OTRO libro más (¡¡y van ocho!!) de la maravillosa edición caldiana de Prince Valiant y una nueva alegría que se lleva este servidor de ustedes en medio de tanta mala noticia económica y política. Las razones son evidentes y muchas de ellas ya las conocen: sigue adelante, pese a los obstáculos de todo tipo, la mejor edición de PV realizada nunca en blanco, negro y grises; continuamos disfrutando de una etapa única en el arte de Foster (los años 50 también fueron de rechupete); vamos a tener en nuestras vitrinas un nuevo volumen con la mejor restauración de línea y negro que se haya hecho nunca de esta joya del Noveno Arte; la calidad del producto no ha descendido un ápice a pesar del tiempo transcurrido entre números (bueno, si acaso la presencia de algún pequeño fallo que mencionaré inmediatamente, pero que no empaña el magnífico resultado global) y el precio de venta al público —algo tan importante en estos días de crisis— tampoco ha aumentado; el editor sigue con la ilusión y la fuerza suficientes para no cejar, de modo que piensa seguir adelante, pese a los obstáculos... ¿Pero será así por siempre...? Por tal motivo hay que apoyarle, siempre que se pueda. Hagan el favor de no olvidarlo.
Este nuevo volumen, que abarca la producción fosteriana correspondiente a los años 51 y 52, se subtitula Los hijos de Odín, en referencia a que la mayor parte de la acción se desarrolla en tierras nórdicas o tiene que ver con hombres procedentes de estas regiones. La elección queda justificada también porque la "cuestión religiosa" adquiere en esta parte de la saga una importancia considerable y un relieve característico, hasta el punto de plantearse en el guión —por primera vez y de una manera expresa— cierta dialéctica de enfrentamiento entre paganismo y cristianismo, que Foster acaba dilucidando a favor del segundo. Nos encontramos, como ya ocurrió en el libro anterior, con el material producido en uno de los momentos álgidos del arte de Foster. Su etapa más equilibrada y madura, dentro de una evolución generalizada y progresiva que siempre tuvo en ambas características y en la excelencia máxima su razón de ser y fue marca de fábrica. No olvidemos, en este sentido, que el artista llegó al medio historietístico cuando ya acumulaba tras de sí un amplio bagaje profesional. El dibujo, como en años precedentes, sigue siendo extraordinario y la serie continúa sumando enteros en madurez y verdad dramática, pues Foster ya la tenía por aquel tiempo suficientemente rodada y controlaba a la perfección el desarrollo de las situaciones y la construcción de los personajes que las protagonizan. Además, aún estaba bien lejos de esos primeros apuntes de "decadencia" —si se nos permite la expresión— que empezarían a detectarse en la década de los 60, por motivos lógicos derivados de la edad del autor.
A nivel narrativo el guión se serena un poco y, sobre todo en el año 1952, aparecen en el relato una serie de racconti que sirven no sólo para dar un respiro al lector sino, sobre todo, para aliviar un tanto la carga de trabajo que debía soportar Foster (quien, de este modo, se ahorraba tener que dibujar nuevas viñetas completas y crear novedosas líneas argumentales). Entre los seguidores actuales de Prince Valiant habrá quien, llevado por la sensación que produce leer de corrido y en poco tiempo unas páginas que aparecieron publicadas a lo largo de semanas, encuentre molesto e inadecuado este recurso narrativo que Foster empleó otras veces, por lo que tiene de repetir cosas que ya sabemos y que se leyeron unos pocos libros atrás. Pero tales detractores han de tener en cuenta —como bien recuerda Rafael Marín en el artículo de cierre de este nuevo volumen— que esta especie de flashbacks utilizados por Foster aparecen, en ocasiones, hasta quince años después de los acontecimientos que se narran en ellos, de modo que la sensación de repetición que experimentamos nosotros hoy día al poder leer Prince Valiant sin tener que esperar de una semana a otra, no fue la que percibieron los lectores de periódicos para los que Foster realizó su serie originalmente. Son, además, hermosos momentos llenos de épica los que Foster retoma —la reconquista de Thule y la expulsión del usurpador Sligon, el asalto de Andelkrag por los hunos...— utilizando, para ello, un recurso literario que han explotado otros muchos autores, desde Miguel de Cervantes a Umberto Eco: el del cronista cuyo texto original es encontrado y posteriormente utilizado por el autor como base de su historia. En este caso dicho cronista es el joven Geoffrey Arf quien, por una serie de terribles adversidades, deberá renunciar definitivamente a ser caballero, convirtiendose en historiador y biógrafo privado de Val. Gesto que el propio Foster le agradece explícitamente en la viñeta 5ª de la plancha nº 754, lanzando así un guiño al espectador y dando mayor verosimilitud "histórica" al personaje creado por él.
