Concierto-Conmemoración del 15º aniversario de la muerte de Alfredo Kraus.— Dirección musical: Marc Piollet.— Intérprete: Piotr Beczala (tenor). Orquesta Titular del Teatro Real.— Teatro Real de Madrid. Sala Principal. Viernes, 24 de octubre de 2014.
NO ha sido Polonia tradicionalmente un país que haya dado muchas grandes voces de tenor, al estilo de lo que ha ocurrido con Italia, España o Alemania, por ejemplo. Los ha habido, y muy grandes, pero no puede afirmarse que hayan sido abundantes. Entre los más significativos deberíamos citar al mítico Jean de Reszke —el más grande de su tiempo—, a Julián Dobrski —que estrenó el papel de Stefan en La casa embrujada (Straszny dwor), de Stanislaw Moniuszko (una de las piezas más interesantes de las que pretendo hablar a continuación)— (1), al célebre Ignacy Dygas y a su casi contemporáneo, el exquisito Jan Kiepura.
En la actualidad podemos disfrutar, afortunadamente, con otro representante de dicha cuerda y nacionalidad que está haciendo las delicias de los aficionados por todo el mundo. Me refiero, claro está, a Piotr Beczala (Czechowice-Dziedzice, Polonia, 1966), intérprete con gran proyección internacional en la actualidad que lleva ya bastantes años de carrera a sus espaldas (creo que debutó en 1992), pero al que apenas si hemos tenido la ocasión de ver por los Madriles. De hecho, su última (y única) participación en el Teatro Real fue en una Damnation de Faust del año 2009, donde interpretó el papel titular de la obra. Desde entonces nada. Por ese motivo, no podemos sino felicitar a los responsables del coliseo madrileño por la idea de haberlo traído a Madrid e incluirlo en el programa del ciclo "Las voces del Real", aunque fuera con la excusa del homenaje que durante dos días se ha hecho en honor de Alfredo Kraus, consistente en este recital de Beczala (día 24) y en un concierto de cantantes que estudiaron con el legendario tenor canario (sábado 25) (2). Y digo "excusa" porque parece un poco cogida por los pelos esa vinculación entre ambos cantantes, dado que si bien es cierto que Beczala ha mostrado siempre su admiración por Kraus y tiene en repertorio algunos de los papeles que éste bordó a lo largo de su longeva carrera (Duca di Mantova, Faust, Roméo...), también lo es que ha cantado otros que nada tienen que ver. Y el hecho es que está planteándose incursionar en un repertorio (Lohengrin, por ejemplo, que cantará en Bayreuth el próximo año 2016) que el canario no pensó en abordar ni en sueños. De hecho, en el programa del concierto se incluyeron algunas arias de papeles que Kraus nunca tuvo en repertorio (don José de Carmen, Cavaradossi de Tosca, Rodrigue de Le Cid, etc.). Así es que no puede decirse, precisamente, que las carreras de ambos cantantes hayan discurrido en paralelo. Por este motivo, entre otros más, me parece muy injusta una opinión como la de Gonzalo Alonso, quien en la crítica sobre el espectáculo que publicó en Beckmesser el mismo sábado 25, comienza destacando que la impresión obtenida al comenzar el concierto fue el de "añoranza" por Kraus. Injusto digo, porque no era momento de hacer esas comparaciones —que tampoco proceden, pues se trata de cantantes con personalidad e instrumento bien distintos—, y sí de disfrutar, por vez primera y desde hace mucho tiempo, de una atractiva voz de tenor, cosa poco habitual en el Real, donde parece que se van recuperando las grandes voces, después del lamentable "desierto" que en este terreno se impuso durante la etapa Mortier, merced a su concepto de la ópera (en el que primaba siempre mucho más lo escénico que lo vocal).
Al concierto propiamente dicho le precedió un acto de presentación en el que intervinieron Arturo Reverter —que glosó las cualidades canoras de Alfredo Kraus—, Gonzalo Alonso —que leyó una carta "imaginada" supuestamente escrita por el tenor canario y dirigida al Teatro Real (y cuyo texto puede consultarse íntegramente aquí)—, Joan Matabosch —que se limitó a dar las gracias a todo el mundo— y la hija mayor de Kraus —Rosa— que volvió a agradecer el recuerdo hacia su padre en este acto de dos jornadas. Pero pasemos ya a comentar cómo discurrió el concierto.
