viernes, 25 de mayo de 2012

EL ÚLTIMO DE LOS TRIBUNOS Y EL PRIMER WAGNER: A PROPÓSITO DE "RIENZI"



Rienzi, der Letzte der Tribunen (Rienzi, el último de los tribunos), gran ópera trágica en cinco actos, con libreto y música de Richard Wagner.— Dirección musical: Alejo Pérez.— Intérpretes: Andreas Schager (Rienzi), Anja Kampe (Irene),Stephen Milling (Steffano Colonna), Claudia Mahnke (Adriano), James Rutherford (Paolo Orsini), Friedemann Röhlig (El cardenal Orvieto), Jason Bridges (Baroncelli), Carsten Wittmoser (Cecco del Vecchio), Marta Mathéu (El mensajero de la paz), Claudio Malgesini (El embajador de Milán), José Alberto García (El embajador de Nápoles), Carlos Carzoglio (El embajador de Bohemia), Luis Fernando Tangarife (El embajador de Baviera).— Philharmonia Chor de Viena. Coro Titular del Teatro Real (Coro Intermezzo). Orquesta Titular del Teatro Real (Orquesta Sinfónica de Madrid).— Lunes, 21 de mayo de 2012. Primera reposición en el Teatro Real desde el siglo XIX. En versión de concierto.


CUENTAN las malas lenguas que Hans von Bülow (1830-1894) definió Rienzi diciendo de ella que era «la mejor ópera de Meyerbeer». Una boutade que, en todo caso, bien podría ser cierta, tomando en consideración la suficiencia intransigente y un tanto chulesca de la que han hecho gala siempre ciertos wagnerianos, comportándose más como conversos a una fe iniciática que como melómanos. Aclaremos, por si alguien no lo sabe aún, que von Bülow fue, además de gran director de orquesta, uno de los mejores y más fieles amigos/seguidores (devoto casi) de Richard Wagner, y que había sido el primer marido de Cósima Liszt, hasta el momento en que el genio de Leipzig decidió birlársela ad maioren eius gloriam y en nombre del "amor redentor" que necesitaba para vivir y desarrollar su glorioso arte. Recordemos también, por otro lado, que el bueno de Giacomo Meyerbeer (1791-1864) —judío de origen y músico exitoso de profesión— fue el dueño absoluto del panorama escénico-musical francés durante buena parte del siglo XIX, así como el gran difusor y el más paradigmático representante de ese mastodóntico espectáculo decimonónico conocido como grand opéra, que se caracterizaba por su colosalismo escénico, dramático y musical, así como por haber ocupado un lugar preferente en los gustos del público europeo durante buena parte de dicha centuria. Pero retornemos a Rienzi.

Dos imágenes del joven Wagner "parisino" (década de los 40)


La que puede ser considerada, con toda justicia, como primera ópera wagneriana realmente conocida y apreciada entre el gran público, además de la que más éxito cosechó de entre todas sus creaciones en vida del propio compositor —los casos de Die Fenen (Las hadas) y Das Liebesverbot (La prohibición de amar) son más bien anecdóticos, y han recibido la atención de profesionales y público en fechas relativamente recientes—, Rienzi digo, fue pergeñeada por su autor como si de una gran opéra se tratara. Y si bien es cierto que en el momento de componerla Wagner tenía en mente como modelo la obra operística de Gaspare Spontini, antes que la de Meyerbeer —tal como ha recordado Gabriel Menéndez Torrellas en el artículo que acompaña al raquítico programa de mano entregado en el Teatro Real durante estas funciones—(1), no puede negarse tampoco que era este último en quien el de Leipzig había depositado todas sus esperanzas, por cuanto en aquella época (finales del primer tercio del siglo XIX) se trataba del único músico con la suficiente influencia y predisposición como para conseguir que el entonces joven director musical del Teatro Municipal de Riga pudiera abrirse un hueco en el complejo y competitivo mundo operístico de ese creativo período.

Meyerbeer en la época de su apogeo


En efecto: es de sobra conocido que Wagner pidió ayuda a Meyerbeer de manera reiterada y que éste se la concedió en diferentes ocasiones —de donde se derivó, por ejemplo, el estreno de Rienzi (con éxito considerable) en la Königlich Sächsisches Hoftheater de Dresde (20 de octubre de 1842) y posteriormente (1844) la aceptación de Der Fliegende Höllander para Berlín, tras su estreno también en Dresde (2 de enero de 1843)—, aunque años después estos gestos fueron respondidos, entre otras lindezas, con un escrito (El judaísmo en la Música) en el que un ya conocido Wagner atacaba duramente a Meyerbeer y a Felix Mendelssohn, mostrándolos como representantes paradigmáticos del "semitismo" musical y artístico. No podemos entrar aquí en el análisis del proceso (discutido y discutible) que llevó a ese cambio radical en la actitud del de Leipzig, pasando de las alabanzas casi serviles dirigidas a quien le había ayudado, a denominarle pública y despectivamente «banquero que se dedicó a escribir óperas».

Interior de la Ópera de Dresde (la Semperoper) hacia la época de su apertura (1841). Fue construida
por el arquitecto Gottfried Semper, de donde el nombre con que es conocida popularmente


Digamos, tan sólo, que Rienzi conoció durante la vida de Wagner un gran éxito, aunque éste no tardaría en renegar de su creación, condenándola públicamente con sus juicios y con el olvido más despectivo, hasta el extremo de confesar que le parecía repugnante. De hecho, es la única ópera popular de entre las suyas que, por expresa prohibición del músico, no ha sido representada nunca en Bayreuth (2). Por otro lado, a su trayectoria de censuras y de menosprecio ha contribuido también el hecho de haber sido una obra muy vinculada a la memoria de Adolf Hitler, quien, por razones no bien conocidas (¿regalo de la familia Wagner?), estaba en posesión de la partitura manuscrita original en el momento de su muerte. Partitura que, al parecer, acabó perdiéndose para siempre en el apocalipsis desatado durante la "Batalla de Berlín", con la que se puso fin a la II Guerra Mundial en Europa. Por este motivo, y debido a que en los bombardeos de Dresde de 1945 también se perdieron las copias utilizadas durante las primeras funciones de 1842, cada vez que se representa Rienzi hoy día es necesario elegir una versión (de las distintas que circulan) y su correspondiente orquestación.

August Kubizek, el amigo de juventud de Hitler, que dejó escrito la enorme
impresión que Rienzi ejerció sobre el ánimo del futuro dictador


Lo cierto es que esta inmisericorde damnatio memoriae en torno a Rienzi no tiene mucho sentido, puesto que la partitura es magnífica por diversas razones, a pesar de los "débitos" que encierra. Es evidente que la obra se erigía como un testimonio permanente (y monumental) de la "vieja" tradición operística, poniendo en solfa con ello las conocidas teorías estéticas que Wagner iba a desarrollar durante los años siguientes en torno al musikdrama o drama musical. Pero algo parecido, aunque salvando las distancias, podría pensarse de sus dos creaciones anteriores —Die Fenen y Das Liebesverbot— y, sin embargo, Wagner nunca manifestó hacia ellas una animadversión parecida. Por este motivo, su postura respecto a Rienzi quizá pueda explicarse como una manifestación (¿inconsciente?) del menosprecio que sintió hacia Meyerbeer y como un deseo de borrar de su memoria cualquier vestigio del pasado que pudiera recordarle que debía algo al músico a quien tanto llegó a detestar. De hecho, no sería ésta la única vez que el genio de Leipzig iba a reescribir su pasado para adaptarlo a la conveniencia y necesidades del momento, tal como ocurrió con su pasado revolucionario en Dresde, que fue convenientemente borrado —o, más bien, difuminado— una vez que ganó el favor de ese extraordinario protector y mecenas de las artes que fue el rey Luis II de Baviera.