No voy a detenerme demasiado en loar, de nuevo, todas las excelencias de esta edición —que se repiten respecto de anteriores volúmenes—, pero sí me gustaría destacar dos o tres aspectos que siguen llamándome poderosamente la atención, y que permanecen invariables desde el primer número. El primero de ellos es la pasmosa nitidez (¡verdaderamente alucinante!) que Caldas consigue en sus restauraciones y la magnífica impresión de las planchas: se ve absolutamente hasta la última línea en cada una de las viñetas, lo cual tiene una trascendencia de primer orden en esta primorosa obra. Es cierto que la auténtica perfección sólo llegaría con la presencia del color, mas no cabe duda de que Caldas ha conseguido acercarse a ella lo más posible, ¡aunque haya sido en blanco, negro y grises! En segundo lugar, y aunque reconozco que se trata de una opinión polémica, también querría destacar el acierto de mantener las tramas de gris que, más allá de gustos personales, contribuyen decisivamente a dar mayor fuerza a los dibujos en esta edición en blanco y negro y a mejorar el aspecto general de los mismos. Por último me gustaría fijar la atención en el tamaño a que reproduce Caldas el trabajo de Foster —el mayor de todos—, que nos permite tener (en español) la edición más grande de cuantas pueden encontrarse ahora mismo en el mercado (si exceptuamos algunos lujosos experimentos como la parcial Camelot Edition de Bocola, por ejemplo).
Para facilitar el seguimiento de la historia y "refrescar" la memoria de los lectores, nuestro editor favorito incluye también en este volumen, como ya hizo en el precedente, una primera página introductoria compuesta con viñetas de las penúltimas planchas del año 50, así como la correspondiente al último día de ese mismo año, que se reproduce completa como página 2 de este nuevo libro. No hay excusas, por tanto, para poder retomar fácilmente el hilo de las aventuras principescas allí donde se quedó el pasado año y ponerse al día enseguida.
A diferencia de los anteriores números —donde parecía incuestionable la unanimidad del juicio positivo entre los seguidores de la edición—, da la sensación, a juzgar por algunas opiniones críticas vertidas en ciertos foros especializados, de que este nuevo volumen ha despertado mayor cantidad de opiniones críticas o adversas. La causa ha sido la impresión a color de la celebérrima plancha 828, en que un druida (sic) —y esta es otra licencia histórica más de las que se tomó Foster, pues los pueblos germánicos y nórdicos no conocieron esta figura religiosa, tan sólo propia de los celtas— le revela a Val, a través de una visión, los viejos mitos de la mitología germánica, después de haberle dado un bebedizo convenientemente preparado para este tipo de ocasiones. La mayoría de las quejas han consistido en señalar que la presencia de esta plancha coloreada rompe la homogeneidad del conjunto en una edición en blanco y negro. Yo, particularmente, creo que la decisión de Caldas es del todo acertada y que la inclusión de tal plancha en este volumen adquiere todo su sentido cuando recordamos que es una de las más paradigmáticas a la hora de hablar del color en PV, ya que éste juega aquí un papel fundamental para la inteligibilidad de la misma. Ese fondo con los elementos de la mitología germánico-escandinava introducidos por Foster en el que aparecen Wotan (otra licencia más de nuestro autor, ya que el padre de los dioses escandinavos se llamaba Odín), las valquirias en plena cabalgada, Thor/Donner golpeando a sus enemigos, etc.) no existiría si no hubiese color pues, tal como permite apreciar el original de la plancha que Caldas (acertadamente) ha incluido en la contracubierta, si no existiera ese color todos esos elementos simplemente no podrían reproducirse, salvo que se manipulara la copia añadiendo trama de diferentes tonalidades (lo que no sería ético, todo sea dicho). Sin embargo, al incluir la plancha en color se da una información vital. Yo entiendo perfectamente la decisión de Manuel y la aplaudo. En cuanto a quienes ven en ella una incoherencia que rompe la homogeneidad de la edición, recordarles que ya se avisó de su inclusión en el primer volumen (tal como se recuerda aquí) y que es algo parecido —salvando las distancias, claro— al caso de aquellos libros ilustrados que todos hemos visto, en los que junto a ilustraciones en blanco y negro aparecían algunas otras en color. Y no pasaba nada, hombre.