El programa —variado, completo, amplio y muy exigente— reunió piezas instrumentales de empaque y arias conocidísimas para al gran público. Repertorio italiano y francés en su totalidad —si exceptuamos uno de los dos bises—, con el añadido de una auténtica maravilla absolutamente desconocida por estos lares: el aria de Stefan de la ópera La casa embrujada (Straszny dwor, 1865), del compositor polaco Stanislaw Moniuszko, que me pareció magnífica y de la que hablaré enseguida.
Se inició el concierto con una versión algo plúmbea y falta de nervio de la obertura de Les Vêpres Siciliennes, de Verdi, con un Marc Piollet empeñado en marcar bien las dinámicas entre las diferentes secciones de la pieza a base de tempi muy contrastados, aunque lo único que consiguió fue que la parte más melódica de la misma sonara pesante, lenta, aburrida y sin chispa, en contraste con la más marcial, que fue conducida con mayor gracia y energía. En todo caso ya se percibió aquí el defecto principal de Piollet durante el concierto: el abuso de los decibelios, que perjudicaron claramente a Beczala en algunas de sus intervenciones, como luego señalaremos. Interesante la obertura de Le Carnaval Romain, de Berlioz, así como la del Guillaume Tell rossiniano (donde el volumen fue también lo más destacable) y muy bonita la lectura del preludio del acto III de Carmen, donde las flautas tuvieron ocasión de lucirse.
Y llegó el momento de Beczala. El tenor polaco es dueño de una bella voz de lírico, rica de armónicos, suave, cálida, de bello timbre, pero sin demasiado volumen y con ciertos problemas en el fiato. Por otro lado, posee un punto mate que le roba algo de squillo, aunque no carezca de él en absoluto en la zona alta, a la que llega con facilidad, si bien el sonido se blanquea un poco y se estrecha en esa franja. Lo que más destacaría, por encima de todo, es su cuidada línea de canto, la emisión más o menos franca (excepto en el agudo) y una dicción nitidisima, que permite entender, en todo momento, cada una de las palabras que el cantante emite. Ello se debe, sin duda, a su magnífica vocalización, que aparece materializada de manera ostensible en un movimiento de la boca muy marcado, con el que dibuja cada una de las vocales y consonantes que pronuncia en cada momento, y que fue perfectamente visible para los espectadores gracias a las pantallas de vídeo que hay instaladas en la sala del Teatro Real. Es un intérprete muy elegante, que tiene controlado en todo momento lo que está haciendo y al que se nota seguro. Esto en cuanto a virtudes. En el "debe" pondría yo, básicamente, la falta de expresividad —todo suena muy en su lugar, pero algo falto de vida y de nervio—, la ausencia de un legato más rico y variado, que ennoblecería considerablemente su línea de canto y daría mayor calidad dramática a sus intervenciones, así como cierta monotonía en las dinámicas y el color de la voz. Todo suena un poco igual; bien, agradable, en su sitio, pero falto de imaginación. Su dominio del repertorio francés —tanto por idiomatismo (perfecto), como por estilo— me parece extraordinario (de hecho fue lo mejor del recital) y creo que es por ahí por donde el intérprete debería profundizar y seguir desarrollándose. Pero pasemos al análisis somero de su prestación en cada una de las arias con que nos deleitó durante la velada.
Comenzó el concierto con una versión algo sosita del "Di tu se fedele", de Un ballo in maschera. Era el principio y creo que sería de achacar a la falta de calentamiento de la voz el hecho de que ésta sonara algo opaca y se clareara en la zona aguda en los primeros momentos. Con todo, Beczala se mostró valiente y entregado, pues optó por solucionar con el difícil canto di sbalzo esas notas graves en saltos interválicos que Verdi pide en la partitura (en "sfidar" y "cor") y que casi ningún tenor se atreve a ofrecer, prefiriendo irse hacia arriba.
Vino luego una de las arias más comprometidas para tenor del repertorio belcantista, auténtico fetiche de Alfredo Kraus y en la que Beczala difícilmente podía superarle: la romanza "Tombe degli avi miei", del acto III de Lucia di Lammermoor, cuyo recitativo expuso bien el tenor polaco, aunque le faltó imaginación y variedad expresiva en el conjunto, que escanció de manera un tanto monótona. La dicción, en todo caso, fue perfecta y precisa, como a lo largo de todo el concierto.
