EL ritmo vertiginoso con que se actualiza la información en la red, la gran cantidad de buenos portales de cómics que ahora mismo encontramos en la blogosfera y la falta de tiempo que uno tiene para leerlos todos diariamente son elementos que se han unido para impedirme conocer antes un luctuoso hecho que me ha dejado francamente conmocionado. He sabido por el blog de Joan Navarro —al que entré hace apenas tres o cuatro días, cuando aún no se había publicado la noticia— que el pasado día 28 de diciembre falleció en Madrid una persona a la que siempre —y por motivos personales muy concretos— profesé un gran cariño, pese a no haber tenido con él una amistad profunda y haber dejado de tratarle hace ya bastantes años. Me refiero, claro está, a Mariano Ayuso (del que he hablado más de una vez en este mismo Nibelheim).
Puesto que en otros blogs donde se ha dado noticia de su desaparición ya han aparecido oportunas reseñas biográficas, destacando su trayectoria profesional y el carácter pionero de su labor divulgativa y crítica en torno a los tebeos (por ejemplo aquí o aquí), yo preferiría enfocar la mía desde un punto de vista más íntimo, privado y subjetivo, poniendo por escrito para todos ustedes algunos recuerdos que acuden a mi memoria —algo confusos, en ocasiones, todo sea dicho, por el paso del tiempo— al recordar ahora de nuevo su persona.
Como ya he dicho en alguna ocasión, conocí al bueno de Mariano a mediados de los años 80 del pasado siglo —concretamente en la primavera-verano del año 1984—, al mismo tiempo que hacía lo propio con mi admirado Antonio Hernández Palacios, de quien el primero fue uno de sus grandes amigos y confidentes, además de principal defensor-divulgador de su obra en todo momento y ocasión que hubiera. Por entonces, Mariano ya era el reconocido y prestigioso crítico, teórico y divulgador de tebeos español que todos conocemos, y además regentaba su conocida librería de la calle Gaztambide número 20 (llamada Totem Comics Shop y posteriormente rebautizada como Camelot), en la que tuve la fortuna de conocerle a él y al maestro madrileño.
Durante aproximadamente dos años mantuve un contacto bastante fluido (semanal) con él y con parte de su círculo familiar, laboral y de amistades, pues acudía a las citas que todos los sábados por la mañana (en ocasiones también algún viernes por la tarde) reunían en una cervecería cercana al propio Mariano, a Antonio y a otro grupo de amigos que se dedicaban a charlar de lo divino y de lo humano —más de lo segundo que de lo primero, también es verdad—, y no siempre, necesariamente, de tebeos. Uno de los más fieles era José María Bravo, aunque también recuerdo haber visto alguna vez por allí a Moncho Cordero, a Ramoncín, a Carlos Giménez, a Chiqui de la Fuente... En una ocasión, incluso, tuve la fortuna de pasar toda una mañana con Antonio y ese otro gran maestro que fue Alberto Breccia. ¡Imagínense ustedes la sensación de vértigo y respeto que me embargó entonces —joven adolescente como yo era— al verme rodeado por esos dos monstruos de la historieta! Con emoción y arrobo estuve escuchándoles mientras guardaba un prudente silencio. Fue entonces, también, cuando conocí a la mujer de Mariano y a su hija (dos "ángeles" ellas), así como a Javier, el chaval que tenían contratado en la tienda, al que traté bastante y con el que mantuve una muy buena relación durante aquel tiempo.
Guardo gratísimos recuerdos de esos días, ya lejanos, pues casi todas las personas que conocí entonces no sólo resultaron ser muy accesibles y cercanas, sino que se comportaron de manera muy comprensiva con este joven aprendiz de brujo que deseaba ser historietista y tenía su vista y sus aspiraciones artísticas puestas nada menos que en el gran Antonio Hernández Palacios (por el que sentía entonces verdadera devoción). Mariano, además, era muy jovial y recuerdo que siempre se mostró bastante cercano e incluso paternal conmigo.