Como únicos "peros" a la edición se podría señalar la presencia de numerosas erratas (he detectado, por ejemplo, una frecuente ausencia de la preposición "a"), el olvido de traducir el título de la plancha 766 (ignoro si la conservación de la grafía inglesa —Prince Valiant— se ha debido a alguna limitación técnica que desconozco) y algunas construcciones sintácticas algo extrañas o forzadas, que no sé si están en la traducción original de Marín. Por ejemplo: "Nosotros mismos hicimos Andelkrag desmoronarse en llamas" (p. 816, viñeta 1ª). O esta otra: "y cómo entró solo las puertas que miles de hunos feroces no lograban abatir" (p. 814, viñeta 1ª). Pero dejando aparte estos pequeños fallos, todo vuelve a ser de muchos quilates. No dejará de haber, entre mis lectores, quien se diga: "este tío es siempre la mar de comprensivo con los fallos que detecta en las ediciones de Caldas". Bueno, sí, es cierto, no lo puedo negar. Para empezar porque suelen ser pocos, pero es que, además, creo que hay razones objetivas para serlo. ¿No me comporté, asimismo, con bastante comprensión en el caso de la edición realizada por Planeta DeAgostini, y lo merecían menos que nuestro portugués? Y es que, en el fondo, fíjense ustedes en qué condiciones la está realizando: con ayuda de familiares y amigos, luchando contra las adversidades relacionadas con los derechos de explotación del personaje, sacando tiempo de donde puede y perdiendo, incluso, dinero en algunas ocasiones. ¿No vamos a ser comprensivos porque haya algunas erratas (aunque estemos obligados a mencionarlas)?
Al hacer el balance final caemos en la cuenta de que todo son ventajas cuando compramos algún volumen del Prince Valiant caldiano. Extraordinaria restauración de las planchas, magnífica impresión (nitidísima como ninguna hasta la fecha), buena traducción, estupenda rotulación, sensacional tamaño... Incluso lo que, en un principio, parecía ser un hándicap —el envío por correo— ha terminado siendo un mero trámite que apenas tiene importancia, pues el bueno de Manuel se ha convertido en todo un experto de estas lides y te hace unos paquetes impresionantes, casi perfectos, con los que difícilmente pueden sufrir daño los libros. Además, utiliza material de la mejor calidad. Y, si no, recordemos por ejemplo esa copia (a tamaño original) de la sensacional viñeta en que Val es armado caballero por el rey Arturo, que ha venido incluida en los paquetes de los primeros 100 peticionarios de este nuevo volumen titulado Los hijos de Odín. ¿Se puede pedir más?
En fin, Serafín. ¿Quieren que les haga una confesión? Cada vez que veo los libros de esta edición del Príncipe Valiente no puedo dejar de pensar en la suerte que tienen aquellos lectores que se acercan, por vez primera y a través de ella, a esta obra maestra del Noveno Arte. Descubrir, viñeta a viñeta, como algo novedoso todas las vicisitudes y aventuras por las que Foster hizo pasar a sus personajes, y hacerlo con esta bellísima edición debida a Manuel Cladas debe de ser, sin duda, una de las mejores experiencias lectoras (y visuales) que pueda tener un ser humano al que le gusten los buenos tebeos de toda la vida. ¡Qué envidia, novatillos...!
