SI hay un cantante al que pueda aplicársele el calificativo de inteligente, además de grande, ése es, sin duda, el tenor madrileño Plácido Domingo. Reconozco que durante muchos años —pero muchos—, antes de conocer otras voces y diferentes realidades canoras, quien les escribe fue un fiel y devoto admirador de Domingo. Nunca acérrimo o fanático, pues ello no va con mi carácter (que tiene bien poco de mitómano, todo sea dicho). Pero sí les confieso que era mi cantante predilecto, aquél que me llegaba más hondo —aún sigue haciéndolo cuando le escucho en determinados roles— y con quien me fui introduciendo durante la última infancia y la primera adolescencia en ese milagro humano que es el arte lírico.
Pero Domingo me ayudó, sobre todo, a amar la voz de tenor y el principal repertorio para esa cuerda tan maravillosa, admirada y exigente. La voz juvenil de los héroes operísticos, la de quienes juegan permanentemente con fuego y caminan por el filo de la cuchilla o la cuerda floja, pues no olvidemos que se trata de una voz tan antinatural como hermosa y difícil. Después, a medida que pasaban los años y aumentaban mis conocimientos, vino la conciencia de las limitaciones, vocales y técnicas, que el tenor madrileño siempre ha tenido —agravadas con el tiempo, lógicamente— y el aprecio hacia otros muchos tenores, desde los más clásicos y míticos —Tamagno, Caruso, Schipa, Pertile, Paoli, Gigli, Ralf, McCormack, Thill, Fleta, Lázaro, Melchior, Cortis—, hasta los más modernos y actuales —Vargas, Machado, Alagna, Álvarez—, pasando por todos aquellos cantantes que compartieron tablas con Plácido Domingo o que le precedieron inmediatamente y que son a los que más cariño siento: Kraus, Bergonzi, Corelli, del Monaco, Carreras, Aragall, Pavarotti, Taddei, Milnes, Cappuccilli, Bastianini, Pons, Nucci, Callas, de los Ángeles, Tebaldi, Price, Scotto, Popp, Sutherland, Lorengar, Caballé, Freni, Ricciarelli, Cossotto, Te Kanawa, Barbieri, Simionato, Berganza, Deutekom, Baltsa, Obraztsova, Borodina, Meier, Horne, Ghiaurov, Giaiotti, Raimondi, Salminen, Podles, etc. Y aquí no hago distingo en cuestión de cuerdas, pues ya sean tenores, sopranos, barítonos, mezzos, bajos o contraltos, tengo con ellos una deuda de gratitud, ya que me hicieron amar la ópera por encima de cualquier otro género músical.
No obstante, mi memoria y mi corazón siempre guardarán un especial (y agradecido recuerdo) de Plácido Domingo. Téngase en cuenta, además, que si hay un arte capaz de hacernos retroceder a un momento determinado de nuestra vida y de conseguir que nos emocionemos reviviendo un recuerdo concreto —representado por una persona, una situación, o un hecho— ése es, precisamente, la música. De manera que cuando retrocedo en el tiempo para acordarme de algo —y eso ocurre bastante a menudo, pues soy de temperamento muy melancólico—, es casi siempre la voz de Domingo la que acude a mi memoria, pues era él quien seguramente me acompañaba en ese preciso instante. Difícil, pues, desbancarle del pedestal en el que estaba subido.
Rebuscando entre mis papeles y recortes "musicales" —ya les digo que soy de natural melancólico— me he topado con algunas cosas interesantes y curiosas. Una de ellas es el documento que les traigo a continuación. Se trata de una entrevista que le hicieron al cantante madrileño a principios de los años 70, cuando su nombre todavía no era conocido en España más que por los muy aficionados a la ópera. Se publicó en la revista Triunfo y creo que su lectura puede resultar interesante y fructífera. Por aquel entonces, aún no se había producido el cambio de régimen a la democracia en España —la cosa aún andaba en marcha— y todo estaba por hacerse. El cantante, persona inteligente donde las haya, se había percatado de todo esto y así lo manifestaba en la entrevista, refiriéndose a los numerosos problemas que acuciaban a la ópera en nuestro país.
Al releer dicha entrevista ahora no me queda más remedio que reconocer que las cosas han cambiado una barbaridad. Y a mejor, claro (incluso aunque a Mortier le hayan puesto al frente del Teatro Real). ¿Qué se le va a hacer? Nada es perfecto.
(Entrada publicada originalmente el 12 de mayo de 2011, y rehecha dos días después gracias a la versión en caché, por causa de la pérdida de datos que se produjo en Blogger tras la caída del sistema el día 11 de mayo).
