La Celestina, tragicomedia lírica de Calisto y Melibea en cuatro actos, con música y libreto de Felipe Pedrell, basado en la Tragicomedia de Calisto y Melibea, de Fernando de Rojs. Estreno absoluto mundial (en versión de concierto).— Director musical: Guillermo García Calvo.— Asistente de dirección musical: José Luis López Antón.— Iluminador: David Hortelano.— Maestros repetidores: Lilliam Castillo y Ramón Grau.— Director del coro: Antonio Fauró.— Intérpretes: Maite Beaumont (Celestina), Miren Urbieta-Vega (Melibea), Andeka Torrotxategi (Calisto), Juan Jesús Rodríguez (Sempronio), Simón Orfila (Parmeno), Sofía Esparza (Lucrecia), Lucía Tavira (Elicia), Gemma Coma-Alabert (Areúsa), Javier Castañedo (Pleberio), Mar Esteve (Tristán), Isaac Galán (Sosia), Mario Villoria (Verdugo y catarriberas), Francisco Día (Halconero y catarriberas), Francisco José Pardo (voceador y catarriberas), Alberto Ríos (voceador y catarriberas), Matthew Loren Crawford (Recitante y catarriberas), Jordi Serrano (Recitante y catarriberas), Daniel Huerta (Vecino y catarriberas), Román Fernández-Cañadas (Vecino y catarriberas).— Coro y Orquesta titulares del Teatro de la Zarzuela (Coro Titular del Teatro de la Zarzuela / Orquesta de la Comunidad de Madrid).— Teatro de la Zarzuela.— Viernes, 9 de septiembre de 2022, 20:00 horas.
Recibí con gran alegría la noticia del estreno absoluto de esta obra de Felipe Pedrell —hasta ahora inédita, salvo por algunos fragmentos interpretados en concierto—, pues ya sólo por el texto literario que se utilizó como base para el libreto se podía esperar, pensaba yo, un plus de calidad y de intensidad dramática, al beneficiarse la composición del músico catalán de todo el peso y la tradición que la obra de Rojas aportaría. Había escuchado, además, algún fragmento que circula por Youtube (en concreto de la escena V del acto II) y el resultado me había parecido muy interesante. Por otro lado, las críticas favorables de sus contemporáneos, así como el halo que rodeaba a esta La Celestina, me habían hecho depositar en ella muchas esperanzas. Pero el chasco que me he llevado tras asistir a la representación de toda la obra ha sido mayúsculo, e intentaré explicar por qué.
Es cierto que nos hallamos ante una partitura repleta de intencionalidad teórico-programática y de recursos técnicos —todos ellos magníficamente analizados por Emilio Casares Rodicio en el artículo incluido en el programa de mano entregado por el Teatro de la Zarzuela (y en este vídeo que ha hecho público el Teatro de la Zarzuela)—, pero muy corta (casi ayuna, la verdad) de inspiración melódica de altura (que sólo encontramos en momentos puntuales y destacados dramáticamente). Si a ello le añadimos, además, el hecho de que Pedrell optó por un estilo de canto rígidamente dialogal (el conocido sprechgesang de los alemanes) y renunció al encuentro concertante de las voces y a todas aquellas estructuras tradicionales de la ópera (arias, recitativos, concertantes, dúos, etc.)*, tenemos como resultado una obra que, en conjunto, me pareció excesivamente monótona y reiterativa. Creo, además, que el músico catalán no consiguió imprimir la necesaria fuerza dramática a determinadas escenas fundamentales del libreto que, o bien suenan demasiado confusas y embarulladas —el asesinato de Celestina, que se convierte en un galimatías de voces y sonidos—, o bien carecen de la emoción, lirismo y trascendencia que se esperan de ellas, llegando a resultar anodinas (por ejemplo, el suicidio de Melibea, que pasa sin pena ni gloria). En resumen: después de asistir a la interpretación completa (o casi**) de la partitura puedo afirmar que entiendo —más allá de las expectativas que la obra despertó entre los contemporáneos de Pedrell, siempre inscritas dentro del problema de la "ópera nacional", que tanto preocupó en aquellos años— por qué esta obra ha quedado arrumbada por el tiempo. Todo lo dicho, por supuesto, no significa que no me parezca magnífica la iniciativa del Instituto Complutense de Ciencias Musicales, de la Sociedad Española de Musicología y del musicólogo David Ferreiro Carballo, que ha sido el responsable de recuperar esta prestigiosa (y casi mítica) partitura de uno de nuestros músicos más importantes. Pero las cosas son como son, y resulta que para triunfar y llegar a sedimentarse en la memoria colectiva y en el gusto del público cualquier obra artistica no sólo tiene que estar dotada de una sólida estructura técnica y de rigurosos principios teóricos (y, en este caso, musicales), sino que también debe tener alma, chispa, inspiración, fuerza dramática y ese plus (en este caso melódico, en mi opinión) del que, por desgracia, carece La Celestina de Pedrell.Guillermo García Calvo se entregó de lleno y transmitió la gran ilusión que ha puesto en el proyecto. Dirigió a una orquesta empastada y supo seguir, esperar y estar pendiente de las dinámicas para facilitar la (difícil) labor de los solistas, que acometieron partes (todas ellas) muy exigentes desde el punto de vista vocal.
