lunes, 4 de marzo de 2013

GRUBEROVIADA: "ROBERTO DEVEREUX" EN EL TEATRO REAL



Roberto Devereux, ossia Il Conte di Essex, tragedia lírica en tres actos, con libreto de Salvatore Cammarano (basado en la tragedia Elisabeth d'Angleterre, de Jacques-François Ancelot) y música de Gaetano Donizetti.— Dirección musical: Andriy Yurkevych.— Intérpretes: Edita Gruberova (Elisabetta, reina de Inglaterra), José Bros (Roberto Devereux, Conde de Essex), Vladimir Stoyanov (El Duque de Nottingham), Sonia Ganassi (su mujer, Sara), Mikeldi Atxalandabaso (Lord Guglielmo Cecil), Simón Orfila (Sir Gualtiero Raleigh), José San Antonio (Un paje), Ivo Stánchev (Un sirviente de Nottingham).— Coro y Orquesta titulares del Teatro Real (Coro Intermezzo y Orquesta Sinfónica de Madrid).— Teatro Real de Madrid.— Domingo, 3 de marzo de 2013, 16:00 horas.— Versión en concierto.


EMULANDO aquellas famosas reuniones informales y bohemias que se llevaron a cabo en la Viena del primer tercio del siglo XIX en torno a la famosa figura de Franz Schubert —me refiero, claro está, a las célebres "schubertiadas"—, los aficionados madrileños que acudimos ayer al Teatro Real para ver la primera de las dos funciones (en versión de concierto) del Roberto Devereux donizetiano bien podríamos decir que tuvimos la ocasión de asistir a una "gruberoviada" en el sentido más estricto del término, al tener como protagonista casi exclusiva a la soprano eslovaca Edita Gruberova, que hizo las delicias de sus más fieles e incondicionales seguidores.



Y es que lo ocurrido ayer sobre el escenario del coliseo madrileño fue, en gran medida, el resultado del radicalismo de los fans, del tifosismo lírico, de la parcialidad y del subjetivismo, antes que producto de la valoración crítica y objetiva de un espectáculo que discurrió por senderos bastante destacables en su conjunto, aunque tampoco memorables. Y conste que no me parece mal, pues tales apasionamientos forman parte del circo operístico desde sus mismos orígenes y además una cosa no quita la otra: es decir, aunque lo de ayer, ciertamente, tuvo un componente muy alto de "aquelarre" en torno a la mítica diva eslovaca, ello no minimiza, en absoluto, el hecho de que se desarrollara a través de una buena velada operística (el final de la representación, en efecto, fue emocionantísimo), de que el belcanto sigue siendo elemento fundamental para la afición madrileña y de que la gente está ahíta de experimentos y quiere gozar de óperas que podríamos llamar "de las de toda la vida", así como de artistas capaces de hacerles vibrar. Pero vayamos por parte.



Hay un primer elemento que me gustaría destacar por encima de los demás y es el hambre de belcanto que, como pudo comprobarse, el público madrileño lleva acumulando desde hace tiempo: ayer, por fin, se vieron colmados en el Teatro Real esos deseos de volver a disfrutar con el melodrama italiano de toda la vida (ése que tanto parece denostar el actual director artístico del coliseo), de oír las conocidas melodías que tanto han hecho por consolidar una afición —la madrileña— que es esencialmente italiana y belcantista y de ver sobre el escenario a verdaderos e indiscutibles divos (en este caso diva) de los que ya casi no quedan en el actual universo lírico. De ahí que, prácticamente todos y cada uno de los números de la ópera fueran aplaudidos de manera generosa y agradecida por un público que, además, se mostró atento y respetuoso como pocas veces con lo que estaba ocurriendo sobre el escenario. Las toses —uno de los mayores males del teatro madrileño— apenas si se hicieron notar ayer, lo cual es un síntoma de que todo el mundo contenía la respiración para no perderse nada de lo que estaba ocurriendo en escena. ¡Y eso que el espectáculo se ofreció en versión de concierto, que si no...!



La dirección musical estuvo a cargo del maestro ucraniano Andriy Yurkeviych, quien imprimió a la partitura un ritmo magnífico y trepidante, que no decayó en ningún momento. A pesar de todo, supo mostrarse quedo y moroso en los momentos necesarios (por ejemplo en el hermoso preludio del acto III, que antecede a la intervención estrella del tenor). Y aunque dio poca tregua a los solistas —que se las vieron y desearon para sobreponerse a un orquesta de considerable prestancia sonora—, consiguió transmitir toda la fuerza sinfónica que esta partitura belcantista encierra. Sensacional la sección de viento-maderas —especialmente la flauta y el clarinete solistas en algunas de sus intervenciones—, y no menos destacable la cuerda a lo largo de toda la velada.