Grabado con la última escena del acto III de Rienzi, para el montaje del Théâtre Lyrique de París, en 1869


Es sobradamente conocida la admiración que Wagner sintió siempre hacia la cultura clásica y lo mediterráneo. Las referencias a ambos elementos en muchas de sus óperas son continuas, y no hace falta recordar aquí —aunque lo haremos, a pesar de todo— que su magna obra Der Ring des Nibelungen bebe de la tradición grecorromana mucho más de lo que pudieran hacernos pensar esas interpretaciones pseudo-pangermanistas con que, a menudo, se ha querido identificar la Tetralogía y algunas tradiciones escenográficas, ya periclitadas, de dioses tocados con cascos alados y gordas valquirias gritonas de rubias trenzas y vestidas con coraza. Tampoco es un secreto que, como buen hijo de su siglo —Wagner fue el más romántico de los románticos—, mirara con interés ese Medievo idealizado que el Romanticismo se encargó de difundir y popularizar. No es de extrañar, por tanto, que tras los primerizos experimentos de Die Fenen y Das Liebesverbot el joven compositor se volviera hacia un personaje romano y tardomedieval que, además, había intentado llevar a cabo una "revolución" para devolver al pueblo romano su orgullo y las glorias del pasado (todo lo cual sintonizaba a la perfección con los ideales nacionalistas de ese revolucionario en ciernes que era el Wagner de los años 30). Parecía casi inevitable, por tanto, que nuestro compositor terminara interesándose por la historia del tribuno Nicola Gabrini, que intentó instaurar en Roma una forma de gobierno más justo, basándose en la antigua República romana —a la que él llamó "el buen Estado"— y acabó siendo aniquilado por el mismo pueblo al que había querido encumbrar, a causa de las inclinaciones despóticas que desplegó al final de su gobierno.

 Cola di Rienzo contemplando las ruinas de Roma, en la idealizada visión de Federuci Faruffini (1855)


Wagner entró en contacto con el personaje de Cola di Rienzo en el verano de 1837, después de leer la novela escrita por Edward Bulwer-Lytton, Rienzi, Last of the Roman Tribunes, que había sido publicada dos años antes. Enseguida pergeñó un boceto en prosa que convertiría en libreto versificado durante el verano siguiente. Si en sus dos creaciones precedentes el joven maestro había tomado como referencia, respectivamente, el modelo de la Romantische Oper al estilo de Marschner y de Hoffmann (en Die Fenen) y el de la opéra comique al estilo Auber o Donizetti (en Das Liebesverbot), en esta ocasión el modelo a seguir iba a ser el más exigente, innovador y moderno para su época: el de la grand opéra, en la que habían destacado el citado Auber, Rossini y el propio Meyerbeer. Por eso adoptó la estructura en cinco actos y reordenó los materiales de la novela original —suprimiendo episodios y redefiniendo algunos personajes (por ejemplo el de Irene, que adquiere un protagonismo mayor en el libreto wagneriano respecto de la novela original)—, con el objeto de acentuar el contraste dramático entre la trama histórica y la individual, recurso que también era propio de la grand opéra. El resultado final fue una obra de seis horas de duración (ballet incluido) que Wagner no haría sino ir puliendo en años sucesivos para intentar adaptarla a los usos y costumbres teatrales de la época.

Edward George Earle Bulwer Lytton, First Baron Lytton,
por Henry Williams Pickersgill (fecha desconocida)


Por fortuna, en el Teatro Real hemos podido ver una versión abreviada de la ópera, a la que también se le ha suprimido el ballet original (requisito que también era imprescindible en toda gran opéra que se preciara, y que constituía una condición sine qua non para poder estrenar en París). Y digo por fortuna porque, para un servidor, suelen convertirse en un auténtico suplicio esas largas veladas que, casi sin interrupciones —otra costumbre nefasta que parece estar imponiéndose progresivamente en el coliseo lírico madrileño—, me obligan a estar sentado (más bien encajonado) durante demasiado tiempo en las butaquitas para pitufos que llenan buena parte de su Sala. Lo digo, más que nada, porque servidor, pese a su condición nibelúngica, con mi 1,90 m. de estatura y mis 100 kilos de peso siempre acabo hecho un cuadro abstracto al final de la función. Eso en cuanto a la parte del "haber". En la del "debe" tenemos el que se haya optado por una versión de concierto, en lugar de una representación normal, con lo cual se ha perdido la oportunidad de poner en escena una ópera que no subía al teatro madrileño desde el último tercio del siglo XIX (en concreto desde 1876). Pero es lo que parece estar de moda últimamente —escenificar obras instrumentales y ofrecer óperas en concierto—, y el camino por el que va a transitar la nueva temporada del Teatro Real, donde el número de óperas en versión de concierto ha aumentado respecto a la actual. Aunque será mejor correr un tupido velo sobre esta cuestión (no parezca que la tenemos tomada con su director artístico) y pasar ya a los aspectos musicales de esta reseña.

La sala del Real vista desde el escenario. Muy bonita ella, pero repleta
de localidades con visibilidad reducida (o nula) y muy poco espaciosas


El joven maestro Alejo Pérez —que ya ha dirigido en el Real dos conciertos-homenaje— hacía su debut operístico en el coliseo madrileño con esta partitura wagneriana. ¡¡Y menuda pieza!! El bonaerense, a quien Mortier ha elegido para que bregue con más óperas en el futuro —estará en el mismo foso el próximo mes de julio al frente de la Ainadamar de Osvaldo Golijov, y dirigirá en la temporada 2012-2013 la nueva producción del Don Giovanni mozartiano (programado para el mes de abril)—, se mostró en todo momento servicial con la partitura, muy atento a los cantantes y entregado por completo, así como decidido a no caer en la tentación de "wagnerizar" la lectura de la ópera. No puede afirmarse tampoco que la dirigiera en el más puro estilo "meyerbeeriano" —como he leído por ahí en alguna crítica—, pero es indudable que supo extraer de la Orquesta Sinfónica de Madrid sonoridades que recordaban mucho más al universo sinfónico francés que al futuro drama musical wagneriano. Cosa lógica, por otro lado, tratándose de una partitura en la que Wagner aún no era Wagner (aunque ya apuntara maneras). Es algo que Pérez tiene claro, según puede leerse en alguna de las entrevistas que ha concedido estos días previos a las representaciones, destacando que Rienzi: «Es una partitura reveladora y, en muchos sentidos, anticipadora de lo que vendría después. Wagner la escribió con 24 [años], siendo como era un compositor de recursos netamente autodidactas. Tiene ganas de contar cosas, de dar rienda suelta a sus pasiones, de abrirse paso como creador. Por eso toda la música desborda el foso, derrocha energía y está sujeta a grandes impulsos. Al mismo tiempo, hay también una gran frescura y algo de ingenuidad».

 Pérez, en un momento de la representación, mira a los intérpretes solistas. En primer plano, muy borroso,
puede verse al bajo-barítono Carsten Wittmoser. A continuación, más alto, el tenor Jason Bridges.
Al fondo puede verse a la soprano Anja Kampe, al tenor Andreas Schager
y al bajo Friedemann Röhlig

 
En el terreno de lo vocal puede afirmarse que las mejores prestaciones (y las más interesantes) de la velada se debieron a las voces femeninas; y, más concretamente, a dos de las tres cantantes solistas. En este sentido, la que se llevó el gato al agua, la verdadera triunfadora de la noche fue la mezzosoprano alemana Claudia Mahnke, dando vida a un creíble, variado y muy expresivo Adriano. Un papel travestido de contralto músico —nueva deuda de Wagner para con tradiciones de la ópera italiana— interpretado en el estreno dresdense de 1842 por la mítica mezzo Wilhelmine Schröder-Devrient, que tanta influencia ejerció en el joven músico y que habría de crear también los papeles de Senta en Der Fliegende Höllander y de Venus en el Tannhäuser. La voz de Mahnke no me pareció muy grande, pero sí es bonita, carnosa, empastada y homogénea en todo el registro. Además está bien proyectada, pues corrió sin problemas por la sala, logrando sobreponerse en todo momento a la monumental orquestación wagneriana (téngase en cuenta que sobre la escena había 230 intérpretes, entre coro y orquesta). En su tour de force del acto III —el aria "Gerechter Gott, so ist's entschieden schon!"— la mezzo alemana estuvo estupenda y muy segura, considerando que se trata de una página extensa y difícil, con frecuentes ascensos a la zona aguda. Dicción y estilo impecables para una recreación muy dramática y sentida de este personaje fundamental de la obra, sobre el que pivota toda la trama individual y humana del libreto.