Con la siguiente pieza el recital empezó a remontar, según mi modesta opinión, pues entraba de lleno el tenor en el repertorio francés, que fue lo que mejor cantó a lo largo de la velada. Al tenor se le vio algo más cómodo y la emisión apareció más liberada y ortodoxa (sobre todo en la zona aguda). Una correcta versión del aria del balcón que canta Roméo en la escena primera del acto II de Roméo et Juliette de Gounod ("L'amour!... Ah! lève-toi, soleil!") fue lo mejor en esta primera parte del concierto, por idiomatismo, expresión y estilo.
Y se llegó al Ecuador del concierto con otra pieza francesa que fue auténtico fetiche en el repertorio de Kraus: "Pourquoi me réveiller" del Werther de Massenet, en la que Beczala volvió a mostrar sus mejores cualidades, pero a cuya lectura faltó intensidad dramática e incisividad expresiva. La voz estuvo en su sitio, el canto fue correcto, pero faltó carne, cuerpo e intensidad para hacer creíble del todo un papel tan romántico como el del joven y enfermizo enamorado creado por Goethe. Algo parecido a lo que ocurrió en su versión del "aria de la flor", del acto II de Carmen ("La fleur que tu m'avais jetée"), que el tenor polaco interpretó muy correctamente al principio de la segunda parte, pero sin la enjundia o el peso vocal que, en mi opinión, hace falta a la hora de encarnar el papel de Don José, un tenor lírico spinto cuya vocalidad no se asemeja, creo yo, a la que posee Beczala. Al menos de momento, aunque sabemos que el tenor está haciendo pequeñas y progresivas incursiones en un repertorio algo más dramático y que tiene menos rodado (como se vio en el hecho de ayudarse con la partitura sólo en el caso de Carmen y Le Cid).
Al aria de Bizet siguió otra de Gounod que acabó erigiéndose en la mejor interpretación de toda la velada: una estupenda versión de "Salut! demeure chaste et pure", de Faust, que el polaco cantó con un gusto exquisito, un idiomatismo insuperable y una expresividad fuera de toda duda. Extraordinaria interpretación que marco el punto álgido del concierto, haciendo que la siguiente pieza resultara menos convincente. Me refiero a la hermosa plegaria de Rodrigue en Le Cid, de Massenet ("Ah! Tout est bien fini... Ô Souverain!"), en la que Beczala volvió a mostrar su facilidad y sintonía con el repertorio francés, pero donde sus características vocales resultaron insuficientes de nuevo, pues se trata de un papel que requiere —como algunos otros de los ya citados— un instrumento de mayor peso y caudal sonoro.
Se llegó luego al momento inesperado del recital: el aria de Stefan de la ópera La casa embrujada, de Moniuszko, que resultó muy interesante. La verdad es que Beczala está haciendo el lógico proselitismo por colocar en primer plano este repertorio absolutamente desconocido entre nosotros y es algo que debemos agradecerle, pues piezas como la indicada tienen una calidad considerable y merecen ser difundidas. Esta misma romanza ya la grabó en un disco que publicó en el año 2010 (Slavic Opera Arias, de Orfeo), pero yo no lo había oído y debo decir que me causó una impresión muy favorable. No puedo hablar del idiomatismo de la pieza, pues desconozco el polaco, pero es de suponer que la interpretación debió de ser perfecta en este sentido (los numerosos compatriotas del tenor que había en el teatro seguramente podrían corroborarlo). Sería, quizá, por la seguridad que da el saber que el público está escuchando una música desconocida y en la que resulta difícil establecer comparaciones con otras versiones, pero lo cierto es que Beczala se mostró aquí especialmente entregado, ofreciéndonos una lectura muy efectista de la pieza (que es muy ambiental y ensoñadora) desde el punto de vista dramático. Muy bien. El segundo gran acierto de este concierto.
A la sorpresa de la noche le siguió una pieza bien conocida de todos: el aria "E lucevan le stelle", del acto III de la Tosca pucciniana. Buena interpretación, correcta factura, pero con un canto spianato poco generoso y escaso slancio para este tipo de repertorio, en el que la voz de Beczala no aporta el dramatismo y el peso necesarios. Poca personalidad en una pieza tan celebérrima y una interpretación que en algo debería diferenciarse de todas las demás (habiendo antecedentes tan gloriosos al cantarla).
