetivo.

Esa bendita tenacidad acabó dando buenos frutos y casi trece años después de haberse dibujado, el inquieto editor consiguió que tan hermoso y desconocido material saliera a la luz. Lo hizo en una nueva revista subvencionada con dinero público y dirigida por él mismo: Osinvito, publicación del organismo "Turismo de Sevilla" —dependiente de la Diputación de esta ciudad— de la que aparecieron 12 números a lo largo del año 2004. La revista tenía un formato muy grande (55,5 x 42 cm.) y en ella aparecían, junto a una historieta larga central, diferentes artículos con temas culturales e históricos de carácter localista, dedicados a la villa hispalense o a Andalucía en su conjunto. Las 50 páginas de Los Gazules fueron publicadas en un solo número de Osinvito (el nº 3, de marzo de 2004), presentándose al lector estructuradas en cuatro planchas por cada página de la revista, lo que dio como resultado un tamaño de reproducción para cada plancha que se acercaba bastante al de cualquier revista convencional.

Portada del segundo número de Rumbo Sur, con Drako como protagonista


Pero será mejor que pasemos ya al análisis de esta desconocida historieta española, una vez enumeradas sus características formales (extensión, entregas, etc.) y las vicisitudes editoriales por que atravesó.

Aunque ambientada en la Edad Media —período bien conocido y admirablemente trabajado por Hernández Palacios en otras ocasiones (El Cid, Roncesvalles)—, lo cierto es que en su desarrollo temático y argumental Drako de Gades se aleja por completo de la aproximación naturalista que el autor madrileño había llevado a cabo en esas dos obras anteriores. Mientras que al leer aquéllas el lector tiene la sensación de estar viendo la Historia tal como pudo haber sido y asistir, en primera persona, a un verdadero fresco de nuestro Medievo, con Drako se sabe desde el principio que nos movemos en un plano absolutamente distinto (y ello, pese a que la realización gráfica sea tan meticulosa y realista como siempre). En efecto, se trata de un divertimento, en el que el ámbito de lo fantástico adquiere una relevancia tan decisiva que termina convirtiéndose en el verdadero motivo conductor de la acción, y donde el humor juega también un papel tan importante que llega a ser el desencadenante de la misma en más de una circunstancia (como tendremos ocasión de ver luego).

Dos muestras soberbias del Medievo casi "vivido" de Palacios: viñetas de Roncesvalles (izquierda)
y de La toma de Coímbra (tercer volumen de la serie El Cid)


Como ya señalé al principio de mi comentario, ambos factores convierten a Drako de Gades en una creación bastante peculiar y excepcional dentro de la trayectoria artística de Palacios, pues no iba a tener continuidad en su futura carrera. En cuanto a los antecedentes, se ha recordado más de una vez que estarían en un proyecto de serie que preparó para los editores franceses en los años setenta, cuando su fama se hizo internacional y requerían sus servicios en todos lados. Se titulaba Garín y el personaje protagonista, que daba nombre al título, parece ser un Drako en potencia: joven guerrero medieval, desfacedor de entuertos y salvador de doncellas, que se las tiene que ver con malvados señores feudales y feroces dragones, en un marco geográfico y argumental que apuntaba a lo fantástico y alegórico (así, por ejemplo, el país al que llega Garín al principio de la aventura se llama nada menos que "Tirania"), pero que carecía del humor que años después desplegaría en Drako. No sabemos, sin embargo, cómo hubiera podido evolucionar la serie, pues la empresa no cuajó y el efímero resultado fue que el artista madrileño sólo llegó a dibujar un breve episodio de dieciséis páginas (estupendas, eso sí), que aparecieron publicadas en el número 428 de la revista Pif Gadget de 1977 (1). Sobre este anecdótico e interesante personaje dice Manuel Deskartes:
«Pif es una revista dirigida a un público infantil-adolescente y Palacios utiliza un guión en esa línea, sin pretensiones y con algunos toques de humor en gestos y situaciones muy de su gusto que recuerdan (salvando la distancia) a sus primeras historias de Doc Savage. La historia consta de 16 páginas, nada del otro mundo, pero Palacios mueve su personaje con un enfoque menos serio que su entonces reciente Cid (entre la comedia y el relato aventurero, da la impresión de que no sabe por cuál decidirse y la mezcla funciona sólo a medias). Más adelante utilizará este tipo de clichés semihumorísticos en su personaje para Rumbo Sur, Drako de Gades, mucho más conseguido».

Cuatro planchas de Garín: extraordinario trabajo de un Hernández Palacios que, por aquellas fechas
(hacia mediados de los años 70), se hallaba en plenitud de facultades y en estado de gracia


Es verdad que Garín y Drako de Gades presentan grandes semejanzas, pero el hecho de que la primera serie no tuviera continuidad más allá de sus escasas dieciséis páginas es un obstáculo para establecer comparaciones más profundas entre ambas. No obstante, podemos extraer algunas características comunes.

Insistamos, por ejemplo, en el hecho de que a pesar de los numerosos elementos fantásticos que la inundan, la Edad Media —bastante intemporal— que nos presenta Palacios en ambas series no está nada idealizada: gráficamente es tan épica y naturalista como la de la España prerrománica que recreara en su Roncesvalles o la de los taifas en El Cid, aunque se ve bien que el trabajo de documentación ha sido mucho menos preciso y que la rigurosidad histórica de éstas últimas —su historicismo, podríamos decir— está ausente en las dos primeras. Con Garín y Drako el que puede ser considerado mayor autor español de tebeos históricos se ha concedido un descanso "documental" y se ha permitido una mayor libertad creativa, hasta el punto de hacer convivir en las mismas viñetas elementos heterogéneos e incluso variopintos, que no se ajustan a un esquema cronológico real y hacen que resulte imposible ubicar en un momento concreto del Medievo (¿siglos XI, XII, XIII?) las andanzas de ambos personajes.