Pasado y presente para un mismo personaje: Schröder-Devrient y Mahnke


Junto a ella, la soprano española Marta Mathéu también destacó por su buena prestación. Lógicamente, su papel (un mensajero de paz) es menor y el cometido menos agradecido dentro del extenso dramatis personae de la obra (que exige 13 solistas), pero hay que decir que lució una voz espléndida, homogénea en todo el registro y bien proyectada, lo que se agradeció sobremanera, porque además hubo de luchar contra una ubicación espacial bastante incómoda, al ser colocada en el fondo del escenario, en un ejercicio de incongruencia escénica que no venía a cuento en esta versión de concierto.

Marta Mathéu


La peor parte en el lado femenino correspondió a la soprano italo-germana Anja Kampe. Es cierto que está avalada por una trayectoria internacional bastante sólida en papeles wagnerianos y straussianos (de hecho ya tuvimos la ocasión de oírla en el Real en Ariadne auf Naxos y en Der Fliegende Höllander). Sin embargo, lo único que puedo decir sobre su prestación del pasado lunes es que nos brindó una Irene histérica, gritona y destemplada desde el principio al final de su particella. Podríamos decir en su favor que el personaje se las trae vocalmente hablando —lleno, como está, de importantes saltos interválicos, de ascensos a la región aguda y de una caracterización dramática bastante más exacerbada o temperamental que el resto de caracteres—, pero no estribó en eso el problema principal de su actuación, pues se la pudo oír relativamente bien en la zona aguda, aunque siempre a cambio de forzar los medios, de gritar y de emitir sonidos demasiado abiertos y desabridos. Más bien fue que no existió una construcción sólida y musical del personaje, lo que habría minimizado un poco los defectos vocales señalados. ¿Tuvo una mala noche Kampe? ¿O, quizá, es que yo estoy más sordo que una tapia? En fin, Serafín... No sé. Únicamente puedo decir que no me gustó nada.

Anja Kampe


Y ahora vayamos a las voces masculinas, empezando, lógicamente, por el protagonista de la velada. El tenor austríaco Andreas Schager sustituyó al inicialmente previsto Burkhard Fritz. Esto hizo que, a pesar de tener en repertorio el personaje de Rienzi, tuviera que ensayar aquellas partes adicionales de la partitura que se ofrecieron en esta versión de concierto, pero que suelen eliminarse de las versiones escenificadas. Sirva esta breve introducción para intentar justificar una actuación que me pareció bastante anodina y poco interesante. El cantante posee voz con un timbre de sonoridades "germánicas", de eso no cabe duda, pero el instrumento no es lo suficientemente dúctil y poderoso como para encarnar un rol tan largo y exigente. Como suele ocurrir con todos los papeles tenoriles wagnerianos, la particella del personaje no es demasiado comprometida en la zona aguda, pero sí requiere de un centro robusto (capaz de cincelar sin dificultad largos recitativos), de una potencia y de un caudal de voz para sobreponerse a la orquesta que Schager, por desgracia, no alcanzó ni de lejos. Eso explica que, en más de una ocasión, el tenor fuera superado por el torrente instrumental, de manera que se le veía abrir la boca, aunque no oíamos absolutamente nada. Todos estos problemas hacían presagiar que el intérprete llegaría extenuado al final de la representación. Sin embargo, frente a lo que pudiera parecer, su mejor momento en toda la velada llegó al final de la misma, concretamente en la plegaria que Rienzi eleva al comienzo del acto V (esa "Allmächt'ger Vater, blick herab!" que parece un antecedente del futuro racconto de Lohengrin). Aquí Schager se mostró cuidadoso con las indicaciones de la partitura (por ejemplo, en las series de grupeti que embellecen esta pieza), intencionado en el fraseo, expresivo y muy versátil en las dinámicas. Ofreció una interpretación llena de intensa emoción y de recogimiento que me pareció, con diferencia, lo mejor de todo lo que hizo. De manera que, por la dificultad y extensión de su rol, por su profesionalidad y entrega, así como por el hecho de haber entrado como sustituto de Fritz, creo que Schager debería quedar "a salvo" en el grupo de los cantantes triunfadores de la velada.

Andreas Schager (© Javier del Real)


En cuanto al resto del plantel de voces masculinas debo decir que, en términos generales, resultó poco interesante. No podría destacar nada (ni a nadie) en concreto. En la parte "nobiliaria" de los romanos, el Stefano Colonna de Stephen Milling resultó falto de autoridad aunque fue digno. Otro tanto diría del Paolo Orsini que nos ofreció James Rutherford. En cuanto al Cardenal Orvieto de Friedemann Röhlig me pareció en exceso gritón y poco sutil. Todo lo contrario a la solemnidad que correspondería a un personaje que, por edad y dignidad, le cuadran estos atributos como ningún otro. El Baroncelli de Jason Bridges y el Cecco del Vecchio de Carsten Wittmoser —como voces solistas que lideraban al pueblo romano— consiguieron dar buena réplica al soso Rienzi de Schager, pero poco más hicieron. Simplemente anecdóticas (el libreto tampoco permite gran cosa, por cierto) las breves intervenciones en solitario de aquellos integrantes del Coro Intermezzo que interpretaron a los distintos embajadores que aparecen en el libreto.

Algunos de los solistas saludando con el director al final de la función (© Javier del Real)


Finalmente merece una mención especial el coro, puesto que constituye un personaje más (y no despreciable) dentro del drama. En esta ocasión, y debido a las exigencias de la partitura, los cantantes del Coro Intermezzo —la formación titular del Teatro Real— se vio reforzado por el Philharmonia Chor de Viena, dotando a las numerosas intervenciones del conjunto de un brío y una energía innegable. Estuvieron estupendos, la verdad, y no faltaron ocasiones para su lucimiento.

En resumen: una velada agradable y muy interesante, pero más que por las prestaciones vocales, fundamentalmente porque ha supuesto la recuperación para Madrid de una partitura que estaba prácticamente olvidada.


* * *

Coda final: si es verdad, como ha dicho José Luis Pérez de Arteaga en su crítica del diario La Razón (y no tengo motivos para dudarlo), que el primer ¡bravo! que pudo oírse al finalizar la primera parte de la función lo profirió el propio Mortier, se confirmaría que el belga no sólo está convencidísimo de lo bien que lo está haciendo, sino que tampoco debe de tener abuela. En caso contrario, ¿cómo es posible que un director artístico de su talla jalee sus propios espectáculos? ¿O es que el Wagner primerizo de Rienzi le "pone" tanto que es incapaz de refrenar sus sentimientos?

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(1) Gabriel Menéndez Torrella, «Rienzi o la profusión desmedida», en el programa de mano editado con motivo de las representaciones desarrolladas en el Teatro Real de Madrid los días 21, 24 y 27 de mayo de 2012, p. 25.
(2) Aunque esta costumbre quizá termine cambiando, ya que la dirección del Festspielhaus ha recaído sobre dos iconoclastas bisnietas del genial compositor —Eva y, sobre todo, Katharina—, las cuales tienen pensado remover hasta sus cimientos el teatro de la colina para modernizarlo y hacer de él un referente que mire al futuro. Ya veremos, sin embargo, en qué queda todo. ¿Qué diría al respecto al añorado Ángel Fernando Mayo?


domingo, 20 de mayo de 2012

NECROLÓGICAS: DIETRICH FISCHER-DIESKAU (1925-2012)



ESTUPENDA la nota-obituario que se ha publicado en Forum Clásico sobre el fallecimiento del gran barítono berlinés. Impresionante y completísima, tanto por los datos biográficos proporcionados, como por las detalladas referencias discográficas de una carrera plagada de grabaciones y éxitos. Por ello, no me he podido resistir a transcribirla íntegra a continuación, ya que en un blog cuyo propietario está tan interesado en el canto, no podía faltar la referencia a uno de los intérpretes líricos más célebres de todo el siglo XX. Comprobará, quien no lo sepa, que el mundo de la música ha perdido no sólo un gran barítono, sino también un notable teórico —pues Fischer-Dieskau escribió mucho y bien sobre el arte que tanto amó— y un destacado pedagogo, como lo demuestra la nómina de actuales cantantes que se formaron bajo su atenta mirada. Vaya, pues, en su honor este homenaje que he tomado "prestado" de otros. Por una vez, creo que los dioses me lo perdonarán. A propósito: todo el texto que no es mío —la mayoría, en esta ocasión— va puesto en azul.



