Gaetano Donizetti, La fille du régiment, Opéra-comique en dos actos, con libreto de J. H. Vernoy de Saint-Georges y Jean-François-Alfred Bayard.— Dirección musical: Jean-Luc Tingaud.— Dirección de escena y figurines: Laurent Pelly.— Escenografía: Chantal Thomas.— Iluminación: Joël Adam.— Coreografía: Laura Scozzi.— Dirección del coro: Andrés Maspero.— Intérpretes: Desireé Rancatore (Marie), Antonino Siragusa (Tonio), Luis Cansino (Sargento Sulpice), Rebecca de Pont Davies (La Marquesa de Berkenfield), Ángela Molina (La duquesa de Crakentorp), Luis Galán (Hortensius), Mathieu Bettinger (Un notario), Pedro Quiralte-Gómez (Un caporal), Enrique Lacárcel (Un campesino), Pablo Oliva (Un campesino). Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real.— Coproducción de la Metropolitan Opera House de Nueva York, la Royal Opera House "Covent Garden" y la Wiener Staatsoper.— Teatro Real de Madrid. Sala Principal. Martes 21 de octubre de 2014.
PRIMERA representación operística a la que asisto en esta nueva temporada que acaba de iniciarse, pues renuncié a la función de Las bodas de Fígaro del pasado 22 de septiembre por tres razones: Mozart no es autor que me apasione, la producción que se ha repuesto este año en el Real ya estaba más vista que el tebeo (aunque fuera interesante, como casi todas las que suele firmar Emilio Sagi) y, sobre todo, porque el elenco vocal no era como para tirar cohetes, la verdad.
En esta ocasión, y al contrario de lo que suele ser habitual en mí, fui al teatro más interesado en el montaje escénico que en el apartado musical, porque la producción de Pelly —archiconocida en todo el mundo y popularizada en 2007 por Natalie Dessay, Juan Diego Flórez y nuestro Carlos Álvarez— me parece muy atractiva en lo conceptual y, sobre todo, porque estamos ante una obra que, desde el punto de vista musical, francamente resulta muy, muy normalita, si exceptuamos algunos pasajes de notable inspiración que son, no por casualidad, los más conocidos de la misma y los que más popularidad le han dado (así, por ejemplo, el celebérrimo "Ah! mes amis, quel jour de fête!... Pour mon âme" —conocidísimo por los famosos nueve dos de pecho con que lo remata el tenor de turno— y la emotiva aria "Il faut partir mes bons compagnons d'armes", que interpreta la soprano arropada por una bellísima y nostálgica melodía liderada por el corno inglés). Y efectivamente, no puedo decir que saliera demasiado satisfecho, aunque la función discurrió por cauces bastante correctos. Todo estuvo en su sitio, pero sin ir mucho más allá, ni descollar por nada en concreto. Una velada amena, sin más, porque la intrascendencia y levedad del argumento, así como lo agradable de la música, impiden que sea de otra forma. Y es que, como ya digo, la obra en sí tampoco es como para tirar cohetes, a pesar de la popularidad de la que siempre ha gozado y del éxito que estas funciones están cosechando. Lo cual demuestra, una vez más y pese a todo lo que se haya podido decir a raíz de los experimentos que se realizaron durante la etapa del desafortunado Mortier, que el público madrileño prefiere las obras más populares y, por encima de todo, las del repertorio italiano, del que siempre ha sido un gran admirador.