En segundo lugar, ambas series se mueven dentro de unos parámetros comunes fáciles de individualizar y que en Drako de Gades llegan a su más completa y perfecta manifestación: Edad Media intemporal y fantástica, caballero andante lleno de ideales que se enfrenta a situaciones de injusticia y, sobre todo, aparición de un nutrido y completo catálogo de monstruos y seres mitológicos o animales críptidos que van desde las hadas a las brujas, pasando por vampiros, pterodáctilos, gigantes, enanos, centauros, valquirias, unicornios, dragones, espantosas quimeras, íncubos, animales antropomorfizados y que hablan e incluso un leviatán que Hernández Palacios introduce en uno de los episodios. ¡Nunca se vio, que sepamos, tal nómina teratológica en una sola historieta española! ¡Y de un autor tan realista, caramba! Pero no se queda ahí el artista madrileño, pues dando una vuelta de tuerca, lanza un guiño a los lectores y se atreve a introducir en la historia el personaje más inesperado que uno pudiera imaginarse, haciendo gala de un buen humor y una ironía innegables. Pero luego diremos de quién se trata.

El humor es, precisamente, el segundo ingrediente principal con que Hernández Palacios cocinó su creación para Rumbo Sur. En este sentido, las páginas de Drako abundan en viñetas con personajes y actitudes un tanto estrambóticas que, desde luego, no son habituales en el conjunto de la obra del dibujante, pero tampoco inexistentes del todo. Pienso, por ejemplo, en ciertos pasajes de Mac Coy, donde los dos personajes secundarios de Charley y Maxi —inseparables compañeros del protagonista de la serie y contrapuntos humorísticos del mismo (una especie de supporting characters, podríamos decir, utilizando el lenguaje cinematográfico que hace referencia a este tipo de papeles en las películas norteamericanas)— adoptan actitudes similares o son responsables de crear situaciones cómicas muy variopintas, que contribuyen a relajar un tanto la tensión del relato, a ralentizar su desarrollo narrativo y a conceder un respiro al lector. Un ejemplo paradigmático de lo que decimos puede verse en la plancha número 31 del álbum Wanted Mac Coy, en la cual se desarrolla una extraña secuencia, protagonizada por los personajes mencionados, que rompe, de manera abrupta, la tensión dramática en una historia que no se caracteriza, precisamente, por narrar hechos divertidos. El claro tono humorístico de las dos escenas y los rasgos marcadamente caricaturescos del sabueso chocan de lleno con el estilo hiperrealista típico del dibujo de Hernández Palacios. Con toda seguridad, el objetivo de los autores era crear un momento de respiro dentro del dramatismo que impregna toda la acción general de la historia.

Las escenas de Wanted Mac Coy analizadas arriba


Es indudable que en Drako de Gades, sin embargo, la intención de Palacios ya no era la misma. Aquí buscó ex profeso recrear actitudes y situaciones del todo humorísticas —cuando no abiertamente cómicas— porque lo consideraba adecuado para la historia que estaba contando y para la cabecera en la que ésta se iba a publicar. Si acertó, o no, el maestro madrileño es algo que deben juzgar las sucesivas generaciones de aficionados que lean esta curiosa creación, mezcla sui generis —nunca mejor dicho— de comedia, historieta medieval y aventura a caballo entre la espada y brujería y la fantasía heroica (pasados por el personalísimo tamiz de la estética palaciega).

Digamos, para ir concluyendo, que en su desarrollo argumental Drako de Gades es un poco simple: nos presenta al héroe protagonista saltando, sucesiva y continuamente, de un peligro sobrenatural a otro, y siendo auxiliado siempre (o casi siempre) por una especie de hada madrina que adopta la forma de hermosa mujer —un tanto matronil— no exenta también de actitudes humorísticas.

En el segundo álbum de la serie, titulado Los Gazules de Sevilla, el autor da un giro tan radical a la historia que casi todo lo que he dicho hasta el momento no le sería aplicable. Para empezar, el humor desbordado que presidía las historias del primer álbum ha desaparecido por completo en este segundo. Además, Palacios abandona aquí el marco temporal del Medievo y nos traslada a un siglo XVII muy sui generis. No obstante, y a pesar de los cambios señalados, se trata de un relato casi tan extraño como el de las entregas anteriores, donde lo onírico y lo fantástico vuelven a jugar un papel protagonista. Ahora, el personaje de Drako se nos muestra como un ser intemporal y mediador, a caballo entre lo real y lo fantasmagórico, que viene del pasado y aparece de repente cabalgando milagrosamente sobre la superficie de las aguas del Guadalquivir para ayudar a los buenos de la historia (el clan nobiliario de los Gazules). En este sentido, el extraño enfoque que Palacios le da a esta segunda historia de la serie me recuerda bastante a lo que hizo Hermann con su caballero de Bois-Maury, utilizando esa misma idea de "pervivencia" del protagonista a lo largo del tiempo, aunque en el caso del autor belga dicha permanencia se produjera a través de los descendientes de Bois-Maury, mientras que en el del español lo es en el propio personaje, que ha logrado atravesar los siglos inmutable y sin envejecer.