Considerado como uno de los más grandes intérpretes de lieder, Dietrich Fischer-Dieskau ha muerto el pasado viernes 18 de mayo en su casa de Berg, junto al lago Starberg, en Baviera, a los 86 años, según ha comunicado su esposa Júlia Várady.

Fischer-Dieskau ha sido una de las voces más admiradas por sus cálidos matices y cualidades tonales. Trabajo en su dilatada carrera un amplísimo repertorio de más de 3.000 obras, de los más destacados compositores, con una gran colección de grabaciones discográficas.

Un jovencísimo Fischer-Dieskau, al comienzo de su carrera (1948)

Fischer-Dieskau nació en el barrio berlinés de Zehlendorf. Comenzó a cantar de niño, recibiendo clases de piano a partir de los nueve años, y de canto, desde los dieciséis. En 1942 siguió sus estudios vocales con Hermann Weissenborn, en la Hochschule für Musik de Berlín, quien vio en él un artista de voz e inteligencia poco comunes.

Su primer recital público, en Berlín en 1943, fue interrumpido por un bombardeo de la Royal Air Force británica. Ese mismo año, acabados sus estudios de secundaria y después de un semestre en el Conservatorio de Berlín, fue llamado a filas, incorporándose a la Wehrmacht. Fue apresado por los estadounidenses en el Norte de Italia en 1945 y pasó dos años como prisionero de guerra.

En 1947, regresó a Alemania, donde comenzó su carrera profesional cantando el Réquiem alemán de Brahms sin haber ensayado, pues fue el sustituto de último momento para un cantante que se encontraba indispuesto. En otoño de ese mismo año tuvo su primer recital de lieder en Leipzig, y pronto dio su exitoso primer concierto en el Titania-Palast de Berlín.

En el otoño de 1948, Fischer-Dieskau fue contratado como el principal barítono lírico en la Ópera estatal de Berlín, debutando como Posa en la ópera Don Carlo de Verdi, bajo la dirección de Ferenc Fricsay. Posteriormente, apareció como invitado en las óperas de Viena y Múnich. Después de 1949 realizó una gira de conciertos por Inglaterra, los Países Bajos, Suiza, Francia e Italia. Apareció regularmente en el Festival de Bayreuth entre 1954 y 1961 y en el Festival de Salzburgo desde 1956 hasta principios de la década de 1970.

 Con Wieland Wagner en Bayreuth


Como cantante de ópera, actuó principalmente en Berlín y en la Ópera estatal de Baviera en Munich. También actuó como invitado de la Ópera estatal de Viena, en la Royal Opera House londinense, donde debutó en 1965 con el papel de Mandryka en Arabella, de Richard Strauss; en la Ópera estatal de Hamburgo, en Japón, y en el King's Theatre de Edimburgo durante el Festival. Su primera gira de conciertos en los Estados Unidos fue en el año 1953.

Ha sido uno de los más grandes intérpretes de lieder de todos los tiempos. Su primera grabación se produjo en 1949: Vier ernste Gesänge (Cuatro cantos serios), op. 121 de Brahms. Uno de sus primeros discos fue un recital de Hugo Wolf en el que cantó una selección del Italianisches Liederbuch (Libro de canciones italiano).



En 1951, debutó en el Festival de Salzburgo con Lieder eines fahrenden Gesellen (Canciones del Camarada errante), de Mahler, bajo la dirección de Wilhelm Furtwängler. Fischer-Dieskau ha interpretado a Mahler con músicos como Bruno Walter, Leonard Bernstein, Daniel Barenboim y Karl Böhm. Este mismo año grabó dos cantatas de Bach para Archiv Produktion, con el especialista barroco alemán Karl Ristenpart.

Comenzó entonces su relación artística con el pianista Gerald Moore. A lo largo de veinte años dieron numerosos recitales de lieder, y grabaron infinidad de discos, comenzando, en los estudios EMI de Londres, por La bella molinera. Moore se retiró en 1967, pero salió de su retiro para el proyecto más ambicioso: grabar todos los lieder de Schubert para voz masculina; esta integral finalizó en 1970. Son muy destacadas sus grabaciones de La bella molinera y Winterreise (Viaje de invierno). Afirmó el propio cantante en una entrevista que «las canciones de Schubert, están llenas de color y posibilidades: giras en torno a ellas y te aproximas al centro, pero nunca lo alcanzas. Schubert proporciona la perfecta unión de texto y música».

 Con Gerald Moore, su pianista acompañante favorito


El 20 de febrero de 1967, Fischer-Dieskau, junto a las sopranos Elisabeth Schwarzkopf y Victoria de los Ángeles se reunieron en una gala de despedida a Gerald Moore, con ocasión de su retiro, en el Royal Festival Hall de Londres. De esta jornada queda una grabación antológica de lieder, si bien es famosa por el Duetto buffo di due gatti, atribuido a Rossini, que interpretan a dúo Schwarzkopf y de los Ángeles.

En 1965 da su primer recital acompañado por el pianista Sviatoslav Richter. El pianista austríaco Jörg Demus lo acompañó en sus grabaciones para Deutsche Grammophon (DG) de la década de los años sesenta, incluyendo un destacado Viaje de invierno y el Amor de poeta de Schumann en 1965, que ya había grabado en 1957. En los años setenta y ochenta del siglo XX realizó con Barenboim grabaciones antológicas de lieder de Schumann, Brahms, Wolf y Liszt. Con este músico hizo una gira por Israel, siendo la primera visita a ese país de un solista alemán.

Como el Dr. Schön, en la Lulu de Alban Berg, junto a Evelyn Lear (Ópera de Berlín, 1968)


Fischer-Dieskau interpretó igualmente muchas obras de música contemporánea, incluyendo obras de Othmar Schoeck, Benjamin Britten, Samuel Barber, Hans Werner Henze, Ernst Krenek, Witold Lutosławski, Siegfried Matthus, Winfried Zillig y Gottfried von Einem.

Así, para su primer concierto en Londres, en 1951, eligió A mass of Life (Misa de la vida), de Frederick Delius, dirigido por sir Thomas Beecham.

En 1962 estrenó el War Requiem (Réquiem de Guerra), de Britten, en la catedral de Coventry. Era una manifestación contra cualquier tipo de conflicto bélico, y como símbolo de reconciliación en plena guerra fría, reunió a un barítono alemán, un tenor inglés, (Peter Pears), y una soprano rusa, Galina Vishnévskaya, que no pudo estar en el estreno pero sí en la grabación.

En 1978 estrenó el Lear de Aribert Reimann.

Fischer-Dieskau, conmovedor Lear, con Julia Varady (Cornelia),
en el estreno muniquense de 1978


Fischer-Dieskau se retiró de las salas de conciertos en 1992, optando por despedirse sin una gala final. Dio sus últimos recitales de lieder, en Berlín y Londres, y apareció por última vez como cantante de ópera en la gala de la Ópera de Munich, interpretando a Falstaff.

Una vez retirado, profundizó en una serie de actividades que ya había comenzado con anterioridad. Así, se ha dedicado a la dirección de orquesta, aunque su primera grabación como director, las Sinfonías n.º 5 y n.º 8 de Schubert, fue realizada ya en 1973. Desde 1983 era profesor, en Berlín, y lo ha seguido haciendo, especializándose en la enseñanza de lieder; entre sus alumnos, puede citarse a Matthias Goerne. También se ha dedicado a la pintura y a la escritura de libros. Participó como recitador y narrador en obras de Schumann o Schönberg.