El recital se cerró con dos bises de buena factura, pero en la línea conservadora de toda la velada: el primero de ellos consistió en el aria "Dein ist mein ganzes Herz" —interpretada por el personaje del príncipe chino Sou-Chong en el acto II de la opereta El país de las sonrisas (Das Land des Lächelns), de Franz Lehár— que Beczala tuvo que cantar intentando sobreponerse y superar el enorme torrente sonoro que Piollet le echó encima, hasta el extremo de ahogar prácticamente su voz y afear con eso la interpretación. La segunda pieza de regalo —que dedicó especialmente a su esposa— fue la conocida napolitana Core 'ngrato, en la que no faltaron ganas, pero sí idiomatismo e italianità. Sonó demasiado sinfónica. Inadecuada, por tanto. Pero no se puede decir que el tenor polaco no pusiera ganas.
Al final todo el mundo aplaudió muchísimo (yo braveé, de hecho, su interpretación ya señalada del aria de Faust) y se fue a casa satisfecho al saber que las voces están empezando a llegar al Teatro Real. ¡Ya iba siendo hora!
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(1) Sobre Dobrski podemos leer en el siguiente enlace: «Er begann sein Studium am Konservatorium von Warschau im Alter von 13 Jahren und brachte es 1832 zum Abschluss. 1832 debütierte er an der Warschauer Oper als Graf Almaviva in Rossinis Barbier von Sevilla und hatte direkt einen großen Erfolg. Er besaß eine hervorragend schöne lyrische Tenorstimme, voll Wärme und Ausdruckskraft und war dabei ein hoch begabter Schauspieler. Für viele Jahre blieb er als gefeierter erster Tenor an der Oper von Warschau. Hier sang er auch am 1.1.1858 in der Uraufführung der Neufassung der polnischen Nationaloper Halka von Moniuszko die Partie des Jontek, während Pauline Rivoli die Halka kreierte. Im Februar des gleichen Jahres feierte der Sänger sein 25jähriges Bühnenjubiläum und wurde nach einer Galavorstellung von Verdis Ernani mit einem goldenen Lorbeerkranz dekoriert, dessen Blätter die Titel der Opern trugen, in denen er sein Publikum begeistert hatte. Er wirkte an der Oper von Warschau in weiteren Uraufführungen von Opern Moniuszkos mit, so in Flis (Der Flößer, 24.9.1858) und in Straszny Dwór (Das Gespensterschloss, 28.9.1865 als Stephan), beide unter der Leitung des Komponisten. Er trat 1846-48 an italienischen Opernhäusern auf, u.a. in Turin und in Genua. 1848 musste er wegen seiner Teilnahme an der polnischen Revolution sein Heimatland Polen verlassen, konnte aber später wieder dorthin und an die Oper von Warschau zurückkehren. Moniuszko fügte für ihn im 4. Akt der Oper Halka bei deren Aufführung 1858 in Warschau die Arie des Jontek Szumia jodly (im Mazurka-Rhythmus) ein. Von den Bühnenpartien des Sängers sind zu nennen: der Pollione in Norma, der Edgardo in Lucia di Lammermoor, der Gennaro in Lucrezia Borgia von Donizetti, der Manrico im Troubadour, der Lyonel in Flotows Martha und der Fra Diavolo in der Oper gleichen Namens von Auber. 1861 wurde er wegen seiner offen gezeigten patriotischen Haltung von der russischen Verwaltung aus dem Ensemble der Warschauer Oper entlassen. Er beschränkte sich jetzt auf eine pädagogische Tätigkeit in Warschau, darunter mehrere Jahre als Professor am Warschauer Konservatorium, kam aber 1865 nochmals an die Große Oper in der polnischen Hauptstadt. Im gleichen Jahr sang er dort als letzte Partie den Eleazar in Halévys La Juive. Er wurde auch als Komponist von Liedern bekannt. Er starb 1886 in Warschau».
(2) Acto al que se ha preferido llamar "conmemoración", pasando como de puntillas por la vergonzosa situación que se ha dado de no haber realizado aún, a quince años de la muerte de Kraus, ningún homenaje en condiciones (después del fallido que no llegó a materializarse en el año 2000). Matabosch, no obstante, ha prometido que pronto el tenor canario tendrá el homenaje que merecía.