Pero lo que más contribuyó durante aquel tiempo de esperanza, ilusiones, expectativas y sueños a hacerme pensar que podía alcanzar mi objetivo de convertirme en dibujante de historieta profesional e introducirme en ese mundo que me apasionaba fue cierto proyecto que mi homenajeado tenía en mente y que debía venir acariciando desde hacía tiempo. Consistía éste en proporcionar un ayudante a Antonio o bien crear una especie de grupo de trabajo en torno a él, con la idea de que su ingente obra no se perdiera y pudiera ser continuada, incluso, tras el fallecimiento de éste. El objetivo, desde luego, no era baladí, ni carecía de sentido, dada la enorme envergadura de las empresas que siempre proyectó el genial artista madrileño. Así es que, tomando como modelo a los clásicos y prestigiosos cartoonists norteamericanos de la época clásica —y así me lo dijo más de una vez Mariano—, había pensado que no sería mala idea poner a un chaval joven a trabajar junto al maestro para que, a modo de los antiguos aprendices, se fogueara con él y aprendiera el oficio, al tiempo que le ayudaba a sacar adelante su ingente tarea —por aquellos años Antonio producía una media de tres o cuatro álbumes (y podría haber hecho más, en caso de verse auxiliado)— y se iba afianzando la posibilidad de crear una "escuela" capaz de continuar con sus obras de la manera más digna posible.
Lo cierto es que pensaron en un servidor —ignoro si hubo alguna vez otros candidatos—, y que hablé de ello con Mariano bastantes veces, pues yo le insistía en el tema como si no terminara de creerme lo que me estaba pasando. También le pegué una buena barrila al paciente y joven Javier, preguntándole si él —que conocía mucho mejor que yo al fautor de la idea— pensaba que había posibilidades de que la cosa fuera cierta y factible. De hecho, el mismo Antonio llegó a saberlo todo y creo que tomó bastante en consideración dicha propuesta —al menos eso pensé yo—, pues me hablaba con mucha ilusión de cómo era su estudio de Recoletos (que aún tenía abierto, aunque no tardaría demasiado tiempo en cerrarlo), de lo que me encontraría allí cuando fuera, de libros y cuadros que tenía en su casa y que podíamos ver cuando pasara por ella... En definitiva: una idea que parecía ir tomando forma a medida que se repetían rutinariamente esas extraordinarias reuniones matinales sabatinas. Me acuerdo, asimismo, de que el maestro llegó a ofrecerse como mediador ante mi padre, en el caso de que éste no viera con buenos ojos mi dedicación a eso de los tebeos. ¡¡Pobre padre mío!! ¡¡Él, que nunca se opuso a dicha posibilidad (de hecho dibujaba muy bien) y que siempre iba mostrando con orgullo, a todo el mundo, los dibujos de su retoño!!
En fin, Serafín... ¡¡Qué tiempos y cuántos recuerdos!! Pero bien fuera porque yo no insistí demasiado —siempre he sido prudente en exceso y ello me ha perdido en más de una ocasión: ¿me creerán si les digo que, a pesar de esta relación, nunca reuní el valor suficiente para pedirle un dibujo a Antonio (y le vi hacerlos delante de mí y en servilletas de la cervecería donde nos reuníamos)?—, bien porque no era el momento, bien porque el maestro ya era algo mayor y no tenía ganas de seguir adelante, bien porque se trataba de una práctica que no era nada frecuente en nuestro país —aquí los historietistas no han sido nunca tan importantes como para formar aprendices o crear escuelas efectivas—, lo cierto es que pasó el tiempo sin concretarse nada y a un servidor le llegó el momento de servir a la patria. Y como por entonces no tenía ocupación académica —pues había dejado mis estudios para dedicarme al dibujo (para que vean si mis padres fueron comprensivos)—, ni disponía de familia a mi cargo, ni tuve la buena suerte de salir "excedente de cupo", pues me vi obligado a marchar a la milicia. Y en ella anduve durante quince meses —que no recuerdo como los mejores de mi vida, precisamente—, pues en el sorteo salí destinado a la Armada (en donde se prestaba más tiempo de servicio). En cualquier caso, al acabar esa etapa las cosas habían cambiado ya mucho: durante el servicio militar no tuve casi oportunidad de seguir manteniendo contacto con Mariano, Antonio y la gente que había conocido en Totem. Además, precisamente por entonces encontré a mi media naranja, una nibelunga maravillosa que aún sigue aguantándome y que soporta con estoicismo mis despilfarros mensuales en libros, tebeos y otras cosas por el estilo (que, todo sea dicho, luego ella también disfruta, pese a las protestas). ¡¡Ya ven ustedes, dicen que la mayoría de los pelusines pierden la novia cuando hacen la mili, pero un servidor la encontró entonces!!