Dirigiendo a la Orquesta Sinfónica de la Radio de Colonia en marzo de 2000


En su vida personal tuvo cuatro esposas. En 1949 se casó con la violonchelista Irmgard Poppen. Tuvieron tres hijos: Mathias (director de escena), Martin (director de orquesta), y Manuel (violonchelista). Irmgard murió en 1963 por complicaciones posteriores al parto de su tercer hijo. Después, Fischer-Dieskau estuvo casado con la actriz Ruth Leuwerik desde 1965 hasta 1967 y con Christina Pugel-Schule desde 1968 hasta 1975. En 1977 se casó con la soprano Julia Varady.

Fischer-Dieskau con su última esposa (Júlia Várady), ahora ya viuda


La carrera discográfica de Fischer-Dieskau ha estado repleta de grabaciones y éxitos. En su repertorio liederístico, sus interpretaciones se consideran obras de referencia. Ha grabado prácticamente todos los lieder de Schubert, Brahms y Richard Strauss, la mayor parte de las de Mozart, Schumann, Mendelssohn, Liszt y Wolf, y un amplio número de otros compositores, desde Bach hasta Henze.

Fischer Dieskau grabó principalmente para las discográficas EMI, DG y ORFEO.

De sus grabaciones podríamos destacar:

Johann Sebastian Bach:
  • Cantatas, con Karl Richter para Polygram.
  • Jesús y partes de bajo en las Pasiones con un amplio elenco de directores, como Karajan, Klemperer, Furtwängler o K. Richter. Destaca la grabación de la Pasión según San Mateo, BWV 244, dirigida por Klemperer en 1962. También es de alta calidad la dirigida por K. Richter. Y la Pasión según San Juan, BWV 245, dirigida por K. Forster, con la Sinfónica de Berlín (1959).
Ludwig van Beethoven:
  • Fidelio: Destacan tanto la grabación hecha con Bernstein con la Filarmónica de Viena, como la de Fricsay con la Orquesta de la Radiodifusión de Baviera.
  • En 1966, en plenitud de sus facultades vocales, grabó canciones de Beethoven: An die ferne Gelibte (A la amada lejana), Op. 98, y lieder (Adelaide; L’amant impaziente; Es war einmal ein König; In questa tomba oscura; Maigesang; Zartliche Liebe), con Demus al piano.
Alban Berg:
  • Grabación de excelente calidad e histórica es su Wozzeck dirigido por K. Böhm con el Coro y Orquesta de la Ópera Alemana de Berlín (1964), y su interpretación del doctor Schön en Lulú (versión en dos actos), del mismo director y orquesta.
Johannes Brahms:
  • Un Réquiem Alemán, Op. 45. Destaca la grabación que hizo con Rudolf Kempe y la Filarmónica de Berlín (1955), EMI Références; también es clásica la de Otto Klemperer y la Orquesta Philarmonia, para Angel.
  • Liebeslieder, (Canciones amorosas) op. 52, y Neue Liebeslieder (Nuevas canciones amorosas), op. 65 para DG, en grabación destacada, con otros cantantes (Edith Mathis, Brigit Fassbaender y Peter Schreier) y los pianistas Karl Engel y Wolfgang Sawallisch.
  • Cuatro cantos serios, op. 121, Lieder, con Jörg Demus, piano, para DG, grabación de finales de los sesenta. Los Vier ernste Gesänge los había grabado ya con anterioridad, en un concierto público de 1958, con G. Moore, álbum para Orfeo.
  • Deutsche Volkslieder (Canciones folclóricas alemanas), grabadas junto a E. Schwarzkopf y G. Moore. Esta es una grabación de referencia, pues pocos cantantes pueden igualarse a Schwarzkopf y Fischer-Dieskau en su imaginación musical y profundo entendimiento de los textos que están interpretando.
Benjamin Britten:
Destacan dos grabaciones que hizo con el propio compositor como director:
  • Songs and proverbs of William Blake (Canciones y proverbios de William Blake), op. 74, ciclo sobre poemas de William Blake que fue compuesto en especial para Fischer-Dieskau, quien aporta una interpretación ideal.
  • Réquiem de guerra, Op. 66, grabación histórica de 1963.
Domenico Cimarosa:
  • Il matrimonio segreto (El matrimonio secreto), con Barenboim y la Orquesta de Cámara Inglesa, DG. Grabación de 1976, merece la máxima valoración en el guía Penguin de 1993. Interpreta el rol de D. Geronimo.
Claude Debussy.
  • De referencia es su grabación de L’enfant prodigue, para Orfeo, con la orquesta de la Radio de Stuttgart y dirigido por Gary Bertini; en esta cantata, interpreta al padre del hijo pródigo.
Antonín Dvořák.
  • Destaca la grabación que hizo de su Requiem, op. 89 y seis de las diez Canciones bíblicas, del op. 99, con la Orquesta Filarmónica Checa, para DG.
Gabriel Fauré:
  • Requiem op. 48, dirigido por Cluytens para EMI.
Joseph Haydn: oratorios
  • Die Schöpfung (La Creación), con Karajan en 1969, que reunió un elenco de solistas extraordinarios. También es clásica la grabación con la Academia de San Martin-in-the-Fields y sir Neville Marriner.
  • Die Jahreszeiten (Las estaciones), con la Academia de San Martin-in-the-Fields y sir Neville Marriner.
Hans Werner Henze:
  • Elegía para los jóvenes amantes, antiguo registro de la Radio de Berlín (1961), dirigido por el propio autor.
Paul Hindemith:
Grabó los roles titulares de
  • Matías el pintor, ópera dirigida por L. Ludwig, fragmentos, 1961, DG.
  • Cardillac, con la dirección de Joseph Keilberth, 1968.
Gustav Mahler:
  • Das Lied von der Erde, con Leonard Bernstein y la Filarmónica de Nueva York
  • Lieder, con Barenboim al piano, para EMI
  • Lieder del Camarada errante. De esta obra hay varias versiones, todas ellas excelentes. Versiones con orquesta: dirigido por W. Furtwängler y la Orquesta Philharmonia en 1949; por Rafael Kubelík y la Orquesta sinfónica de la Radio de Baviera en 1970, en plenitud de facultades vocales. Versiones con piano: con Leonard Bernstein.
  • 4 Rückert Lieder (Um Mittelnacht; Ich atmet’ einen linden Duft; Blicke mir nicht in die Lieder; Ich bin der Welt). Versión con orquesta, dirigida por K. Böhm y la Filarmónica de Berlín.
  • Des Knaben Wunderhorn (El corno mágico de la juventud), con Barenboim al piano, para Sony
Frank Martin:
  • Destaca 6 Monologues from Everyman; The Tempest (The temptation of St Anthony de Werner Egk), con la Filarmónica de Berlín y dirigido por Martin, para DG. La guía Penguin de 1991 consideró que era una interpretación clásica de uno de los grandes ciclos de canciones del siglo XX.
Mozart:
  • La flauta mágica. Hay tres grabaciones destacadas. En las de Fricsay (1954) y K. Böhm es un chispeante Papageno; en la de Georg Solti, un soberbio narrador.
  • Las bodas de Fígaro, con K. Böhm (1968).
  • Don Giovanni, con Fricsay y K. Böhm.
  • Misa n.º 16 en Do, Misa de la Coronación, K. 317; Vesperae solennes de confessore en Do, K. 339. Grabación de 1977, con la Orquesta Sinfónica de la Radio de Baviera, bajo la dirección de Jochum.
Carl Orff:
  • Carmina Burana, Jochum dirige al Coro y Orquesta de la Ópera Alemana de Berlín, para la DG. Es una grabación distinguida, con cantos interpretados por Fischer-Dieskau de forma refinada, pero no en exceso, hasta el punto de que, en la tabernaria canción del Abad (Ego sum abbas), es tan áspero que por un momento resulta irreconocible.
Franz Schubert:
  • Deutsche Messe (Misa alemana y oración al Señor), D. 872; Himno al Espíritu Santo, D. 964; Salmo n.º 23, Señor es mi pastor (Gott ist mein Hirt), D. 706; Salmo n.º 92, D. 953; Salve regina. Grabación destacada, con la Capella Bavariae, miembros de la Orquesta Sinfónica y Coro de la radio de Baviera y la dirección de Sawallisch.
  • Missa Solemnis y Misas n.º 4 en Do mayor, D. 452, y Mi bemol mayor, con Sawallisch y la orquesta sinfónica de la Radio Bávara, con la dirección de Sawallisch.
  • Lieder: Dietrich Fischer-Dieskau grabó, en las décadas de los años 1960 y 1970, la integral de los lieder de Schubert, con G. Moore, para DG. Con Alfred Brendel grabó una serie de lieder oscuros o meditativos, para Philips (Auflörung; Der Einsame; Gesänge de Harfnes...). Las grabaciones con Gerald Moore son siempre excelentes, de referencia, en particular cuando se tata de los tres grandes ciclos de canciones: La bella molinera, Viaje de invierno y El canto del cisne.
  • Die Schöne Müllerin (La bella molinera). La grabó varias veces. De referencia, las dos grabaciones con G. Moore: una de 1951-1957, y otra de 1972, ambas son excelentes, la de 1972 es considerada una versión clásica, una de las mejores grabaciones de la historia. En 1968 la grabó con Demus.
  • Winterreise (Viaje de invierno), D. 911 (ciclo de canciones). La grabación con G. Moore al piano (1951-1957), para Angel, es de excepcional calidad. Volvió a grabar con él a principios de los setenta, con la voz aún en su plenitud, pero habiendo profundizado el cantante en su conocimiento de este gran ciclo de canciones. También grabó este ciclo con Demus para DG, y con Alfred Brendel. Así mismo, lo grabó también con el pianista argentino Daniel Barenboim a finales de los años ochenta, para DG.
  • Schwanengesang (El canto del cisne), colección de lieder. Destacan tres grabaciones, las dos con G. Moore, la de 1951-1957 y la de principios de los sesenta; y la de Brendel.
Robert Schumann:
  • Dichterliebe, op. 48 (ciclo de canciones), Liederkreis, op. 39 (ciclo de canciones), y Myrthen Lieder, op. 25 (entre los que se encuentra la famosa canción Widmung, esto es, Devoción), con Christoph Eschenbach al piano, para la DG. Son grabaciones destacadas, de mediados de la década de 1970. Igualmente solventes son las grabaciones de Dichterliebe y Liederkreis con A. Brendel y el Liederkreis, con G. Moore.
  • Escenas del Fausto de Goethe, con la Orquesta de Cámara Inglesa y la dirección de Britten. Merece la máxima estimación en la guía Penguin, con su soberbia grabación, vívidas interpretaciones y magnífica música.
Dmitri Shostakóvich:
  • Suite sobre versos de Michelangelo Buonarroti y Cuatro versos del Capitán Lebyadkin, con Vladimir Ashkenazy y la Orquesta sinfónica de la Radio de Berlín para Polygram
  • Sinfonía n.º 14 con Bernard Haitink y la Orquesta Concertgebouw para Decca
Richard Strauss:
  • Elektra, con K. Böhm (1960), interpreta a Orestes.
  • Arabella, con J. Keilberth (1963), es una grabación en vivo, en la que interpreta a Mandryka.
  • Capriccio, con la Orquesta Philharmonia y la dirección de W. Sawallisch. Es una destacada grabación de 1957-1958. Interpreta a Olivier.
  • Canciones: 5 Lieder, Op. 32; Gefunden; Heimkehr; Heimliche Aufforderung; Ich liebe dich; Morgen!; Die Nacht; Nichts; Ruhe, meine Seele!; Schlechtes Wetter; Schlichte Weissen, OP. 21/1-5; Ständchen; Traum durch die Dämmerung; Waldesfahrt; Winternacht, para DG con Sawallisch, en una de las interpretaciones mejores y más bellas del cantante.
Giuseppe Verdi:
  • Un ballo in maschera (Un baile de máscaras) (en alemán, con Fritz Busch).
  • La Traviata, con Lorin Maazel, de 1968, para Decca, interpreta a Giorgio Germont y al Barón Douphol.
  • Falstaf, con Bernstein y la Filarmónica de Viena (1965), CBS.
  • Macbeth, con W. Sawallisch (Festival de Salzburgo)
  • Rigoletto, con Rafael Kubelik y la Orquesta del Teatro La Scala, para DG. Es grabación de excelente calidad, 1963. Interpreta al rol titular de la obra.
  • Don Carlo, con G. Solti dirigiendo, Covent Garden, versión italiana en 5 actos, 1965, para Decca. Interpreta el rol de Rodrigo.
Richard Wagner:
  • Der fliegende Höllander (El holandés errante), con Franz Konwitschny, Ópera de Berlín (1960), para EMI.
  • Tannhäuser, en el rol de Wolfram, grabó bajo la dirección de J. Keilberth en 1954, grabación en vivo, para Arkadia; y con F. Konwitschny en 1960, para EMI.
  • Hay dos grabaciones destacadas de Lohengrin con participación de Fischer-Dieskau. De excepcional calidad es la grabación para Decca, con Plácido Domingo, la Orquesta Filarmónica de Viena y la dirección de Solti (1986), que es, a decir de la guía Penguin de 1993, una de las glorias de la carrera de Solti; en esta grabación Fischer-Dieskau canta el breve pero vital rol de Heraldo. También es destacada la grabación con la orquesta Filarmónica de Viena y la dirección de Kempe, de 1963, en la que Fischer-Dieskau interpreta a Telramund; junto a Christa Ludwig como Ortrud crean un Acto II excepcional. También grabó esta ópera bajo la dirección de E. Jochum, en una representación pública en el Festival de Bayreuth, 1954, Arkadia, en el papel de Heraldo.
  • Der Ring des Nibelungen (El Anillo del Nibelungo). De absoluta referencia son las grabaciones de Solti y la Filarmónica de Viena y la de Karajan, con la Filarmónica de Berlín (1967-1970).
  • El oro del Rin, con Karajan (1968, DG), en la que crea un Wotan brillante y memorable, viril y expresivo.
  • El ocaso de los dioses, con Solti y la Orquesta Filarmónica de Viena (Decca). En esta destacada grabación, Fischer-Dieskau consigue lo que es casi imposible: un Gunther interesante, incluso simpático.
  • Fischer-Dieskau ha grabado varias veces el Kurwenal de Tristán e Isolda. De excepcional calidad es la grabación que hizo con la Orquesta Philharmonia y la dirección de Furtwängler en 1952: igualmente grabó en 1981 con Carlos Kleiber como director.
  • Los maestros cantores de Nuremberg, con Jochum y la Orquesta de la Ópera estatal de Berlín para DG (1975), interpreta a Hans Sachs.
  • Parsifal. Con la Orquesta Filarmónica de Viena y la dirección de Solti (1973), Decca, en el papel de Amfortas.
Hugo Wolf:
  • De referencia son sus grabaciones de lieder de Wolf:
  • Los Lieder Mörike, con G. Moore, dos grabaciones en conciertos públicos, una de 1957 y otra de 1961.
  • Los Lieder Eichendorff, con Sawallisch en un concierto público de 1975.
  • A mediados de la década de 1970 grabó una selección de Lieder de Goethe y Mörike con Barenboim al piano.
  • Italianisches Liederbuch (1966-1967) y Spaniches Liederbuch, junto a E. Schwarzkopf y G. Moore.
  • Como director de orquesta Mahler, Gustav, Das Lied von der Erde.
  • Strauss, Richard, Arias de Salomé, Ariadne auf Naxos, Die Liebe der Danae, y Capriccio, con Julia Varady y la Orquesta Sinfónica de Bamberg (Orfeo).