La composición de La fille du régiment —que es una revisión (y reaprovechamiento, por tanto) de la partitura incompleta de una ópera titulada L'ange de Nisida— se enmarca en una época vital y profesional de profundos cambios para Donizetti. Cuando en octubre de 1838 llegó a París, habiendo abandonado Nápoles después de los desagradables acontecimientos vividos con los responsables del Conservatorio de esa ciudad y con los del teatro San Carlo —donde se había prohibido las representaciones de Poliuto por presiones del rey Fernando II—, el maestro bergamasco acababa de vivir una auténtica tragedia con la muerte de sus padres, su esposa e hijos ocurridas durante el año precedente. Quería, pues, pasar página e iniciar una nueva etapa en su vida. Pero con él habían viajado los problemas de salud, en la forma de una sífilis que terminaría llevándole a la locura y acabando con él sólo diez años después. No obstante París se ofreció como una nueva oportunidad y en ella Donizetti iba a cosechar grandes éxitos. La fille du régiment sería la primera ópera que el maestro escribiera ex profeso en francés para la ciudad parisina, después de revisar y traducir a la lengua de Molière Poliuto (que acabó titulándose Les martyrs) y Lucia di Lammermoor, que pasó a denominarse Lucie de Lammermoor y sufrió profundos cambios en su estructura dramática y musical. En La fille, y tal como señala Jaume Radigales en el articulito publicado en el programa de mano de estas funciones madrileñas (1), Donizetti asumió los principios de la ópera francesa —al igual que haría con sus óperas serias estrenadas en la capital parisina (La favorite, Don Sébastien), donde jugó con los elementos característicos de la grand opéra—, pero sin renunciar, en ningún momento, a ser él mismo como compositor:
Al frente de la Orquesta del Teatro Real, el director francés Jean-Luc Tingaud estuvo correcto, pero poco más. Dirigió con brío y alegría una partitura que destila ambas cualidades por igual y que ha supuesto su debut en el coliseo madrileño. Lástima no haber podido ver a los integrantes del primer reparto, pues todas las críticas coinciden en señalar que el maestro Bruno Campanella estuvo mucho más fino y adecuado en estilo que el francés. Y algo parecido podríamos decir del resto de intérpretes principales. Veámoslo...
El papel de la joven Marie, en el entorno de una historia tan intrascendente, podría parecer algo vacuo o insustancial, pero se trata de un rol con encarnadura y, sobre todo, endiabladamente difícil desde el punto de vista vocal, puesto que Donizetti confió al bel canto más absoluto casi toda su caracterización. No es extraño, por ende, que haya llamado la atención de las más grandes sopranos de coloratura a lo largo de la historia desde el momento de su composición y, sobre todo, a partir de la "Donizetti Renaissance" que se produjo a mediados de los años 50 del pasado siglo, de modo que terminó convirtiéndose en caballo de batalla para muchas prime donne: Giulietta Borghese, que lo estrenó; Jenny Lind, Henriette Sontag, Pauline Lucca o Adelina Patti, que lo convirtieron en un rol fetiche dentro de su repertorio; Marcella Sembrich, Luisa Tetrazzini, Frieda Hempel, Maria Callas, Beverly Sills, Johan Sutherland, Mariella Devia, Natalie Dessay, Patrizia Ciofi, etc. En el plano de lo actoral también resulta exigente, sobre todo en este montaje de Pelly, que pide a la soprano protagonista un continuo moverse por el escenario haciendo gracietas variadas que no todas las cantantes están preparadas para realizar con el suficiente desenfado. Es el caso de Desireé Rancatore quien, pese a su simpatía, juventud y belleza, no pudo competir en dicho ámbito con el recuerdo de la soprano que estrenó esta producción y que estaba anunciada como primera opción: me refiero, claro está, a la ya citada Natalie Dessay, que siempre ha sido considerada un auténtico "animal escénico". A pesar de ello, Rancatore no estuvo nada mal en el papel desde el punto de vista dramático. En lo vocal me pareció también muy aceptable, porque se preocupó en todo momento de matizar su línea de canto y de crear las dinámicas necesarias para un papel tan belcantista como el suyo. Además se mostró casi perfecta en la coloratura. No obstante, la voz, que es bonita pero pequeña, transmitió cierta falta de apoyo y un problema de estrechamiento en la zona sobreaguda, sonando algo mate y apagada en esa franja. En cualquier caso, y a juzgar por las críticas que he podido leer relativas al primer reparto, parece ser que Rancatore ha estado mucho mejor que Aleksandra Kurzak. Por todo ello, creo que podríamos evaluarla con un notable.
