SEGUIMOS prestando atención en este Nibelheim a la figura y la obra del historietista e ilustrador italiano Paolo Eleuteri Serpieri, al tiempo que nos hacemos eco de los comentarios que nuestros visitantes van haciendo al hilo de las entradas. Y así, enlazando con las dos entradas que ya le hemos dedicado a este autor en los días pasados (pueden verlas pinchando aquí y aquí), hoy deseamos someter a la consideración de todos ustedes una nueva historia realizada por el artista veneciano a comienzos de los años 80 y aparecida en otra revista española de aquella época: Mocambo, de corta trayectoria, pero interesante contenido, como se verá inmmediatamente. Nos habló de ella, si lo recuerdan, un visitante de este Nibelheim en un comentario que pueden leer pulsando aquí.
Mocambo o la aventura (como se subtituló la revista con toda intención) fue una efímera publicación más de las muchas que pulularon por los quioscos españoles en las décadas de los años 70 y 80 del siglo pasado, coincidiendo con el boom historietístico que se vivió en nuestro país por aquel tiempo y que inundó el mercado de títulos con publicaciones periódicas. ¿O quién no se acuerda aún de títulos como Totem, Comix International, 1984 (luego Zona 84), Cimoc, Cairo, K.O. Cómics, El Víbora, Creepy, Rambla, etc. Fue editada por Ediciones Metropol, un sello editorial fundado en 1983 por profesionales del sector que deseaban controlar mejor la difusión y comercialización de su obra. Al frente de todos ellos estaban el guionista Mariano Hispano y el historietista Leopoldo Sánchez que, a la postre, demostraron no tener el mismo talento para la actividad editorial que en sus respectivas profesiones, pues tanto Mocambo como otras revistas de la editorial (Metropol —que era la cabecera principal— y K.O. Comics) apenas si lograron sobrevivir un sólo año, desapareciendo en 1984 y siendo absorbidos sus autores y series por los sellos Toutain y Norma, que controlaban el mercado en la época.
Mocambo se nutrió, básicamente, de material procedente de autores españoles, argentinos e italianos. Entre las series que empezaron a publicarse en sus páginas —todas ellas inconclusas ante el abrupto cierre de la cabecera— estaban la recuperada Dan Lacombe (realizada en 1968 para la revista Spirou por Daniel Cussó y su sobrino Jordi Bernet), Show para no iniciados (de Miguel Ángel Aparicio y Leopoldo Sánchez), El último héroe (de Jordi Bernet, inspirada en la biografía del sheriff y pistolero William Matthews Tilghman), Casi en el fin del mundo (de T. Valeri y Enrique Breccia), o Nuestro hombre en Banana (de Mazzei, Trillo y Saborido), etc. Junto a las historias de continuidad se publicaron también otras cortas, y entre ellas se encontraba, precisamente, la de Serpieri que vamos a comentar aquí.
Se trata del breve relato titulado El hombre medicina, una historia que el italiano realizó a principios de los años 80 y que apareció publicada, por vez primera, en el número 2 de la revista italiana L'Eternauta (1982), con el título de Uomo di medicina y dentro de una serie titulada Storie del Far-West, que recogía trabajos que Serpieri había publicado previamente en Francia. Es un episodio de 11 páginas que luego ha sido recopilado en una reciente edición titulada I colori del West. Yo pensaba que también estaba incluida en la excelente colección Storie del West, que Grifo Edizioni dedicó al autor italiano en su momento, pero he mirado el contenido de los siete álbumes que la componen y no aparece entre las historias allí recopiladas.