Seguí dibujando, publiqué algunos trabajos esporádicamente y vi también, muy de vez en cuando, a Mariano y Antonio. Pero ya no se volvió a hablar de aquel tema que acariciamos durante un tiempo. Yo tampoco me atreví a retomarlo. Ignoro si para entonces (años 86, 87, 88...) Antonio ya había cerrado su estudio. La verdad, no me acuerdo. Lo cierto es que cada vez me fui alejando más del mundo de la historieta para volcarme en los estudios, que había dejado abandonados en su momento. Compaginar la carrera con el dibujo se me hizo imposible, y aunque todavía me cité alguna vez más con mis dos admirados amigos —pero ya con ellos dos solos y por la zona del Barrio de Salamanca, que era donde Antonio y un servidor vivíamos, pues creo que Mariano ya había cerrado la tienda (pero no estoy seguro)—, la última vez que los vi personalmente creo que fue en el año 90 o 91. Nos reunimos los tres en la cervecería Cruz Blanca (sita en el cruce de las calles Goya y Alcalá) y estuvimos hablando de Moebius (y de la "insana" influencia que sobre él ejerció Jodorowsky), de la noche que Antonio pasó metido en una furgoneta con Milo Manara, hablando de arte y de tebeos (no recuerdo si fue en un festival de Lucca o de Barcelona), y de otras muchas cosas más. El maestro andaba preparando, por entonces, sus volúmenes sobre Colón —para la colección del Quinto Centenario del Descubrimiento de América que dirigió Pedro Tabernero— y recuerdo que se quejó de lo mal que iban las cosas, pues cada vez tenía menos trabajo. Y es que, ciertamente, el declive del boom tebeístico experimentado en los años 70 y 80 ya campaba con todas sus fuerzas.
Después de aquella cita, a Mariano no volví a verlo más. Con Antonio aún hablé por teléfono en diversas ocasiones. De hecho, en una de ellas me pidió el favor de conseguirle algo de documentación sobre los barcos de Colón (puesto que mi media naranja tenía acceso a un importante centro oficial del Ministerio de Defensa, antiguo Ministerio de Marina, que disponía de una biblioteca especializada acojonante). Pero aunque reuní algo de material, lo cierto es que no llegamos a vernos. Y tampoco volvimos a hablar. ¡Qué cosa más curiosa es la desidia humana! Cuando tiempo después me enteré de su muerte, en el año 2000 me arrepentí profundamente de no haber vuelto a llamarle, aunque sólo hubiera sido para seguir sabiendo qué era de su vida y qué hacía (pues estuvo trabajando hasta el final, como todos ustedes saben). Y lo mismo me ocurrió con Mariano. Pero yo ya estaba muy alejado del mundo de los tebeos. Además, debo decir en mi defensa —si es que de algo vale eso ahora— que la preocupación por no molestar, por no ser "mosca cojonera" —sentimiento que fue in crescendo a medida que el tiempo iba pasando sin que nos viésemos— fue decisivo para que no volviera a ponerme en contacto con ninguno de los dos. Ahora me arrepiento de nuevo, pero ya es demasiado tarde, claro.