Los artistas mencionados arriba
En la actualidad podemos disfrutar, afortunadamente, con otro representante de dicha cuerda y nacionalidad que está haciendo las delicias de los aficionados por todo el mundo. Me refiero, claro está, a Piotr Beczala (Czechowice-Dziedzice, Polonia, 1966), intérprete con gran proyección internacional en la actualidad que lleva ya bastantes años de carrera a sus espaldas (creo que debutó en 1992), pero al que apenas si hemos tenido la ocasión de ver por los Madriles. De hecho, su última (y única) participación en el Teatro Real fue en una Damnation de Faust del año 2009, donde interpretó el papel titular de la obra. Desde entonces nada. Por ese motivo, no podemos sino felicitar a los responsables del coliseo madrileño por la idea de haberlo traído a Madrid e incluirlo en el programa del ciclo "Las voces del Real", aunque fuera con la excusa del homenaje que durante dos días se ha hecho en honor de Alfredo Kraus, consistente en este recital de Beczala (día 24) y en un concierto de cantantes que estudiaron con el legendario tenor canario (sábado 25) (2). Y digo "excusa" porque parece un poco cogida por los pelos esa vinculación entre ambos cantantes, dado que si bien es cierto que Beczala ha mostrado siempre su admiración por Kraus y tiene en repertorio algunos de los papeles que éste bordó a lo largo de su longeva carrera (Duca di Mantova, Faust, Roméo...), también lo es que ha cantado otros que nada tienen que ver. Y el hecho es que está planteándose incursionar en un repertorio (Lohengrin, por ejemplo, que cantará en Bayreuth el próximo año 2016) que el canario no pensó en abordar ni en sueños. De hecho, en el programa del concierto se incluyeron algunas arias de papeles que Kraus nunca tuvo en repertorio (don José de Carmen, Cavaradossi de Tosca, Rodrigue de Le Cid, etc.). Así es que no puede decirse, precisamente, que las carreras de ambos cantantes hayan discurrido en paralelo. Por este motivo, entre otros más, me parece muy injusta una opinión como la de Gonzalo Alonso, quien en la crítica sobre el espectáculo que publicó en Beckmesser el mismo sábado 25, comienza destacando que la impresión obtenida al comenzar el concierto fue el de "añoranza" por Kraus. Injusto digo, porque no era momento de hacer esas comparaciones —que tampoco proceden, pues se trata de cantantes con personalidad e instrumento bien distintos—, y sí de disfrutar, por vez primera y desde hace mucho tiempo, de una atractiva voz de tenor, cosa poco habitual en el Real, donde parece que se van recuperando las grandes voces, después del lamentable "desierto" que en este terreno se impuso durante la etapa Mortier, merced a su concepto de la ópera (en el que primaba siempre mucho más lo escénico que lo vocal).
Al concierto propiamente dicho le precedió un acto de presentación en el que intervinieron Arturo Reverter —que glosó las cualidades canoras de Alfredo Kraus—, Gonzalo Alonso —que leyó una carta "imaginada" supuestamente escrita por el tenor canario y dirigida al Teatro Real (y cuyo texto puede consultarse íntegramente aquí)—, Joan Matabosch —que se limitó a dar las gracias a todo el mundo— y la hija mayor de Kraus —Rosa— que volvió a agradecer el recuerdo hacia su padre en este acto de dos jornadas. Pero pasemos ya a comentar cómo discurrió el concierto.
El programa —variado, completo, amplio y muy exigente— reunió piezas instrumentales de empaque y arias conocidísimas para al gran público. Repertorio italiano y francés en su totalidad —si exceptuamos uno de los dos bises—, con el añadido de una auténtica maravilla absolutamente desconocida por estos lares: el aria de Stefan de la ópera La casa embrujada (Straszny dwor, 1865), del compositor polaco Stanislaw Moniuszko, que me pareció magnífica y de la que hablaré enseguida.