Un Drako fantasmal y algo iluminado, en la que iba a ser su última aventura


De esta manera, Hernández Palacios construye un relato bastante insólito y pintoresco, con enfrentamientos y querellas entre clanes nobiliarios y ejércitos de mendigos que ponen patas arriba toda Andalucía, hasta llegar casi a una especie de guerra civil desarrollada al margen de la autoridad real (que no hace acto de presencia por ningún lado). Un argumento, en definitiva, que resulta poco creíble, por excesivo y chocante, pues ha de tenerse en cuenta que la España del XVII no fue la de los reinos de taifas. Pero el sentido épico de Palacios y su personalísima estética consiguen hacernos olvidar lo estrambótico de la historia y dan autenticidad a lo que, en manos de cualquier otro, parecería un auténtico disparate. Es como si estuviéramos viendo otra de sus historias sobre la Reconquista, pero trasladada en esta ocasión a la España de los Austria, con nobles enfundados en jubones, golillas y calzas, comercio de Indias y moriscos en lugar de almorávides o almohades.



Como obra tardía que es, en Los Gazules aparecen todos los estilemas propios de la última etapa del dibujante madrileño: grandes viñetas monumentales; abundancia de primerísimos planos —en los que Hernández Palacios era un consumado maestro, pero cuyo abuso denota cierta falta de inspiración narrativa—; predominio casi absoluto del entintado a plumilla, con una minuciosa labor de trama que apenas si deja espacio a los claroscuros obtenidos a base de manchas de negro realizadas con pincel; poderosa y dramática utilización del color, muy efectista siempre en el caso de Hernández Palacios... Digamos, para concluir esta nota, que el trabajo del dibujante madrileño en esta segunda historia de Drako podría ponerse en relación, estilísticamente, con el conjunto de álbumes que realizó para la colección del V Centenario del descubrimiento de América y para los dos libros dedicados al centenario de Carlos V y Felipe II.




Por razones lógicas de propiedad intelectual y de derechos de autor he decidido traer al Nibelheim las planchas correspondientes a una sola de las seis entregas que Antonio realizó para Rumbo Sur. Se trata de las siete páginas que forman el capítulo cuarto, titulado "Merlín" (2). En ellas, da rienda suelta a una imaginación desaforada, demostrando que lo épico —y tal fue siempre el rasgo principal del peculiar y personalísimo estilo artístico del autor madrileño— no tiene por qué estar reñido con el buen humor y la ironía. El trabajo gráfico brilla a grandísima altura y posee todas las características (incluidos virtudes y defectos) que han hecho de Antonio Hernández Palacios uno de los más grandes historietistas españoles.

Son siete páginas de acción trepidante y absolutamente alocada, que por momentos me han hecho recordar las viejas películas slapstick del cine mudo: hay carreras, golpes, caídas, derrumbamientos, choques, persecuciones, un dragón femenino (¿o afeminado?) que llora y está íntima (y sospechosamente) ligado a cierto rey pusilánime de un ignoto país, una gigantesca valquiria que es capaz de todo con tal de conseguir guerreros para el Walhalla, un mago esperpéntico, un león y un espíritu de Merlín que resulta ser, nada más y nada menos, ¡¡¡que el propio Pedro Tabernero!!! Sin duda, un gesto de afecto y cariño, por parte de Antonio, hacia quien tanto hizo por perpetuar su obra y su genio. Vayan, pues, las siguientes imágenes y la presente entrada en homenaje a ambas personas, como agradecimiento a Tabernero y como testimonio de admiración hacia el gran dibujante madrileño al que tuve el honor de conocer y tratar.








-------------
(1) En las páginas 33-48. A pesar de la fecha indicada —que es la que corresponde a ese número de la revista— siempre he estado convencido de que Antonio debió dibujar este episodio de Garín algunos años antes. En concreto, hacia 1974 o alrededores, pues estilística y técnicamente sus planchas están mucho más relacionadas con el magnífico trabajo que el dibujante madrileño realizó en el segundo libro de El Cid (Las Cortes de León) o los volúmenes segundo y tercero de Manos Kelly (La montaña de oro y La tumba de oro), antes que con, pongamos por caso, lo que hacía a finales de los años 70 (La muerte blanca, Wanted Mac Coy, Traficantes de cabelleras, Roncesvalles...). Es casi seguro, por tanto, que las páginas fueran realizadas algunos años antes de verse publicadas. De todas formas, tengo pensado dedicar una entrada específica a esta pequeña joya que es Garín, así es que ya habrá ocasión de analizar con detalle sus páginas y compararlas con las de otros trabajos que, según mi hipótesis, estaba realizando Hernández Palacios en esa misma época.

(2) Capítulo que, por causa de una errata en la revista, se marcó como 5º, según puede verse en la primera imagen.


sábado, 14 de mayo de 2011

RECUERDOS, NOSTALGIAS, BAGATELAS. A PROPÓSITO DE PLÁCIDO DOMINGO



SI hay un cantante al que pueda aplicársele el calificativo de inteligente, además de grande, ése es, sin duda, el tenor madrileño Plácido Domingo. Reconozco que durante muchos años —pero muchos—, antes de conocer otras voces y diferentes realidades canoras, quien les escribe fue un fiel y devoto admirador de Domingo. Nunca acérrimo o fanático, pues ello no va con mi carácter (que tiene bien poco de mitómano, todo sea dicho). Pero sí les confieso que era mi cantante predilecto, aquél que me llegaba más hondo —aún sigue haciéndolo cuando le escucho en determinados roles— y con quien me fui introduciendo durante la última infancia y la primera adolescencia en ese milagro humano que es el arte lírico.



