LA serie más famosa, divulgada e internacional de la historieta española —Mortadelo y Filemón, con 29 millones de ejemplares vendidos desde su primera aparición— vuelve a ser noticia en la prensa generalista, prueba irrefutable de su popularidad en nuestro país. Y lo es a cuenta de la presentación de un nuevo álbum (el ducentésimo, al parecer), que se produjo ayer en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, con la presencia estelar en la misma del padre de las famosas criaturas —Francisco Ibáñez— que dentro de poco cumplirá 80 añitos y sigue en la brecha. Al menos velando por la continuidad de sus personajes, haciendo promoción de los mismos y pensando nuevas aventuras, ya que no dibujándolas de manera íntegra, pues sabido es que, desde hace bastantes años, no es él solo quien realiza las historias, sino que viene contando con diferentes equipos de colaboradores (como puede verse aquí y aquí).
El nuevo libro, titulado El tesorero —en clara alusión a Luis Bárcenas y el escándalo de los sobres y sobresueldos en el Partido Popular (Partido Papilar en el tebeo)—, sigue en la línea de explotar la realidad política y social españolas, que Francisco Ibáñez lleva utilizando desde hace años —una vez acabada la dictadura, cuando no se podía hacer nada parecido—, con la intención de mantener actualizada su longeva serie, creada a finales de los años 50 del pasado siglo (concretamente en 1958). Primero fueron las Olimpiadas y los Mundiales de fútbol (Gatolandia 76 y Mundial 78, con sus correspondientes secuelas en años sucesivos), luego el terrorismo (¡Terroristas!), el tráfico de influencias (El atasco de influencias), la firma del Tratado de Maastricht (Maastricht... ¡Jesús!), la implantación de la institución del jurado (El jurado popular), el papel de la Iglesia en la sociedad española (El nuevo cate), la "sauriomanía" —a cuenta del estreno de la película Jurassic Park en 1993 (Dinosaurios)—, hasta llegar al tema del euro (¡Llegó el euro!), la crisis económica (¡Tijeretazo!) y la corrupción en España (Los papeles). Con este nuevo El tesorero, Ibáñez vuelve a explorar dicha realidad española, y lo hace con el tono amable a que nos tiene acostumbrados, a través de una fórmula que, no por repetitiva, ha seguido teniendo éxito y gozando del favor del público a lo largo de los años. El propio Ibáñez confiesa que no ha buscado hacer crítica social o política: «sólo quiero que el público se divierta cada segundo con mis historietas». E insiste en el supuesto apoliticismo de su obra: «Es todo casualidad... Sólo pretendo que el lector coja un libro y se ría, y lo debo hacer bastante bien. Cada vez que me pongo a firmar libros quiero salir huyendo de la gente que hay».
Parece evidente que este tipo de afirmaciones no terminan de ser todo lo ciertas que el propio Ibáñez querría hacernos creer pues, en caso contrario, no se comprende el uso continuado que el autor barcelonés ha hecho de la sátira de la vida política y social española durante más de cuarenta años como método de inspiración. Otra cosa es que la acidez de sus críticas y la envergadura de las andanadas que descarga en sus historias sean parejas a las de ciertos historietistas y humoristas gráficos que han optado por una vía más agresiva y comprometida. Pero no podemos negar que Ibáñez se cachondea de todo lo divino y lo humano, aunque lo haga de forma que puede parecer intrascendente (y que, sin duda, busca agradar a la mayor cantidad de público, de ahí su enorme éxito comercial y su acogida). Y prueba de esto que digo —unida a la torpeza congénita de nuestros políticos— es el hecho de que la noticia sobre la presentación que comentamos aquí ha sido censurada en TVE, como se ha podido saber por distintos medios, según los cuales la cadena pública envió profesionales para cubrir la información, aunque finalmente no se ha dicho nada al respecto en ninguno de los programas informativos de la cadena que se han emitido hoy. Parece evidente, por tanto, que aun en el caso de que fuera inconscientemente el efecto crítico del tebeo de Ibáñez ho sortito l'effetto (que diría el malvado Scarpia en la ópera Tosca).
En fin, Serafín. No quiero imaginarme lo que dirían algunos teóricos y artistas que colaboraron en la belicosa y autogestionaria revista Trocha/Troya —pienso fundamentalmente en cierto Dr. Delclós, que se despachó indignado contra Ibáñez en el número 5 de dicha revista (p. 32)— si escucharan al creador de Mortadelo y Filemón seguir diciendo hoy día que él no es político. Seguro que echaban las muelas al verle renunciar expresamente a su papel como artista comprometido y concienciador de la sociedad. O quizá no, quién sabe... Quizá el tiempo habrá atemperado algo su criticismo y el nivel de compromiso e implicación política que exigían entonces a todo quisque y del que, según ellos, no podía carecer ningún historietista que se preciara de ello. Todo ello, sin duda, producto de un tiempo muy concreto y felizmente ya superado (aunque siga habiendo muchas cosas que realmente han cambiado bastante poco, tal como lo demuestra el caso de censura informativa que acaba de producirse)...