Una vez más, y como ya hemos tenido ocasión de señalar en las entradas precedentes que hemos ido dedicando a Serpieri, lo que destaca por encima de todo en estas páginas es la absoluta e indiscutible perfección formal del dibujo, que brilla a grandísima e insuperable altura. Estamos ante unas planchas de belleza indiscutible, pero que no presentan la morfología habitual en una historieta, pues carecen de viñetas tradicionales debidamente delimitadas y formando calles que separen la acción. En su lugar, éstas han sido sustituidas por preciosas ilustraciones, llenas de detalles y con una composición impecable, que se superponen una encima de otra (hasta en tres ocasiones a veces) para marcar así la acción narrativa y los diversos momentos de la historia. Esta circunstancia, a mi entender, acentúa aún más esa cierta rigidez o frialdad tan característica de Serpieri. Una solemnidad o academicismo derivados, pienso yo, de la perfección formal a la que ya me he referido. Es muy destacable, también, el marcado carácter documentalista —casi etnográfico— de las viñetas y la puesta en escena, que siempre está muy cuidada por el dibujante italiano. Se percibe una clara voluntad preciosista en el dibujante y una preocupación por mantener la integridad absoluta de sus viñetas-ilustraciones, como lo demuestra, por ejemplo, el hecho de haber numerado la plancha quinta poniendo el cuadradito del número en una zona sin dibujo en medio de la viñeta, en lugar de colocarlo en la parte inferior derecha, tapando parte del negro de la camisa del soldado, como habría sido lo normal. Si hubiera que destacar algo negativo —y resulta difícil, dado el impresionante trabajo realizado por Serpieri— yo señalaría la presencia de algún fallo de raccord (por ejemplo, en la viñeta primera de la plancha sexta el indio protagonista va con estribos, mientras que en la siguiente estos ya no aparecen, lo que es más lógico tratándose de un jinete indígena, pues no lo utilizaban), aunque no tiene la menor importancia, viendo el apabullante trabajo de conjunto. ¿O serían ustedes capaces de reprochar una nimiedad así a Serpieri, después de lo que dibujó aquí...?
En cuanto al guión (obra de Raffaele Ambrosio) nos encontramos con una orientación que se posiciona claramente a favor de los indígenas, siguiendo así la estela de una corriente revisionista y de dignificación de los indios que se produjo dentro del género —tanto en la historieta como en el cine— a partir de los años 50-60 (Sgt. Kirk, Teniente Blueberry, etc.), y que habría de continuarse en epígonos de los años 70-80 tan ilustres como Buddy Longway (de Derib), Jonathan Cartland (de Harlé y Blanc-Dumont), Ken Parker (de Giancarlo Berardi e Ivo Milazzo), o las diferentes historias cortas y muy politizadas que realizó Luis García en su impactante Etnocidio, por citar sólo unos cuantos ejemplos.
Y eso es todo lo que tenía que decirles. Pasen, pulsen en las páginas para ampliar, vean y admiren el arte del mejor Serpieri. La cosa merece la pena (de verdad).
Mocambo o la aventura (como se subtituló la revista con toda intención) fue una efímera publicación más de las muchas que pulularon por los quioscos españoles en las décadas de los años 70 y 80 del siglo pasado, coincidiendo con el boom historietístico que se vivió en nuestro país por aquel tiempo y que inundó el mercado de títulos con publicaciones periódicas. ¿O quién no se acuerda aún de títulos como Totem, Comix International, 1984 (luego Zona 84), Cimoc, Cairo, K.O. Cómics, El Víbora, Creepy, Rambla, etc. Fue editada por Ediciones Metropol, un sello editorial fundado en 1983 por profesionales del sector que deseaban controlar mejor la difusión y comercialización de su obra. Al frente de todos ellos estaban el guionista Mariano Hispano y el historietista Leopoldo Sánchez que, a la postre, demostraron no tener el mismo talento para la actividad editorial que en sus respectivas profesiones, pues tanto Mocambo como otras revistas de la editorial (Metropol —que era la cabecera principal— y K.O. Comics) apenas si lograron sobrevivir un sólo año, desapareciendo en 1984 y siendo absorbidos sus autores y series por los sellos Toutain y Norma, que controlaban el mercado en la época.
Mocambo se nutrió, básicamente, de material procedente de autores españoles, argentinos e italianos. Entre las series que empezaron a publicarse en sus páginas —todas ellas inconclusas ante el abrupto cierre de la cabecera— estaban la recuperada Dan Lacombe (realizada en 1968 para la revista Spirou por Daniel Cussó y su sobrino Jordi Bernet), Show para no iniciados (de Miguel Ángel Aparicio y Leopoldo Sánchez), El último héroe (de Jordi Bernet, inspirada en la biografía del sheriff y pistolero William Matthews Tilghman), Casi en el fin del mundo (de T. Valeri y Enrique Breccia), o Nuestro hombre en Banana (de Mazzei, Trillo y Saborido), etc. Junto a las historias de continuidad se publicaron también otras cortas, y entre ellas se encontraba, precisamente, la de Serpieri que vamos a comentar aquí.