El papel de Celestina, encomendado en principio a la mezzo Ketevan Kemoklidze (que se cayó del cartel inesperadamente), fue asumido por Maite Beaumont. La pamplonica nos obsequió con una lectura variada, atenta y muy entregada, llena de intención, aunque el instrumento es demasiado lírico, pequeño y carece de la opulencia deseable para interpretar un personaje de edad madura, de modo que resultó menos creíble de lo que habría sido deseable (sobre todo porque, además, la soprano encargada del rol de Melibea tiene un instrumento bastante importante, con lo que el efecto de contraste entre las dos voces se perdió). Una lástima, por tanto, que no participara la cantante georgiana, pues su voz es mucho más contudente y oscura que la de la española, y creo que habría podido dar vida con mayor credibilidad a la figura de la vieja (no lo olvidemos) alcahueta. Pero hay que agradecer a Beaumont el valor para afrontar tan exigente particella, y el que lo hiciera contando con muy poco tiempo para su preparación (apenas 15 días, al parecer).
La soprano donostiarra Miren Urbieta-Vega encarnó a Melibea, y lo hizo estupendamente (la mejor de la velada, junto a Beaumont y Rodríguez): su voz es de lírica plena, con cuerpo, anchurosa, gran morbidez y bello centro, aunque también desplegó buenos agudos en un papel que no carece de dificultades en la zona alta de la tesitura. Su entrega fue total y creció exponencialmente, como si con ello quisiera paliar todas las carencias que dejó al descubierto su partenaire masculino (cuestión de la que hablaré enseguida). Estupenda prestación la suya.
Andeka Gorrotxategi —al que no recuerdo haber escuchado nunca antes de esta función— asumió (en penosas condiciones, por cierto) el dificilísimo papel de Calisto, lleno de dificultades canoras, de saltos interválicos y de endiabladas subidas al agudo. El tenor es dueño de una voz oscura, de tintes baritonales y sonido spinto, pero suena entubada, gutural, de emisión trasera y con tendencia al engolamiento. Además se mostró escaso de imaginación en el fraseo y las dinámicas, sonando siempre en forte. En resumen: estuvo absolutamente desastroso durante toda la función, hasta el punto de que hacia mitad de la misma empezó a gallear, a emitir defectuosamente y, finalmente, a quedarse sin voz, optando sólo por meter frases cuando buenamente le permitía su aparato fonador. Un desastre, vamos. A juzgar por críticas leídas en los medios y por comentarios publicados en ciertos foros especializados —referidos a diversos incidentes sufrido por el cantante—, parece que Gorrotxategi tiene un déficit técnico y su zona de paso no está bien resuelta, de modo que, a pesar de no llevar demasiados años de carrera, es posible que haya empezado a experimentar problemas que llevan a lo ocurrido en la presente función. Sea como fuere, lo cierto es que el resultado fue desilusionante y la actitud del teatro poco respetuosa para con el publico, pues lo mínimo que podrían haber hecho es informar de la supuesta indisposición que parecía sufrir el tenor, y no dejar que un cantante en esas condiciones concluyera una función que acabó desluciendo completamente (aunque bien es cierto, como ya he dicho, que ello sirvió para que Urbieta-Vega se creciera ante las dificultades de su compañero y pusiera toda la carne en el asador en el último acto).
El barítono Juan Jesús Rodríguez fue un estupendo Sempronio, exhibiendo todas las buenas cualidades que le caracterizan: voz empastada, contundente, robusta, oscura y de fácil proyección, que el intérprete maneja con inteligencia, seguridad, gusto, intención y variedad en el fraseo. El mejor de la velada, en mi opinión, junto a Beaumont y Urbieta-Vega.
Simón Orfila fue un buen Parmeno, excelente conmilitón de Rodríguez en los diferentes números que la partitura de Pedrell ofrece a ambos.
Destacables, asimismo, las tres "doncellas" de la función, especialmente la soprano Sofia Esparza en el lucido papel de Lucrecia; aunque a mí me gustó mucho la Elicia de Lucía Tavira, dueña de una hermosa voz de soprano lírica, con un precioso vibrato que la cantante empleó con gusto e inteligencia. Cantó, además, con gracia y picardía, dando entidad y credibilidad a su personaje popular. Tanto ella, como Gemma Coma-Alabert (Areúsa), Simón Orfila y Juan Jesús Rodríguez intervinieron, por cierto, en uno de los momentos más interesantes e inspirados de la partitura (el de la cena en casa de Celestina, en el acto III, cuadro II, escena III).
Bien el resto de intépretes, que se mostraron muy entregados y cumplidores, aunque me sorprendió la vocecita sorprendentemente pequeña y corta de Mar Esteve (en la piel del paje Tristán), pese a su categoría de mezzo.
Muy correcto el coro, en una obra que otorga bastante importancia al pueblo.
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* Elección que me parece de lo más lógica, dado que Pedrell fue un compositor muy preocupado por lo teórico, bien informado sobre las corrientes musicales ultrapirenáicas y que escribió tras la revolución que Wagner trajo a la música escénica.
** Y digo casi porque para esta versión en concierto se prescindió de importantes fragmentos de la obra (algo que me parece también reprochable, dado que se trata del estreno absoluto mundial). Concretamente, en el acto I, el diálogo entre Calisto y Parmeno (escena III) y el primer encuentro de estos con Celestina (escena IV); en el acto II, cuadro I, el diálogo entre Parmeno y Sempronio (escena I) y fragmentos del diálogo entre Lucrecia y Celestina (escena IV); en el acto III, cuadro I, fragmentos de la visita de Calisto a Melibea (escena I); en el acto IV, parte del diálogo entre Pleberio, Lucrecia y Melibea (escena II), así como del lamento de Melibea (escena III).
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