Bueno. Y esto es lo que deseaba contarles. Mi intención al sincerarme aquí era dejar un testimonio algo más personal que la habitual necrológica. Un testimonio que, a la vez, pudiera servir para que todos ustedes, amables lectores, conozcan un poco mejor al pionero que tanto hizo por la divulgación, el estudio y el reconocimiento del tebeo en España, y al hombre que me proporcionó una de las mayores alegrías recibidas en mi adolescencia. Aunque ya puestos, les haré otra confesión: con la muerte de Mariano Ayuso —como ya ocurrió antes con la de Antonio Hernández Palacios (dos nombres que yo siempre he recordado juntos)— no sólo he vuelto a revivir viejos recuerdos que me hacen sentir cada vez más viejo, sino que también he visto más claro que se acabó para siempre toda una época de mi vida. Una de las más felices, por cierto, pues estaba llena de esperanzas e ilusiones.
Marianus, sit tibi terra leuis!
Mariano junto a Salvador Vázquez de Parga (en la foto original de la que proviene la que
abre esta entrada, ambas pertenecientes a Joan Navarro, de cuyos blogs las he obtenido)
Puesto que en otros blogs donde se ha dado noticia de su desaparición ya han aparecido oportunas reseñas biográficas, destacando su trayectoria profesional y el carácter pionero de su labor divulgativa y crítica en torno a los tebeos (por ejemplo aquí o aquí), yo preferiría enfocar la mía desde un punto de vista más íntimo, privado y subjetivo, poniendo por escrito para todos ustedes algunos recuerdos que acuden a mi memoria —algo confusos, en ocasiones, todo sea dicho, por el paso del tiempo— al recordar ahora de nuevo su persona.
Como ya he dicho en alguna ocasión, conocí al bueno de Mariano a mediados de los años 80 del pasado siglo —concretamente en la primavera-verano del año 1984—, al mismo tiempo que hacía lo propio con mi admirado Antonio Hernández Palacios, de quien el primero fue uno de sus grandes amigos y confidentes, además de principal defensor-divulgador de su obra en todo momento y ocasión que hubiera. Por entonces, Mariano ya era el reconocido y prestigioso crítico, teórico y divulgador de tebeos español que todos conocemos, y además regentaba su conocida librería de la calle Gaztambide número 20 (llamada Totem Comics Shop y posteriormente rebautizada como Camelot), en la que tuve la fortuna de conocerle a él y al maestro madrileño.
Grupo de ilustres españoles en el XIV Salón de Lucca, del año 1980. De izquierda a derecha:
Mariano, Antonio, editores de Ikusager (creo que el primero es Ernesto Santolaya) y
Mariano, Antonio, editores de Ikusager (creo que el primero es Ernesto Santolaya) y
Víctor de la Fuente (de pie) (fuente: Sunday, nº 9, 1981, p. 47)
Durante aproximadamente dos años mantuve un contacto bastante fluido (semanal) con él y con parte de su círculo familiar, laboral y de amistades, pues acudía a las citas que todos los sábados por la mañana (en ocasiones también algún viernes por la tarde) reunían en una cervecería cercana al propio Mariano, a Antonio y a otro grupo de amigos que se dedicaban a charlar de lo divino y de lo humano —más de lo segundo que de lo primero, también es verdad—, y no siempre, necesariamente, de tebeos. Uno de los más fieles era José María Bravo, aunque también recuerdo haber visto alguna vez por allí a Moncho Cordero, a Ramoncín, a Carlos Giménez, a Chiqui de la Fuente... En una ocasión, incluso, tuve la fortuna de pasar toda una mañana con Antonio y ese otro gran maestro que fue Alberto Breccia. ¡Imagínense ustedes la sensación de vértigo y respeto que me embargó entonces —joven adolescente como yo era— al verme rodeado por esos dos monstruos de la historieta! Con emoción y arrobo estuve escuchándoles mientras guardaba un prudente silencio. Fue entonces, también, cuando conocí a la mujer de Mariano y a su hija (dos "ángeles" ellas), así como a Javier, el chaval que tenían contratado en la tienda, al que traté bastante y con el que mantuve una muy buena relación durante aquel tiempo.