Pero Domingo me ayudó, sobre todo, a amar la voz de tenor y el principal repertorio para esa cuerda tan maravillosa, admirada y exigente. La voz juvenil de los héroes operísticos, la de quienes juegan permanentemente con fuego y caminan por el filo de la cuchilla o la cuerda floja, pues no olvidemos que se trata de una voz tan antinatural como hermosa y difícil. Después, a medida que pasaban los años y aumentaban mis conocimientos, vino la conciencia de las limitaciones, vocales y técnicas, que el tenor madrileño siempre ha tenido —agravadas con el tiempo, lógicamente— y el aprecio hacia otros muchos tenores, desde los más clásicos y míticos —Tamagno, Caruso, Schipa, Pertile, Paoli, Gigli, Ralf, McCormack, Thill, Fleta, Lázaro, Melchior, Cortis—, hasta los más modernos y actuales —Vargas, Machado, Alagna, Álvarez—, pasando por todos aquellos cantantes que compartieron tablas con Plácido Domingo o que le precedieron inmediatamente y que son a los que más cariño siento: Kraus, Bergonzi, Corelli, del Monaco, Carreras, Aragall, Pavarotti, Taddei, Milnes, Cappuccilli, Bastianini, Pons, Nucci, Callas, de los Ángeles, Tebaldi, Price, Scotto, Popp, Sutherland, Lorengar, Caballé, Freni, Ricciarelli, Cossotto, Te Kanawa, Barbieri, Simionato, Berganza, Deutekom, Baltsa, Obraztsova, Borodina, Meier, Horne, Ghiaurov, Giaiotti, Raimondi, Salminen, Podles, etc. Y aquí no hago distingo en cuestión de cuerdas, pues ya sean tenores, sopranos, barítonos, mezzos, bajos o contraltos, tengo con ellos una deuda de gratitud, ya que me hicieron amar la ópera por encima de cualquier otro género músical.

Domingo, junto a Marina Krilovici, en La Bohème (años 60)


No obstante, mi memoria y mi corazón siempre guardarán un especial (y agradecido recuerdo) de Plácido Domingo. Téngase en cuenta, además, que si hay un arte capaz de hacernos retroceder a un momento determinado de nuestra vida y de conseguir que nos emocionemos reviviendo un recuerdo concreto —representado por una persona, una situación, o un hecho— ése es, precisamente, la música. De manera que cuando retrocedo en el tiempo para acordarme de algo —y eso ocurre bastante a menudo, pues soy de temperamento muy melancólico—, es casi siempre la voz de Domingo la que acude a mi memoria, pues era él quien seguramente me acompañaba en ese preciso instante. Difícil, pues, desbancarle del pedestal en el que estaba subido.

Con Elena Obraztsova, en Carmen (1978)


Rebuscando entre mis papeles y recortes "musicales" —ya les digo que soy de natural melancólico— me he topado con algunas cosas interesantes y curiosas. Una de ellas es el documento que les traigo a continuación. Se trata de una entrevista que le hicieron al cantante madrileño a principios de los años 70, cuando su nombre todavía no era conocido en España más que por los muy aficionados a la ópera. Se publicó en la revista Triunfo y creo que su lectura puede resultar interesante y fructífera. Por aquel entonces, aún no se había producido el cambio de régimen a la democracia en España —la cosa aún andaba en marcha— y todo estaba por hacerse. El cantante, persona inteligente donde las haya, se había percatado de todo esto y así lo manifestaba en la entrevista, refiriéndose a los numerosos problemas que acuciaban a la ópera en nuestro país.

En abril de 1983 (y en lo más alto de la cima)


Al releer dicha entrevista ahora no me queda más remedio que reconocer que las cosas han cambiado una barbaridad. Y a mejor, claro (incluso aunque a Mortier le hayan puesto al frente del Teatro Real). ¿Qué se le va a hacer? Nada es perfecto.

 

(Entrada publicada originalmente el 12 de mayo de 2011, y rehecha dos días después gracias a la versión en caché, por causa de la pérdida de datos que se produjo en Blogger tras la caída del sistema el día 11 de mayo).

martes, 10 de mayo de 2011

¿HASTA DÓNDE VAMOS A PITUFAR?



HACE poco traía yo a este Nibelheim el caso de Tintín, que se ha visto sentado en el banquillo de los acusados ante la demanda por racismo interpuesta, contra una de sus historias —Tintín en el Congo—, por un ciudadano congoleño que se siente ultrajado ante la actitud colonialista que el repipi reportero creado por Hergé desplegó en la citada aventura. Pues bien, ahora los medios de comunicación se han hecho eco de una nueva noticia que vuelve a trascender el mundo de la historieta para relacionar a otros personajes de tebeo con actitudes e ideologías abiertamente reprobadas en nuestras sociedades democráticas, al chocar de lleno contra los principios en que se sustentan éstas. Aunque resulte increíble, en esta ocasión los afectados han sido los pitufos (Les schtroumpfs), creación del dibujante belga Peyo.

Según el escritor francés Antoine Buéno los entrañables seres azules que han hecho las delicias de miles de niños serían «el arquetipo de la utopía totalitaria, impregnada de estalinismo y nazismo». Vamos, que reúnen en sí mismos lo peorcito que ha dado el ser humano en el último siglo de existencia.