El centro de atención de la velada estuvo en la gran Edita Gruberova, aunque no fuera ella —según la modesta opinión de este humilde cronista— quien ofreció lo mejor y más granado de la misma desde el punto de vista vocal. Que la soprano eslovaca es una leyenda del belcanto parece una verdad que ningún aficionado se atrevería a poner en duda. Que domina como nadie todos los recursos de este estilo interpretativo tan exigente y complejo parece también cosa irrebatible. Y que el dificilísimo papel de la reina Elisabetta ha sido, durante muchos años, uno de los platos fuertes de su repertorio resulta innegable, contándose por ello entre las pocas sopranos —Gencer, Sills, Caballé— que lo han asumido con plenitud de garantías desde el revival del belcantismo, acaecido a partir de la segunda mitad del pasado siglo. Pero todas estas verdades indiscutibles no deben hacernos olvidar que Gruberova se encuentra ya (por desgracia) en un momento de franca decadencia vocal, y ello se echó de ver de manera palpable en la función de ayer: sonidos fijos en la zona alta que rozan el grito en el sobreagudo (como se vio especialmente en el agudo final de la emocionante escena que pone fin a la ópera), excesivo vibrato, falta de firmeza en la voz, ausencia de graves (que la intérprete no cantó, sino que emitió declamando en todo momento), etc. Es cierto, no obstante, que quien tuvo retuvo y que junto a las carencias referidas la soprano sigue mostrando cualidades de muchos quilates: una técnica prodigiosa que le permite emitir aún asombrosos pianos y filados, así como hacer admirables diminuendi, una capacidad innegable para modular, un fiato que sigue siendo considerable y da pie a ese canto legato imprescindible en este tipo de repertorio, una garra teatral y dramática que transmite a sus personajes (y que se dejó ver incluso en esta versión concertística). Todos estos elementos, sabiamente conjugados por la experimentada Gruberova, dieron como resultado una interpretación limitada en lo vocal (ya digo que a causa de los hándicaps antes señalados), pero de gran calado dramático, llegando a un monólogo final que resultó verdaderamente electrizante, y que pudimos oír a la perfección quienes allí estábamos, merced al sepulcral silencio que reinaba en toda la sala principal del Teatro Real. ¡Acogotados nos dejó la eslovaca con su desgarrado y melodramático cierre!

La célebre soprano eslovaca acumula ya 45 años de gloriosa carrera


Si juzgamos exclusivamente los méritos canoros y la prestación en este nivel —dejando a un lado factores extramusicales más relacionados con las emociones o gustos personales— debemos señalar que el verdadero triunfador de la velada fue, empero, el tenor español José Bros, un Roberto entregado y fiel a la diva —ambos intérpretes son amigos personales y llevan cantando juntos estos y otros papeles belcantistas desde hace, al menos, 20 años— que desplegó un canto expresivo, sobrado de recursos y rico de matices, presidido por ese timbre suyo, tan característico, de aparente liviandad pero considerable pegada y proyección, tanto en el centro como en la zona aguda. Y eso que cada vez presenta más problemas en esta última zona del registro, con agudos abiertos y dificultosos, tal como quedó demostrado ayer mismo, cuando el cantante pasó por algunos momentos de apuro. A pesar de todo, y en mi modesta opinión, fue el verdadero triunfador de la noche, construyendo excelentes momentos de buen arte belcantístico, especialmente en su largo dúo (escena novena) del acto I con Sara ("È desso. Una volta, o crudel..."), cuyo vibrante finale ("Quest'addio, fatale, estremo") fue aplaudidísimo por el respetable. Y otro tanto podríamos decir de sus dos trascendentales intervenciones del III acto —el recitativo y aria "Ed ancor la tremenda porta... A te dirò... Come uno spirto angelico", de la escena cuarta, y la cabaletta "Bagnato il sen di lagrime", de la escena quinta—, que Bros interpretó con maravilloso acento, gran variedad de matices y dando una lección de canto. Aunque en el agudo final se mostró un poco apurado, como ya he dicho antes. En cualquier caso, magnífica prestación la del tenor español, que fue muy aplaudido por el público en premio  a su trabajo e impuso toda la autoridad que derrocha en este tipo de repertorio, del que es uno de los mejores y más sólidos servidores en la actualidad.