Antonio Hernández Palacios y Carlos Giménez en Totem
Guardo gratísimos recuerdos de esos días, ya lejanos, pues casi todas las personas que conocí entonces no sólo resultaron ser muy accesibles y cercanas, sino que se comportaron de manera muy comprensiva con este joven aprendiz de brujo que deseaba ser historietista y tenía su vista y sus aspiraciones artísticas puestas nada menos que en el gran Antonio Hernández Palacios (por el que sentía entonces verdadera devoción). Mariano, además, era muy jovial y recuerdo que siempre se mostró bastante cercano e incluso paternal conmigo.
Simpática caricatura de Mariano (realizada por Chiqui de la Fuente)
Pero lo que más contribuyó durante aquel tiempo de esperanza, ilusiones, expectativas y sueños a hacerme pensar que podía alcanzar mi objetivo de convertirme en dibujante de historieta profesional e introducirme en ese mundo que me apasionaba fue cierto proyecto que mi homenajeado tenía en mente y que debía venir acariciando desde hacía tiempo. Consistía éste en proporcionar un ayudante a Antonio o bien crear una especie de grupo de trabajo en torno a él, con la idea de que su ingente obra no se perdiera y pudiera ser continuada, incluso, tras el fallecimiento de éste. El objetivo, desde luego, no era baladí, ni carecía de sentido, dada la enorme envergadura de las empresas que siempre proyectó el genial artista madrileño. Así es que, tomando como modelo a los clásicos y prestigiosos cartoonists norteamericanos de la época clásica —y así me lo dijo más de una vez Mariano—, había pensado que no sería mala idea poner a un chaval joven a trabajar junto al maestro para que, a modo de los antiguos aprendices, se fogueara con él y aprendiera el oficio, al tiempo que le ayudaba a sacar adelante su ingente tarea —por aquellos años Antonio producía una media de tres o cuatro álbumes (y podría haber hecho más, en caso de verse auxiliado)— y se iba afianzando la posibilidad de crear una "escuela" capaz de continuar con sus obras de la manera más digna posible.
Alex Raymond con su ayudante de la época Rip Kirby (Ray Burns) en 1949: eran otros
tiempos y otra tradición (por cierto: disculpen ustedes lo que de presuntuoso
pueda tener la comparación, sobre todo por Burns y yo mismo)
tiempos y otra tradición (por cierto: disculpen ustedes lo que de presuntuoso
pueda tener la comparación, sobre todo por Burns y yo mismo)
Lo cierto es que pensaron en un servidor —ignoro si hubo alguna vez otros candidatos—, y que hablé de ello con Mariano bastantes veces, pues yo le insistía en el tema como si no terminara de creerme lo que me estaba pasando. También le pegué una buena barrila al paciente y joven Javier, preguntándole si él —que conocía mucho mejor que yo al fautor de la idea— pensaba que había posibilidades de que la cosa fuera cierta y factible. De hecho, el mismo Antonio llegó a saberlo todo y creo que tomó bastante en consideración dicha propuesta —al menos eso pensé yo—, pues me hablaba con mucha ilusión de cómo era su estudio de Recoletos (que aún tenía abierto, aunque no tardaría demasiado tiempo en cerrarlo), de lo que me encontraría allí cuando fuera, de libros y cuadros que tenía en su casa y que podíamos ver cuando pasara por ella... En definitiva: una idea que parecía ir tomando forma a medida que se repetían rutinariamente esas extraordinarias reuniones matinales sabatinas. Me acuerdo, asimismo, de que el maestro llegó a ofrecerse como mediador ante mi padre, en el caso de que éste no viera con buenos ojos mi dedicación a eso de los tebeos. ¡¡Pobre padre mío!! ¡¡Él, que nunca se opuso a dicha posibilidad (de hecho dibujaba muy bien) y que siempre iba mostrando con orgullo, a todo el mundo, los dibujos de su retoño!!