Pero Domingo me ayudó, sobre todo, a amar la voz de tenor y el principal repertorio para esa cuerda tan maravillosa, admirada y exigente. La voz juvenil de los héroes operísticos, la de quienes juegan permanentemente con fuego y caminan por el filo de la cuchilla o la cuerda floja, pues no olvidemos que se trata de una voz tan antinatural como hermosa y difícil. Después, a medida que pasaban los años y aumentaban mis conocimientos, vino la conciencia de las limitaciones, vocales y técnicas, que el tenor madrileño siempre ha tenido —agravadas con el tiempo, lógicamente— y el aprecio hacia otros muchos tenores, desde los más clásicos y míticos —Tamagno, Caruso, Schipa, Pertile, Paoli, Gigli, Ralf, McCormack, Thill, Fleta, Lázaro, Melchior, Cortis—, hasta los más modernos y actuales —Vargas, Machado, Alagna, Álvarez—, pasando por todos aquellos cantantes que compartieron tablas con Plácido Domingo o que le precedieron inmediatamente y que son a los que más cariño siento: Kraus, Bergonzi, Corelli, del Monaco, Carreras, Aragall, Pavarotti, Taddei, Milnes, Cappuccilli, Bastianini, Pons, Nucci, Callas, de los Ángeles, Tebaldi, Price, Scotto, Popp, Sutherland, Lorengar, Caballé, Freni, Ricciarelli, Cossotto, Te Kanawa, Barbieri, Simionato, Berganza, Deutekom, Baltsa, Obraztsova, Borodina, Meier, Horne, Ghiaurov, Giaiotti, Raimondi, Salminen, Podles, etc. Y aquí no hago distingo en cuestión de cuerdas, pues ya sean tenores, sopranos, barítonos, mezzos, bajos o contraltos, tengo con ellos una deuda de gratitud, ya que me hicieron amar la ópera por encima de cualquier otro género músical.
Domingo, junto a Marina Krilovici, en La Bohème (años 60)
No obstante, mi memoria y mi corazón siempre guardarán un especial (y agradecido recuerdo) de Plácido Domingo. Téngase en cuenta, además, que si hay un arte capaz de hacernos retroceder a un momento determinado de nuestra vida y de conseguir que nos emocionemos reviviendo un recuerdo concreto —representado por una persona, una situación, o un hecho— ése es, precisamente, la música. De manera que cuando retrocedo en el tiempo para acordarme de algo —y eso ocurre bastante a menudo, pues soy de temperamento muy melancólico—, es casi siempre la voz de Domingo la que acude a mi memoria, pues era él quien seguramente me acompañaba en ese preciso instante. Difícil, pues, desbancarle del pedestal en el que estaba subido.
Con Elena Obraztsova, en Carmen (1978)
Rebuscando entre mis papeles y recortes "musicales" —ya les digo que soy de natural melancólico— me he topado con algunas cosas interesantes y curiosas. Una de ellas es el documento que les traigo a continuación. Se trata de una entrevista que le hicieron al cantante madrileño a principios de los años 70, cuando su nombre todavía no era conocido en España más que por los muy aficionados a la ópera. Se publicó en la revista Triunfo y creo que su lectura puede resultar interesante y fructífera. Por aquel entonces, aún no se había producido el cambio de régimen a la democracia en España —la cosa aún andaba en marcha— y todo estaba por hacerse. El cantante, persona inteligente donde las haya, se había percatado de todo esto y así lo manifestaba en la entrevista, refiriéndose a los numerosos problemas que acuciaban a la ópera en nuestro país.
En abril de 1983 (y en lo más alto de la cima)
Al releer dicha entrevista ahora no me queda más remedio que reconocer que las cosas han cambiado una barbaridad. Y a mejor, claro (incluso aunque a Mortier le hayan puesto al frente del Teatro Real). ¿Qué se le va a hacer? Nada es perfecto.
(Entrada publicada originalmente el 12 de mayo de 2011, y rehecha dos días después gracias a la versión en caché, por causa de la pérdida de datos que se produjo en Blogger tras la caída del sistema el día 11 de mayo).
Gran personaje. Escuché por vez primera a Plácido Domingo interpretando una obra de Pagliacci, me impresionó demasiado.
ResponderEliminarHola Jorge, bienvenido al Nibelheim. Si eres el mismo que me escribió al correo me alegro de que hayas decidido participar en los comentarios.
ResponderEliminarEl del atormentado y sombrío Canio de Pagliacci es, en efecto, un personaje que ha dado mucha gloria a mi compatriota. Un rol que necesita el punto justo de pathos y que Domingo borda (como gran actor que es). Pensemos que tanto la partitura como el libreto favorecen los excesos y que si el intérprete no sabe controlarse la cosa acaba desmadrándose.
He tenido la fortuna de ver a Domingo sobre el escenario en el pasado y puedo confirmar su magnetismo y carisma. Hoy día sigo asistiendo a sus funciones --pues, por fortuna, no falta a casi ninguna temporada del Teatro Real-- y aunque ya no está, lógicamente, en las condiciones vocales más adecuadas, sigue conservando parte de su antiguo atractivo. Y es que, como se dice popularmente, quien tuvo retuvo...
Este año, los aficionados del Real tendremos la oportunidad de verlo en Cyrano de Bergèrac, de modo que...
Un saludo desde este lado del charco.