El papel del juvenil y desenfadado Tonio también ha sido frecuentado por grandísimos tenores a lo largo de la historia: Cesare Valetti, Alfredo Kraus, Luciano Pavarotti, Rockwell Blake, Juan Diego Flórez... El italiano Antonino Siragusa se mostró también muy correcto y seguro en la piel del joven soldado tirolés. Por timbre me recordó en algunas ocasiones al de Juan Diego Flórez, aunque su prestación poco tuvo que ver con las que nos ha ofrecido el peruano en muy diversas ocasiones, ni por estilo, ni por expresividad, ni por voz (que es algo más rica y homogénea, así como segura en la zona aguda). Y eso que Siragusa no tuvo dificultad alguna para sortear los momentos más complicados de su particella (me refiero en concreto a ese endiablado canto di sbalzo con los nueve dos sobreagudos que Donizetti le puso al poco tiempo de empezar la obra, cuando el cantante aún no ha calentado suficientemente la voz). Mostró línea ajustada de canto y buen gusto en el fraseo, construyendo un Tonio refrescante, enamorado y simpático. Junto a la Rancatore, fue el más aplaudido (y lo mereció, ciertamente, por entrega y desenvoltura). Otro notable para él (pero en este caso notable alto, pues nos gustó más que la soprano).
El Sulpice de Luis Cansino resultó, a todas luces insuficiente. No desde el punto de vista escénico —donde se mostró muy simpático y activo—, pero sí en lo vocal, con un instrumento cortito, de poca pegada y escaso alcance. Y es una lástima, porque sin ser papel de un barítono estrella (no exige demasiado, sólo hasta un Fa3), cuando se pone en la voz de un cantante con más recursos vocales es un rol cómico que gana muchos enteros (baste recordar a Carlos Álvarez en la produccion compartida con Dessay y Flórez ya citada). Estuvo correcto, en todo caso, pero poco más. Le endilgo, por tanto, un aprobado raspón.
La Marquesa de Berkenfield es un papel para mezzosoprano o contralto que no requiere de una gran prestación vocal, aunque tenga exigencias de agilità. Si exceptuamos su aria de presentación ("Pour une femme de mon nom", del acto I, y el dúo paródico "Le jour naissait dans la bocage", del acto II) no resulta especialmente complicado, aunque la cantante que lo asuma ha de tener una vis cómica importante y dotes actorales sobradas para poder sacarlo adelante con la suficiente holgura. La británica Rebecca de Pont Davies estuvo correcta, pero poco más. Por eso le doy un aprobado.
Muy normalito, también, el Hortensius de Isaac Galán. El resto de intérpretes cumplieron con sus respectivas partes y cabría destacar, una vez más, a los miembros del coro (en este caso los masculinos), que estuvieron francamente bien en el papel de "padres" adoptivos de la joven y alegre Marie, realizando en todo momento a la perfección las indicaciones escénicas que Pelly pido para su simpático montaje, y siendo un complemento perfecto para el Sargento Sulpice. Un notable alto para todos ellos. La presencia de Angela Molina como Duquesa de Crakentorp no fue más que una curiosidad, pues tampoco podemos decir que la actriz sea, precisamente, la alegría de la huerta...
Una velada disfrutable, pero nada más. Lo cual no es poco, por otro lado, dados los tiempos que corren. Ya veremos, en todo caso, lo que está por venir...
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(*) Abriendo la entrada un grabado con los dos primeros intérpretes de los personajes de Marie y el Sargento Sulpice: Juliette Borghèse y Henry Deshaynes "Henri", durante el estreno en la Opéra Comique de París el 11 de febrero de 1840 (ilustración procedente de la obra Chronique des Theâtres, París, 1840, que puede consultarse en Gallica, de la Bibliothèque Nationale de France).