Ibáñez durante el acto de presentación, junto a la caricatura del personaje que da título al álbum
y con la que se parodia al ex-tesorero del PP, Luis Bárcenas
El nuevo libro, titulado El tesorero —en clara alusión a Luis Bárcenas y el escándalo de los sobres y sobresueldos en el Partido Popular (Partido Papilar en el tebeo)—, sigue en la línea de explotar la realidad política y social españolas, que Francisco Ibáñez lleva utilizando desde hace años —una vez acabada la dictadura, cuando no se podía hacer nada parecido—, con la intención de mantener actualizada su longeva serie, creada a finales de los años 50 del pasado siglo (concretamente en 1958). Primero fueron las Olimpiadas y los Mundiales de fútbol (Gatolandia 76 y Mundial 78, con sus correspondientes secuelas en años sucesivos), luego el terrorismo (¡Terroristas!), el tráfico de influencias (El atasco de influencias), la firma del Tratado de Maastricht (Maastricht... ¡Jesús!), la implantación de la institución del jurado (El jurado popular), el papel de la Iglesia en la sociedad española (El nuevo cate), la "sauriomanía" —a cuenta del estreno de la película Jurassic Park en 1993 (Dinosaurios)—, hasta llegar al tema del euro (¡Llegó el euro!), la crisis económica (¡Tijeretazo!) y la corrupción en España (Los papeles). Con este nuevo El tesorero, Ibáñez vuelve a explorar dicha realidad española, y lo hace con el tono amable a que nos tiene acostumbrados, a través de una fórmula que, no por repetitiva, ha seguido teniendo éxito y gozando del favor del público a lo largo de los años. El propio Ibáñez confiesa que no ha buscado hacer crítica social o política: «sólo quiero que el público se divierta cada segundo con mis historietas». E insiste en el supuesto apoliticismo de su obra: «Es todo casualidad... Sólo pretendo que el lector coja un libro y se ría, y lo debo hacer bastante bien. Cada vez que me pongo a firmar libros quiero salir huyendo de la gente que hay».
Parece evidente que este tipo de afirmaciones no terminan de ser todo lo ciertas que el propio Ibáñez querría hacernos creer pues, en caso contrario, no se comprende el uso continuado que el autor barcelonés ha hecho de la sátira de la vida política y social española durante más de cuarenta años como método de inspiración. Otra cosa es que la acidez de sus críticas y la envergadura de las andanadas que descarga en sus historias sean parejas a las de ciertos historietistas y humoristas gráficos que han optado por una vía más agresiva y comprometida. Pero no podemos negar que Ibáñez se cachondea de todo lo divino y lo humano, aunque lo haga de forma que puede parecer intrascendente (y que, sin duda, busca agradar a la mayor cantidad de público, de ahí su enorme éxito comercial y su acogida). Y prueba de esto que digo —unida a la torpeza congénita de nuestros políticos— es el hecho de que la noticia sobre la presentación que comentamos aquí ha sido censurada en TVE, como se ha podido saber por distintos medios, según los cuales la cadena pública envió profesionales para cubrir la información, aunque finalmente no se ha dicho nada al respecto en ninguno de los programas informativos de la cadena que se han emitido hoy. Parece evidente, por tanto, que aun en el caso de que fuera inconscientemente el efecto crítico del tebeo de Ibáñez ho sortito l'effetto (que diría el malvado Scarpia en la ópera Tosca).
En fin, Serafín. No quiero imaginarme lo que dirían algunos teóricos y artistas que colaboraron en la belicosa y autogestionaria revista Trocha/Troya —pienso fundamentalmente en cierto Dr. Delclós, que se despachó indignado contra Ibáñez en el número 5 de dicha revista (p. 32)— si escucharan al creador de Mortadelo y Filemón seguir diciendo hoy día que él no es político. Seguro que echaban las muelas al verle renunciar expresamente a su papel como artista comprometido y concienciador de la sociedad. O quizá no, quién sabe... Quizá el tiempo habrá atemperado algo su criticismo y el nivel de compromiso e implicación política que exigían entonces a todo quisque y del que, según ellos, no podía carecer ningún historietista que se preciara de ello. Todo ello, sin duda, producto de un tiempo muy concreto y felizmente ya superado (aunque siga habiendo muchas cosas que realmente han cambiado bastante poco, tal como lo demuestra el caso de censura informativa que acaba de producirse)...
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