Este nuevo volumen, que abarca la producción fosteriana correspondiente a los años 51 y 52, se subtitula Los hijos de Odín, en referencia a que la mayor parte de la acción se desarrolla en tierras nórdicas o tiene que ver con hombres procedentes de estas regiones. La elección queda justificada también porque la "cuestión religiosa" adquiere en esta parte de la saga una importancia considerable y un relieve característico, hasta el punto de plantearse en el guión —por primera vez y de una manera expresa— cierta dialéctica de enfrentamiento entre paganismo y cristianismo, que Foster acaba dilucidando a favor del segundo. Nos encontramos, como ya ocurrió en el libro anterior, con el material producido en uno de los momentos álgidos del arte de Foster. Su etapa más equilibrada y madura, dentro de una evolución generalizada y progresiva que siempre tuvo en ambas características y en la excelencia máxima su razón de ser y fue marca de fábrica. No olvidemos, en este sentido, que el artista llegó al medio historietístico cuando ya acumulaba tras de sí un amplio bagaje profesional. El dibujo, como en años precedentes, sigue siendo extraordinario y la serie continúa sumando enteros en madurez y verdad dramática, pues Foster ya la tenía por aquel tiempo suficientemente rodada y controlaba a la perfección el desarrollo de las situaciones y la construcción de los personajes que las protagonizan. Además, aún estaba bien lejos de esos primeros apuntes de "decadencia" —si se nos permite la expresión— que empezarían a detectarse en la década de los 60, por motivos lógicos derivados de la edad del autor.
A nivel narrativo el guión se serena un poco y, sobre todo en el año 1952, aparecen en el relato una serie de racconti que sirven no sólo para dar un respiro al lector sino, sobre todo, para aliviar un tanto la carga de trabajo que debía soportar Foster (quien, de este modo, se ahorraba tener que dibujar nuevas viñetas completas y crear novedosas líneas argumentales). Entre los seguidores actuales de Prince Valiant habrá quien, llevado por la sensación que produce leer de corrido y en poco tiempo unas páginas que aparecieron publicadas a lo largo de semanas, encuentre molesto e inadecuado este recurso narrativo que Foster empleó otras veces, por lo que tiene de repetir cosas que ya sabemos y que se leyeron unos pocos libros atrás. Pero tales detractores han de tener en cuenta —como bien recuerda Rafael Marín en el artículo de cierre de este nuevo volumen— que esta especie de flashbacks utilizados por Foster aparecen, en ocasiones, hasta quince años después de los acontecimientos que se narran en ellos, de modo que la sensación de repetición que experimentamos nosotros hoy día al poder leer Prince Valiant sin tener que esperar de una semana a otra, no fue la que percibieron los lectores de periódicos para los que Foster realizó su serie originalmente. Son, además, hermosos momentos llenos de épica los que Foster retoma —la reconquista de Thule y la expulsión del usurpador Sligon, el asalto de Andelkrag por los hunos...— utilizando, para ello, un recurso literario que han explotado otros muchos autores, desde Miguel de Cervantes a Umberto Eco: el del cronista cuyo texto original es encontrado y posteriormente utilizado por el autor como base de su historia. En este caso dicho cronista es el joven Geoffrey Arf quien, por una serie de terribles adversidades, deberá renunciar definitivamente a ser caballero, convirtiendose en historiador y biógrafo privado de Val. Gesto que el propio Foster le agradece explícitamente en la viñeta 5ª de la plancha nº 754, lanzando así un guiño al espectador y dando mayor verosimilitud "histórica" al personaje creado por él.
No voy a detenerme demasiado en loar, de nuevo, todas las excelencias de esta edición —que se repiten respecto de anteriores volúmenes—, pero sí me gustaría destacar dos o tres aspectos que siguen llamándome poderosamente la atención, y que permanecen invariables desde el primer número. El primero de ellos es la pasmosa nitidez (¡verdaderamente alucinante!) que Caldas consigue en sus restauraciones y la magnífica impresión de las planchas: se ve absolutamente hasta la última línea en cada una de las viñetas, lo cual tiene una trascendencia de primer orden en esta primorosa obra. Es cierto que la auténtica perfección sólo llegaría con la presencia del color, mas no cabe duda de que Caldas ha conseguido acercarse a ella lo más posible, ¡aunque haya sido en blanco, negro y grises! En segundo lugar, y aunque reconozco que se trata de una opinión polémica, también querría destacar el acierto de mantener las tramas de gris que, más allá de gustos personales, contribuyen decisivamente a dar mayor fuerza a los dibujos en esta edición en blanco y negro y a mejorar el aspecto general de los mismos. Por último me gustaría fijar la atención en el tamaño a que reproduce Caldas el trabajo de Foster —el mayor de todos—, que nos permite tener (en español) la edición más grande de cuantas pueden encontrarse ahora mismo en el mercado (si exceptuamos algunos lujosos experimentos como la parcial Camelot Edition de Bocola, por ejemplo).