(1) Siguiendo adelante con una política de recortes que ha afectado de lleno a las publicaciones, los responsables del Teatro Real han decidido eliminar definitivamente los antiguos libretos que se publicaron hasta la llegada de Mortier al frente de la dirección artística. En la actualidad, lo único que se entrega es un cuadernillo de veintitantas páginas en el que se incluye toda la información relativa al espectáculo y un artículo escrito por algún especialista. Es gratuito, ciertamente, pero bien poco aporta a los aficionados curiosos y con ganas de profundizar en las óperas representadas. En fin, Serafín... ¿Qué se le va a hacer...?
(2) J. RADIGALES, «Luz y simpatía», en La fille du régimen, programa de mano del Teatro Real, Madrid, 2014, pp. 7-10 (la cita en pp. 8-9).
PRIMERA representación operística a la que asisto en esta nueva temporada que acaba de iniciarse, pues renuncié a la función de Las bodas de Fígaro del pasado 22 de septiembre por tres razones: Mozart no es autor que me apasione, la producción que se ha repuesto este año en el Real ya estaba más vista que el tebeo (aunque fuera interesante, como casi todas las que suele firmar Emilio Sagi) y, sobre todo, porque el elenco vocal no era como para tirar cohetes, la verdad.
Una vieja postal de finales del siglo XIX, con actores encarnando a los personajes
principales y las palabras de Marie en el ensemble de la escena 3ª del acto I
En esta ocasión, y al contrario de lo que suele ser habitual en mí, fui al teatro más interesado en el montaje escénico que en el apartado musical, porque la producción de Pelly —archiconocida en todo el mundo y popularizada en 2007 por Natalie Dessay, Juan Diego Flórez y nuestro Carlos Álvarez— me parece muy atractiva en lo conceptual y, sobre todo, porque estamos ante una obra que, desde el punto de vista musical, francamente resulta muy, muy normalita, si exceptuamos algunos pasajes de notable inspiración que son, no por casualidad, los más conocidos de la misma y los que más popularidad le han dado (así, por ejemplo, el celebérrimo "Ah! mes amis, quel jour de fête!... Pour mon âme" —conocidísimo por los famosos nueve dos de pecho con que lo remata el tenor de turno— y la emotiva aria "Il faut partir mes bons compagnons d'armes", que interpreta la soprano arropada por una bellísima y nostálgica melodía liderada por el corno inglés). Y efectivamente, no puedo decir que saliera demasiado satisfecho, aunque la función discurrió por cauces bastante correctos. Todo estuvo en su sitio, pero sin ir mucho más allá, ni descollar por nada en concreto. Una velada amena, sin más, porque la intrascendencia y levedad del argumento, así como lo agradable de la música, impiden que sea de otra forma. Y es que, como ya digo, la obra en sí tampoco es como para tirar cohetes, a pesar de la popularidad de la que siempre ha gozado y del éxito que estas funciones están cosechando. Lo cual demuestra, una vez más y pese a todo lo que se haya podido decir a raíz de los experimentos que se realizaron durante la etapa del desafortunado Mortier, que el público madrileño prefiere las obras más populares y, por encima de todo, las del repertorio italiano, del que siempre ha sido un gran admirador.
Gaetano Donizetti, en un retrato bien conocido |
«Donizetti no hizo música italiana ni francesa, porque se limitó a ser Gaetano Donizetti. Es cierto que asumió y heredó estilísticamente los postulados de la tercera generación de la ópera napolitana (la de Cimarosa y Paisiello, para entendernos), pero, como Rossini, siempre fue él mismo. A la hora de escribir una ópera como La fille du régiment tampoco renunció a mostrar su personalidad, aunque formalmente se amoldó a las líneas maestras de la opéra-comique, que pedía la combinación de partes habladas (como el Singspiel alemán) con otras cantadas. Estas debían poseer espontaneidad y sencillez melódicas, números de conjunto con coro, escenas marciales y estructuras cerradas como los couplets» (2).