En un libro que saldrá a la venta el próximo 1 de junio —titulado El pequeño libro azul, en referencia irónica al famoso Libro rojo de Mao, Buéno analiza la que considerábamos idílica sociedad de los pitufos en clave político-ideológica y llega a la conclusión de que nos hallamos ante una comunidad autárquica y cerrada, sometida a un régimen económico comunista (no conocen la propiedad privada) y con un líder —Papá Pitufo— paternalista, benevolente y muy autoritario. El escritor francés considera, además, que los pitufos son machistas —la única fémina que aparece en la historia adopta un papel completamente pasivo— y que su universo transmite ideas sobre la superioridad de la raza aria —la Pitufina original es malvada y morena, pero cuando se vuelve buena se transforma en rubia— y a favor del antisemitismo, tal como lo demostraría el hecho de que los dos principales enemigos de estos minúsculos seres lleven nombres hebreos —Gargamel y Azrael— y respondan al cliché del judío sucio que transmitieron los nazis. ¡Qué! ¿Cómo se les ha quedado el cuerpo?



Desde luego, todas estas reinterpretaciones de la creación de Peyo a la luz de la política y la ideología no son nuevas (como puede verse aquí o aquí). Y aunque la más extendida y manejada sea la que propone una lectura "comunista" de la sociedad pitufa, también se han dado otras que hablan del racismo intrínseco en la famosa historia de Los pitufos negros, de que el gorro blanco de los simpáticos enanitos es una representación del que utilizaban los miembros del Ku Klux Klan, o de la simbología sobre la alienación que se encierra en el hecho de que todos los pitufos vistan iguales y hablen exactamente del mismo modo. Antoine Buéno llega ahora para remozar esas viejas propuestas, dándoles una nueva cobertura "intelectual" y poniéndolas en primera línea informativa, merced a la próxima publicación de su libro. ¿Pero es que podíamos esperar menos de un escritor que se define a sí mismo como "prospectivista"? Menos mal que libra de la "quema" al pobre Peyo, pues Buéno asegura que el padre de los pitufos levantó este complejo edificio ideológico subliminal sin ser consciente de ello: todo era un resultado del ambiente que reinaba por la época en la que se desenvolvió Pierre Culliford (que así se llamaba el historietista belga).



Por lo que a mí respecta, yo no sé qué decirles. Me he quedado sin palabras. A otras personas, sin embargo, las propuestas de Buéno les han caído bastante mal, pues huelen a oportunismo barato que apestan. No en balde, la primera película en 3D que se va a hacer de los deliciosos enanitos azules se estrenará el 3 de agosto, apenas dos meses después de la salida al mercado del libro de Buéno. ¿Casualidad?

En fin, Serafín. Se sabía de las difíciles y complejas relaciones vecinales que han mantenido desde siempre los franceses con esos "celtitas" que aparecen en Asterix en Bélgica. ¡¡¡Pero llegar hasta un extremo semejante!!!

sábado, 7 de mayo de 2011

RAREZAS BATTAGLIANAS: "L'ISOLA DEL TESORO (LA ISLA DEL TESORO)"


SEGURO que conocen esa famosa expresión popular que reza "cada loco con su tema", ¿verdad? Pues he de confesarles que no anda desencaminada —como ocurre casi siempre con la sabiduría callejera— y que un servidor ha de aplicársela antes que nadie. ¿Y por qué digo todo esto, se preguntarán ustedes? Verán, es que voy a bombardearles, de nuevo, con una nueva entrada sobre mi admirado Dino Battaglia. En esta ocasión traigo al Nibelheim una curiosidad que, según creo, le resultará muy interesante a los seguidores acérrimos del gran dibujante veneciano, a los amantes de las rarezas y a los más curiosos (o cotillas).

Me refiero a las ilustraciones que realizó para la adaptación de La isla del tesoro, de Stevenson, según la riduzione —como podemos leer en el propio libro— de Gian Luigi (o Gianluigi) Bonelli. Fueron publicadas en el lejano año de 1954, por la Editorial Audace, dentro de su colección Capolavori y como suplemento al nº 42 de la colección de Tex. Además de este título, formaron parte de la misma serie otros tres números dedicados, respectivamente, a Pinocchio, Los viajes de Gulliver y Peter Pan, siendo este último dibujado también por Dino Battaglia. Por cierto: los pocos ejemplares de esta última adaptación que he visto circulando por ahí alcanzan hoy día precios bastante elevados.

© Collezionismo Fumetti


Son libritos relativamente modestos de 36 páginas, encuadernados en rústica con cartoncillo, a todo color, con un papel grueso y reducidas dimensiones (23,5 x 17 cm.). En el de La isla del tesoro —único título que conozco directamente—, el trabajo de Battaglia consiste en pequeñas viñetas acompañadas de didascalias con el texto al pie. Un tipo de formato, a caballo entre la historieta propiamente dicha y la ilustración, que no fue nada infrecuente en la trayectoria profesional del veneciano, quien lo utilizó en otras adaptaciones literarias como El gato con botas o Tartarín de Tarascón, por citar sólo dos ejemplos bien conocidos y ya mencionados en este Nibelheim. Hay, además, dos ilustraciones, siendo una de ellas a doble página y la que más veces se ha podido ver publicada en algunos de los estudios dedicados a la vida y obra del dibujante veneciano.

Esta adaptación de La isla del tesoro es una obra que andaba buscando desde hace tiempo, precisamente porque esa ilustración a doble página me había llamado la atención y despertado mi curiosidad. Sin embargo, apenas pude encontrar algún ejemplar asequible y en relativas buenas condiciones en los portales de venta de segunda mano. Pero finalmente, el pasado mes de abril conseguí una copia algo ajada, sí, pero también bastante económica (teniendo en cuenta que otros ejemplares localizados previamente oscilaban entre los 60,00 y los 90,00 euros). Al menos en su interior está en condiciones lo suficientemente buenas como para permitir su disfrute y análisis, así como su perduración en el tiempo. Además, como tampoco soy un coleccionista stricto sensu... Bueno, lo cierto es que a pesar de su estado, seguro que terminará sobreviviéndome. Así de efímeros somos... Pero dejemos esta digresión y sigamos con lo que interesa.