Se trata del breve relato titulado El hombre medicina, una historia que el italiano realizó a principios de los años 80 y que apareció publicada, por vez primera, en el número 2 de la revista italiana L'Eternauta (1982), con el título de Uomo di medicina y dentro de una serie titulada Storie del Far-West, que recogía trabajos que Serpieri había publicado previamente en Francia. Es un episodio de 11 páginas que luego ha sido recopilado en una reciente edición titulada I colori del West. Yo pensaba que también estaba incluida en la excelente colección Storie del West, que Grifo Edizioni dedicó al autor italiano en su momento, pero he mirado el contenido de los siete álbumes que la componen y no aparece entre las historias allí recopiladas.
Una vez más, y como ya hemos tenido ocasión de señalar en las entradas precedentes que hemos ido dedicando a Serpieri, lo que destaca por encima de todo en estas páginas es la absoluta e indiscutible perfección formal del dibujo, que brilla a grandísima e insuperable altura. Estamos ante unas planchas de belleza indiscutible, pero que no presentan la morfología habitual en una historieta, pues carecen de viñetas tradicionales debidamente delimitadas y formando calles que separen la acción. En su lugar, éstas han sido sustituidas por preciosas ilustraciones, llenas de detalles y con una composición impecable, que se superponen una encima de otra (hasta en tres ocasiones a veces) para marcar así la acción narrativa y los diversos momentos de la historia. Esta circunstancia, a mi entender, acentúa aún más esa cierta rigidez o frialdad tan característica de Serpieri. Una solemnidad o academicismo derivados, pienso yo, de la perfección formal a la que ya me he referido. Es muy destacable, también, el marcado carácter documentalista —casi etnográfico— de las viñetas y la puesta en escena, que siempre está muy cuidada por el dibujante italiano. Se percibe una clara voluntad preciosista en el dibujante y una preocupación por mantener la integridad absoluta de sus viñetas-ilustraciones, como lo demuestra, por ejemplo, el hecho de haber numerado la plancha quinta poniendo el cuadradito del número en una zona sin dibujo en medio de la viñeta, en lugar de colocarlo en la parte inferior derecha, tapando parte del negro de la camisa del soldado, como habría sido lo normal. Si hubiera que destacar algo negativo —y resulta difícil, dado el impresionante trabajo realizado por Serpieri— yo señalaría la presencia de algún fallo de raccord (por ejemplo, en la viñeta primera de la plancha sexta el indio protagonista va con estribos, mientras que en la siguiente estos ya no aparecen, lo que es más lógico tratándose de un jinete indígena, pues no lo utilizaban), aunque no tiene la menor importancia, viendo el apabullante trabajo de conjunto. ¿O serían ustedes capaces de reprochar una nimiedad así a Serpieri, después de lo que dibujó aquí...?
En cuanto al guión (obra de Raffaele Ambrosio) nos encontramos con una orientación que se posiciona claramente a favor de los indígenas, siguiendo así la estela de una corriente revisionista y de dignificación de los indios que se produjo dentro del género —tanto en la historieta como en el cine— a partir de los años 50-60 (Sgt. Kirk, Teniente Blueberry, etc.), y que habría de continuarse en epígonos de los años 70-80 tan ilustres como Buddy Longway (de Derib), Jonathan Cartland (de Harlé y Blanc-Dumont), Ken Parker (de Giancarlo Berardi e Ivo Milazzo), o las diferentes historias cortas y muy politizadas que realizó Luis García en su impactante Etnocidio, por citar sólo unos cuantos ejemplos.
Y eso es todo lo que tenía que decirles. Pasen, pulsen en las páginas para ampliar, vean y admiren el arte del mejor Serpieri. La cosa merece la pena (de verdad).
La decada de lod 80 fue maravillosa por todo lo publicado en nuestro país en aquel tiempo. Espero que esta serie sea otra vez editada en castellano. Ponet Mon esta dándonos muchas gratas sorpresas de cómics clásicos en bd. ¿quién sabe...?
ResponderEliminarY hablando de gratas sorpresas, en el envío del tomo 9, de PV de Manuel Caldas, junto al tomo, se recibe una publicidad de 4 páginas de la futura edición de Prince Valiant in Color. Edición que tenemos que apuntarnos ya...y darla a conocer. En los comentarios de el blog de los 300 ya se esta comentando.
Alberich, no dudo en que te sumaras en tu blog... a publicitarla.
Recibe un cordial saludo.
Gracias, Juan, por tu comentario. Creo que fuiste el primero en hacerme conocer la noticia de esta nueva edición (que, como ya has podido ver y según esperabas) está siendo debidamente publicitada.
ResponderEliminarUn saludete.