Bros y Gruberova en un momento de su actuación


La mezzo italiana Sonia Ganassi fue una Sara de fuste y empaque, desplegando medios vocales más que suficientes para el rol, aunque algo flojos en la zona grave. El centro y el agudo sonaron muy bien y marcó un adecuado contrapunto a Gruberova. Empezó con poco fuelle —su romanza "All'afflitto è dolce il pianto" pasó sin pena ni gloria (aunque es menester reconocer aquí que cuando llega dicha pieza el público aún está frío)—, pero fue ganando a medida que avanzaba la función, realizando un dúo magnífico con José Bros a final del acto I y dando la adecuada réplica al baritono Stoyanov en el pasaje más dramático y vibrante de su particella: el dúo del acto III con su marido Nottingham "All'ambrascia ond'io mi struggo", donde Ganassi puso toda la carne en el asador.

Aunque el papel de Nottingham esta algo menos desarrollado dramáticamente que los tres caracteres principales de la ópera, no deja de tener complejidad psicológica. Todo ello se muestra en sus diferentes intervenciones estelares, que van del reflexivo y doliente conjunto de recitativo y aria "Ieri, taceva il giorno... Forse in qual cor sensibile", del acto I, al duetto con su mujer Sara del acto III (ya mencionado), pasando por la noble, amistosa y un tanto convencional "Qui ribelle ognun ti chiama" (acto I), o sus dramáticas, furiosas y vengativas intervenciones ("Scellerato!... Malvaggio!") en el terceto que cierra el segundo acto. En este sentido, el barítono búlgaro Vladimir Stoyanov resultó ser un convincente Duque de Notthingham, tanto por estilo (sobre todo) como por vocalidad, algo más limitada que las de sus compañeros de función, pero siempre adecuada y suficiente para hacer creíble el rol. Mejor en las partes elegíacas y nobles que en las de bravura, donde la voz, algo mate y sin brillo, perdía fuelle por falta de squillo.

Stoyanov, en una foto de archivo


Entre los comprimarios cabría destacar, sobre todo, el Cecil de Mikeldi Atxalandabaso, muy interesante e intencionado en sus diversas intervenciones "cortesanas". Los demás correctos sin más.

El coro, que fue de menos a más, acompañó con acierto a los solistas y prestó a un par de sus integrantes masculinos para papeles menores (paje, un sirviente de Nottingham).

 Los intérpretes saludando al final de la función


Un último apunte para finalizar: ignoro si la medida forma parte de una nueva política impuesta para equilibrar un poco la "clavada" que se nos van a meter a los abonados con las entradas tras la subida del IVA, pero lo cierto es que ayer se volvieron a entregar de manera gratuita unos programas de mano dignos de recibir tal nombre y que recordaban a los de antiguas temporadas (es decir, con su articulito, las biografías de los intérpretes, etc.), y no las miserables "hojillas volanderas" a la que nos había acostumbrado Mortier desde su llegada al coliseo madrileño. Confiemos en que se trate de una medida con continuidad, y no algo esporádico.

En resumen: una velada altamente disfrutable y que sirvió para demostrar que cuando el arte, las voces y la buena música se unen ni siquiera es preciso escenificar una ópera. Pintiparado mensaje, por cierto, para quienes consideran que lo importante en la ópera es el espectáculo teatral en sí —como parece ocurrir hoy día, bajo la tiranía de los directores de escena—, más que la propia Música.

4 comentarios :

  1. Buenos dias.

    Acabo de descubrir el blog por casualidad y ¡me encanta!

    Yo estuve ayer en el Real y estoy bastante de acuerdo con sus comentarios. Muy, muy bien la orquesta. Espectacular José Bros. Y emociantes el II y el III acto.

    Es cierto, echaba mucho de menos cantantes de nivel en el Real. Personalmente, no creo que el problema sean los experimentos o las "modernuras", creo que el principal problema es la absoluta mediocridad de los cantantes que ¿he/hemos? sufrido ultimamente (desde Macbeth, hasta Cossi fan Tutte pasando por The Perfect American)

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    1. Bueno, pues le digo lo mismo que al visitante anterior: muchísimas gracias por sus amables palabras (que le animan a uno a seguir, a pesar de las dificultades y la falta de tiempo).

      En cuanto a la "mediocritas" de los intérpretes... en fin... La padecemos especialmente en nuestro Teatro Real, al que no vienen grandísimas figuras (si exceptuamos un Domingo en decadencia y algún que otro buen cantante de vez en cuando. Pero tampoco podemos decir que otros coliseos del mundo estén mucho mejor que el nuestro. En realidad, creo que se trata de un fenómeno generalizado de "sequía" en el panorama lírico mundial, pues ya no existen grandes cantantes como en otras épocas. Y al decir esto no estoy pensando, precisamente, en los grandes mitos canoros del siglo XIX o de la primera mitad del XX. Pero lo cierto es que hoy día ni siquiera tenemos intérpretes como los que podíamos encontrar en los pasados años 80-90. En este sentido, cada vez hemos ido a peor, desde luego.

      Un saludo y gracias por la visita.

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