A nivel de estructura narrativa cabe señalar que el resultado general de la obra es bastante convencional y monótono. Una simple ojeada a la misma basta para percatarse del férreo control y la cuidada dosificación textual que Bonelli padre aplicó a su guión, para no salirse de la rígida estructura reticular de página a que eran tan aficionados los editores italianos de los años 40 y 50. De este modo, el montaje natural de la plancha —acomodándose a unos textos didascálicos en los que el lenguaje narrativo se mezcla con el dialógico del mismo modo que ocurre en un relato literario—, apenas si deja algo de libertad compositiva a Battaglia, cuyo trabajo aquí está bien lejos de los sugerentes planteamientos formales y compositivos que llevaría a la práctica en años posteriores. Toda la historia se desarrolla a base de planchas con tres tiras de dos viñetas cada una, situación que el dibujante sólo rompió excepcionalmente con las dos ilustraciones que mencioné al principio —una colocada a modo de presentación de la historia y otra a mitad del relato, a modo de doble página— y con dos viñetas dobles panorámicas, que ocupan la primera tira de la página primera y la última de la final.
Retrato de Gian Luigi Bonelli, por Aurelio Galleppini


En cuanto al apartado gráfico —que es el que realmente nos interesa aquí—, resulta evidente que nos hallamos ante una obra temprana y menor del gran dibujante veneciano. Sin embargo —y sobre todo si aceptamos como buena la fecha de publicación generalmente propuesta para la obra—, no podemos decir que fuera primeriza, puesto que por entonces Battaglia ya llevaba publicando algunos años, pero sí está llena de rasgos que muestran los titubeos y las pruebas que por aquellas fechas estaba realizando el artista para encontrar su propio camino expresivo.

Dino y Laura, en Milán, en 1950, el año de su matrimonio


En efecto. Desde sus primeros años, y siguiendo el mismo camino que otros dibujantes de su generación —el caso más paradigmático sería el de Hugo Pratt—, Battaglia había adoptado el pincel y el estilo cartoonist como referencias técnico-artísticas inexcusables. No obstante, desde bien pronto se vio impulsado a buscar su propia personalidad a través de otros estilemas y de fórmulas expresivas distintas, que creyó encontrar en la plumilla y en el mundo de la ilustración. Como éste es un tema al que voy a dedicar una larga entrada que casi tengo concluida, por el momento bastará con decir que, tomando como referencia toda esa tradición de los ilustradores, en L'isola del tesoro Battaglia dejó de lado el entintado a lo Caniff y el simplificado dibujo de fuertes contrastes expresionistas, para entregarse a una experimentación bien perceptible, que se aleja de lo que hizo en otros trabajos posteriores a éste, caracterizados por el predominio casi absoluto del pincel (pienso en El Kid, Il Corsaro del Mediterraneo o Capitán Caribe, entre otros). Pero como una imagen vale más que mil palabras (o que diez mil, incluso), a continuación ofrezco algunos ejemplos, para que se vea bien lo que quiero decir.

En la fila superior una muestra del trabajo de Battaglia en L'isola del tesoro.
En la de abajo una selección de tres viñetas pertenecientes a
Capitán Caribe, serie realizada en 1949


Como puede verse la diferencia de estilos entre ambos trabajos es patente y resulta muy clarificadora. Frente al enérgico dibujo de las viñetas incluidas en la segunda tira —caracterizadas por la ausencia casi completa de cualquier tipo de tramado y el empleo de formas bastante sintéticas, con fuertes contrastes lumínicos obtenidos a base de grandes y enérgicas manchas de negro (que dan como resultado un estilo de claroscuros muy efectista)—, en las ilustraciones para La isla del tesoro hay un predominio absoluto de la plumilla y de la técnica del tramado, utilizado hasta el punto de dar lugar a un efecto final de suciedad que se aprecia muy bien en el primer plano de Ben Gunn o en el plano medio largo de Long John Silver. Esta situación se ve potenciada, además, por el modo en que se ha empleado la trama: con trazos muy finos y a modo de rayado continuo, como si no se hubiera levantado la plumilla del papel al realizarlo. Más o menos como cuando se utiliza un lápiz para crear un rápido efecto de rayado. En cualquier caso, el resultado final en estas últimas viñetas me parece bastante discreto.

Parece evidente que en aquella ocasión concreta Battaglia estaba haciendo pruebas, experimentando, abriéndose paso para recorrer nuevos caminos, al margen de la fecha que se le quiera asignar a este trabajo. Tradicionalmente se sitúa, y ya lo he señalado antes, en el año 1954 (que es el de la publicación por la editorial Audace). Sin embargo, yo creo que deberíamos ubicarlo en una etapa anterior, pues sorprende bastante que un artista con el bagaje de Battaglia y la experiencia que acumulaba a mediados de los cincuenta produjera una obra claramente inferior a otras precedentes, por más experimental que ésta pudiera ser. Y es que no se trata sólo del entintado —defectuoso, inseguro, lleno de titubeos e impropio de un dibujante con sus recursos y su grandísimo talento—, sino que otras peculiaridades del dibujo también producen idéntica impresión negativa. Por ejemplo, el tratamiento de los volúmenes y de las formas, la imprecisión (e incluso inexactitud) con que se han diseñado muchas arrugas y pliegues de la ropa, la anatomía de los personajes, la rigidez de algunas posturas, la errónea aplicación de las leyes de la perspectiva, la falta de naturalidad en ciertas actitudes, la torpeza de determinadas figuras, etc.