Al frente de la Orquesta del Teatro Real, el director francés Jean-Luc Tingaud estuvo correcto, pero poco más. Dirigió con brío y alegría una partitura que destila ambas cualidades por igual y que ha supuesto su debut en el coliseo madrileño. Lástima no haber podido ver a los integrantes del primer reparto, pues todas las críticas coinciden en señalar que el maestro Bruno Campanella estuvo mucho más fino y adecuado en estilo que el francés. Y algo parecido podríamos decir del resto de intérpretes principales. Veámoslo...
El papel de la joven Marie, en el entorno de una historia tan intrascendente, podría parecer algo vacuo o insustancial, pero se trata de un rol con encarnadura y, sobre todo, endiabladamente difícil desde el punto de vista vocal, puesto que Donizetti confió al bel canto más absoluto casi toda su caracterización. No es extraño, por ende, que haya llamado la atención de las más grandes sopranos de coloratura a lo largo de la historia desde el momento de su composición y, sobre todo, a partir de la "Donizetti Renaissance" que se produjo a mediados de los años 50 del pasado siglo, de modo que terminó convirtiéndose en caballo de batalla para muchas prime donne: Giulietta Borghese, que lo estrenó; Jenny Lind, Henriette Sontag, Pauline Lucca o Adelina Patti, que lo convirtieron en un rol fetiche dentro de su repertorio; Marcella Sembrich, Luisa Tetrazzini, Frieda Hempel, Maria Callas, Beverly Sills, Johan Sutherland, Mariella Devia, Natalie Dessay, Patrizia Ciofi, etc. En el plano de lo actoral también resulta exigente, sobre todo en este montaje de Pelly, que pide a la soprano protagonista un continuo moverse por el escenario haciendo gracietas variadas que no todas las cantantes están preparadas para realizar con el suficiente desenfado. Es el caso de Desireé Rancatore quien, pese a su simpatía, juventud y belleza, no pudo competir en dicho ámbito con el recuerdo de la soprano que estrenó esta producción y que estaba anunciada como primera opción: me refiero, claro está, a la ya citada Natalie Dessay, que siempre ha sido considerada un auténtico "animal escénico". A pesar de ello, Rancatore no estuvo nada mal en el papel desde el punto de vista dramático. En lo vocal me pareció también muy aceptable, porque se preocupó en todo momento de matizar su línea de canto y de crear las dinámicas necesarias para un papel tan belcantista como el suyo. Además se mostró casi perfecta en la coloratura. No obstante, la voz, que es bonita pero pequeña, transmitió cierta falta de apoyo y un problema de estrechamiento en la zona sobreaguda, sonando algo mate y apagada en esa franja. En cualquier caso, y a juzgar por las críticas que he podido leer relativas al primer reparto, parece ser que Rancatore ha estado mucho mejor que Aleksandra Kurzak. Por todo ello, creo que podríamos evaluarla con un notable.
Desirée Rancatore © Outumuro Fidelio Artist
El papel del juvenil y desenfadado Tonio también ha sido frecuentado por grandísimos tenores a lo largo de la historia: Cesare Valetti, Alfredo Kraus, Luciano Pavarotti, Rockwell Blake, Juan Diego Flórez... El italiano Antonino Siragusa se mostró también muy correcto y seguro en la piel del joven soldado tirolés. Por timbre me recordó en algunas ocasiones al de Juan Diego Flórez, aunque su prestación poco tuvo que ver con las que nos ha ofrecido el peruano en muy diversas ocasiones, ni por estilo, ni por expresividad, ni por voz (que es algo más rica y homogénea, así como segura en la zona aguda). Y eso que Siragusa no tuvo dificultad alguna para sortear los momentos más complicados de su particella (me refiero en concreto a ese endiablado canto di sbalzo con los nueve dos sobreagudos que Donizetti le puso al poco tiempo de empezar la obra, cuando el cantante aún no ha calentado suficientemente la voz). Mostró línea ajustada de canto y buen gusto en el fraseo, construyendo un Tonio refrescante, enamorado y simpático. Junto a la Rancatore, fue el más aplaudido (y lo mereció, ciertamente, por entrega y desenvoltura). Otro notable para él (pero en este caso notable alto, pues nos gustó más que la soprano).