Y para concluir como se merece nuestro homenaje, les dejo que disfruten con el arte de Fischer-Dieskau. He traido hasta el Nibelheim tres vídeos en los que el artista despliega sus conocidos medios expresivos y canoros (que el especialista Arturo Reverter resume de manera clarificadora en este artículo): lirismo asombroso de timbre, ductilidad, extraordinario legato, inteligentes sfumature que contribuyen a crear una línea de canto variada, dinámica y muy expresiva, recogimiento, sutileza, elegancia, respeto absoluto por las acotaciones dinámicas de las partituras, etc.



En el primer vídeo le oímos interpretando Ständchen (Serenata), del ciclo Schwanengesang (El canto del cisne), de Schubert. Le acompaña al piano su admirado Gerald Moore y es una grabación registrada en Londres, en octubre de 1951. Fíjense, ante todo, en el suavísimo canto de Dieskau, en su recogimiento y en la nostalgia con que "dice" el texto. Elementos, todos, que acentúan magníficamente la belleza de esta composición.



El segundo vídeo es, también, el de una interpretación mítica: corresponde a la misma sesión de grabación que el anterior y en él Fischer-Dieskau y Moore nos ofrecen una soberbia lectura de la celebérrima canción Erlkönig, obra maestra de Schubert basada en un poema de Goethe que gozó de gran estima entre los músicos del Romanticismo. Observen cómo despliega aquí el barítono todos sus recursos expresivos para recrear las voces de los cuatro personajes que intervienen en la pieza: la aséptica y expositiva del narrador, la del rey de los elfos que da título a la composición (y que se deja oír como un sibilino, escurridizo y acariciante susurro), la aterrorizada del niño al que este espíritu quiere raptar y la poderosa, viril pero un tanto inconsciente del padre incauto que equivoca el sentimiento de terror de su hijo. Fischer-Dieskau, como pueden comprobar, expande o apiana su voz según la necesidad de cada momento, logrando establecer una diferenciación neta entre las cuatro líneas de canto. Asimismo va incrementando la intensidad vocal —sobre todo en las partes correspondientes al niño— a medida que el terror de éste aumenta al ver, cada vez más cerca de él, al rey de los elfos. Por último, observen de qué manera tan sobrecogedora, lapidaria y desesperanzada cierra la pieza dejando casi escapar de su boca la palabra Tod (muerte), como si de la propia expiración del personaje se tratara. En definitiva: la soberbia interpretación que se merece esta extraordinaria pieza de Schubert. Una composición que, a pesar de su brevedad, encierra un potencial dramático indudable, y a la que hace tiempo tengo pensado dedicar una entrada para analizar las diferentes y numerosas versiones musicales que se han basado en este famoso poema del genial Goethe.



El último vídeo corresponde a su famosa lectura del bufón Rigoletto en la versión de la ópera homónima de Verdi, que grabó con Rafael Kubelik. Es cierto, como se ha señalado más de una vez, que las características vocales del berlinés estaban en las antípodas de lo que requería el compositor de Busetto a la mayoría de sus partes baritonales y de lo que conviene a la particella del personaje para darle todos los matices que éste necesita: mayor morbidezza, riqueza de armónicos, caudal generoso y sonoro, clara italianità, etc. Pero, a pesar de todo, los recursos expresivos que despliega Fischer-Dieskau, así como el gusto y el respeto a la partitura con los que canta —bien lejos de los excesos melodramáticos de muchos otros intérpretes, que suelen afear sus lecturas con gemidos, golpes de glotis o repetidos sollozos— hacen que su versión pueda ser considerada canónica y hermosa con todo merecimiento.



Sit tibi terra levis.

viernes, 18 de mayo de 2012

NECROLÓGICAS: EDDY PAAPE (1920-2012)




LAS noticias luctuosas en torno al mundo de la historieta no dejan de sucederse, acumulándose peligrosamente por lo que significan en sí y porque apenas si me dan tregua para actualizar el blog al ritmo que me gustaría con otros temas algo menos lúgubres. Mas pienso que se trata de una obligación "moral" elaborar estas entradas como homenaje a aquellos autores que han dedicado su vida a hacer la nuestra algo mejor. Así es que...



En esta ocasión tenemos que referirnos al historietista belga Edouard "Eddy" Paape, que falleció el pasado sábado en Bruselas, a la provecta edad de 91 años. Había nacido en la localidad de Grivegnée, un 3 de julio de 1920, y desde muy joven se sintió atraído por el arte. Comenzó formándose como pintor clásico en el Instituto bruselense de Saint-Luc, aunque su primera actividad profesional fue como animador en los estudios ACB de la capital belga. Allí coincidió y trabó amistad con otros tres hombres que resultarían capitales para el desarrollo de la bande dessinée en su país: Franquin, Morris y Peyo.



En 1943 se produjo un hecho decisivo en la vida de Paape: logra escapar milagrosamente, aunque herido, del incendio que destruyó los estudios ACB y durante su ingreso hospitalario conoce a la mujer que habría de acompañarle el resto de sus días. Laurette Beer, que así se llama quien habría de convertirse en su mujer, había sido la enfermera que le cuidó mientras estuvo en el hospital. Una persona que ha resultado imprescindible para Paape hasta el final, y que le acompañó en toda oportunidad, como bien puede verse en algunas fotografías que circulan por la red, donde se la ve sentada junto al artista incluso en las sesiones de firmas (algo que a más de uno le parecerá excesivo, pero que a este servidor de ustedes le resulta muy entrañable).

Paape y su esposa Laurette (© Photo: Didier Pasamonik - L’Agence BD)

El matrimonio Paape en el "tajo"


Al quedarse sin trabajo, Paape entró a colaborar en la revista Spirou, donde terminaría convirtiéndose en uno de sus autores fundamentales, junto a los tres compañeros ya mencionados (todos ellos parte esencial de la llamada "Escuela de Marcinelle", por la ciudad donde se editaba dicho semanario). Allí trabajaría durante algún tiempo bajo la tutela de Jijé —verdadero "padre" espiritual del grupo y de la revista—, relevándole en 1946 al frente de la serie Jean Valhardi, que aquél venía realizando desde 1941 y que abandonó para dedicarse a otros proyectos. Entre ellos puede contarse la continuación de Spirou, dejada por Rob-Vel —pseudónimo de Robert Vertel— y que Jijé enriqueció introduciendo el personaje de Fantasio. Paape también colaboraría con el inquieto Gillain en algún que otro proyecto, como la ambiciosa y literal adaptación del Nuevo Testamento que éste puso en marcha bajo el título de Emmanuel.

El "núcleo duro" de la École de Marcinelle (de izquierda a derecha): Morris, Franquin, Jijé, Will y Peyo


La de los 50 será una década de gran actividad. Nuestro hombre sigue al frente de Jean Valhardi hasta 1954, produciendo en ese tiempo cuatro álbumes y a partir de 1958 inicia la serie Marc Dacier, con guiones de Charlier, de la que llegaría a realizar la cifra nada despreciable de trece libros. Este título, el segundo más importante en el curriculo de Pappe, narra las aventuras de un periodista que trabaja en un modesto periódico (Le Carillonneur), aunque en realidad desea convertirse en intrépido reportero de otro diario más prestigioso: L'éclair. Tras hacer una apuesta con el director de este último —consistente en dar la vuelta al mundo en sólo cuatro meses y sin gastar nada de dinero—, Dacier consigue su objetivo y acaba trabajando para L'éclair, donde habrá de vivir como gran reportero numerosas aventuras que se desarrollan por todo el mundo. En opinión de quien conoce esta serie, las aventuras que se narran en ella resultan apasionantes, no pudiéndose abandonar la lectura de cada uno de los álbumes hasta el momento de llegar a su conclusión.