Para facilitar el seguimiento de la historia y "refrescar" la memoria de los lectores, nuestro editor favorito incluye también en este volumen, como ya hizo en el precedente, una primera página introductoria compuesta con viñetas de las penúltimas planchas del año 50, así como la correspondiente al último día de ese mismo año, que se reproduce completa como página 2 de este nuevo libro. No hay excusas, por tanto, para poder retomar fácilmente el hilo de las aventuras principescas allí donde se quedó el pasado año y ponerse al día enseguida.
A diferencia de los anteriores números —donde parecía incuestionable la unanimidad del juicio positivo entre los seguidores de la edición—, da la sensación, a juzgar por algunas opiniones críticas vertidas en ciertos foros especializados, de que este nuevo volumen ha despertado mayor cantidad de opiniones críticas o adversas. La causa ha sido la impresión a color de la celebérrima plancha 828, en que un druida (sic) —y esta es otra licencia histórica más de las que se tomó Foster, pues los pueblos germánicos y nórdicos no conocieron esta figura religiosa, tan sólo propia de los celtas— le revela a Val, a través de una visión, los viejos mitos de la mitología germánica, después de haberle dado un bebedizo convenientemente preparado para este tipo de ocasiones. La mayoría de las quejas han consistido en señalar que la presencia de esta plancha coloreada rompe la homogeneidad del conjunto en una edición en blanco y negro. Yo, particularmente, creo que la decisión de Caldas es del todo acertada y que la inclusión de tal plancha en este volumen adquiere todo su sentido cuando recordamos que es una de las más paradigmáticas a la hora de hablar del color en PV, ya que éste juega aquí un papel fundamental para la inteligibilidad de la misma. Ese fondo con los elementos de la mitología germánico-escandinava introducidos por Foster en el que aparecen Wotan (otra licencia más de nuestro autor, ya que el padre de los dioses escandinavos se llamaba Odín), las valquirias en plena cabalgada, Thor/Donner golpeando a sus enemigos, etc.) no existiría si no hubiese color pues, tal como permite apreciar el original de la plancha que Caldas (acertadamente) ha incluido en la contracubierta, si no existiera ese color todos esos elementos simplemente no podrían reproducirse, salvo que se manipulara la copia añadiendo trama de diferentes tonalidades (lo que no sería ético, todo sea dicho). Sin embargo, al incluir la plancha en color se da una información vital. Yo entiendo perfectamente la decisión de Manuel y la aplaudo. En cuanto a quienes ven en ella una incoherencia que rompe la homogeneidad de la edición, recordarles que ya se avisó de su inclusión en el primer volumen (tal como se recuerda aquí) y que es algo parecido —salvando las distancias, claro— al caso de aquellos libros ilustrados que todos hemos visto, en los que junto a ilustraciones en blanco y negro aparecían algunas otras en color. Y no pasaba nada, hombre.
La polémica plancha 828 (en una edición que no es la de Caldas)
y su conocida viñeta en la que el color resulta imprescindible
y su conocida viñeta en la que el color resulta imprescindible
Como únicos "peros" a la edición se podría señalar la presencia de numerosas erratas (he detectado, por ejemplo, una frecuente ausencia de la preposición "a"), el olvido de traducir el título de la plancha 766 (ignoro si la conservación de la grafía inglesa —Prince Valiant— se ha debido a alguna limitación técnica que desconozco) y algunas construcciones sintácticas algo extrañas o forzadas, que no sé si están en la traducción original de Marín. Por ejemplo: "Nosotros mismos hicimos Andelkrag desmoronarse en llamas" (p. 816, viñeta 1ª). O esta otra: "y cómo entró solo las puertas que miles de hunos feroces no lograban abatir" (p. 814, viñeta 1ª). Pero dejando aparte estos pequeños fallos, todo vuelve a ser de muchos quilates. No dejará de haber, entre mis lectores, quien se diga: "este tío es siempre la mar de comprensivo con los fallos que detecta en las ediciones de Caldas". Bueno, sí, es cierto, no lo puedo negar. Para empezar porque suelen ser pocos, pero es que, además, creo que hay razones objetivas para serlo. ¿No me comporté, asimismo, con bastante comprensión en el caso de la edición realizada por Planeta DeAgostini, y lo merecían menos que nuestro portugués? Y es que, en el fondo, fíjense ustedes en qué condiciones la está realizando: con ayuda de familiares y amigos, luchando contra las adversidades relacionadas con los derechos de explotación del personaje, sacando tiempo de donde puede y perdiendo, incluso, dinero en algunas ocasiones. ¿No vamos a ser comprensivos porque haya algunas erratas (aunque estemos obligados a mencionarlas)?