Voy a ilustrar lo que digo con cuatro ejemplos concretos, procedentes de otras tantas viñetas que he montado en una sola imagen para que se vean todas juntas.



En la primera de ellas destaca el modo torpe y descuidado en que se han resuelto las arrugas de la camisa de Long John Silver y las sombras que éstas proyectan. Por otro lado, la cara del pirata no es un ejemplo de ortodoxia anatómica, y alguna pega podríamos poner también al mar, que está resuelto con cuatro líneas mal hechas. Conviene recordar, a este respecto, que Battaglia siempre fue un gran dibujante de agua, aunque la representara de modo muy peculiar y no alcanzara las cotas de excelencia y realismo de otros maestros como Hal Foster o Franco Caprioli. En cuanto a la segunda viñeta, ya habrá advertido el lector su deficitaria puesta en escena: todos los elementos están muy poco trabajados y además aparecen colocados un poco al tuntún, sin respetar la perspectiva, de modo que no se corresponde la de las sillas con la de la mesa, ni la de ésta con la de la alfombra o con la de la puerta del camarote, ni la de las paredes de éste con todo lo demás. Por todo ello parece que los personajes estuvieran levitando sobre ese escenario tan inestable. El tercer ejemplo lo he seleccionado para complementar lo que dije antes sobre el entintado y el trabajo de trama. Obsérvese, además, que Battaglia echa mano de todas las variantes posibles, como se ve por el curioso y un tanto monótono reticulado del fondo, que parece imitar las tramas mecánicas. En la última viñeta se percibe con claridad la extraña y forzada postura del brazo del joven Jim, que parece salir de la clavícula derecha y no del hombro. La perspectiva, una vez más, está equivocada y el resultado es defectuoso.

En todo el conjunto de esta L'isola del tesoro no faltan, desde luego, ejemplos de buenas viñetas, pero en términos generales creo que el trabajo realizado aquí por Battaglia es bastante mejorable, y no se puede comparar con la mayoría de las obras que produjo a lo largo de su carrera. En este sentido, no deberíamos olvidar que hablamos de un extraordinario dibujante, poseedor de gran talento para su profesión y perfectamente capacitado para realizar dibujos estupendos, hermosos y, sobre todo, correctos.


Dos estupendas viñetas, aunque todavía muy alejadas
de lo que Battaglia haría en años posteriores


En definitiva: no parece lógico que Battaglia dibujara peor en 1954 que en años precedentes (salvo que lo hubiera hecho a propósito y con una finalidad concreta). Es posible que sus experimentos técnicos para abandonar el pincel y pasarse a la plumilla como base del entintado le hicieran titubear y mostrarse torpe en algunos extremos —de hecho, él mismo confesó en cierta ocasión que le costó muchísimo realizar el tránsito—, pero un dibujante de su talento y calidad no podía ir para atrás "como los cangrejos" —si se me permite usar esta expresión— por más que cambiara de técnica (y aunque en ésta careciera aún de la asombrosa maestría que iba a alcanzar apenas unos pocos años después en sus trabajos para Linus y Sgt Kirk). Por todo ello, propongo la década de los años 40 —preferiblemente su primera mitad— como el momento en que Battaglia pudo haber realizado las ilustraciones para la adaptación de La isla del tesoro realizada por Gianluigi Bonelli, aunque éstas terminaran publicándose (o reeditándose) en 1954.

Aparte del análisis estilístico que he hecho de los dibujos, la única prueba que puedo aportar para defender mi hipótesis es un pequeño boceto fechado en el año 1944, que aparece reproducido en la recopilación del Oliver Bold (1) publicada por Edizioni Libreria Milone en 1997. Se trata de un dibujo incluido en una hoja con varios más, y en él Battaglia comenzó a diseñar lo que parece ser la viñeta de presentación para un proyecto sobre La isla del tesoro. No podría asegurarlo con absoluta certeza —puesto que el dibujante veneciano dejó inacabado el título y el dibujo—, pero conociendo su gusto por ilustrar relatos clásicos o adaptarlos al formato de historieta, apostaría a que se trataba de esta obra tan popular y admirada. Con todo, lo más significativo de dicho boceto —al que nadie parece haberle dado importancia hasta la fecha (al menos eso demuestran los textos que yo he podido consultar)— es la gran semejanza estilística que hay entre él y los dibujos de la adaptación publicada en 1954. Y no sólo por la coincidencia temática —que es lo más visible en un primer momento—, sino por la técnica con que están realizados ambos. Incluso podríamos llegar a pensar que Battaglia aprovechó estos bocetos para su trabajo en La isla del tesoro, pues apenas hay diferencia entre el barco esbozado en 1944 y la Hispaniola que luego dibujó en la adaptación de Bonelli.

En el momento de realizar esos bocetos, Battaglia estaba influido por el florentino Piero Bernardini (1891-1974) y el turinés de origen sardo Giuseppe (Beppe) Porcheddu (1898-1947), dos artistas que alcanzaron una gran reputación en Italia durante la primera mitad del siglo XX, destacando por sus trabajos realizados en el campo de la ilustración y la historieta. Ambos colaboraron en las revistas más prestigiosas y populares del país, algunas de las cuales —Il Giornalino, Il Corriere dei Piccoli—, acogerían años después los dibujos del propio Battaglia.

