NO es que uno, a estas alturas del curso y de la vida, crea demasiado en la gente; y mucho menos aún en los políticos. Pero sí he de reconocer que durante bastante tiempo tuve depositadas muchas esperanzas en UPyD. Incluso tras los descalabros electorales y el galimatías en el que ellos mismos se metieron —limpiando los trapos sucios en público y dilapidando el enorme crédito que habían ido ganando con mucho esfuerzo—, aún mantenía esperanzas de que la formación pudiera salir adelante bajo el liderazgo de Andrés Herzog.
El partido magenta es al que he ido votando cital electoral tras cital electoral desde su fundación —en el ya lejano 2007— y he de confesar que no me había defraudado nunca (aunque también es verdad que, al no haber "tocado" verdadero poder, poco había que reprocharle, pues no había pasado la prueba de fuego de todo partido político). Su personación como acusador particular en el caso Bankia, la magnífica labor opositora realizada por Rosa Díez en solitario y luego como portavoz de la formación en el Congreso, el papel de sus representantes en el Ayuntamiento y en la Comunidad de Madrid —que es donde yo vivo—, el clarísimo posicionamiento del partido frente a los nacionalismos separatistas y las desigualdades derivadas de ese rollo macabeo que son las denominadas "nacionalidades históricas", su propuesta de reformas (ley electoral, régimen territorial, devolución de competencias en Educación y Sanidad, etc.), los gestos de austeridad que dieron algunos de sus líderes —renunciando a dietas por vivienda, a líneas de internet, a chóferes y coches oficiales, etc.— me hicieron creer que la regeneración era posible y demostraron que UPyD fue la primera en dar unos pasos que ahora se atribuyen en exclusiva algunos (Podemos), o de los que otros (Ciudadanos) se han beneficiado directa y claramente.
Pero por si hubiera sido poca cosa la travesía del desierto en que hasta ayer mismo se hallaba sumergida la formación magenta, ahora viene Irene Lozano —una de sus más significadas líderes— y pega este tiro de gracia mortal a lo que queda del cadáver del que fuera su partido. Porque, no obviemos este pequeño detalle: si los ciudadanos han ido retirando a UPyD el apoyo —olvidándose, como por ensalmo, de todo lo bueno que había hecho en las dos legislaturas pasadas— sólo por el guirigay que se lío entre sus líderes —algo que sabemos ocurre en todos los partidos, aunque no sea res publica—, ¿qué podemos esperar cuando empiecen a procesar actuaciones como la de Lozano; esto es, integrarse con total naturalidad —como si nada hubiera pasado y la cosa no fuera con ella— en uno de los dos partidos a los que más fustigó desde la formación que ahora deja atrás? ¿Qué opinión extraerán los potenciales electores de UPyD de este indecoroso transfuguismo y, por extensión, cómo evitar que el manto de la sospecha se extienda a todos los demás líderes que aún siguen al frente de su puesto? El descrédito generalizado, en mi opinión, está servido...
Imagino que la periodista madrileña habrá meditado muy seriamente el paso dado. Y seguro que también ha tenido en cuenta la circunstancia de que, a partir de ahora, con dos años de legislatura cumplidos —pues no me cabe duda de que saldrá elegida como diputada por el PSOE (dado que va en el número 4 de la lista por Madrid)— ya tendrá asegurada su pensión de por vida. Aunque ella no lo haga por nada parecido a eso, sino —según propia declaración— por aceptar el reto que le ha lanzado Pedro Sánchez, líder del PSOE. En fin, Serafín... Esto es lo que hay...
El partido magenta es al que he ido votando cital electoral tras cital electoral desde su fundación —en el ya lejano 2007— y he de confesar que no me había defraudado nunca (aunque también es verdad que, al no haber "tocado" verdadero poder, poco había que reprocharle, pues no había pasado la prueba de fuego de todo partido político). Su personación como acusador particular en el caso Bankia, la magnífica labor opositora realizada por Rosa Díez en solitario y luego como portavoz de la formación en el Congreso, el papel de sus representantes en el Ayuntamiento y en la Comunidad de Madrid —que es donde yo vivo—, el clarísimo posicionamiento del partido frente a los nacionalismos separatistas y las desigualdades derivadas de ese rollo macabeo que son las denominadas "nacionalidades históricas", su propuesta de reformas (ley electoral, régimen territorial, devolución de competencias en Educación y Sanidad, etc.), los gestos de austeridad que dieron algunos de sus líderes —renunciando a dietas por vivienda, a líneas de internet, a chóferes y coches oficiales, etc.— me hicieron creer que la regeneración era posible y demostraron que UPyD fue la primera en dar unos pasos que ahora se atribuyen en exclusiva algunos (Podemos), o de los que otros (Ciudadanos) se han beneficiado directa y claramente.
Pero por si hubiera sido poca cosa la travesía del desierto en que hasta ayer mismo se hallaba sumergida la formación magenta, ahora viene Irene Lozano —una de sus más significadas líderes— y pega este tiro de gracia mortal a lo que queda del cadáver del que fuera su partido. Porque, no obviemos este pequeño detalle: si los ciudadanos han ido retirando a UPyD el apoyo —olvidándose, como por ensalmo, de todo lo bueno que había hecho en las dos legislaturas pasadas— sólo por el guirigay que se lío entre sus líderes —algo que sabemos ocurre en todos los partidos, aunque no sea res publica—, ¿qué podemos esperar cuando empiecen a procesar actuaciones como la de Lozano; esto es, integrarse con total naturalidad —como si nada hubiera pasado y la cosa no fuera con ella— en uno de los dos partidos a los que más fustigó desde la formación que ahora deja atrás? ¿Qué opinión extraerán los potenciales electores de UPyD de este indecoroso transfuguismo y, por extensión, cómo evitar que el manto de la sospecha se extienda a todos los demás líderes que aún siguen al frente de su puesto? El descrédito generalizado, en mi opinión, está servido...
Imagino que la periodista madrileña habrá meditado muy seriamente el paso dado. Y seguro que también ha tenido en cuenta la circunstancia de que, a partir de ahora, con dos años de legislatura cumplidos —pues no me cabe duda de que saldrá elegida como diputada por el PSOE (dado que va en el número 4 de la lista por Madrid)— ya tendrá asegurada su pensión de por vida. Aunque ella no lo haga por nada parecido a eso, sino —según propia declaración— por aceptar el reto que le ha lanzado Pedro Sánchez, líder del PSOE. En fin, Serafín... Esto es lo que hay...
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