Se inició el concierto con una versión algo plúmbea y falta de nervio de la obertura de Les Vêpres Siciliennes, de Verdi, con un Marc Piollet empeñado en marcar bien las dinámicas entre las diferentes secciones de la pieza a base de tempi muy contrastados, aunque lo único que consiguió fue que la parte más melódica de la misma sonara pesante, lenta, aburrida y sin chispa, en contraste con la más marcial, que fue conducida con mayor gracia y energía. En todo caso ya se percibió aquí el defecto principal de Piollet durante el concierto: el abuso de los decibelios, que perjudicaron claramente a Beczala en algunas de sus intervenciones, como luego señalaremos. Interesante la obertura de Le Carnaval Romain, de Berlioz, así como la del Guillaume Tell rossiniano (donde el volumen fue también lo más destacable) y muy bonita la lectura del preludio del acto III de Carmen, donde las flautas tuvieron ocasión de lucirse.
El director francés en una imagen de archivo
Y llegó el momento de Beczala. El tenor polaco es dueño de una bella voz de lírico, rica de armónicos, suave, cálida, de bello timbre, pero sin demasiado volumen y con ciertos problemas en el fiato. Por otro lado, posee un punto mate que le roba algo de squillo, aunque no carezca de él en absoluto en la zona alta, a la que llega con facilidad, si bien el sonido se blanquea un poco y se estrecha en esa franja. Lo que más destacaría, por encima de todo, es su cuidada línea de canto, la emisión más o menos franca (excepto en el agudo) y una dicción nitidisima, que permite entender, en todo momento, cada una de las palabras que el cantante emite. Ello se debe, sin duda, a su magnífica vocalización, que aparece materializada de manera ostensible en un movimiento de la boca muy marcado, con el que dibuja cada una de las vocales y consonantes que pronuncia en cada momento, y que fue perfectamente visible para los espectadores gracias a las pantallas de vídeo que hay instaladas en la sala del Teatro Real. Es un intérprete muy elegante, que tiene controlado en todo momento lo que está haciendo y al que se nota seguro. Esto en cuanto a virtudes. En el "debe" pondría yo, básicamente, la falta de expresividad —todo suena muy en su lugar, pero algo falto de vida y de nervio—, la ausencia de un legato más rico y variado, que ennoblecería considerablemente su línea de canto y daría mayor calidad dramática a sus intervenciones, así como cierta monotonía en las dinámicas y el color de la voz. Todo suena un poco igual; bien, agradable, en su sitio, pero falto de imaginación. Su dominio del repertorio francés —tanto por idiomatismo (perfecto), como por estilo— me parece extraordinario (de hecho fue lo mejor del recital) y creo que es por ahí por donde el intérprete debería profundizar y seguir desarrollándose. Pero pasemos al análisis somero de su prestación en cada una de las arias con que nos deleitó durante la velada.
Comenzó el concierto con una versión algo sosita del "Di tu se fedele", de Un ballo in maschera. Era el principio y creo que sería de achacar a la falta de calentamiento de la voz el hecho de que ésta sonara algo opaca y se clareara en la zona aguda en los primeros momentos. Con todo, Beczala se mostró valiente y entregado, pues optó por solucionar con el difícil canto di sbalzo esas notas graves en saltos interválicos que Verdi pide en la partitura (en "sfidar" y "cor") y que casi ningún tenor se atreve a ofrecer, prefiriendo irse hacia arriba.
Vino luego una de las arias más comprometidas para tenor del repertorio belcantista, auténtico fetiche de Alfredo Kraus y en la que Beczala difícilmente podía superarle: la romanza "Tombe degli avi miei", del acto III de Lucia di Lammermoor, cuyo recitativo expuso bien el tenor polaco, aunque le faltó imaginación y variedad expresiva en el conjunto, que escanció de manera un tanto monótona. La dicción, en todo caso, fue perfecta y precisa, como a lo largo de todo el concierto.
Con la siguiente pieza el recital empezó a remontar, según mi modesta opinión, pues entraba de lleno el tenor en el repertorio francés, que fue lo que mejor cantó a lo largo de la velada. Al tenor se le vio algo más cómodo y la emisión apareció más liberada y ortodoxa (sobre todo en la zona aguda). Una correcta versión del aria del balcón que canta Roméo en la escena primera del acto II de Roméo et Juliette de Gounod ("L'amour!... Ah! lève-toi, soleil!") fue lo mejor en esta primera parte del concierto, por idiomatismo, expresión y estilo.