De Berardini debía de atraerle a nuestro autor la estilización de las formas, la limpidez del trazo y su elegancia (rasgo, este último, que habría de caracterizar también el arte del dibujante veneciano). Por cierto, uno de los trabajos más célebres del florentino fueron sus ilustraciones para El Quijote, la inmortal obra de Miguel de Cervantes. Y, casualmente, entre los bocetos realizados por Battaglia en aquel lejano año de 1944 hay uno en el que se representa la alucinada carga del caballero manchego contra unos peculiares molinos de viento, en un extraño y onírico paisaje donde tienen cabida un sol abrasador y lo que parece ser una laguna en la que se reflejan las siluetas de todos los objetos representados en el cuadro.

 Dos ejemplos del trabajo realizado por Bernardini para la famosa edición de
El Quijote (Don Chisquiotte della Mancia) publicada en 1935


Pero quien parece haber dejado una mayor impronta sobre el Battaglia de los bocetos de 1944 y de L'isola del tesoro —si se acepta mi hipótesis cronológica— es Beppe Porcheddu. Y esto se ve al comprobar que el estilo de entintado y la estética en cierto modo inclinada a lo feísta y lo grotesco utilizados por Battaglia son los mismos que había desplegado el prestigiosísmo artista turinés en muchas de sus ilustraciones y en algunas adaptaciones literarias —Il castello di San Velario, o Il mistero degli specchi velati—, donde, por cierto, utilizó el mismo formato de viñetas acompañadas por didascalias con texto que adoptaría Battaglia años después en su versión de La isla del tesoro.

Varias viñetas de Porcheddu, pertenecientes a Il castello di San Velario.
La última es de Il mistero degli specchi velati


En fin. Espero que nadie vea en todo lo que he dicho aquí intención alguna de menospreciar a uno de los dibujantes de historieta que más he admirado siempre, criticando una de sus obras. Mi único deseo ha sido analizarla, profundizar en ella y presentar los argumentos que me han hecho pensar en la hipótesis propuesta. Hipótesis que, lo reconozco, parece bastante arriesgada pues en todas las fuentes que he podido consultar sobre la obra de Battaglia, esta L'isola del tesoro aparece fechada en el año 1954 (aunque también es cierto que no especifican si tal fecha haría referencia a la realización material o a su publicación). En todo caso, si alguien con más conocimientos y datos que yo lee esta entrada y tiene pruebas al respecto, o sabe lo que ocurrió por aquellos primeros y desconocidos años de la carrera de Dino Battaglia, le rogaría encarecidamente que me sacara del error (en caso de estarlo) y aclarase dicho punto.

 La edición mencionada en el texto de esta desconocida obra de Battaglia.
Desconocida no sólo en nuestro país, sino en la propia Italia


Y voy concluyendo... Desconozco si L'isola del tesoro se ha publicado alguna vez en España (creo que no), y tampoco me consta que por la red puedan encontrarse imágenes de la misma, de modo que considero como una especie de primicia —al menos para los aficionados españoles— la breve selección de páginas que he realizado. No las he retocado en absoluto, con la idea de que aparezcan tal y como salieron del escaneado y lo más cercano posible a la realidad. Con esa misma intención, he preferido dejar las imágenes sin recortar, para que se vean los bordes de las páginas y otros defectos del ejemplar. Siento no haber escaneado más, pero la prudencia y el buen criterio, así como el delicado estado de salud en que se halla mi ejemplar de esta obra, aconsejaron que no siguiera forzándolo para abrirlo hasta el límite y escanear sus añejas páginas. Comprenderán, por ende, y sabrán disculpar el hecho de que mis precauciones respecto de este primerizo trabajo de Battaglia hayan primado por encima del interés que tenía de hacer público su contenido.

Que lo disfruten.













-----------
(1) Es un trabajo de Battaglia bastante desconocido, que pertenece a la fructífera etapa de sus colaboraciones para revistas inglesas del sello londinense Fleetway. En una entrada que estamos preparando, ya habrá ocasión de incidir en la trascendencia que dichas colaboraciones tuvieron para la posterior trayectoria artística del maestro veneciano.

miércoles, 4 de mayo de 2011

EL FINAL DE LA CUENTA ATRÁS. EXPOSICIÓN DE TOPPI EN THIERS



NUEVAS noticias sobre una exposición muy esperada por quien escribe estas líneas: informa diligentemente Éditions Mosquito, en su habitual y valiosa letter, del inminente acontecimiento que va a tener lugar en la ciudad francesa de Thiers a partir del próximo 6 de mayo y hasta el venidero 31 de agosto: la gigantesca muestra (¡más de 350 originales!) que se ha organizado en torno a la obra de Sergio Toppi. En su momento, ya di noticia detallada de tan magno acontecimiento, y hablé también entonces del libro que Mosquito va a presentar aprovechando el evento: una lujosa y bella edición del fantástico Tarocchi delle origini, que el genial dibujante italiano realizó en 1987 y que es una obra auténticamente desconocida en España.

Pues bien, ahora quiero ampliar aquella información trayendo aquí algunas imágenes proporcionadas por la editorial francesa en su página web y recordando que se va a hacer una tirada especial de esta edición, compuesta por 250 ejemplares numerados y debidamente firmados por Toppi (de los 1.500 que integrarán el total). Una ocasión única e ineludible para los aficionados españoles a la obra del genial maestro milanés. ¡Anímense, vayan a Thiers y compren este bello libro, porque merece la pena! Ha empezado la cuenta atrás...




Más imágenes, lógicamente, en la página web de Mosquito. Y también una preview del libro.