La página editorial del primer número de Sunday, la célebre revista
creada y dirigida por Mariano Ayuso en 1976
En fin, Serafín... ¡¡Qué tiempos y cuántos recuerdos!! Pero bien fuera porque yo no insistí demasiado —siempre he sido prudente en exceso y ello me ha perdido en más de una ocasión: ¿me creerán si les digo que, a pesar de esta relación, nunca reuní el valor suficiente para pedirle un dibujo a Antonio (y le vi hacerlos delante de mí y en servilletas de la cervecería donde nos reuníamos)?—, bien porque no era el momento, bien porque el maestro ya era algo mayor y no tenía ganas de seguir adelante, bien porque se trataba de una práctica que no era nada frecuente en nuestro país —aquí los historietistas no han sido nunca tan importantes como para formar aprendices o crear escuelas efectivas—, lo cierto es que pasó el tiempo sin concretarse nada y a un servidor le llegó el momento de servir a la patria. Y como por entonces no tenía ocupación académica —pues había dejado mis estudios para dedicarme al dibujo (para que vean si mis padres fueron comprensivos)—, ni disponía de familia a mi cargo, ni tuve la buena suerte de salir "excedente de cupo", pues me vi obligado a marchar a la milicia. Y en ella anduve durante quince meses —que no recuerdo como los mejores de mi vida, precisamente—, pues en el sorteo salí destinado a la Armada (en donde se prestaba más tiempo de servicio). En cualquier caso, al acabar esa etapa las cosas habían cambiado ya mucho: durante el servicio militar no tuve casi oportunidad de seguir manteniendo contacto con Mariano, Antonio y la gente que había conocido en Totem. Además, precisamente por entonces encontré a mi media naranja, una nibelunga maravillosa que aún sigue aguantándome y que soporta con estoicismo mis despilfarros mensuales en libros, tebeos y otras cosas por el estilo (que, todo sea dicho, luego ella también disfruta, pese a las protestas). ¡¡Ya ven ustedes, dicen que la mayoría de los pelusines pierden la novia cuando hacen la mili, pero un servidor la encontró entonces!!
Primera página editorial de Sunday con el nuevo formato, en el que aparecía
un soberbio retrato de Mariano, dibujado por el malogrado Pepe González
Seguí dibujando, publiqué algunos trabajos esporádicamente y vi también, muy de vez en cuando, a Mariano y Antonio. Pero ya no se volvió a hablar de aquel tema que acariciamos durante un tiempo. Yo tampoco me atreví a retomarlo. Ignoro si para entonces (años 86, 87, 88...) Antonio ya había cerrado su estudio. La verdad, no me acuerdo. Lo cierto es que cada vez me fui alejando más del mundo de la historieta para volcarme en los estudios, que había dejado abandonados en su momento. Compaginar la carrera con el dibujo se me hizo imposible, y aunque todavía me cité alguna vez más con mis dos admirados amigos —pero ya con ellos dos solos y por la zona del Barrio de Salamanca, que era donde Antonio y un servidor vivíamos, pues creo que Mariano ya había cerrado la tienda (pero no estoy seguro)—, la última vez que los vi personalmente creo que fue en el año 90 o 91. Nos reunimos los tres en la cervecería Cruz Blanca (sita en el cruce de las calles Goya y Alcalá) y estuvimos hablando de Moebius (y de la "insana" influencia que sobre él ejerció Jodorowsky), de la noche que Antonio pasó metido en una furgoneta con Milo Manara, hablando de arte y de tebeos (no recuerdo si fue en un festival de Lucca o de Barcelona), y de otras muchas cosas más. El maestro andaba preparando, por entonces, sus volúmenes sobre Colón —para la colección del Quinto Centenario del Descubrimiento de América que dirigió Pedro Tabernero— y recuerdo que se quejó de lo mal que iban las cosas, pues cada vez tenía menos trabajo. Y es que, ciertamente, el declive del boom tebeístico experimentado en los años 70 y 80 ya campaba con todas sus fuerzas.