Y se llegó al Ecuador del concierto con otra pieza francesa que fue auténtico fetiche en el repertorio de Kraus: "Pourquoi me réveiller" del Werther de Massenet, en la que Beczala volvió a mostrar sus mejores cualidades, pero a cuya lectura faltó intensidad dramática e incisividad expresiva. La voz estuvo en su sitio, el canto fue correcto, pero faltó carne, cuerpo e intensidad para hacer creíble del todo un papel tan romántico como el del joven y enfermizo enamorado creado por Goethe. Algo parecido a lo que ocurrió en su versión del "aria de la flor", del acto II de Carmen ("La fleur que tu m'avais jetée"), que el tenor polaco interpretó muy correctamente al principio de la segunda parte, pero sin la enjundia o el peso vocal que, en mi opinión, hace falta a la hora de encarnar el papel de Don José, un tenor lírico spinto cuya vocalidad no se asemeja, creo yo, a la que posee Beczala. Al menos de momento, aunque sabemos que el tenor está haciendo pequeñas y progresivas incursiones en un repertorio algo más dramático y que tiene menos rodado (como se vio en el hecho de ayudarse con la partitura sólo en el caso de Carmen y Le Cid).
Interesantes observaciones de Luis Gago sobre Beczala en el programa de mano del concierto
Al aria de Bizet siguió otra de Gounod que acabó erigiéndose en la mejor interpretación de toda la velada: una estupenda versión de "Salut! demeure chaste et pure", de Faust, que el polaco cantó con un gusto exquisito, un idiomatismo insuperable y una expresividad fuera de toda duda. Extraordinaria interpretación que marco el punto álgido del concierto, haciendo que la siguiente pieza resultara menos convincente. Me refiero a la hermosa plegaria de Rodrigue en Le Cid, de Massenet ("Ah! Tout est bien fini... Ô Souverain!"), en la que Beczala volvió a mostrar su facilidad y sintonía con el repertorio francés, pero donde sus características vocales resultaron insuficientes de nuevo, pues se trata de un papel que requiere —como algunos otros de los ya citados— un instrumento de mayor peso y caudal sonoro.
Se llegó luego al momento inesperado del recital: el aria de Stefan de la ópera La casa embrujada, de Moniuszko, que resultó muy interesante. La verdad es que Beczala está haciendo el lógico proselitismo por colocar en primer plano este repertorio absolutamente desconocido entre nosotros y es algo que debemos agradecerle, pues piezas como la indicada tienen una calidad considerable y merecen ser difundidas. Esta misma romanza ya la grabó en un disco que publicó en el año 2010 (Slavic Opera Arias, de Orfeo), pero yo no lo había oído y debo decir que me causó una impresión muy favorable. No puedo hablar del idiomatismo de la pieza, pues desconozco el polaco, pero es de suponer que la interpretación debió de ser perfecta en este sentido (los numerosos compatriotas del tenor que había en el teatro seguramente podrían corroborarlo). Sería, quizá, por la seguridad que da el saber que el público está escuchando una música desconocida y en la que resulta difícil establecer comparaciones con otras versiones, pero lo cierto es que Beczala se mostró aquí especialmente entregado, ofreciéndonos una lectura muy efectista de la pieza (que es muy ambiental y ensoñadora) desde el punto de vista dramático. Muy bien. El segundo gran acierto de este concierto.
A la sorpresa de la noche le siguió una pieza bien conocida de todos: el aria "E lucevan le stelle", del acto III de la Tosca pucciniana. Buena interpretación, correcta factura, pero con un canto spianato poco generoso y escaso slancio para este tipo de repertorio, en el que la voz de Beczala no aporta el dramatismo y el peso necesarios. Poca personalidad en una pieza tan celebérrima y una interpretación que en algo debería diferenciarse de todas las demás (habiendo antecedentes tan gloriosos al cantarla).
El recital se cerró con dos bises de buena factura, pero en la línea conservadora de toda la velada: el primero de ellos consistió en el aria "Dein ist mein ganzes Herz" —interpretada por el personaje del príncipe chino Sou-Chong en el acto II de la opereta El país de las sonrisas (Das Land des Lächelns), de Franz Lehár— que Beczala tuvo que cantar intentando sobreponerse y superar el enorme torrente sonoro que Piollet le echó encima, hasta el extremo de ahogar prácticamente su voz y afear con eso la interpretación. La segunda pieza de regalo —que dedicó especialmente a su esposa— fue la conocida napolitana Core 'ngrato, en la que no faltaron ganas, pero sí idiomatismo e italianità. Sonó demasiado sinfónica. Inadecuada, por tanto. Pero no se puede decir que el tenor polaco no pusiera ganas.