Al tiempo que trabajaba en Spirou, y por mediación del agente Georges Troisfontanes, Paape comenzó a realizar distintas historietas para la prensa diaria. Lo hizo a través de la agencia belga World Press, un sindicato basado en el modelo americano representado por King Feature Syndicate, y para la que también trabajaron Charlier, Goscinny, Uderzo, Hubinon, Graton, Liliane, Fred Funcke y otros artistas belgas y franceses. Estas colaboraciones se iban a producir, sobre todo, durante la década de los cincuenta y llevarían a Paape a realizar en 1951 L'Oncle Paul (El tío Pablo), un personaje cuyos rasgos estaban inspirados en Paul Dupuis y que habría de gozar de gran popularidad.

 Nuestro hombre, en el centro, con Charlier (izquierda) y Troisfontaines (derecha),
en una fotografía tomada en 1955 (Foto: DR)


El prolífico Greg

A partir de los años 60, y como consecuencia de ciertas desavenencias con su editor, Paape inicia una nueva etapa y empieza a colaborar en la otra gran revista de la bande dessinée belga: Tintin, órgano "oficial" de la segunda escuela artística del país (la de Bruselas). Allí pasa a estar bajo el control de Greg, con el cual realizaría la serie más famosa de toda su carrera, y la que se ha hecho más popular: Luc Orient (1967).

Aunque el propio guionista confesó haberse inspirado en el trío protagonista de Flash Gordon a la hora de pergeñar su historia, lo cierto es que la serie europea no tiene absolutamente ningún parecido con la norteamericana. Es cierto que tenemos a un protagonista joven, guapo, inteligente y atlético (Luc), a una hermosa secretaria que le asiste y que está enamorada de él (Lora) y a un científico maduro que les acompaña en sus aventuras (el profesor Hugo Kala), pero las similitudes no pasan de ahí. Por el contrario, Luc Orient se presenta como una serie mucho más compleja desde el punto de vista argumental y dramático, dentro de un género —el de la ciencia ficción— que estaba menospreciado en aquella época. Como bien ha recordado Didier Pasamonik en la nota necrológica que ha dedicado a Paape en ActuaBD: «Luc Orient introduce un tipo de SF moderno que vuelve a inspirarse en los grandes autores de la época —de Stephan Wul à Philip K. Dick—, los cuales aciertan a darle un trasfondo de reflexión filosófica. Estas aventuras de justicieros intergalácticos iban más allá de la producción ordinaria de los superhéroes americanos». Por todo ello, Luc Orient —que hoy día anda algo olvidado— iba a actuar como punta de lanza que abriría el camino a otros títulos de ciencia ficción de la historieta franco-belga mejor tratados por la posteridad, como Barbarella, Valérian, agente espacio-temporal, y buena parte de la obra realizada por Jean Giraud (como Moebius), o por Philippe Druillet.

Luc Orient


La acción de los dos primeros álbumes se desarrolla en una Tierra que ha sido invadida por unos extraterrestres procedentes del planeta Terango, pero a partir del tercero el inspiradísimo tándem formado por Greg y Paape dará rienda suelta a su imaginación, desarrollando hasta su más mínimo detalle todo un universo en el que el trío protagonista habrá de vivir sus siguientes aventuras. Y es que, tal como ha señalado Toni Segarra, el principal valor de la serie y su originalidad estribaría «en la capacidad de guionista y dibujante para imaginar un mundo completamente distinto, creíble, con edificios novedosos, vehículos maravillosos y una tecnología asombrosa. La serie evoluciona, después, hacia una vertiente más fantástica con sucesos inexplicados por los autores que confieren a nuestros héroes super poderes parecidos a los de los personajes de cómic americano».

Un ejemplo del arte de Paape en Luc Orient


Luc Orient inició su andadura, por entregas, en la revista Tintin (concretamente en el número 952, del 19 de enero de 1967), aunque el material empezó a editarse también en formato de álbum a partir de 1969 (exclusivamente en dicho formato desde 1978, fecha del cierre del semanario Tintin). Lo cierto es que, al llegar 1994 (año de aparición del último título), el fruto de la feliz colaboración entre Greg y Paape en esta serie había dado ya dieciocho libros, de los que sólo unos pocos han sido editados (salteados y sin orden ni concierto) en nuestro país: siete de ellos dentro de Mortadelo Especial, uno en la revista Delta y otro más (en formato álbum) por Ediciones Zinco.

Portada del primer número de Tintin en que apareció publicada la serie Luc Orient (19 de enero de 1967)


Portada del Mortadelo Especial nº 18, el primero en que se publicó una historia de Luc Orient,
 en concreto 24 horas para el planeta Tierra (24 heures pour la planète Terre)


Pero la producción del prolífico Paape no se agota, ni mucho menos, con las obras citadas: en 1970 inició la serie Tommy Banco, también con guión de Greg, de la que sólo llegaría a realizar dos álbumes. Del mismo autor es Johnny Congo (1992), de la que Paape también dibujó únicamente dos libros. Alternándose con sus series más reconocidas, los años 70 vieron la aparición de algunos otros títulos, como Yorik des Tempêtes (1971) o Udolfo (1978). En los noventa nuestro autor aún seguía activo, dando a la imprenta trabajos como Carol détective (1991), el citado Johnny Congo o una adaptación de la gran novela de Victor Hugo Les Misérables (1995).

 Un boceto de Jean Valjean, protagonista de Los miserables,
 realizado en 1995 por Paape para sus admiradores

Al margen de su trabajo como creador, el incansable Paape también llevó a cabo una destacada actividad como docente. Así, en 1969 acepta el encargo de abrir un taller de historieta en Saint-Luc, por el cual pasaron jóvenes dibujantes que hoy día son figuras del medio, como Berthet, Andréas, Wurm, etc.

El estilo de Paape se inscribe dentro de la ortodoxia más pura de la escuela belga de dibujo: naturalismo academicista, pureza de línea, limpidez en el trazo, composición convencional de la página (buscando, sobre todo, la funcionalidad desde el punto de vista narrativo), etc. Apreciamos una marcada evolución en el mismo, así como una notable capacidad del artista por adaptarse, en cada momento, a la obra realizada. Esto es especialmente reseñable —cosa lógica, por otra parte— al principio de su carrera, y puede comprobarse en series como Jean Valhardi, donde se produce una mímesis indudable respecto del estilo de Jijé, que se explica, no sólo, porque éste hubiera sido el maestro del que Paape aprendió los rudimentos del medio —como iba a ocurrir años después con el gran Jean Giraud—, sino también por la necesidad coyuntural de adaptarse al trabajo realizado por su antecesor en dicho título. Durante esos primeros años —y por influencia del omnipresente Jijé— el estilo de Paape se moverá a medio camino entre lo caricaturesco y lo realista, tal como puede verse en ese otro título temprano que es Marc Dacier.



Con el paso del tiempo, sin embargo, ya en plena madurez, los estilemas de nuestro artista evolucionarán hacia un mayor realismo —y pienso básicamente en Luc Orient— que, pese a mantenerse dentro de la ortodoxia estética de la escuela historietística belga, presentará evidentes influencias de autores norteamericanos tan prestigiosos e influyentes como Harold Foster o Milton Caniff, dando como resultado un estilo algo más barroco y suntuoso, donde el tramado cobra mayor importancia expresiva, pero que en ningún momento perderá la pulcritud y esa cierta rigidez, frialdad o asepsia tan característica de algunos dibujantes de historieta realista franco-belgas.



Una última precisión: como ocurre con buena parte de los autores franco-belgas, casi la totalidad de la obra realizada por Paape está inédita en nuestro país. Es obligado, por tanto, lanzar desde aquí una demanda y solicitar que, al menos sus obras mayores (Luc Orient, Marc Dacier), sean editadas para cubrir dicho vacío.

Y ahora les dejo con los dibujos de nuestro hombre, que es lo más interesante de todo esto. Con el objeto de que puedan apreciar su arte en todo lo que vale he incluido en la galería un buen número de originales (localizados en la Galerie Napoléon), que cantan las excelencias (y defectos) de Eddy Paape. Que la disfruten.

Sit tibi terra levis.


1) Jean Valhardi





2) Marc Dacier












3) L'Oncle Paul

Montaje con cuatro planchas de L'Oncle Paul



4) Yorik des tempêtes





5) Luc Orient