Tres imágenes de Mariano, acompañado de otros tantos maestros de la historieta:
arriba con Burne Hogarth, en el centro con Joe Kubert y sobre estas líneas
charlando con Iranzo (izquierda) y Antonio Lara
Después de aquella cita, a Mariano no volví a verlo más. Con Antonio aún hablé por teléfono en diversas ocasiones. De hecho, en una de ellas me pidió el favor de conseguirle algo de documentación sobre los barcos de Colón (puesto que mi media naranja tenía acceso a un importante centro oficial del Ministerio de Defensa, antiguo Ministerio de Marina, que disponía de una biblioteca especializada acojonante). Pero aunque reuní algo de material, lo cierto es que no llegamos a vernos. Y tampoco volvimos a hablar. ¡Qué cosa más curiosa es la desidia humana! Cuando tiempo después me enteré de su muerte, en el año 2000 me arrepentí profundamente de no haber vuelto a llamarle, aunque sólo hubiera sido para seguir sabiendo qué era de su vida y qué hacía (pues estuvo trabajando hasta el final, como todos ustedes saben). Y lo mismo me ocurrió con Mariano. Pero yo ya estaba muy alejado del mundo de los tebeos. Además, debo decir en mi defensa —si es que de algo vale eso ahora— que la preocupación por no molestar, por no ser "mosca cojonera" —sentimiento que fue in crescendo a medida que el tiempo iba pasando sin que nos viésemos— fue decisivo para que no volviera a ponerme en contacto con ninguno de los dos. Ahora me arrepiento de nuevo, pero ya es demasiado tarde, claro.
Mariano (segundo por la derecha) con unos amigos en el Encuentro Internacional de la Historieta
celebrado en Méjico, en 1981. El que está a su izquierda es Carlos Giménez
Bueno. Y esto es lo que deseaba contarles. Mi intención al sincerarme aquí era dejar un testimonio algo más personal que la habitual necrológica. Un testimonio que, a la vez, pudiera servir para que todos ustedes, amables lectores, conozcan un poco mejor al pionero que tanto hizo por la divulgación, el estudio y el reconocimiento del tebeo en España, y al hombre que me proporcionó una de las mayores alegrías recibidas en mi adolescencia. Aunque ya puestos, les haré otra confesión: con la muerte de Mariano Ayuso —como ya ocurrió antes con la de Antonio Hernández Palacios (dos nombres que yo siempre he recordado juntos)— no sólo he vuelto a revivir viejos recuerdos que me hacen sentir cada vez más viejo, sino que también he visto más claro que se acabó para siempre toda una época de mi vida. Una de las más felices, por cierto, pues estaba llena de esperanzas e ilusiones.
Marianus, sit tibi terra leuis!
Anuncios promocionales de la tienda de Mariano para las dos etapas por las que ésta atravesó (publicados, respectivamente, en los números 6 y 15-16 de Sunday). ¿Conocen al autor del segundo? Claro que sí, ¿verdad?
¡Que Wotan les sea propicio en este viernes 13!
Yo sólo conocía a Mariano Ayuso a través de los correos de "la espada salvaje de Conan". Pero está claro que debió ser una persona interesante, una pena su pérdida.