El Sulpice de Luis Cansino resultó, a todas luces insuficiente. No desde el punto de vista escénico —donde se mostró muy simpático y activo—, pero sí en lo vocal, con un instrumento cortito, de poca pegada y escaso alcance. Y es una lástima, porque sin ser papel de un barítono estrella (no exige demasiado, sólo hasta un Fa3), cuando se pone en la voz de un cantante con más recursos vocales es un rol cómico que gana muchos enteros (baste recordar a Carlos Álvarez en la produccion compartida con Dessay y Flórez ya citada). Estuvo correcto, en todo caso, pero poco más. Le endilgo, por tanto, un aprobado raspón.
La Marquesa de Berkenfield es un papel para mezzosoprano o contralto que no requiere de una gran prestación vocal, aunque tenga exigencias de agilità. Si exceptuamos su aria de presentación ("Pour une femme de mon nom", del acto I, y el dúo paródico "Le jour naissait dans la bocage", del acto II) no resulta especialmente complicado, aunque la cantante que lo asuma ha de tener una vis cómica importante y dotes actorales sobradas para poder sacarlo adelante con la suficiente holgura. La británica Rebecca de Pont Davies estuvo correcta, pero poco más. Por eso le doy un aprobado.
Muy normalito, también, el Hortensius de Isaac Galán. El resto de intérpretes cumplieron con sus respectivas partes y cabría destacar, una vez más, a los miembros del coro (en este caso los masculinos), que estuvieron francamente bien en el papel de "padres" adoptivos de la joven y alegre Marie, realizando en todo momento a la perfección las indicaciones escénicas que Pelly pido para su simpático montaje, y siendo un complemento perfecto para el Sargento Sulpice. Un notable alto para todos ellos. La presencia de Angela Molina como Duquesa de Crakentorp no fue más que una curiosidad, pues tampoco podemos decir que la actriz sea, precisamente, la alegría de la huerta...
Ángela Molina, bien guapa como estirada duquesa de Crakentorp
Una velada disfrutable, pero nada más. Lo cual no es poco, por otro lado, dados los tiempos que corren. Ya veremos, en todo caso, lo que está por venir...
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(*) Abriendo la entrada un grabado con los dos primeros intérpretes de los personajes de Marie y el Sargento Sulpice: Juliette Borghèse y Henry Deshaynes "Henri", durante el estreno en la Opéra Comique de París el 11 de febrero de 1840 (ilustración procedente de la obra Chronique des Theâtres, París, 1840, que puede consultarse en Gallica, de la Bibliothèque Nationale de France).
(1) Siguiendo adelante con una política de recortes que ha afectado de lleno a las publicaciones, los responsables del Teatro Real han decidido eliminar definitivamente los antiguos libretos que se publicaron hasta la llegada de Mortier al frente de la dirección artística. En la actualidad, lo único que se entrega es un cuadernillo de veintitantas páginas en el que se incluye toda la información relativa al espectáculo y un artículo escrito por algún especialista. Es gratuito, ciertamente, pero bien poco aporta a los aficionados curiosos y con ganas de profundizar en las óperas representadas. En fin, Serafín... ¿Qué se le va a hacer...?
(2) J. RADIGALES, «Luz y simpatía», en La fille du régimen, programa de mano del Teatro Real, Madrid, 2014, pp. 7-10 (la cita en pp. 8-9).
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