Valiente, como Caldas, luchando siempre contra los malvados y contra las adversidades
Al hacer el balance final caemos en la cuenta de que todo son ventajas cuando compramos algún volumen del Prince Valiant caldiano. Extraordinaria restauración de las planchas, magnífica impresión (nitidísima como ninguna hasta la fecha), buena traducción, estupenda rotulación, sensacional tamaño... Incluso lo que, en un principio, parecía ser un hándicap —el envío por correo— ha terminado siendo un mero trámite que apenas tiene importancia, pues el bueno de Manuel se ha convertido en todo un experto de estas lides y te hace unos paquetes impresionantes, casi perfectos, con los que difícilmente pueden sufrir daño los libros. Además, utiliza material de la mejor calidad. Y, si no, recordemos por ejemplo esa copia (a tamaño original) de la sensacional viñeta en que Val es armado caballero por el rey Arturo, que ha venido incluida en los paquetes de los primeros 100 peticionarios de este nuevo volumen titulado Los hijos de Odín. ¿Se puede pedir más?
En fin, Serafín. ¿Quieren que les haga una confesión? Cada vez que veo los libros de esta edición del Príncipe Valiente no puedo dejar de pensar en la suerte que tienen aquellos lectores que se acercan, por vez primera y a través de ella, a esta obra maestra del Noveno Arte. Descubrir, viñeta a viñeta, como algo novedoso todas las vicisitudes y aventuras por las que Foster hizo pasar a sus personajes, y hacerlo con esta bellísima edición debida a Manuel Cladas debe de ser, sin duda, una de las mejores experiencias lectoras (y visuales) que pueda tener un ser humano al que le gusten los buenos tebeos de toda la vida. ¡Qué envidia, novatillos...!
Lo peor de este volumen 8 es que te deja unas ganas terribles de tener el 9 en las manos ya.
ResponderEliminarEn cuanto a la página 828. Claro que se avisó en su momento. Lo que creo que se está cuestionando es el resultado final. Y en eso pienso que todo el mundo está en su derecho de opinar. Personalmente no acabo de tenerlo claro. Me gusta el resultado pero no me termina de convencer verla ahí. No sé. Tal vez yo habría hecho la página en tramas (aunque no fuera ético, como dices, amigo Alberich. Yo creo que sí lo es) y puesto la de color en un epílogo, ella sola.
Pero como digo, no lo término de tener claro.
Eisenherz.
Por cierto ¿cómo salió esta página en los periódicos que publicaban PV en blanco y negro?
La página en b y n sale en el libro de Pinna "Rescate emocional de un clásico" p. 48.
ResponderEliminarLo sé, lo sé. Me he explicado mal, pretendía hacer una pregunta retórica.
EliminarEisenherz.
Efectivamente: la versión en b/n de la plancha se reproduce en el libro citado de Martínez-Pinna y al verla se demuestra, nuevamente, la imprescindibilidad de presentarla en color.
ResponderEliminarEisenherz: por supuestísimo que la gente tiene derecho a opinar (faltaría más). Y eso he hecho yo "bisbo". Quizá haya podido dar otra impresión en el texto, pero lo que yo deseaba señalar allí --recordando la función básica que el color tiene en esta plancha-- es que el aspecto estético de la edición y el deseo homogeneizador que defendéis algunos --"como toda ha sido en blanco y negro vamos a dejarlo así", incluso en este caso especial--, quizá no debería hacerse primar tanto en este caso, pues nos enfrentamos a una situación de necesidad expresiva de primer orden. Por ello, ¿para qué intentar crear una "nueva" página en blanco y negro con tramas grises, cuando se puede poner la original en color, sorteando así los problemas de transmisión de mensaje que plantea dicha plancha? Yo es que veo demasiado complicado optar por otra solución y no me molesta, en absoluto, una plancha en color (necesaria, como se ha dicho) en medio de una edición toda ella en blanco y negro...
Saludetes.