ResponderEliminarPor cierto, a ver si subes algún dibujo tuyo algún día, que si ibas a aser el ayudante de Hernández Palacios es que tenías que se bueno...
Hola PEDRO, buenos días. Gran tipo, Mariano, sí señor. Muy afable y cercano, y gran amigo de sus amigos. Hizo todo lo que pudo y más para promocionar la obra de Hernández Palacios (en sus revistas, en los salones internacionales, en la tienda, etc.). De ahí, también, la iniciativa de la que hablo, y en la que había pensado con la única intención de que la magna obra del artista madrileño no durmiera el sueño de los justos (como ocurre, más o menos, en la actualidad).
ResponderEliminarEn cuanto a mi capacidad gráfica, bueno... Debo decirte que, sobre todo, había conseguido asimilar bastante bien el opulento y barroco estilo de Antonio, aunque se dieran lógicas (y grandes) diferencias de calidad. Y no sólo porque él gozaba por entonces de una larguísima trayectoria profesional, llena de experiencia, que yo no podía igualar en absoluto, sino porque además era un extraordinario y talentoso dibujante. Pero vamos, creo que fue mi capacidad "mimética", el modo en que había asumido la maniera palaciega, lo que pudo llamarles la atención.
De todas formas me gustaría precisar una cosa (aunque ya lo insinúo en la entrada): tampoco es que hicieran una selección o una especie de casting previo, que conste (al menos yo no tengo constancia de ello). Era un proyecto informal que el bueno de Mariano acariciaba --pensando en la supervivencia y continuidad de la ingente obra creada por Antonio--, y del que se habló a menudo, pero sin llegar a tomar decisiones concretas (como bien quedó demostrado finalmente).
Como le dije a LUIS GUARAGNA en la entrada sobre la nueva edición de The Cisco Kid, a ver si tengo algo de tiempo y saco del baúl de los recuerdos algún dibujillo para colgarlo y certificar lo dicho en esta entrada...
¡Snif! ¡Qué de recuerdos...!
Cómo ya dije: un recuerdo para Mariano y su familia. También tengo buenos recuerdos de las reuniones de los viernes, la tertulia de los "aviadores republicanos" y muchas más cosas.
ResponderEliminarUn recuerdo, Mariano.
Hoy e sido capaz de poder mirar algo sobre mi padre, todavía no ha pasado el tiempo suficiente para que mis ojos sean capaces de hablar de mi familia, los perdí a los dos, mi madre primero, de eso hace ya dos año, y mi padre dejo de tener ganas de vivir,como habeís comentado todos sus grandes amigos ya no estaban como Hernadez Palacios, Chiqui de la fuente y los que se quedarón, se olvidarón un poco de el, pero en fin esto es la vida Yo soy su "angel" pequeño, me encanta todo lo que habeís escrito sobre mi padre, era ecepcional como hombre y padre, a mi me a dejado un legado grandisimo, en su forma de hacer amigos y luchar por su gran locura el COMIC, seguramente os conocere a todos por pasar en algun momento por TOTEM o Camelot. Un saludo a todos y mil gracias.
ResponderEliminarPor el placer de haber coincidido con el, en esta vida!!!
Natalia Ayuso
Hola Natalia. Me alegro de que estés saliendo de la peor etapa que toda persona atraviesa después de perder a un ser tan querido. Y también es una satisfacción para mí que la entrada de este Nibelheim haya servido para consolarte en lo posible, al reconocer los méritos de tu padre y el cariño que despertó en muchos de nosotros.
ResponderEliminar¡Ánimo y adelante!
Permíteme que te mande un beso (virtual, claro).
Hoy, terminando 2014, acabo de enterarme de esta triste noticia. Tuve el placer de que contestara dos de mis cartas en La Espada Salvaje. Lo hizo con suma educación y cierto cariño, ya que yo era apenas un niño y se debía notar en aquellas cartas escritas a mano. El mítico Osuya! DEP.
ResponderEliminar