Al final todo el mundo aplaudió muchísimo (yo braveé, de hecho, su interpretación ya señalada del aria de Faust) y se fue a casa satisfecho al saber que las voces están empezando a llegar al Teatro Real. ¡Ya iba siendo hora!
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(1) Sobre Dobrski podemos leer en el siguiente enlace: «Er begann sein Studium am Konservatorium von Warschau im Alter von 13 Jahren und brachte es 1832 zum Abschluss. 1832 debütierte er an der Warschauer Oper als Graf Almaviva in Rossinis Barbier von Sevilla und hatte direkt einen großen Erfolg. Er besaß eine hervorragend schöne lyrische Tenorstimme, voll Wärme und Ausdruckskraft und war dabei ein hoch begabter Schauspieler. Für viele Jahre blieb er als gefeierter erster Tenor an der Oper von Warschau. Hier sang er auch am 1.1.1858 in der Uraufführung der Neufassung der polnischen Nationaloper Halka von Moniuszko die Partie des Jontek, während Pauline Rivoli die Halka kreierte. Im Februar des gleichen Jahres feierte der Sänger sein 25jähriges Bühnenjubiläum und wurde nach einer Galavorstellung von Verdis Ernani mit einem goldenen Lorbeerkranz dekoriert, dessen Blätter die Titel der Opern trugen, in denen er sein Publikum begeistert hatte. Er wirkte an der Oper von Warschau in weiteren Uraufführungen von Opern Moniuszkos mit, so in Flis (Der Flößer, 24.9.1858) und in Straszny Dwór (Das Gespensterschloss, 28.9.1865 als Stephan), beide unter der Leitung des Komponisten. Er trat 1846-48 an italienischen Opernhäusern auf, u.a. in Turin und in Genua. 1848 musste er wegen seiner Teilnahme an der polnischen Revolution sein Heimatland Polen verlassen, konnte aber später wieder dorthin und an die Oper von Warschau zurückkehren. Moniuszko fügte für ihn im 4. Akt der Oper Halka bei deren Aufführung 1858 in Warschau die Arie des Jontek Szumia jodly (im Mazurka-Rhythmus) ein. Von den Bühnenpartien des Sängers sind zu nennen: der Pollione in Norma, der Edgardo in Lucia di Lammermoor, der Gennaro in Lucrezia Borgia von Donizetti, der Manrico im Troubadour, der Lyonel in Flotows Martha und der Fra Diavolo in der Oper gleichen Namens von Auber. 1861 wurde er wegen seiner offen gezeigten patriotischen Haltung von der russischen Verwaltung aus dem Ensemble der Warschauer Oper entlassen. Er beschränkte sich jetzt auf eine pädagogische Tätigkeit in Warschau, darunter mehrere Jahre als Professor am Warschauer Konservatorium, kam aber 1865 nochmals an die Große Oper in der polnischen Hauptstadt. Im gleichen Jahr sang er dort als letzte Partie den Eleazar in Halévys La Juive. Er wurde auch als Komponist von Liedern bekannt. Er starb 1886 in Warschau».
(2) Acto al que se ha preferido llamar "conmemoración", pasando como de puntillas por la vergonzosa situación que se ha dado de no haber realizado aún, a quince años de la muerte de Kraus, ningún homenaje en condiciones (después del fallido que no llegó a materializarse en el año 2000). Matabosch, no obstante, ha prometido que pronto el tenor canario tendrá el homenaje que merecía.
Vivir en la capital de España tiene sus ventajas...y una de ellas es poder decidir a qué tipo de conciertos asistir. Los que vivimos demasiado lejos de la capital tenemos que conformarnos con el material que las discográficas sacan en dvd. Por ejemplo, esta semana estoy visionando el concierto de Sarah Brightman - One night In eden . Una maravilla. Y cuando más lo escucho más me sorprendo...
ResponderEliminarUn cordial saludo, Alberich.
Hola Juan, buenos días.
ResponderEliminarYo creo que vivir en una ciudad grande como Madrid tiene más inconvenientes que ventajas, pero no cabe duda de que una de las pocas cosas buenas que podemos encontrar es, precisamente, una mayor oferta de ocio y, por ende, la posibilidad de elegir. Eso es evidente.
Un saludo también para ti y gracias por comentar.